Hacer literatura sobre el alcohol, o alcoholizarse
para hacer literatura: conocer a fondo el tema y exudarlo por los
poros. Edgar Allan Poe se da un conchazo en la frente y cae desplomado
en una vereda de Baltimore, mientras el gato negro de los enfermos
ronronea cuidando el bulto. Verlaine ve el rostro sátiro de
su cara de fauno en la cristalería del cabaret parisino.
Y Esenin se raja el brazo al compás del vodka para escribir
con sangre su último poema en los muros del Hotel Inglaterra
en Leningrado.
Estos han sido los héroes
de los jóvenes poetas que han querido seguir el sendero del
maldito, soñando con el abismo, o ignorando el vértigo
del dolor íntimo.
Dylan Thomas se desploma con 18 whiskies al seco en un
bar de Nueva York y Bukowski ríe grotescamente bajo el neón
rojizo de un letrero de Los Ángeles. ¡He ahí el
espectáculo!
Teillier entra con su manta de Castilla a un boliche de Lautaro,
donde cada tarde se juntan los parroquianos a brindar por los muertos
y a jugar a las cartas. Luego vuelve a la ciudad con paso cansino
para vagar "de bar en bar enfermo de poesía".
El fantasma del delirium tremens desembarca en el puerto
de la desesperanza y pulula en la copa de los poetas. El perro negro
de la melancolía aúlla en una esquina húmeda,
mientras los viejos de los carretones se cubren con cartones y diarios.
Sus sueños están protegidos por una manada de quiltros
callejeros, desamparados y solos. La enfermedad del trago se expande
rápidamente, dejando huellas imborrables en el cuerpo del anfitrión.
Así pasé varios años, poseído por el
espíritu del vino y otros licores menos nobles. A los 25 caí
en cama e imaginé un nuevo libro: Hotel Marconi. Al
levantarme, estaba deshinchado y hepático. Nueve meses después
volví a recaer. Era el año 1993.
Dos años más tarde me fui de Chile. Llegué a
un poblado universitario estadounidense que sin serlo se transformó
en mi Sanatorio: Eugene, Oregon. Allí asistí a un par
de sesiones de Alcohólicos Anónimos para escuchar inglés
y conocer gente. -"Yes, I have a problem with alcohol"-
era la frasesita que todos repetían.
Me chanté por tres años y limpié mis venas.
Entremedio me fui curando del demonio etílico con otras yerbas,
que dieron paso a otro tipo de obsesiones.
Walter Benjamin señala que la intoxicación es una
forma de iluminación profana. Cada sustancia que se ingiera
tiene un límite, por tanto hay que conocer muy bien la dosis
para no exacerbarlo. El vehículo de la alteridad que transporta
a ese estado alterado de conciencia es el cuerpo. Sin su ayuda, la
mente se estrella contra el vacío. Y se multila.
Terminé Hotel Marconi en sobriedad y la editorial Cuarto
Propio lo lanzó al descampado crítico en 1998. Tal vez
me salvé de una muerte precoz o de un canazo seguro. Lo que
está claro es que me sané de las depresiones mórbidas
de la adolescencia y la primera juventud.
Para Benjamin la iluminación profana es una inspiración
antropológica materialista lograda mediante la intoxicación,
que no es sino el estado de conciencia en el cual se percibe la vida
cotidiana como algo impenetrable, mientras lo impenetrable se percibe
como experiencia cotidiana. Es, por tanto, un desplazamiento físico
y mental que da vuelta la realidad para reemplazar su vigilia racional
con la agencia de lo maravilloso.
Rimbaud quiso hallar un estado de clarividencia por medio del desorden
de los sentidos y llegar a esa zona incierta de lo desconocido. Huidobro
aspiraba a la supraconciencia haciendo vibrar su caja cerebral a la
velocidad del delirio poético. Otros han preferido la oscuridad
lumínica que brinda el espíritu del alcohol.
Es probable, sin embargo, que el surrealimo haya sido la encarnación
más intensa del proceso creativo a través de su intoxicación
total: Artaud, Cocteau, Michaux, entre otros, y cuya bandera de lucha
-el azar objetivo y la belleza convulsa- no fueron sino la confusión
histérica entre el impulso interno y el signo externo que proyecta
la siquis en el mundo.
Pero ¿qué es la escritura sino la proyección
de la siquis en el mundo?
Hotel Marconi fue escrito desde un cuarto y muchos cuartos
en las noches de insomnio y las mañanas de caña, cuando
el sol alumbraba fuerte en mis ojos. Es un pequeño diario personal
de la intoxicación alcóholica exasperada por la química
blanca. Mezcla y bomba subjetiva de un pencazo.
Hace años que volví a beber, pero sin la urgencia ni
el dolor de los desesperados. La mitología privada de la dipsomanía
etílica ha quedado colgada de un marco con imágenes
en blanco y nego y una leyenda romántica que roba sonrisas.
Otros han sido los vericuetos de la conciencia desde entonces. La
iluminación profana se lía ahora en papel de arroz,
se toma en forma de té natural y elimina ese demonio pesado
y cargante que mueve las rejas clandestinamente en cada botillería
de turno.
Mi último libro de poesía fue publicado en México.
El diseñador ilustró la portada con una hoja de cannabis.
Esa poesía ya no siente la extraña nostalgia por la
pieza sola, con su vaivén de cubierta, ni añora la noche
húmeda y desolada de la gran ciudad. Es liviana como el viento
y alta como los árboles. Y susurra calladamente una melodía
contenida en la garúa matinal. El viejo alcohol suicida se
ha transformado en humo liberador.
* Escritor. Enseña
Literatura en la Universidad de Oregón, EEUU.