Gardel y Teillier, no hay copa del olvido para ellos:
Amigos de vida y muerte
Identidades de nuestro mágico destino sudamericano. Fantasmas del pasado, perfumes del ayer, regresan al sur. Nunca se fueron.
Por Enrique Lafourcade
El Mercurio, Domingo 29 de Junio de 2003
Martes 24 de junio. Ya pasó ese día de San Juan, mágico. Inevitablemente recordamos muerte y vida: muere Carlitos Gardel, nace Jorge Teillier. Gardel cantándole al recién llegado, al bienvenido: "Llovía y te ofrecí/ el último café".
En un libro que publiqué hace muchos años, titulado "Carlitos Gardel, Mejor que Nunca", le pedí a Teillier, para el pórtico (para poder decir con orgullo: "Al arco, Teillier") un poema. Lo escribió en una mesa de bar y como jugando. Se llamaba "Gracias al Maestro".
Gracias al Maestro/ que me ha dado tanto
pues si no brilló en las acciones
me acuerdo de Leguizamo ganando por una cabeza
de Lunático y los discos 78/ girando como lunas negras
iluminando las victrolas de Villa Alegre.
Cuando los amigos que preparaban bachillerato
mientras bailaban con las "niñas" pobres
soñaban con despertar junto a las rubias de New York
como despertaba el troesma en el cine del pueblo.
Cuando no estás, Maestro, nos llega la artritis,
el hígado graso y la arterioesclerosis,
pero si apareces con tu pañuelo al cuello
viajamos a Toulousse, Corrientes y Boedo.
Mi vida es entonces un rinconcito arrabalero
y mi poesía golondrina de un solo verano
A los cincuenta años tú cantas mejor mientras yo escribo peor
Pero la suerte nos reúne siempre el día de San Juan.
Ya se fue la suerte que es grela. En el aire, sin embargo, persiste la música. La del agua y la del viento.
Recordando con alegría
—¿Tú estabas en el liceo? ¿Qué edad tenías?
—Estaba en quinto de Humanidades. A los 17 años me gané el "Canto a la reina de la primavera", en Victoria.
—¿Recuerdas el poema, el nombre o algo?
—No lo recuerdo. Me acuerdo de la reina: Valentina Cid Benavente. Me llamó por teléfono hace tres años. Le di las gracias por llamarme. Ella quería el poema, pero yo no lo tengo.
Con algún humor reconoce que era un canto bastante malo, con versos como "Del árbol de la tarde cereza o manzana eres". Seguro que la niña Valentina tenía todos los sonrojos de las muchachas del sur a las que, con el frío, la sangre les arrebola las mejillas.
Teillier sabía cosas inesperadas. De Gardel, del tango. Una vez dio una charla en un ring repleto de viejos boxeadores. Preguntó: ¿Quién fue el que cantó "Percanta que me amuraste"? Y los boxeadores, en coro, gritaron el nombre de Gardel. Teillier les explicó cómo le cambiaron el nombre primitivo de "Lita" por el definitivo de "Mi Noche Triste". Terminaron la conferencia tomando vino. Cantaban: muy mal. Tomaban vino muy bien.
Teillier conocía de memoria la alineación del Coló Coló de 1941, dato enteramente inútil que hoy sólo recuerdan — presumo— Luis Sánchez Latorre y Alfonso Calderón. Había allí un portero argentino, Diano, y un peruano, Zocarrá, y estaba el famoso tigre Sorrel.
Teillier me dio una mano importante cuando yo escribía "Mano Bendita". Juntos fuimos a ver a Simón Guerra, "El Eléctrico" también llamado "El Ciclón del Matadero", boxeador de los grandes. Teillier era amigo del "Mano de Piedra" y había escrito y regalado "Cantos a la Reina" por todo el sur. Una vez intentamos encontrarnos con la Reina de las Cerezas, en un pueblo mínimo, por la Araucanía. Se había muerto.
Poesía y bondad
Palabras del poeta: "Tener bondad no es , malo y se puede adquirir. Todos no nacimos bondadosos, los niños les tiran la cola a los gatos. Si hubiese bondad no habría ejércitos ni cárceles. Como le decía a una amiga: "¿Para qué ir a enseñanzas del Tao, cuando tienes un ejemplo tan simple que es el Sermón de la Montaña? ¿Por qué no rezar el Padrenuestro todas las noches? Él no rezaba mucho porque, decía, le daba sueño.
Fue risueño y pacífico. Dividía a los poetas entre los pacíficos y los rabiosos. Pablo de Rokha era muy rabioso. La Mistral, aunque se le pasaba al explicar esta pasión en un "recado". Neruda. Teófilo Cid, Enrique Lihn. El Rey de los rabiosos, Juan Godoy. Si le criticaban a Cervantes era capaz de todo. Otro rey, sin corona, tal vez, Waldo Rojas. Solía irrumpir en los recitales y actos académicos argumentando con sus puños. Teillier recordaba un acto en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, cuando su amigo Rojas arremetió contra él, por la espalda, lanzándole un derechazo. Jorge se agachó oportunamente y el derechazo alcanzó a la cabeza de su padre, que estaba a su lado. Nicanor Parra tenía sus pataletas de anti-rabia que eran casi idénticas a las de rabia.
Armando Uribe, según consenso popular, es lo máximo en este disfrute de la rabia, "modesta pasión que nos es tan querida". El poeta Vejar lo bautizó como "El Tarzán del Forestal". Vive en un departamento frente al parque y en la noche o al atardecer se oyen sus gritos weissmullerianos. Con su poderosa voz de bajo chaliapinesco aterroriza a sus contradictores. Y con sus puños. Aunque se le pasa rápidamente, con ayuda de la Virgen de la Vera Cruz, que frecuenta. Es curioso porque estas voluptuosas iras se transforman, a veces, en poder creador. Su poesía toca cielo e infierno. Teillier le tenía miedo. En general, a la violencia.
Teillier tenía un gato preferido en su colección de casi cien gatos que incluía gatos asilados políticos. En su refugio de El Ingenio, en La Ligua. Era barrero con Pedro. Los otros 99 andaban por
su cuenta. No Pedro, gordo, plomo con blanco, ojos verdes, enfermizo y legañiento, asmático, aunque con poderes: olía la muerte. Olía las enfermedades. Pertenecía a los gatos rabiosos. Murió arañando la puerta de la pieza de Jorge, en medio de los paltos y chirimoyos. Había anunciado su fin orinando repetidas veces la almohada del poeta y acompañándolo a tomar vino que langüeteaba como leche. Compartían las mismas vitaminas. El gato Pedro tenía el tercer ojo. Se quedaba horas mirando la lluvia. Es un monje budista, Zen. La mira porque sabe que la lluvia existe, nos explicaba el poeta, agregando que Pedro refutaba con esto la teoría del mítico poeta Molina, quien, ayudado por Pascal, había declarado sin identidad a la lluvia. Hubo muchos poetas amigos que le pidieron, que le rogaron a Teillier, que rompiera relaciones con ese gato endemoniado. Su gran amigo —del poeta, no del gato— fue Francisco Vejar. Juntos cumplieron diversas mandas. Hacían cada tarde "el camino de Santiago" que se iniciaba en el club "Unión Chica" y se continuaba en variadas fuentes, no de soda sino de vino, abiertas día y noche en el camino del apóstol, para deleite y ensueño de los peregrinos. El poeta Vejar, heredero legítimo del mundo de ensoñaciones de Teillier, me hizo llegar unos versos que le pidiera para este homenaje a nuestro amigo. Aquí van:
"Vamonos a un pueblo de madera, me dijiste/ mientras paseábamos por un sendero de bouganvilias./ Hoy recojo en tu nombre aquellas tardes./ Y echo de menos la llave/ que perdiste en el canal de la luz".
Tras su huella
Gardel, Teillier, ¿cómo llegaron a ser amigos? ¿Quién siguió a quién? Teillier, cantando, era un desastre. Pero como Le Pera, como letrista... Gardel y Teillier, ¡qué tango nos perdimos! De tiempos viejos, costumbre que tiene el tiempo, envejecer. Que tienen los poetas y los cantantes. Y los que aman eso, tan bello, lo que pasó. Teillier, con sus amigos poetas, los peregrinos de Santiago. Y de nuevo Carlitos, guiándolos, explicándoles cosas sobre el amor y las reinas de la primavera que perdían sus pétalos y se extinguían silenciosas. Cuando termino estas líneas, Gardel está cantando eso de: Por seguir tras de su huella/ yo bebí incansablemente/ en mi copa de dolor/ pero nadie comprendía/ que si todo yo lo daba/ en cada vuelta dejaba/ pedazos de corazón...".»