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En el aniversario de Gardel

Por Jorge Teillier
[En El Siglo, Santiago, 25 de junio de 1961, p. 6]


DÍA DE SAN JUAN: día clásico de la brujería y de las pruebas mágicas; noche propicia para quienes siguen fieles a las viejas supersticiones. Pero conocemos a muchos que trasnocharán, no precisamente para esperar que florezca la higuera que puede hacerlos millonarios, sino para cumplir un fiel ritual: escuchar la voz sobria, acompañada de guitarras u orquestas de 1930, de un cantante no olvidado: Carlos Gardel. Porque el 24 de junio se cumple un aniversario más de su muerte. Y porque la mejor manera de recordarlo es oírlo de nuevo. Y ojalá -para estar a tono con su época-escucharlo en una de esas victrolas cuya cuerda está a punto de cortarse, y colocar no un long-play, sino un rayado disco 78. Otra manera de rendirle homenaje es asistir a esos cines de barrio en cuyas pantallas aparecen esas desteñidas y como llovidas películas (El tango en Broadway, Cuesta abajo, El día que me quieras), en las cuales Gardel, excesivamente maquillado, engominado con perfección, sonriente, canta para siempre, mientras sufre por la malvada Mona Maris u otras vamps de la época, sin recordar que en el barrio lejano lo esperan la desventurada viejita y la dulce y buena vecina.

Creemos que Gardel disfruta de un seguimiento y de una vigencia más prolongados que el de ningún cantante de su época. ¿Quién recuerda a Agustín Magaldi? ¿Dónde se escucha a Charlo? En cambio, las nuevas generaciones reciben de sus mayores, como en una carrera de postas, la admiración hacia Gardel. No diré que sea un público demasiado amplio, pero sí constante y seguro. Para remitirme a los escritores, y conste que sólo nombro a unos pocos, se cuentan entre los seguidores de Gardel autores tan disímiles como Gonzalo Rojas, Jaime Laso, Enrique Lafourcade, Guillermo Atías, Enrique Lihn, Braulio Arenas. Algunos han escrito artículos sobre el cantante, recuerdo los de Carlos Droguett y Teófilo Cid.

Esta juventud de Gardel se debe, creo, a que es intérprete de una mitología particular sobre un Buenos Aires que, transfigurado, pasa a ser cualquier ciudad o pueblo de América Latina, con su geografía de barrios pobres; luces difusas de almacenes en cuyas vidrieras se agrupan ociosos y matones, el farol de la esquina, de los bares donde se acodan clientes desdeñados por las ninfas de las calles céntricas... de todo ello es Carlos Gardel el trovador cursi y sentimental, así como de los ofendidos y humillados; de los presidiarios "por injusta condena"; de los que se juegan la vida al azar como en las carreras; de los fracasados que se anclan en París. Gardel da en su voz, a su manera, conmovedoramente, una interpretación de esa poesía humilde y popular correspondiente quizás a la de Evaristo Carriego en sus versos, y que más tarde estilizó Jorge Luis Borges en su Luna de enfrente y Fervor de Buenos Aires. En Chile, quizás esté el equivalente en algunas producciones de Pezoa Veliz y en el novelista de la ternura, Carlos Sepúlveda Leyton, en su Hijuna.

Piadosamente el tiempo se encarga de que desaparezcan los cantantes que las falsas modas imponen gracias a la propaganda (ese cáncer de la época). Por encima de ellos, sin fronteras geográficas, en cualquier lugar de América sigue permaneciendo, como el rumor de un río que no deja de correr, la voz de Gardel.

 

 

 

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Por Jorge Teillier.
En El Siglo, Santiago 25 de Junio de 1961.