Jorge Teillier y algunos bares
Por Lorenzo Peirano
Artes y Letras de El Mercurio. Domingo
11 de Abril de 2004.
El poeta Alvaro Ruiz ("poseedor de un hábito hecho por
las siervas del encierro"), recordando al desaparecido poeta
Jorge Teillier, tuvo la gentileza, hará más de dos años,
de narrarnos el siguiente suceso: "Una tarde, Jorge y yo nos
encontramos en un local de Plaza Italia; él venía inquieto,
espirituado. Mientras bebíamos unos tom collins, me contó
que desde
hacía algunos días personas desconocidas le invitaban
en los bares un campari. ¿Acaso estás delirando o qué?
—le pregunté—; por supuesto que no —me respondió enfático,
ratificándome el hecho—. Y, efectivamente, al cabo de unos
quince minutos se acercó un extraño, el cual, sin más
ni más, le dijo: 'Señor, ¿se sirve un campari?',
ofrecimiento que, entre destellos y presagios, fue rechazado por el
poeta". El testimonio de Ruiz nos da cuenta, en consecuencia,
de un acontecimiento mágico, en el que un ser como Teillier
bien podría estar involucrado. Quien ha escrito "tú
eres un sueño que no recordamos/ pero que nos hace despertar
alegres" alcanzó una altura que no permite discípulos
o imitadores.
Sin embargo, el asunto aquí consiste en asumir la oración
de Malcolm Lowry, aquella que nos habla de "el puente cortado
del día espiado por los bebedores a través de las ventanas";
puente que puede ser cruzado después de hacer un alto en algún
bar o "mentidero", como han sentenciado determinados personajes.
No obstante lo último, y siempre evocando la figura del poeta
Teillier, percibimos el ámbito del bar como una segunda casa,
un lugar esencial de diálogo y nacimiento. Allí "los
sabiondos y suicidas" compartieron y legaron conversaciones que
aún permanecen en el aire. "La taberna es agradable, tibia
y placentera", repitieron con Blake. Y aunque muchos fueron los
bares del "derrotero teilleriano", sólo intentaremos
referirnos a los más conocidos por nosotros. El primero, indudablemente,
fue el bar-restaurant La Unión, más identificado como
"La Unión Chica", o también como "Nueva
York II". En este recinto, ubicado en el centro de Santiago,
se conformó una mesa cuyo centro vital era el poeta Jorge Teillier,
y cuyos miembros fueron Rolando Cárdenas, Eduardo Molina Ventura
(el chico Molina), Carlos Olivares, Enrique Valdés, Iván
Teillier, Juan Guzmán Paredes, Ramón Díaz-Eterovic,
Alvaro Ruiz y Aristóteles España. De ahí surgieron
publicaciones como la revista de poesía "La Gota Pura",
cuyo nombre fue un homenaje a Dylan Thomas, el ya legendario poeta
bebedor.
Ahora, imaginemos una tarde que encierra muchas otras tardes; abrimos
la mampara del recinto; observamos las mesas abarrotadas de hípicos,
ex boxeadores, hijos únicos que han dilapidado sus herencias,
cinefilos, anticuarios y abogados. Súbitamente nos encontramos
con "la mesa de los poetas" (no cualquiera puede acceder
a ella); hay dos o tres botellas de vino tinto y una charla que nos
atrae de inmediato. Aquí se entrecruzan Shakespeare, Marcial,
Alain Fournier y Cervantes. Si bien es cierto que cuando Cárdenas
entona una vieja canción popular, también sabe referirse
a George Trakl con suma claridad. El entrechocar de copas mantiene
un ritmo que no cesa; los mozos son corpulentos, maduros y gentiles;
visten chaqueta blanca y pantalones negros. Alvaro Ruiz recuerda haber
permanecido en "La Unión Chica" durante doce horas
continuadas (todo un récord). Determinados poetas jóvenes
son acogidos; muchos otros rechazados. De entre los "elegidos"
destacamos a Mauricio Ramírez ("En medio de la lluvia
y de la muerte/Gregorio Samsa ha resucitado"). Algunas mujeres
también son aceptadas en la mesa, como la "gran cronista
visual de los viejos tripulantes", Leonora Vicuña, a quien
le debemos incontables fotografías de nostalgia.
Pero, a cierta hora, la acogedora "La Unión Chica"
cierra sus puertas. Entonces, ¿a dónde va la cofradía?
Aparte de la Unión
Hemos retrocedido en el tiempo; nos encontramos en la década
de los ochenta, y por estos días "los hombres de letras"
suelen reunirse todos los martes en la Sociedad de Escritores de Chile.
Después de discutir "la cruda realidad", los noctámbulos
calman su sed en el refugio, una taberna que lleva el nombre del poeta
mexicano Ramón López Velarde. En este lugar convergen
algunos "habitúes" de Nueva York II: Jorge Teillier,
por supuesto, Alvaro Ruiz, Rolando Cárdenas... El refugio de
la SECh
es, en cierto modo, más abierto a otros personajes. A este
recinto llegan profesores de trajes desgastados que estudian las jintanjáforas
de Huidobro y el neopopularismo; también acuden criaturas agresivas
y damas que integran talleres literarios. Y no faltan, claro está,
los "poetas verdaderos": Ramón Carmona, Yolanda Lagos,
Horacio Eloy, Stella Díaz-Varín y Bernardo Chandía
(un poeta joven que murió de amor).
El refugio es explosivo, y no es exagerado temer un pugilato; sus
paredes son testigos de gritos, golpes y arañazos. Sin embargo,
la presencia de Jorge Teillier aleja veleidades. En torno a él
se congregan poetas provincianos, o universitarios que le hacen preguntas
incisivas, invasiones, fechas de batallas (Teillier, como sabemos,
estudió historia); de igual forma lo interrogan por tal o cual
poeta. Y Teillier conoce las respuestas, las conoce hasta dejar atónitos
a sus interlocutores.
Es el ambiente del refugio, fue el ambiente del refugio. Hablamos,
ahora, desde un "territorio enriquecido y devastado por el amor,
la desilusión y la muerte".
Otros bares
En Apoquindo, muy cerca de la estación del Metro
Escuela Militar, existía un bar-restaurant llamado La Orquídea.
Allí el poeta Jorge Teillier solía beber algunas copas.
Podemos retroceder hasta una lejana noche de invierno; Teillier viste
un abrigo azul marino y lleva al cuello una bufanda de La Ligua. En
La Orquídea no hay literatos, ni personajes de palabras complicadas;
este espacio —un trozo de barrio popular en pleno sector oriente de
Santiago— reúne, principalmente, a obreros de la construcción.
El poeta es bien recibido; los parroquianos, muchas veces ignorantes
de quién es, casi por instinto, lo tratan con respeto. "Tómese
una copita", le dicen (Jorge Teillier suele atraer con su presencia
a personas sensibles de cualquier estrato social); el poeta acepta;
conversa con tono suave, de caballero provinciano, sobre fútbol,
sobre un cobro específico ("estaba en su propia mitad
del terreno") efectuado en un partido del Mundial del 62. De
igual modo, comprende la resaca del hombre común, las calles
indiferentes, el trabajo duro y mal pagado.
Y así, tranquilo y misterioso, muchas veces lo vimos dirigirse
desde La Orquídea a su casa de San Pascual (casa que compartía
con la escultora Cristina Wenke), para luego bajar hacia el centro
de Santiago. Es aquí, en el centro de la ciudad, donde nuevamente
se ubican los recuerdos, las jornadas entrañables.
Ante nuestros ojos aparece el Patio Esmeralda, en el barrio del Mercado
Central, otro bar-restaurant frecuentado por la cofradía. Nos
encontramos con el narrador Iván Teillier (hermano del poeta),
el que con ademanes divertidos exclama: "¡Soy lo que botó
la ola del imperialismo!", Iván, "ex arquero del
Liceo de Lautaro", es un hombre de casi un metro ochenta de estatura
que ha conservado la inocencia. Gran lector, publica libros que regala
("El piano silvestre", "Mañana el viento",
"Días de sol frío"). Forman también
parte de la escena "el filósofo" Juan Guzmán
y el dibujante Germán Aristizábal, acompañados
de otros parroquianos: un vendedor de libros, un "inventor metafísico",
un espiritista... En todos los bares que Jorge Teillier visita se
percibe "el culto a la amistad" de los antiguos caballeros.
Por nuestra parte, íntimamente pensamos que el poeta creaba
todo aquello, que gracias a él logramos conocer esos milagros.
Poco a poco hemos regresado al presente, y ya apenas divisamos otros
abrevaderos perdidos en el tiempo: El Isla de Pascua, La Terraza,
Don Rocha (de La Ligua), ciertos bares de Santiago poniente; en fin,
ciertas alegrías.
Coínco, verano de 2004 .....................................