Radicado cerca de La Ligua, Jorge
Teillier (Lautaro, 1935) revive en "El Molino y la Higuera"
su añoranza por un mundo sureño que hoy cree condenado
a desaparecer. Entretanto prepara, con ayuda del joven poeta Francisco
Véjar, la segunda edición de "Los Dominios Perdidos"
y su obra continúa recibiendo reconocimientos en el extranjero;
el último de ellos es una completa antología realizada
en Estados Unidos por Carolyne Wright: "In order to talk with
the Dead" ("Para hablar con los muertos").
Se presenta en su último libro como "un falso gentleman-farmer”,
acompañado de "dieciséis gatos
más ociosos que yo". Sonriendo, precisa con su habitual
ironía de palabras lentas:
-Mi vida aquí en el campo más bien se parece a la de
esos rusos que describe Turgueniev en Nido de nobles y en Padres e
hijos, porque los gentlemen-farmer ingleses del siglo XIX, por lo
menos se dedicaban a algunos trabajos manuales.
Vive
en “El Molino del Ingenio”, un lugar situado en el camino que va de
La Ligua a Cabildo: El molino todavía existe, pero ya no funciona.
Perteneció a Gonzalo de los Ríos, el abuelo de la Quintrala,
quien lo usaba para triturar la caña de azúcar. Lo movía
el agua de un estero que aún riega el vallecito pródigo
en paltos, buganvilias, floripondios e higueras como las que lo inspiraron
a él y a René Char:
-Aquí descubrí dos poemas suyos. Uno se
llama El molino y otro La higuera. De lo que conozco,
Char es el poeta francés más grande de los Últimos
tiempos.
A Teillier le gusta su nuevo paisaje, aunque recuerda
constantemente que “no, no es el sur” y por eso conserva un pedazo
de él entre las paredes de una pequeña casa alejada
de la edificación central. En ella comparten un desorden sombrío,
libros inencontrables, fotos de amigos ya idos, galvanos que le recuerdan
su condición de Hijo benemérito de Lautaro y Benefactor
de La Ligua.
¿Es cierto que la publicación de El molino
y la higuera se debió más al interés de sus amigos
que al suyo?
-La única vez que tuve interés en publicarme fue con
mi primer libro, Para ángeles y gorriones, en 1956.
En ese tiempo yo tenía mucha seguridad en mí mismo;
ahora no. Hoy tengo lectores pero no tengo seguridad en mí
mismo.
¿A qué atribuye tanto lector?
-Tanto no...
-Pero cuando se lanzó el libro estaba lleno
el auditorio del Instituto de Cultura Hispánica.
-No tengo la menor idea. Según Lafourcade se debe a que soy
una leyenda viva. Claro que me compara con Claudio Giaconi y Giaconi
no ha publicado nada en treinta años, mientras que yo he publicado
diez libros (ríe).
¿Se considera un poeta prolifico?
No. Si me hubiese dedicado a la poesía realmente, sería
mejor poeta y hubiese publicado más. Lo que pasa es que mis
intereses no son exclusivamente escribir poemas. Me interesa la historia
... acabo de publicar el libro La invención de Chile,
con Armando Roa Vial. Es un buen libro,
entretenido por lo menos.
-En casi todos los poemas de El molino y la higuera
hay alusiones a los westerns, el fútbol y el rock. ¿No
es poco habitual en un poeta esta sabiduría “de tono menor”?
Sin compararme con nadie, creo que el gran conocimiento se adquiere
en las calles, en la conversación con todo el mundo y en la
observación del paisaje. Es lo que nos enseñaron los
griegos. Sócrates no era un hombre de biblioteca; repartía
su sabiduría en los mercados. Diógenes el
Cínico también. Yo creo que la torre de marfil del poeta
no es efectiva. No es que el poeta tenga que ser el hombre de lo cotidiano,
pero debe incorporar lo cotidiano a su manera, transmutarlo, como
los alquimistas hacían con los metales. Todos los materiales
son buenos, la cuestión es saber
usarlos.
-En este libro hay un poema (El bosque mágico)
donde habla de una mujer misteriosa, de dragones y jabalíes
¿Cómo llega a interesarse en un tema fantástico?
Es uno de los poemas que más me gustan. Se lo dediqué
a Henry Treece, el único poeta surrealista inglés. Ahí
me refiero al sur de Chile que es un lugar de bosques como aquellos
donde se ambientan
nuestros cuentos infantiles. Es el típico tema de los niños
perdidos en el bosque, algo muy sabio porque al niño hay que
dejarlo perderse para que sobreviva solo como en El pájaro
azul, de Maeterlinck. El bosque además es propio del alma.
El hombre del bosque es enemigo del hombre del desierto, porque el
primero es un hombre de la naturaleza, mientras que el otro es comerciante
y trata de convertir los bosques en desiertos.
- ¿Entonces usted es un hombre de la naturaleza?
-No soy un hombre de la naturaleza, pero crecí con ella, en
medio del bosque. Por eso sé que hay que tener cuidado con
la espesura, donde nos esperan hadas o brujas ... lo que ya es algo.
En el desierto sólo nos espera arena.
-¿Cómo que no es un hombre de la naturaleza?
¿Y su poesía lárica?
-La poesía lárica no es solamente del sur, sino de toda
la gente que respete sus tradiciones y antepasados. Puede darse en
cualquier lugar. En mi caso específico corresponde a una herencia
de antepasados tanto mapuches como colonos, una especie de Far West,
creo.
-¿Y qué opina de los poetas que se han
rebelado contra la naturaleza, como Huidobro y su manifiesto del Non
serviam?
-No creo para nada en los manifiestos de Huidobro, porque él
era un hombre de la naturaleza. Por algo pidió ser enterrado
frente al mar y tiene uno de los mejores poemas sobre los árboles.
A los poetas no hay que creerles mucho cuando teorizan. Los buenos
poetas cuando teorizan son malos.
-Kierkegaard dice que la poesía es como la luz
vista a través de las nubes: muy bella pero no es la verdad.
Keats afirma que la verdad es belleza y la belleza es verdad. ¿A
quién le cree más?
-Creo que la belleza es verdad. Basta ver a una mujer: una mujer bella
es bella de verdad; no es la belleza artificial. La poesía
es bella por sí misma, resplandece y luce sin ninguna nube.
Recién estaba releyendo a Holderlin. El siempre es el mismo,
bello y verdadero. Es impersonal, porque
la belleza es impersonal también, es un resplandor que no se
puede mentir. Cuando el poeta miente las palabras mismas lo delatan.
Debe usar sus propias palabras. Por eso los vocabularios de los
grandes poetas son reducidos.
-Uno de los aspectos que siempre se destacan en su
poesía es el de los olvidados y perdedores. ¿No es paradójico
que su preocupación por ellos lo haya terminado convirtiendo
a usted en un poeta de prestigio?
-No, para nada, porque yo soy marginal frente a cierto tipo de sociedad,
pero no frente a mí mismo. Creo que eso es más importante.
Además no soy partidario de los marginales en total sino de
los que asumen una responsabilidad de ser ellos mismos frente a una
sociedad que los va a rechazar.
-En un verso usted dice que “Una estrella (...)/ es
una palabra./ ¿Quién la vio triunfar,/ quién
la vio caer?” ¿A qué se refiere?
-Estrella tiene dos sentidos: la que ves en el firmamento y también
la estrella de cine. En ambos casos, nosotros sólo somos testigos
de sus auges y caídas. Trato de decir que tenemos que conservarnos
como somos o como creemos que somos y no tratar de ser estrellas.
-¿Qué opina del Premio Nacional de Literatura?
Siempree está bien dado.
-¿Piensa mucho en él?
-Noo (despectivo). Mis amistades están mucho más preocupadas
que yo. Si ellas creen que tengo méritos les doy las gracias,
pero yo creo que un escritor no debe preocuparse demasiado de los
premios. Llegan solos.
-¿Cómo ve el panorama de la poesía
en nuestro país?
-En Chile tenemos una conciencia poética que se ha ido perdiendo.
Antes la poesía era una experiencia de cultura y hoy es una
experiencia de marketing y neurosis. Me parece que se está
perdiendo la continuidad. No creo que vayamos a seguir siendo un país
de poetas, como dice el
cliché. Hay poetas todavía pero están a punto
de extinguirse, porque el desierto le va a ganar al bosque. Los ecólogos
y ambientalistas no pueden hacer nada contra el hombre; el hombre
de por sí es depredador
-¿Entonces no hay ninguna posibilidad de un
final feliz?
-Bueno, hay que ser optimistas. Así como sobrevivió
el hombre de la Edad Media, por qué no vamos a sobrevivir nosotros
y empezar una nueva era donde la poesía sea tan necesaria como
el canto.