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La recuperación del paraíso perdido y tradiciones en el poema “Los Dominios Perdidos”
de Jorge Teillier

Por Adán Eduardo Toro Toledo
Profesor de Castellano, Licenciado en Educación

Adán.toro.toledo@hotmail.com



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Resumen

A través de este artículo se intentará abordar la poesía lárica del vate Jorge Teillier, en la cual es posible ver un tema transversal en su obra, que consiste en la recuperación del paraíso perdido de la niñez y al mismo tiempo el rescate de las tradiciones en medio de una modernización vertiginosa que deja atrás esos valores más alejados de esta sociedad cada vez más instrumentalizada. Es por ello que se abordará el poema “Los Dominios Perdidos” el cual contiene los rasgos mencionados y a su vez dialoga con otro texto de similares característica “El gran Meaulnes”.de Alain Fournier.  Por medio del presente documento, se intentará hacer ver, como el poeta además de añorar un lugar ausente, intenta hacer un ejercicio arqueológico de rescate de viejas tradiciones, a través del análisis del poema mencionado.

Palabras claves. Teillier, Poesía lárica, Paraíso perdido, Gran Meaulnes, Alain Fournier

 

Es difícil hablar de la (pos)modernidad, más aún si el ritmo de la sociedad y el neoliberalismo avanza vertiginosamente por todo el mundo e inserta a la humanidad de manera acrítica en ésta, desclasando valores que en su momento fueron fundamentales en la vida del ser humano. Es por ello que la poesía adquiere especial relevancia al momento de sensibilizar a las personas. Si bien, la poesía se caracteriza por tener un aspecto subjetivo, hay poetas que desde su visión de las cosas se han adelantado a los tiempos como es en el caso del poema “Los vicios del hombre moderno” de Nicanor Parra que entrega una visión panorámica de lo que es la sociedad actual.

En el caso de Teillier, a pesar de hablar de un pasado (no tan remoto)  y de tener un carácter elegiaco que lamenta la pérdida de la única patria en la cual es desterrado cada persona, como es la niñez, es un intento de reconstruir un paraíso y con ello aquellas costumbres que han sido sustituidas por el culto del neoliberalismo. Su poesía adquiere un carácter arqueológico al momento tratar de enmendar ese lugar ausente en el mundo actual. Es por ello que es posible encontrar una matriz principal en la poesía de Teillier el cual es la pérdida de un paraíso subsumido en la modernidad, hipótesis que se intentará por medio de este ensayo dilucidar.

Poesía Lárica y espacio posmoderno

Jorge Teillier, (1935-1996) es perteneciente a la generación de poetas que nacieron alrededor de  1930, donde se encuentran además  Enrique Lihn, Miguel Arteche, Armando Uribe, todos ellos renovadores de la tradición poética nacional. Si bien, cada uno en sí mismo, son objetos dignos de estudio, para efecto de este ensayo se abordará la poesía del vate Teillier.

Tanto Jaime Quezada como Iván Candia, coinciden en que Jorge Teillier es impulsor de la poesía lárica que se traduce como un habitar míticamente los lugares natales, una vuelta al nutrimiento de lo creado, un ir hacia los antepasados en una siempre cíclica necesidad de tiempo y nostalgia y es posible encontrarla a partir de su primer poemario Para Ángeles y gorriones (1956). Esta constante en el poeta se irá repitiendo a partir de toda su obra como una suerte de leimotiv (Candia, 59), dándole coherencia a su proyecto poético planteado desde su primer poemario.

En su ensayo “Los poetas de los lares”, Jorge Teillier, dirá que los poetas láricos son aquellos que han tenido una visión personal tanto del mundo natural como cultural, que han tomado conciencia de los grandes cuestionamientos de su época y que les han dado una respuesta sólo a través de la palabra, sin transformar la poesía en política, filosofía, ni religión. (Teillier, 48) Desde su punto de vista, el poeta lárico se transforma en silencioso transeúnte, en expectante cronista y como tal, no desprecia el lugar común sino que lo ennoblece.

Adquiere especial relevancia lo anterior, en vista que, tal como lo plantea Soledad Traverso en “Modernización y regionalismo en la poesía de Teillier”, la ciudad cada vez trae como consecuencia la marginalización de los sectores más pobres de la sociedad. Es por ello que no es exagerada la expresión “una jungla de cemento” al momento de referirse al espacio de la ciudad (Cfr, 135). Una de las reacciones que tendrá la poesía chilena  ante eso será la poesía de los lares.

A través de la poesía lárica, se pretende rescatar la provincia que funcionaba como reducto de resistencia,  puesto que es posible encontrar rasgos identitarios, particulares, que hablan de la historia cultural de una región; en oposición de su polo opuesto, la ciudad, que es objeto de una “modernización compulsiva” que descuida la tradición local y nacional, al abrirse desprotegidamente a una “colonización” extranjera. Sin embargo, la misma autora dirá que tal dicotomía provincia / ciudad no funciona en términos absolutos. Tanto en su poesía como en muchos de sus ensayos, la provincia representa la ambigüedad de un espacio que aún conserva tradiciones particulares y que, por otra parte, es permeable a la modernización.

Por otra parte, la poesía lárica, según Traverso posee claros resabios románticos y simbolistas –precisamente en expresiones como “sensibilidad” y en la manera de entender al poeta como “guardián del mito”, con lo cual pretendía responder a las desconfianzas de un sector de la crítica marxista más ortodoxa No obstante, la poesía lárica –dirá más adelante- como construcción simbólica de los valores de la provincia, nacería de la conciencia de la fugacidad y su impulso es testimoniar lo que inevitablemente va a caducar.

Es por lo anterior que otra de las características que posee la poesía es que su génesis surgirá a partir del recuerdo ingenuo y la nostalgia por la pérdida de un mundo ancestral que representa el paraíso de la infancia, el cual paulatinamente se desintegra y se transforma en una imagen soñada. Naín Nómez señala que para el poeta, más que darle valor a lo estético, se enfoca más en la creación  de un mito y de un espacio o tiempo que trasciendan lo cotidiano.

Ahora bien, si su poesía remite a imágenes sencillas de la cotidianidad, en su aparente simpleza, subyace una complejidad formal e ideológica que ha merecido estudios detenidos. Según Eduardo Llanos en “Teillier o la compleja sencillez poética”, en  su poesía es  posible encontrar un carácter universal condensado en las imágenes habituales planteadas en los poemas del autor. En su obra recrea la vivencia y la convivencia, la percepción de la memoria con ecos del evangelio como la poesía social.

Por otra parte, a juicio de los tres autores, en su poesía es posible observar en el hablante lírico a un sobreviviente de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos, el mito y la imagen esencial de las cosas. Sin embargo, ni siquiera su recuerdo ingenuo que va recuperando por medio del ejercicio de la memoria, lo salva de la urbe, por lo que, (tal como se ve reflejado en sus contemporáneos como Lihn y Barquero), se puede apreciar una voluntad abatida, en la que el presente carece de sentido y la visión de lo cotidiano es desolador. Por lo que es dable percibir un ser exiliado de la urbe y la posmodernidad.

A lo anterior, Naín Nómez agregará que esa búsqueda por el tiempo idílico de la infancia, donde el poeta encuentra su refugio de una ciudad que cada día le es más ajena, sólo hallará un abismo inescrutable que se traduce en negatividad y silencio. Según el crítico, esta reflexión iniciará a partir de una mirada desoladora de la realidad presente, que se define como yerma, catastrófica y fracasada. De ahí el hecho de que el sujeto teilleriano vaya una  otra vez a el espacio de la infancia, para refugiarse y reencontrarse con aquello que ya no existe, o que cada día se va volviendo más fantasmagórico. (Nómez, 145)

Por su parte, Quezada y Llanos, resumirán las características de la poesía de Teillier en los siguientes tópicos y que resume lo anteriormente expuesto: Presencia de un pasaje geográfico, físico y humano de una región del territorio chileno llamada la Frontera o la Araucanía. Este paisaje, tal como se mencionó tendrá un carácter mítico, que conduce de lo terrenal a lo celestial, del habitar al trascender, de la percepción sensible a una ascesis contemplativa. Empero, no será la vastedad de ese paisaje lo que tipificará Teillier, sino que será un marco de referencia y atmosfera de un territorio y de un paisaje focalizado a un lugar natal.

La aldea como centro mítico y recreador de una realidad vivida, donde nacen y vuelven todos los sueños del poeta siempre nítidos en su memoria. La oralidad de tradiciones e historias legendarias recobran poéticamente su trascendencia en su obra. No obstante, este espacio que se intenta mitificar, tal como se ha hecho notar, está perdido en su memoria y el volver a la realidad se vuelve un retornar cada vez más amargo para su existencia. Teillier suponía que la modernidad llevaría a la erradicación de las tradiciones ancestrales. Y por ello, proponía dejar un legado escrito de ella: no la historia oficial ni pública, sino la personal y vivenciada. Pero cabe destacar un proceso de transculturación en la cual se mezclan tanto la urbe como lo rural y viceversa. Y se puede ver reflejado en los bares que frecuentaba y cantaba Teillier en sus poemas.

Existe también una sutileza afectiva que giran en torno al amor, a la ternura y la amistad, todo ellos matizado por connotadores de una tenue melancolía. Si bien este temple de ánimo se debe a la actitud propia del poeta, también invita al lector a un afinamiento atencional. Sin embargo, este carácter nostálgico plasmado en la pluma del vate, no solo está enfocado en la recuperar añoranzas eternas, sino que también es una vislumbración y un recuerdo del futuro. Aunque este futuro esté irremediablemente condenado al pudridero. El poeta en este caso, es un sobreviviente de una época que ya no existe y a la cual desea volver por lo que estará siempre en una lucha incesante contra un universo que se deshace.

La poesía de Jorge Teillier, a pesar de la sencillez en sus imágenes que dan cuenta de esa edad dorada perdida, tanto Quezada, Candia, Llanos, coinciden en que tiene valedera, mágica y maravillosamente un trasfondo de realidad con la historia de aquellos míticos y legendarios lugares. Su poesía surge de un lugar marcado por episodios y sucesos de este y otros siglos. Ésta da cuenta de una interpretación de la historia de Chile, empero, desde su posición de escritor más que de historiador.

Si bien, su proyecto poético a simple vista pareciera ser sencillo por la evocación de sus imágenes cotidianas e infantiles, quedó demostrado que sus palabras se asimilan a la punta de un iceberg. Es decir, que por medio de la cotidianidad que podría ser la punta, es posible apreciar un grado profundo de universalidad que nos invita a reflexionar en torno al pasado que nos intenta hacer presente por medio de su poesía que se transforma en experiencia vital ligada a la experiencia poética, y al mismo tiempo recordar un futuro distinto al que nos ofrece la lógica del mercado y del consumo, a través de las reminiscencias de símbolos ancestrales y puros.

En la  búsqueda del paraíso en el espacio posmoderno en el poema Los dominios perdidos  de Jorge Teillier

Como se intentó hacer  ver, el sujeto teilleriano, está en constante añoranza de su pasado y es posible encontrar algunas matrices especificas lo largo de toda sus obras, no obstante, hay una gran matriz que cruza todos los textos: el ansia de recuperar la vida de la infancia, que es en palabras de Rilke (a quien Teillier le atribuirá el concepto de lárico) la única patria verdadera en la cual somos desterrados. La infancia en Teillier se puede entender como la vida relacionada con el hogar, pero con las primeras experiencias.

Es por ello que adquirirá especial relevancia el diálogo intertextual con la novela El gran Meaulnes (Le Grand Meaulnes), única novela escrita por Alain-Fournier en 1913, días antes de ir al frente de batalla en la Primera Guerra mundial, puesto que dotará  al poema de su principal matriz que ha sido un leimotiv en las obras del poeta: La recuperación de un espacio rural idealizado que subyace en la memoria del que sólo quedan ruinas y recuerdos. En palabras de la misma novela será como “otro invierno, tan muerto como vivo y lleno de vida misteriosa: en febrero, por primera vez ese invierno, nevó, enterrando definitivamente nuestra novela de aventuras del pasado año, enredando todas las pistas, borrando las últimas huellas” (Fournier, cfr 14). El fragmento da cuenta de un reminiscencia de una época ausente, dónde todo era idílico a los ojos del narrador. No obstante, el paso del tiempo y de la modernización, se encargará de ir borrando lentamente todo lo que un día dio significado en su vida al narrador. Hecho que se puede parangonar con la poesía de Teillier.

El poema dialoga con la novela de Fournier para poder transmitir  sentimiento de nostalgia y añoranza de volver al espacio perdido del hablante. Sentimiento que seguramente compartió de manera similar con el autor francés, por lo cual, la dedicatoria que aparece en el principio del poema no será menor. Tanto el poeta, como el novelista, al momento de iniciar sus obras, abren recordando las vivencias que tuvieron en  su adolescencia

Estrellas rojas y blancas nacían de tus manos.
Eran en 189... en la Chapelle d'Anguillon,
eran las estrellas eternas
del cielo de la adolescencia. (Teillier, 48)

En este pasaje, el hablante del poema, como François, protagonista de la novela, empezará por evocar un hecho de la juventud. “Chapelle d'Anguillon”hace referencia a un castillo en ruinas descubierto por el autor en su infancia [1]. En la novela, hace referencia un guiño a un reinado ruinoso, o más bien a viejos dominios perdidos. No obstante, los protagonistas, en ese entonces adolescentes, ven que en éste hay juegos y bailes de máscara, en honor del matrimonio de uno de los personajes de la novela: Frantz de Calais. Sin embargo, a partir de ahí, fiesta en la cual se cuelan, Augustin Meaulnes y François Seurel, donde empezará una verdadera aventura de amor idealizado y adolescente.

 Si bien, en principio parecen ser simples juegos de niños -En la novela viejos fuegos artificiales que encontraron, que al hacer explosión en el cielo aparecen dos pares estrellas rojas y blancas- para el poeta ese recuerdo será un hecho significativo y que perdurará en su memoria por siempre, en formas de estrellas que nacen de las manos de una imagen femenina idealizada. Aquello se volverá el baluarte, en su lucha diaria contra una modernidad que desconoce sus conexiones espirituales con la tierra y las personas.

El poema continuará con el sello propio del vate, ajeno a la modernidad, evocando tradiciones de carácter familiar, incluso que atañe a toda una comunidad rural de ese entonces. Hecho que por lo demás comparte con la novela, en la cual el protagonista recordará con un dejo de melancolía lo que un día fue, tal como el hablante del poema. Todo lo que constituía la vida,  hasta entonces de ambos, esos pequeños placeres de niño, desaparecerán con el paso de los años y estarán en desuso en la vida del presente.

En la noche apagaste las lámparas
para que halláramos los caminos perdidos
que nos llevan hacia un laúd roto y trajes de otra época,
hacia una caballeriza ruinosa y un granero de fiesta
en donde se reúnen muchachas y ancianas que lo perdonan todo. (Teillier, 48)

Cuando el poeta dice “En la noche apagaste las lámparas/ para que halláramos los caminos perdidos” se pueden apreciar elementos que Teillier desarrollaría a lo largo de toda su poética “de los lares”: la recuperación o, más precisamente, la (re)creación de una “realidad secreta”, de un mundo oculto dentro de otro, de una arquetípica y mítica Edad de Oro de la humanidad, que correspondería a un orden arcaico y campesino –precapitalista-, pero asimismo, a uno de la imaginación y la infancia. Hecho que es recalcado con un lenguaje en constante pasado, es posible encontrar a lo largo del poema, y que recae en una “caballeriza ruinosa” […] “que nos llevan hacia un laúd roto y trajes de otra época.” El fragmento del poema alude a el capítulo 2 “Después de las cuatro” y capítulo 3 “Visitaba yo la tienda de un cestero” de la misma novela, que coincidirá con otra de las isotopías del poeta, que es la constante evocación del espacio rural por medio de la reminiscencia, ya sea de manera topográfica o sus costumbres. Tal como en la novela, el hablante del poema lleva al lector a un momento de dicha que recaía en un espacio específico, que era granero, sin embargo, al momento de volver al presente, la voz del poema solamente se encontrará con un espacio en ruinas, hecho que recae en un “laúd roto” y una “caballeriza ruinosa”. Pero para el hablante, la fiesta de antaño seguirá ahí en el espacio del granero, que es el punto de encuentro tanto de viejos como de jóvenes y niños que compartían un espacio en común, sin ser separados por brechas generacionales. En contraposición al actual espacio posmoderno que separa a las personas en grupos etarios. Por un lado, los jóvenes en discotecas y pub, al son monocorde de una música como el reggaeton, y por otro lado la gente vieja  “en picás”  que aún sobreviven a duras penas, con su leal sequito de amonada clientela.

Ese “in illo tempore” en la cual está situado el poeta y no logra desapegarse, tendrá más peso incluso que el presente y se valdrá de éste para evadir la realidad, a veces tan poco generosa con parte de la humanidad. Tal como en la novela, en la cual habían “Detalles olvidados, impresiones antiguas (que) nos volvían a la memoria, mientras que lentamente regresábamos a la casa, haciendo a cada paso largas paradas para intercambiar mejor nuestros recuerdos” (Fournier, 28). El poeta conferirá más sentido a ese paraíso perdido que ya no está con él, que al presente que nos brinda la posibilidad de trascender, ya sea plantando un arbolito, escribiendo un libro o dejando nuestro puñadito de huevos fermentando en el vacío. El recuerdo tendrá peso por sobre todas las cosas

Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Lo que importa no es la casa de todos los días
sino aquella oculta en un recodo de los sueños.
Lo que importa no es el carruaje
sino sus huellas descubiertas por azar en el barro.
Lo que importa no es la lluvia
sino su recuerdo tras los ventanales del pleno verano. (Teillier, 49)

Esta realidad es compartida únicamente por el hablante del poema y aquellos que un día estuvieron con él, y/o de aquellos que se den el trabajo de desentrañar sus misterios. Es por ello que  la palabra “secreto”, adquirirá relevancia y será una palabra constante en el hablante, incluso en este poema es posible percibirla dos veces, no obstante, también se pueden apreciar equivalencias semánticas en el poema como las palabras “oculto” y “desaparecido”. También se pueden encontrar en otros poemas como en “Otoño secreto”, “En la secreta casa de la noche.”  Incluso en 1965 verá la luz su poemario “Poemas secretos”.

Por ejemplo, en el poema “Otoño secreto” se encuentran el siguientes versos”y el silencio nos revela el secreto” (Teillier, 23) o “En la Secreta casa de la noche” de su poemario Poemas secretos se pueden percibir los siguientes versos ”Cuando ella y yo nos ocultamos en la secreta casa de la noche a la hora en que los pescadores furtivos reparan sus redes tras los matorrales” (Teillier). La palabra secreto funciona como una invitación al lector para descifrar su lenguaje arcano de raíces del cual el poeta se sirve para hablar con aquellos que vinieron a cantar a este mundo por algo más que un centavo pero que un día cualquiera se fueron, llorando por menos o por el mismo centavo.

El poema continúa y tal como la novela, va adquiriendo un tono elegiaco y crepuscular de la existencia de provincias, donde sus personajes están a solas con sus sueños de evasión y aventura. En los siguientes versos el hablante del poema hará referencia al epílogo de la novela,  donde ya habrán pasado varios años desde que vivieron sus aventuras cuando jóvenes. Meaulnes desaparece por un largo tiempo que no se especifica con exactitud en la obra de Fournier, y reaparecerá después de muchos años, ya hecho un hombre, con una barba larga y con ropas de cazador. El narrador de la novela da cuenta de lo sucedido y le indica que tuvo una hija con quien un día fue su amor de juventud, ya muerta (Fournier, 115).

Te encontramos en la última calle de una aldea sureña.
Eras un vagabundo de barba crecida con una niña en brazos,
era tu sombra -la sombra del desaparecido en 1914-
que se detenía a mirar a los niños jugar a los bandidos,
o perseguir gansos bajo una desganada llovizna,
o ayudar a sus madres a desvainar arvejas
mientras las nubes pasaban como una desconocida,
la única que de verdad nos hubiese amado. (Teillier, 49)

En la novela, la adolescencia, el amor soñado, las aventuras que surgen son pintados como un algo idealizado. Ese país soñado que nunca vuelve a encontrar corresponde a la niñez de la que muchas veces cuesta desprenderse, y que en muchos momentos de nuestras vidas se quiere regresar a ella. Este pasaje en particular del poema da cuenta del paso del tiempo, que todo lo deteriora donde sólo queda un país de ensueño, del que sobreviven apenas la sombra de algunas tradiciones que forjan la identidad y la razón de ser de ambos. Hecho que recae principalmente en “Eras un vagabundo de barba crecida con una niña en brazos” en la cual, se puede apreciar a un hablante (y protagonista de la novela) que desapareció un tiempo indeterminado, para volverlo a encontrar ya muy entrada en edad. La barba es símbolo de hombría y adultez, hecho que por ejemplo se pueden encontrar en La odisea, cuando Penélope nota que su hijo Telémaco es todo un hombre al ver su barba ya crecida, hecho que le significará la posibilidad de ir en búsqueda de su padre y a ella elegir al sucesor de Odiseo.

Anochece.
Y al tañido de una campana llamando a la fiesta
se rompe la dura corteza de las apariencias.
Aparecen la casa vigilada por glicinas, una muchacha
leyendo en la glorieta bajo el piar de gorriones,
el ruido de las ruedas de un barco lejano. (Teillier, 49)

En los versos anteriores se puede ver la última etapa del día, y tal como sale en el segundo verso, nuevamente, se pueden apreciar cómo la  oscuridad de la noche es debeladora de la apariencia que guarda en la memoria el poeta de su mundo perdido. Esto se puede constatar en elementos como “la glicina”, “la glorieta”, “ruedas de un barco lejano”. En el caso de la glicina, es un tipo de flor trepadora que crece y ahoga a otras plantas. Al momento de ver un muro de glicinas, se puede ver el descuido de la mano del ser humano, es decir, el abandono, la ausencia en el espacio que un día estuvo habitado. Cabe señalar también que este tipo de plantas puede deteriorar hasta el material más duro con el paso del tiempo. Por lo cual, cuando se ve un muro con abundancia de estas plantas, significa que no hay personas podándolas. En el caso de la glorieta, las glorietas fueron plazoleta, por lo común en un jardín, donde solía haber un cenador. Aquello era un punto de encuentro con la familia. El hablante nuevamente apela a la comunicación que antes había alrededor de las familias, cada vez más escasas.  Se puede apreciar nuevamente un elemento propio de una época pasada. Por último en el caso del ‘barco con ruedas’, apunta a aquellos navíos a vapor que circulaban en épocas pasadas, más específico hasta principios del siglo XX. Llama poderosamente la atención que éste se esté alejando, casi como un recuerdo. Por lo cual, en este verso se puede ver un sentimiento de nostalgia al citar estos elementos anacrónicos y reemplazados por el paso de una modernidad desbocada. Hay una conciencia de la tecnología, que se manifiesta, aunque sólo pasivamente, está presente aquí únicamente en la forma de artefactos algo añejos que ya muestran un tinte de vejez.

Otro elemento que se puede rescatar de estos versos y que ameritan un estudio aparte, es el pájaro o más bien su piar. Es posible encontrarlos en varios de sus poemas. Por ejemplo en su poema “Para hablar con los muertos” (Teillier) es posible encontrar los siguientes versos “con un regreso oscuro de pájaros” o en el poema Melusina(Teillier, 116)en la cual se pueden apreciar los siguientes versos. “Infiel como el ala de los pájaros infieles tú siempre serás mía” (116) El pájaro a mi modo de ver representar, un lenguaje transparente de la naturaleza, que ahonda el sentimiento de añoranza del hablante y su conexión con la naturaleza, enfocado principalmente en su espacio rural de la infancia.

La realidad secreta brillaba como un fruto maduro.
Empezaron a encender las luces del pueblo.
Los niños entraron a sus casas. Oímos el silbido del titiritero que te llamaba.
Tú desapareciste diciéndonos: "No hay casa, ni padres, ni amor:
                                  sólo hay compañeros de juego".
Y apagaste todas las luces
para que encendiéramos
para siempre las estrellas de la adolescencia
que nacieron de tus manos en un atardecer de mil ochocientos
noventa y tantos. (49-50)

Tal como las estrofas anteriores, el hablante da cuenta de una realidad que subyace más allá de las apariencias, y es posible percibirla cuando miramos más allá de la apariencia. Cuando se cierran los ojos para reconstruir el recuerdo y el lugar que ya no está, o mejor dicho que está en el país de nunca jamás. La oración "No hay casa, ni padres, ni amor  sólo hay compañeros de juego". Llama la atención, por el hecho de denotar un carácter del síndrome de Peter Pan, algo que denota el poco deseo de crecer del hablante. Esto se puede unir con el nombre del poemario de este poema “Poemas del País de Nunca Jamás” surgiendo así un nuevo hipotexto que es la historia de Peter Pan, personaje conocido cuya característica principal era de permanecer siempre joven a pesar de tener miles de años, seguía siendo un niño, tanto en apariencia como en su manera de ser. Finalmente, tal como el protagonista del cuento para niños y del Gran Meaulnes, el hablante del poema, se niega a aceptar una realidad presente, y prefiere cerrar sus ojos y volver a su locus amoenus, que era el paisaje de su infancia, ese paraíso perdido.

Conclusión

Leer y escribir poesía puede ser tan parecido como sumergirse en las profundidades de un océano como es la realidad en la cual estamos insertos. Si bien la tenemos frente a nuestros ojos, estamos tan inmerso en ella que no nos damos cuenta de las cosas que suceden a nuestro alrededor, o bien, aceptamos de manera naturalizada los hechos que ocurren a nuestro alrededor, sin siquiera preguntarnos por aquellos que está frente a nuestros ojos.

La obra artística, no solo literaria, sino que también pintura, cine, entre otros, permite al ser humano tomar distancia de la realidad y poder mirar con otros ojos aquellos que nos rodea y poder ver algunos síntomas de la realidad en la cual estamos sumidos como seres humanos, como por ejemplo el paso de la modernidad cada vez más descontrolada en nuestro propio continente que hace a nuestro continente adoptar valores propios de una aldea globalizada, en detrimento de nuestros propios valores locales.

Es por ello que el rescate que intenta hacer Teillier adquiere especial relevancia al tratar de mostrar nuestras tradiciones que lentamente se van perdiendo con el paso del tiempo y de la modernización. Si bien, como dice Herman Hesse en su libro Demian, que no hay peor error del ser humano que seguir llorando por la pérdida, Teillier, más que lamentarse de ello, entrega la posibilidad al lector de contemplar aquellos valores que paulatinamente hemos ido perdiendo como es la conversación en familia, el detenerse a escuchar el ruido de la naturaleza o sentarnos en el fuego primordial y contemplar el rostro del ser amado, entre otras cosas y que están más alejado de nuestro propio ser y son reemplazado por el culto del neoliberalismo como es la compra compulsiva, la competencia y el fetichismo a la mercancía entre muchos otros.

Si bien se le puede reprochar el hecho de ser monotemático en casi toda su poesía, los rasgos de su poesía servirá como espacio de resistencia y funciona como un esfuerzo por ofrecer una alternativa ética y estética en un área cada vez más asediada por el mercantilismo, el dogmatismo instrumentalizador, cuando no el mero oportunismo. Solo basta aguzar un poco el ojo para darse cuenta de ello.

En la poesía de Teillier, es posible encontrar por medio de la evocación, de un momento como la adolescencia o niñez aquello que está escondido detrás de las apariencias. De este modo, este poema y su obra en general es el rescate de nuestra tradición local, en medio de ese espacio cada vez más grisáceo y estéril que son las actuales ciudades.

No obstante, el sentimiento que tiene Teillier, como se hizo ver con este poema, también es compartido por otros escritores, como es el caso de Fournier y su única novela: El gran Meaulnes. Al igual que Teillier, Fournier, también sintió la añoranza de volver a esa patria descrita por Rilke que es la infancia, único periodo de vida en que realmente fueron felices ambos autores, donde, a juicio de éstos, las cosas eran genuinas. También de otra manera, ese estilo lárico será compartido por Efraín Barquero, quien al igual que Teillier, se valdrá de un espacio rural para recuperar viejas traiciones y hablar de aspectos tan universales como es la vida y la muerte, por medio de la cotidianidad, como forma de hacer reflexionar a las personas que cada vez están más enfocado al culto de la maquinaria y el dinero.

Si bien, dentro de la simpleza de sus evocaciones, se ha comprobado que no carece de profundidad, es más, es posible encontrar en su recuerdo “ingenuo” aspectos que cuestionan la realidad que presente y como su contemporáneo entregará guiños de carácter metafísicos y universales por medio de esa sencillez, que no es lo mismo que simpleza. Teillier se podría considerar el guardián y arqueólogo de un pasado que no está tan lejos de  nosotros como fue la niñez de cada uno de nosotros.

 

 

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Bibliografía

a)Crítica
Candia Alexis, (2007), “El paraíso perdido de Jorge Teillier”, Revista chilena de literatura, N°70. pp. 57-77
Llanos Melussa Eduardo, 2014, “Teillier o la compleja sencillez poética”, Revista Chilena de literatura, N°86.pp. 133-155.
Nómez Naín, (2006) Antología crítica de la poesía chilena, Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Ortega Parada Hernán, (2004) Jorge Teillier Arquitectura del escritor, Santiago de Chile, LOM Ediciones.
Quezada Jaime (1998), Por un tiempo de arraigo, Santiago de Chile, LOM ediciones.
Teillier Jorge (1965), “Los poetas de los lares”, Boletín de la Universidad de Chile, n°56. pp. 48-62
Teillier Jorge, (2007) Los Dominios Perdidos, Santiago de Chile, Editorial Fondo de Cultura Económica.
Traverso Ana, (2007), “Modernización y regionalismo en la poesía de Teillier”, Anales de literatura chilena, n°8.pp. 133-154.

b) Textos no literarios
http://ulic.files.wordpress.com/2007/12/gran-meaulnes-el.pdf Fecha de acceso 15 de julio
 http://www.letras.mysite.com/teillier5.htm Fecha de acceso 17 de julio.

 

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LOS DOMINIOS PERDIDOS

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A Alain-Fournier 

Estrellas rojas y blancas nacían de tus manos.
Eran en 189... en la Chapelle d'Anguillon,
eran las estrellas eternas 
del cielo de la adolescencia.
En la noche apagaste las lámparas
para que halláramos los caminos perdidos
que nos llevan hacia un laúd roto y trajes de otra época,
hacia una caballeriza ruinosa y un granero de fiesta
en donde se reúnen muchachas y ancianas que lo perdonan todo.
Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz.
Lo que importa no es la casa de todos los días
sino aquella oculta en un recodo de los sueños.
Lo que importa no es el carruaje
sino sus huellas descubiertas por azar en el barro.
Lo que importa no es la lluvia
sino su recuerdos tras los ventanales del pleno verano.
Te encontramos en la última calle de una aldea sureña.
Eras un vagabundo de barba crecida con una niña en brazos,
era tu sombra -la sombra del desaparecido en 1914-
que se detenía a mirar a los niños jugar a los bandidos,
o perseguir gansos bajo una desganada llovizna,
o ayudar a sus madres a desvainar arvejas
mientras las nubes pasaban como una desconocida,
la única que de verdad nos hubiese amado.
Anochece.
Y al tañido de una campana llamando a la fiesta
se rompe la dura corteza de las apariencias.
Aparecen la casa vigilada por glicinas, una muchacha
leyendo en la glorieta bajo el piar de gorriones,
el ruido de las ruedas de un barco lejano.
La realidad secreta brillaba como un fruto maduro.
Empezaron a encender las luces del pueblo.
Los niños entraron a sus casas. Oímos el silbido del titiritero que te llamaba.
Tú desapareciste diciéndonos: "No hay casa, ni padres, ni amor:
                                  sólo hay compañeros de juego".
Y apagaste todas las luces
para que encendiéramos
para siempre las estrellas de la adolescencia
que nacieron de tus manos en un atardecer de mil ochocientos
noventa y tantos. 

De Poemas del país de nunca jamás, 1963.
También en: Los dominios perdidos, 1992.
Versión corregida.

 

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[1] La historia está situada en Francia del siglo XIX. La historia es narrada por un narrador testigo, Seurel, quien es hijo de maestro y vive una vida apacible y tranquila. Todo cambiará con la llegada de Augustin Meaulnes a la Chapelle d'Anguillon. Meaulnes es un joven misterioso, lleno de energías y con deseos de aventura. Ambos vivirán una peculiar peripecia al perderse en el bosque y encontrar un castillo donde se celebra una misteriosa fiesta de compromiso; allí conoce a Yvonne y ambos se enamoran. Tiempo después, al oír que Yvonne se encuentra en París, Agustín se lanza en una búsqueda desesperada para encontrarla.

 

Fotografía: Julia Toro



 



 

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La recuperación del paraíso perdido y tradiciones en el poema “Los Dominios Perdidos”
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Por Adán Eduardo Toro Toledo