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Juvencio Valle o relación del guardabosque maravillado


Por Pablo García
Revista Atenea, Mayo de 1953

 

En 1929 apareció un librito de poesía titulado: "La flauta del hombre Pan". Su autor era Juvencio Valle y fue editado en Nueva Imperial, en una imprenta cuyo propietario se llamaba, si mal no recuerdo, don Apolinario Riquelme.

Don Apolinario editaba en esas mismas prensas un periódico que llevaba por nombre "El Ideal" y que, como todo lo de esa zona sureña, tenía sus pintorescas particularidades.

Así, por ejemplo, acogía con amplia generosidad las inquietudes literarias de esos muchachos románticos que escribían versos a una hermosa puesta de sol, a la luna y al amor eterno.

Casi siempre en vísperas eleccionarias los imperialinos se trenzaban en terribles controversias, pero las más de las veces aparecían en "El Ideal" versos y relatos poemáticos donde abundaban la melancolía y los puntos suspensivos.

Hacían un paréntesis los consabidos avisos de remates, los partes judiciales, los anuncios de pompas fúnebres y defunciones, en fin, toda esa curiosa floración de avisos que les permiten ir viviendo a estos clásicos periódicos pueblerinos.

La tercera parte y acaso la más importante, estaba constituída por una especie de correo sentimental, en cuyas columnas se publicaban avisos que eran verdaderas declaraciones de amor.

Era inmenso el éxito del periódico y confieso que esperábamos con verdadera ansiedad al suplementero que los días sábados voceaba por las calles del pueblecito la edición de "El Ideal".

Yo recuerdo que se armó una inmensa trifulca a raíz de haberse publicado un aviso algo fuera de lo común, el cual escapó a la estricta censura del bueno de don Apolinario, motivo por el cual hubo de suspenderse tan agradable sección, con gran desconsuelo para nosotros, los muchachos de entonces.

Yo no sé si Juvencio Valle empezó a publicar sus primeros versos en ese periódico, pero fue allí donde trabé conocimiento con su poesía. Escribió también en "El Ideal" el poeta Aldo Torres Púa y creo que yo mismo dejé en sus páginas algún pecadillo literario.


IMPERIAL EN MI RECUERDO

Los pueblos del sur de Chile son verdaderas islas en medio de un océano vegetal. La lluvia golpea monótona e incansable, pero el hombre se acostumbra a ella y adapta su vida al ritmo de las estaciones. Parece que la verdura y el invierno exuberante originaran en los individuos cierta predisposición a la tristeza y crearan un modo dramático de ver la vida.

Yo recuerdo esos interminables días de lluvia, en los cuales parecía que una serpiente de angustia se anudaba a mi garganta. Y en el verano, esos extraños crepúsculos que todo lo llenaban de una irreal atmósfera de ensueño. Aunque ahora yo me pregunto si todo eso no era sino el fruto de una imaginación que, por caminar en el ánimo de un adolescente, estuviera particularmente predispuesta a esta clase de sensaciones.

En las tardes un tren de pasajeros parecía gritar su pitazo desde las mismas entrañas de la tierra y el sonido se perdía de abismo en abismo, se hundía en la algodonosa atmósfera crepuscular y terminaba por perderse, Dios sabe dónde, exacerbando nuestra angustia con su gemir lejano.

Cuantas cosas han quedado atrás. Llegan a nuestra memoria, embellecidos por la distancia, los gratos recuerdos del ayer. Horas de felicidad, ingenuas aventuras moceriles, alegre suavidad de los paisajes y, sobre todo, esa grácil melancolía que cubría nuestra alma con su pátina de poética ensoñación.

¡Escribo verdaderamente emocionado estas cuartillas y es que la poesía de Juvencio Valle está ligada a los mejores recuerdos de mi adolescencia. Tengo aquí, sobre mi mesa de trabajo, el ejemplar de "La flauta del hombre Pan", el primer libro que el poeta entregara a la publicidad. En la tapa, escrito con la desigual letra de un estudiante de escuela primaria, está mi nombre y el del pueblo donde yo vivía: Nueva Imperial.


LOS POETAS DEL AÑO VEINTE

Pero olvidemos un momento estos recuerdos y sigamos caminando con la poesía de Juvencio Valle.

Cada generación trae una nueva manera de expresar sus inquietudes. No escapan a ellas los poetas. Y hay en la poesía del año veinte un afán de renovación que deliberado o no, dejó profunda huella en la poesía americana.

Dijérase que junto a los anhelos de renovación social, nació en los espíritus el deseo de buscar otros caminos para el arte en sus diversas manifestaciones. Y es que a cada período de renovaciones sociales va paralelo uno de renovación artística. Tal ocurrió en el año veinte y lo mismo posteriormente en el año 1938.

Cuando aparece "La flauta del hombre pan", algo había ya avanzado esa generación. Desde luego Pablo Neruda había recorrido una tercera parte de su camino. La que va de "La canción de la fiesta" a "Anillos". Otros poetas como Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle, Juan Marín, Enrique Délano, Salvador Reyes, Jacobo Danke, Alberto Rojas Jiménez, entregaron en sus producciones un nuevo ritmo, una nueva voz, una nueva orientación estética.

Los caminos ya tradicionales de la poesía son en parte superados y en parte abandonados para buscar otros senderos que permitieran ir hacia el hombre y descubrirlo en su plenitud.

Es en esa atmósfera de renovación, en ese expectante clima de aventuras y descubrimientos, donde Juvencio Valle entrega su primer mensaje de poesía.


PAN Y SU FLAUTA

Si algunos poetas ponen como piedra angular de su inspiración el mar, los paisajes urbanos, las experiencias místicas o las introspectivas observaciones del ser, el estro de Juvencio Valle se sustenta en un medio paradisíaco, faunesco, diríamos casi mitológico. Es el poeta del bosque, de los vergeles exuberantes, de los prados donde Cloris la griega, retoza amorosamente a la espera de Céfiro, su rendido amante.

Ya en "La flauta del hombre pan" encontramos algunas características de lo que será su poesía posterior. Desde luego hay una ausencia de anécdota. Aquí no se relatan historias que tienen principio y fin. La poesía es descriptiva, pero está dotada de esa pureza que sólo se encuentra en el arroyo que cantando serpea entre la verdura o es semejante al manantial que se derrame, fresco y cristalino, allá al pie de la suave ladera.

Porque si algo llama la atención en esta poesía, es su pureza. Diríamos que el espíritu del paraíso está en ella quintaesenciado y que tras laboriosas destilaciones, el poeta lo entrega en sus versos. Pero este paraíso es un paraíso sin serpiente y sólo desde lejos, allá al fondo de la espesura, se oye silbar la víbora y se adivina su arrastrarse lento y cauteloso.

Hay aquí un delicado lirismo el que, sin embargo, no se despliega en toda su magnitud a causa de que el poeta se ve todavía aprisionado en los moldes del ritmo tradicional. Los medios expresivos de la generación anterior pesan lo suficiente para sujetarlo sutilmente e impedirle un mayor vuelo lírico. Pareciera como si el poeta no hubiera iniciado su madurez formal y no hubiese buscado una manera de expresión que equilibrara verdaderamente la visión que tiene de las cosas, con lo que él dice de ellas mismas. Y esto es más extraño si consideramos que los poetas de la generación del 20 son en su mayoría renovadores y crearon su propia manera de expresión poética.

Siempre encontraremos en Juvencio Valle esa despreocupación por lo externo de su poesía y es que, la verdad, no hay nada en el medio que le rodea que pueda impeler al poeta a buscar formas perfectas. Todo es allí informe, ilimitado, de engañosa apariencia. Si hay simetría en la flora, ésta es absorbida por el conjunto, pues aquí no cuenta lo individual y sólo se vive en función del paisaje colectivo.

Por eso jamás encontraremos en este poeta la confidencia, el desgarrar los velos de su intimidad. Juvencio Valle es el cateador de corrientes subterráneas, es el que atentamente ausculta el suave deslizarse de la savia, es el que ha convertido su oreja en un fonendoscopio ultrasensible y va registrando en su poesía, verso a verso, el fruto de sus observaciones. Es el doctor en la ciencia del bosque y el crujir de la hojarasca o el ondear de una rama o una leve brisa que no se sabe de donde viene, son sintonías suficientes para permitirle diagnosticar la huida de una doncella, la torpe invasión que extraños hacen al bosque o el suspiro de la bella princesa escondida siete estados bajo tierra. Es el naturalista que con su paciencia terminará por descubrir la maravillosa flor de la felicidad o la bellota de oro. Es el aprendiz de electricista que se sabe de memoria la instalación de las redes de alarma y que puede distinguir toda una suerte de señales y llamados, desde el picotear leve que es el saludo que envía la campánula al lirio silvestre hasta ese timbrazo áfono, que vibra en el aire y es señal de peligro en sumo grado.


EL MANCEBO DEL VERDE OCÉANO

El "Tratado del Bosque" es la segunda cosecha del poeta. Lo que en el primer libro se insinúa aquí aparece ya claramente dibujado. Con mano segura va resumiendo sus experiencias de tal manera que en esta obra, tal vez más que en ninguna otra, sentimos el encanto del bosque, la misteriosa canción del follaje, la tranquila historia de la floresta.

De nuevo nos encontramos con esa pureza que no sólo dice relación con la forma sino que toca asimismo la temática en lo que se refiere al aspecto vegetal de esta poesía. El bosque, el follaje, lo botánico, la constriñe de tal manera que todas sus características son las de aquéllos. Hay desde luego una ausencia de perspectivas. No encontramos un solo verso en el que se habla del paisaje lejano. No hay la menor alusión a una puesta de sol, a una noche de luna, a una tarde de lluvia, al bello crepúsculo que muere imperceptiblemente mientras el poeta y su amada hacen de mudos testigos de su agonía. No interesa el otoño ni la llegada del invierno ni el retorno del verano ni la sequía ni las cosechas ni el embrujo de sus trillas ni el granizo. El poeta vive en lo inmediato y a lo sumo le preocupa eso que está más próximo, lo que se entrevé de una huida, el verde escarpín de algún misterioso habitante del bosque. Y otro tanto podríamos decir de los colores, pues el poeta visualiza formas mas no colores, describe circunstancias de magia, pero no encontramos en ellas una relación minuciosa que individualice y determine rasgos propios de cada personaje.

Todas estas características dan la idea de que el poeta y el escenario de sus correrías se han convertido en un voluntario paréntesis con respecto al mundo que los rodea. El poeta es una especie de hijo del bosque, un Mowli de la selva virgen y habita en una Canaán donde fluye leche y miel. Vive en un paraíso antes del primer pecado. Aquí no habita el lobo perverso ni el chacal traicionero ni la hiena maligna ni el león ni la pantera ni el elefante y el cervatillo temeroso no llena de estruendo el bosque con sus imprevistas carreras. Tampoco el corderillo bala indefenso y confiado. En otras palabras, es este un bosque sin zoología.


EL SILABARIO DEL BOSQUE

Tales características en el contenido más otros detalles expresivos, son el anticipo de la obra siguiente del poeta. En efecto, el "Libro I de Margarita" es el breviario del bosque, es el catecismo que debemos estudiar necesariamente si de veras anhelamos tener derecho a la comunión del bosque, si en verdad deseamos convertirnos en cofrades de esa sociedad secreta de los hermanos verdes.

Es este el libro de la creación y gracias a él logramos descifrar todo ese mundo subterráneo que vive, palpita y se sustenta en el subsuelo de la selva. Descubrimos aquí una tierra de maravilla, descrita a base de intuiciones, de fragmentos que corresponden a otros tantos estados lúcidos gracias a los cuales el poeta ha conseguido interiorizarse en los extraños mecanismos de ese mundo desconocido.

Paso a paso vamos entendiendo muchas cosas que para nosotros permanecían indescifrables y en este silabario del bosque hemos ido deletreando las primeras sílabas de un idioma extraño, hemos desarrollado de tal manera nuestro oído que ahora puede captar diestramente hasta el más fino tono, hasta el más imperceptible murmullo, hasta el más leve ondular de la brisa.


REGRESO DEL PAÍS DE MARAVILLAS

Después del "Libro I de Margarita", la poesía de Juvencio Valle entra a una zona abstracta. Y es que difícilmente el poeta podrá olvidar la desconcertante experiencia que ha vivido a través de sus páginas en esa exploración de maravillas.

Si en "El Tratado del Bosque" había anticipos del "Libro I", en "Nimbo de Piedra" todavía parece palpitar el espíritu del poeta en éxtasis descriptivo. Esa prosa poemática, sin trabas externas, parece estar más de acuerdo con su naturaleza y por medio de ella es que consigue llegar a una mejor identificación con la sustancia del ambiente que busca interpretar.

La poesía se ha tornado más densa y si bien es cierto no ha perdido esa humildad, ese tono sencillo que da la tónica del "Tratado del Bosque", el poeta, aún sin quererlo, puede ahora recurrir a nuevos recursos, le es posible entregar su mensaje con una mayor fuerza expresiva, con una mayor densidad lírica. Hay en estos versos una construcción diamantina, burilada y si antes su poesía fue rocío, agua clara, ahora se transforma en diamante puro, en piedra preciosa.

El poeta ha retornado de las entrañas de la tierra y trajo consigo no sólo una transcripción de maravillas sino que también aprendió allí el secreto de esa misteriosa alquimia que permite transformar las sustancias sencillas en complicadas obras de joyería. Porque evidentemente en el seno de la tierra se operan transformaciones, trastrueques y milagros de los cuales sólo tenemos noticias a través de lo que nuestros miserables sentidos perciben o por medio de los poetas, seres que son capaces de penetrar el profundo sentido de las cosas.

Hay en "Nimbo de Piedra" un como alejamiento súbito de la selva, es un estar en ella pero sólo mentalmente, sin un contacto directo y sus temas parecen ser más bien de añoranza. Es un retorno a la heredad, es un volver a la cabaña para inventariar lo destruido y para asegurarse de siquiera el buen deseo de reconstruirlo todo, de levantar las estacas del cercado, de afirmar las vigas, de limpiar de malezas el huerto, de arreglar el brocal del pozo.

Ay, todo fue abandonado, nadie se preocupó de la hacienda ya en mengua y mientras -el amo describía maravillas, todo se volvió montaraz, perdió su eficacia, se convirtió en ruinas. Buena cuenta de ello da "Número de consumación" —"Mi bodega sin vuelta, mi molino perdido, mi paloma de suave ceniza en la montaña"—. Extraviado Robinson, busca tu martillo ¿dónde olvidaste el serrucho? ¿qué es de la fiel escofina? ¿dónde quedó el escoplo? ¿qué de la azada? Has extraviado tu razón, has perdido los mejores años de tu vida en exploraciones que a nada conducen.

Entonces este hijo descarnado vuelve al redil y empieza a rehacer su casa. Pero hay una voz que de lejos lo llama. Es un silbo suave, es una señal que entre los humanos nadie entiende, excepto el poeta.

Por los finos alambres del bosque corre el saludo que el mundo subterráneo envía al ausente. Pero es necesario olvidarlo todo, es preciso no responder al llamado y entonces el poeta ruega: "No me dejes caer en tentación, Margarita. Apártame de tus dedos, sabios como alfileres, del caballo más dulce, apártame; tú que puedes. Líbrame de los viajes de miel al otro mundo. Levanta, Margarita, tu varilla de gracia y defiéndeme del avance de la tenaz culebra".

Y para tapar esa voz de la ausencia, el poeta vuelve sus ojos hacia otros cielos, hacia el encanto de otras realidades y sabiamente su estro va contando nuevas maravillas. Mas no sólo es eso y este fauno que se extravió del bosque, que busca olvidar sus vegetales huidas, cambia de ruta y decide dejar los bosques por la sólida agricultura. He aquí una transformación pintoresca. Essaú arrepentido, decide cultivar él mismo sus lentejas. Basta de andanzas solitarias. Adiós indagatorias excursiones en medio de la floresta.

Se adivina aquí una mano femenina que, tierna, amorosamente, va delineando una nueva vida. La casa, el huerto, las faenas menores propias de la agricultura, las épocas propicias para incrementar la hacienda, todo parece ser indicado ahora y el poeta procura obedecer tan tiernas directivas. Entra al mundo de las responsabilidades y por primera vez afina su arpa eólica para elevar un canto de amor. Este "Canto de amor", de "Nimbo de Piedra" es uno de los más curiosos que hemos conocido: "Te toco humanamente —dice— y en tí toco litorales hasta hoy desconocidos. Te evoco junto a mí y son tus hilos tendiendo vallas a mi desgobierno". Hace después una invitación lírica a participar de los esponsales y en seguida insinúa el deseo de llevar una vida dedicada a la agricultura. —"Venid amiga mía a arar la tierra, demos lustre a la vieja agricultura. Adoremos al buey, hagamos patria". Mas no nos llame a engaño tanta formal promesa de industriosa perseverancia. El poeta ha ocultado otras voces, ha ordenado huir a otros sentimientos, mas es inútil. "Pero, a veces, que trémula es mi harina, que ojeras me circundan de repente o que ausente de mí mismo me descubro cuando espero, perdido y dolorido, el azúcar conyugal que hay en tu lengua, la rosa sideral que hay en tu pelo".

El mar, el desierto, el cielo, la selva, son serpientes que fascinan. Su silbar suave repercute en nuestro corazón; su llamado embruja y desfallece nuestro ánimo.

Inútilmente la esteva esperará tu mano. En vano las llanuras romperán sus entrañas fecundas. Será inútil que el ancho surco te invite a empezar la siembra. Piafará tu cabalgadura, mas tú no querrás ir a las ondulantes sementeras. El pozal esperará en vano y allá en el huerto las malezas crecerán sin que nadie las detenga. Inútil la impaciencia del cilantro, vana la suavidad del cebollino y el dulce beso de la esposa, qué sin sabor y qué estériles los cuidados conyugales.

Despreocupado agricultor, fauno triste, arrepentido explorador de maravillas, la oscura serpiente silba en tu oído y un verde escarpín ha hollado la hojarasca.


SIEMPRE LA VIDA

Pero la vida sigue su curso y el poeta, por más que desee volver a sus antiguas correrías, siente que el sendero del bosque no será hollado por sus sandalias y que definitivamente deberá torcer su ruta en busca de otro destino.

Sin embargo, si bien la realidad puede privarnos de realizar nuestros anhelos, somos libres de hacerlos vivir en nuestra sangre. Podemos crear nuestra propia realidad, podemos vivir nuestra propia vida, podemos, si nos place engañar nuestro inexorable destino.

Es así como el poeta procura revivir todo su pasado mas no en función de algo que pudo ser sino por medio de la observación de lo ya sido. Porque "El hijo del guardabosque" es un libro de añoranza, es el describir una conducta, es el entregar un secreto de una actitud ante la naturaleza,
Y si en el "Libro I de Margarita" el poeta nos acerca al misterio de la selva, en "El hijo del guardabosques" procura sintetizar para nosotros la conducta que ha de observar quien en ella se interna.

Los versos en su contextura formal parecen adquirir un tono más humano y hay en ellos como una suave pátina de melancolía. El poeta vuelve con los ojos del espíritu a sus antiguas aventuras y si tal vez nada o muy poco le queda por hablar del bosque, muchos secretos puede confiarnos acerca de su experiencia como explorador de maravillas. "El hijo del guardabosques" son las memorias de quien como ninguno supo palpar el misterio de la selva, su escondida verdad, su oscura república.


"VIVO EN PERENNE AUSENCIA"

Habíamos observado que la poesía de Juvencio Valle era en cierto modo impersonal y muy recatada en cuanto a confesar las intimidades del poeta. A esto debemos agregar la ausencia de tristeza. No encontramos en esta poesía ese romanticismo melancólico que se conmueve ante una puesta de sol y que procura expresar fielmente los más diversos estados de ánimo. Esta ausencia de tristeza, este romanticismo sano, faunesco, esta exultante vitalidad frente a la naturaleza, caracteriza la poesía de Juvencio Valle como de un romanticismo bastante singular. Al respecto el poeta hace algunas confidencias. "Si mis raíces lloran —dice—, con afinadas manos enciendo la guitarra", y agrega: "Y ya en trance de cantar, no agrio el ceño, de mi limo escondido no extraigo la desgracia ni remuevo en su fondo los funerales ramos".

Ahora bien, ¿de dónde nace este pudor? ;a qué se debe ese afán de ocultar sus estados de ánimo? No es que deliberadamente rehuya descubrir su intimidad. Lo que ocurre es que no ha llegado todavía a ese estado de gracia necesario para esta clase de aventuras y aún ahora, cuando al fin ha llegado el momento de hablar de sí mismo, lo hace contemplándose en el pasado, viendo en el ayer lo que él era. "Y yo mismo me contemplo a pie desnudo, rondando por la selva", dice en uno de sus versos.

Porque es el poeta que vive fuera de sí mismo en "perenne ausencia" y que sólo encuentra agrado en describir lo que tiene ante sus ojos, pasado o presente y para el cual, en apariencia o deliberadamente, el propio ser carece de importancia en cuanto objeto de observación.

Es el zagal sencillo y puro que despreocupado, silbando, se iba de colina en colina, "huyendo de poblados, de iglesias, de cuarteles, de correos, retenes, de intendencias, como un bandolero temeroso y hermoso".


"Y HOY ESTOY DE REGRESO..."

Pero el poeta retorna a todas estas manifestaciones de la vida civil y aunque se muestra desorientado y perplejo, ha de cumplir su destino. "Retorno como la oveja descarriada". Pero esta canción del arrepentimiento está empañada por la desventura. Es como el pecador que, abrumado por sus culpas, busca el perdón de Dios, pero que junto al arrepentimiento, encuentra también en su alma las deliciosas voces de una pecaminosa añoranza.

"Veo mi oscura arcilla y sé que ella florece solamente en contacto vivo con la tierra". Pájaro ciego, desorientado ruiseñor del bosque, el poeta es ahora un extraviado habitante de las ciudades, es el involuntario suicida que se entrega en brazos de su destino.

"Cantando fui y heme aquí como hoy vuelvo sin mi laurel soñado: herido y viejo. Y hoy estoy de regreso saturado de noche, perdido en el vacío, sin la cosecha heroica que soñé hacer al alba". Zagal sencillo, adolescente puro, ¿dónde está tu zurrón? ¿dónde tu claro verso? ¿dónde tu despreocupada sonrisa?

La vida sigue su curso. Inexorablemente los años van arrugando en nuestro ánimo las más bellas ilusiones de juventud. Y qué difícil es conservarnos tan siquiera indiferente ante los duros golpes del destino.

Hay en esta confesión del poeta el doloroso reconocimiento de una derrota. Y tanto más pesa en nuestro ánimo, cuanto más seguros estábamos de no encontrarnos con semejante confidencia.

Es como si junto a los años que se van, llegara de golpe la decepción por los bellos ensueños que se desvanecieron con nuestra juventud. "Hoy vuelvo sin mi laurel soñado: herido y viejo". Y por primera vez este poeta de la euforia dionisíaca, no "enciende la guitarra" sino que cabizbajo se mira hacia dentro y confiesa: "tengo melancolía, la belleza me duele".

Es que a veces de golpe, terriblemente, la desventura hunde su cruel -espada en nuestra sangre.

De la vida hemos aprendido algunas lecciones y acaso la más sabia de todas sea la de mantener a cualquier precio nuestra serenidad. Y esta actitud no hemos de confundirla con la resignación, porque mientras la una da sustento a la esperanza, la otra destruye las más puras fuentes de nuestro desarrollo espiritual.

Porque si es frágil la vida del hombre, si nada es eterno, tampoco lo son ni la felicidad ni el dolor. Pues así como llegan los tiempos funestos, así se van y la efímera canción de la alegría, se va también con la fugaz primavera.

Y al llegar al último verso de esta poesía, hemos sentido en nuestro ánimo un doloroso abatimiento. Acaso en la más íntima zona de nuestro espíritu, haya quedado esa ceniza oscura del desconsuelo. Porque sabemos que todo pasa y que el ayer, con su floración de maravillas, sólo vive en nosotros a través de la bruma equívoca del ensueño.

 

 

 

 

Leer en Memoria Chilena: La flauta del hombre pan (1929) (archivo pdf. 3.7 MB)

Nimbo de piedra (1941) Archivo pdf. 4.1 MB)

El hijo del guardabosque (1951) (archivo pdf. 4.1 MB)

Del monte en la ladera. (1960) (archivo pdf. 11.7 MB)

 
 

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Juvencio Valle o relación del guardabosque maravillado.
Por Pablo García.
Fuente: Revista Atenea, mayo de 1953.