Juvencio
Valle o relación del guardabosque maravillado
Por Pablo García
Revista Atenea, Mayo de 1953
En 1929 apareció un librito de poesía titulado: "La
flauta del hombre Pan". Su autor era Juvencio Valle
y fue editado en Nueva Imperial, en una imprenta cuyo propietario
se llamaba, si mal no recuerdo, don Apolinario Riquelme.
Don Apolinario editaba en esas mismas prensas un periódico
que llevaba por nombre "El Ideal" y que, como todo lo de
esa zona sureña, tenía sus pintorescas particularidades.
Así, por ejemplo, acogía con amplia generosidad las
inquietudes literarias de
esos muchachos románticos que escribían versos a una
hermosa puesta de sol, a la luna y al amor eterno.
Casi siempre en vísperas eleccionarias los imperialinos se
trenzaban en terribles controversias, pero las más de las veces
aparecían en "El Ideal" versos y relatos poemáticos
donde abundaban la melancolía y los puntos suspensivos.
Hacían un paréntesis los consabidos avisos de remates,
los partes judiciales, los anuncios de pompas fúnebres y defunciones,
en fin, toda esa curiosa floración de avisos que les permiten
ir viviendo a estos clásicos periódicos pueblerinos.
La tercera parte y acaso la más importante, estaba constituída
por una especie de correo sentimental, en cuyas columnas se publicaban
avisos que eran verdaderas declaraciones de amor.
Era inmenso el éxito del periódico y confieso que esperábamos
con verdadera ansiedad al suplementero que los días sábados
voceaba por las calles del pueblecito la edición de "El
Ideal".
Yo recuerdo que se armó una inmensa trifulca a raíz
de haberse publicado un aviso algo fuera de lo común, el cual
escapó a la estricta censura del bueno de don Apolinario, motivo
por el cual hubo de suspenderse tan agradable sección, con
gran desconsuelo para nosotros, los muchachos de entonces.
Yo no sé si Juvencio Valle empezó a publicar sus primeros
versos en ese periódico, pero fue allí donde trabé
conocimiento con su poesía. Escribió también
en "El Ideal" el poeta Aldo Torres Púa y creo que
yo mismo dejé en sus páginas algún pecadillo
literario.
IMPERIAL EN MI RECUERDO
Los pueblos del sur de Chile son verdaderas islas en medio de un
océano vegetal. La lluvia golpea monótona e incansable,
pero el hombre se acostumbra a ella y adapta su vida al ritmo de las
estaciones. Parece que la verdura y el invierno exuberante originaran
en los individuos cierta predisposición a la tristeza y crearan
un modo dramático de ver la vida.
Yo recuerdo esos interminables días de lluvia, en los cuales
parecía que una serpiente de angustia se anudaba a mi garganta.
Y en el verano, esos extraños crepúsculos que todo lo
llenaban de una irreal atmósfera de ensueño. Aunque
ahora yo me pregunto si todo eso no era sino el fruto de una imaginación
que, por caminar en el ánimo de un adolescente, estuviera particularmente
predispuesta a esta clase de sensaciones.
En las tardes un tren de pasajeros parecía gritar su pitazo
desde las mismas entrañas de la tierra y el sonido se perdía
de abismo en abismo, se hundía en la algodonosa atmósfera
crepuscular y terminaba por perderse, Dios sabe dónde, exacerbando
nuestra angustia con su gemir lejano.
Cuantas cosas han quedado atrás. Llegan a nuestra memoria,
embellecidos por la distancia, los gratos recuerdos del ayer. Horas
de felicidad, ingenuas aventuras moceriles, alegre suavidad de los
paisajes y, sobre todo, esa grácil melancolía que cubría
nuestra alma con su pátina de poética ensoñación.
¡Escribo verdaderamente emocionado estas cuartillas y es que
la poesía de Juvencio Valle está ligada a los mejores
recuerdos de mi adolescencia. Tengo aquí, sobre mi mesa de
trabajo, el ejemplar de "La flauta del hombre Pan",
el primer libro que el poeta entregara a la publicidad. En la tapa,
escrito con la desigual letra de un estudiante de escuela primaria,
está mi nombre y el del pueblo donde yo vivía: Nueva
Imperial.
LOS POETAS DEL AÑO VEINTE
Pero olvidemos un momento estos recuerdos y sigamos caminando con
la poesía de Juvencio Valle.
Cada generación trae una nueva manera de expresar sus inquietudes.
No escapan a ellas los poetas. Y hay en la poesía del año
veinte un afán de renovación que deliberado o no, dejó
profunda huella en la poesía americana.
Dijérase que junto a los anhelos de renovación social,
nació en los espíritus el deseo de buscar otros caminos
para el arte en sus diversas manifestaciones. Y es que a cada período
de renovaciones sociales va paralelo uno de renovación artística.
Tal ocurrió en el año veinte y lo mismo posteriormente
en el año 1938.
Cuando aparece "La flauta del hombre pan", algo había
ya avanzado esa generación. Desde luego Pablo Neruda había
recorrido una tercera parte de su camino. La que va de "La
canción de la fiesta" a "Anillos".
Otros poetas como Humberto Díaz Casanueva, Rosamel del Valle,
Juan Marín, Enrique Délano, Salvador Reyes, Jacobo Danke,
Alberto Rojas Jiménez, entregaron en sus producciones un nuevo
ritmo, una nueva voz, una nueva orientación estética.
Los caminos ya tradicionales de la poesía son en parte superados
y en parte abandonados para buscar otros senderos que permitieran
ir hacia el hombre y descubrirlo en su plenitud.
Es en esa atmósfera de renovación, en ese expectante
clima de aventuras y descubrimientos, donde Juvencio Valle entrega
su primer mensaje de poesía.
PAN Y SU FLAUTA
Si algunos poetas ponen como piedra angular de su inspiración
el mar, los paisajes urbanos, las experiencias místicas o las
introspectivas observaciones del ser, el estro de Juvencio Valle se
sustenta en un medio paradisíaco, faunesco, diríamos
casi mitológico. Es el poeta del bosque, de los vergeles exuberantes,
de los prados donde Cloris la griega, retoza amorosamente a la espera
de Céfiro, su rendido amante.
Ya en "La flauta del hombre pan" encontramos algunas
características de lo que será su poesía posterior.
Desde luego hay una ausencia de anécdota. Aquí no se
relatan historias que tienen principio y fin. La poesía es
descriptiva, pero está dotada de esa pureza que sólo
se encuentra en el arroyo que cantando serpea entre la verdura o es
semejante al manantial que se derrame, fresco y cristalino, allá
al pie de la suave ladera.
Porque si algo llama la atención en esta poesía, es
su pureza. Diríamos que el espíritu del paraíso
está en ella quintaesenciado y que tras laboriosas destilaciones,
el poeta lo entrega en sus versos. Pero este paraíso es un
paraíso sin serpiente y sólo desde lejos, allá
al fondo de la espesura, se oye silbar la víbora y se adivina
su arrastrarse lento y cauteloso.
Hay aquí un delicado lirismo el que, sin embargo, no se despliega
en toda su magnitud a causa de que el poeta se ve todavía aprisionado
en los moldes del ritmo tradicional. Los medios expresivos de la generación
anterior pesan lo suficiente para sujetarlo sutilmente e impedirle
un mayor vuelo lírico. Pareciera como si el poeta no hubiera
iniciado su madurez formal y no hubiese buscado una manera de expresión
que equilibrara verdaderamente la visión que tiene de las cosas,
con lo que él dice de ellas mismas. Y esto es más extraño
si consideramos que los poetas de la generación del 20 son
en su mayoría renovadores y crearon su propia manera de expresión
poética.
Siempre encontraremos en Juvencio Valle esa despreocupación
por lo externo de su poesía y es que, la verdad, no hay nada
en el medio que le rodea que pueda impeler al poeta a buscar formas
perfectas. Todo es allí informe, ilimitado, de engañosa
apariencia. Si hay simetría en la flora, ésta es absorbida
por el conjunto, pues aquí no cuenta lo individual y sólo
se vive en función del paisaje colectivo.
Por eso jamás encontraremos en este poeta la confidencia, el
desgarrar los velos de su intimidad. Juvencio Valle es el cateador
de corrientes subterráneas, es el que atentamente ausculta
el suave deslizarse de la savia, es el que ha convertido su oreja
en un fonendoscopio ultrasensible y va registrando en su poesía,
verso a verso, el fruto de sus observaciones. Es el doctor en la ciencia
del bosque y el crujir de la hojarasca o el ondear de una rama o una
leve brisa que no se sabe de donde viene, son sintonías suficientes
para permitirle diagnosticar la huida de una doncella, la torpe invasión
que extraños hacen al bosque o el suspiro de la bella princesa
escondida siete estados bajo tierra. Es el naturalista que con su
paciencia terminará por descubrir la maravillosa flor de la
felicidad o la bellota de oro. Es el aprendiz de electricista que
se sabe de memoria la instalación de las redes de alarma y
que puede distinguir toda una suerte de señales y llamados,
desde el picotear leve que es el saludo que envía la campánula
al lirio silvestre hasta ese timbrazo áfono, que vibra en el
aire y es señal de peligro en sumo grado.
EL MANCEBO DEL VERDE OCÉANO
El "Tratado del Bosque" es la segunda cosecha del
poeta. Lo que en el primer libro se insinúa aquí aparece
ya claramente dibujado. Con mano segura va resumiendo sus experiencias
de tal manera que en esta obra, tal vez más que en ninguna
otra, sentimos el encanto del bosque, la misteriosa canción
del follaje, la tranquila historia de la floresta.
De nuevo nos encontramos con esa pureza que no sólo dice relación
con la forma sino que toca asimismo la temática en lo que se
refiere al aspecto vegetal de esta poesía. El bosque, el follaje,
lo botánico, la constriñe de tal manera que todas sus
características son las de aquéllos. Hay desde luego
una ausencia de perspectivas. No encontramos un solo verso en el que
se habla del paisaje lejano. No hay la menor alusión a una
puesta de sol, a una noche de luna, a una tarde de lluvia, al bello
crepúsculo que muere imperceptiblemente mientras el poeta y
su amada hacen de mudos testigos de su agonía. No interesa
el otoño ni la llegada del invierno ni el retorno del verano
ni la sequía ni las cosechas ni el embrujo de sus trillas ni
el granizo. El poeta vive en lo inmediato y a lo sumo le preocupa
eso que está más próximo, lo que se entrevé
de una huida, el verde escarpín de algún misterioso
habitante del bosque. Y otro tanto podríamos decir de los colores,
pues el poeta visualiza formas mas no colores, describe circunstancias
de magia, pero no encontramos en ellas una relación minuciosa
que individualice y determine rasgos propios de cada personaje.
Todas estas características dan la idea de que el poeta y el
escenario de sus correrías se han convertido en un voluntario
paréntesis con respecto al mundo que los rodea. El poeta es
una especie de hijo del bosque, un Mowli de la selva virgen y habita
en una Canaán donde fluye leche y miel. Vive en un paraíso
antes del primer pecado. Aquí no habita el lobo perverso ni
el chacal traicionero ni la hiena maligna ni el león ni la
pantera ni el elefante y el cervatillo temeroso no llena de estruendo
el bosque con sus imprevistas carreras. Tampoco el corderillo bala
indefenso y confiado. En otras palabras, es este un bosque sin zoología.
EL SILABARIO DEL BOSQUE
Tales características en el contenido más otros detalles
expresivos, son el anticipo de la obra siguiente del poeta. En efecto,
el "Libro I de Margarita" es el breviario del bosque,
es el catecismo que debemos estudiar necesariamente si de veras anhelamos
tener derecho a la comunión del bosque, si en verdad deseamos
convertirnos en cofrades de esa sociedad secreta de los hermanos verdes.
Es este el libro de la creación y gracias a él logramos
descifrar todo ese mundo subterráneo que vive, palpita y se
sustenta en el subsuelo de la selva. Descubrimos aquí una tierra
de maravilla, descrita a base de intuiciones, de fragmentos que corresponden
a otros tantos estados lúcidos gracias a los cuales el poeta
ha conseguido interiorizarse en los extraños mecanismos de
ese mundo desconocido.
Paso a paso vamos entendiendo muchas cosas que para nosotros permanecían
indescifrables y en este silabario del bosque hemos ido deletreando
las primeras sílabas de un idioma extraño, hemos desarrollado
de tal manera nuestro oído que ahora puede captar diestramente
hasta el más fino tono, hasta el más imperceptible murmullo,
hasta el más leve ondular de la brisa.
REGRESO DEL PAÍS DE MARAVILLAS
Después del "Libro I de Margarita", la poesía
de Juvencio Valle entra a una zona abstracta. Y es que difícilmente
el poeta podrá olvidar la desconcertante experiencia que ha
vivido a través de sus páginas en esa exploración
de maravillas.
Si en "El Tratado del Bosque" había anticipos
del "Libro I", en "Nimbo de Piedra"
todavía parece palpitar el espíritu del poeta en éxtasis
descriptivo. Esa prosa poemática, sin trabas externas, parece
estar más de acuerdo con su naturaleza y por medio de ella
es que consigue llegar a una mejor identificación con la sustancia
del ambiente que busca interpretar.
La poesía se ha tornado más densa y si bien es cierto
no ha perdido esa humildad, ese tono sencillo que da la tónica
del "Tratado del Bosque", el poeta, aún sin
quererlo, puede ahora recurrir a nuevos recursos, le es posible entregar
su mensaje con una mayor fuerza expresiva, con una mayor densidad
lírica. Hay en estos versos una construcción diamantina,
burilada y si antes su poesía fue rocío, agua clara,
ahora se transforma en diamante puro, en piedra preciosa.
El poeta ha retornado de las entrañas de la tierra y trajo
consigo no sólo una transcripción de maravillas sino
que también aprendió allí el secreto de esa misteriosa
alquimia que permite transformar las sustancias sencillas en complicadas
obras de joyería. Porque evidentemente en el seno de la tierra
se operan transformaciones, trastrueques y milagros de los cuales
sólo tenemos noticias a través de lo que nuestros miserables
sentidos perciben o por medio de los poetas, seres que son capaces
de penetrar el profundo sentido de las cosas.
Hay en "Nimbo de Piedra" un como alejamiento súbito
de la selva, es un estar en ella pero sólo mentalmente, sin
un contacto directo y sus temas parecen ser más bien de añoranza.
Es un retorno a la heredad, es un volver a la cabaña para inventariar
lo destruido y para asegurarse de siquiera el buen deseo de reconstruirlo
todo, de levantar las estacas del cercado, de afirmar las vigas, de
limpiar de malezas el huerto, de arreglar el brocal del pozo.
Ay, todo fue abandonado, nadie se preocupó de la hacienda ya
en mengua y mientras -el amo describía maravillas, todo se
volvió montaraz, perdió su eficacia, se convirtió
en ruinas. Buena cuenta de ello da "Número de consumación"
—"Mi bodega sin vuelta, mi molino perdido, mi paloma de suave
ceniza en la montaña"—. Extraviado Robinson, busca tu
martillo ¿dónde olvidaste el serrucho? ¿qué
es de la fiel escofina? ¿dónde quedó el escoplo?
¿qué de la azada? Has extraviado tu razón, has
perdido los mejores años de tu vida en exploraciones que a
nada conducen.
Entonces este hijo descarnado vuelve al redil y empieza a rehacer
su casa. Pero hay una voz que de lejos lo llama. Es un silbo suave,
es una señal que entre los humanos nadie entiende, excepto
el poeta.
Por los finos alambres del bosque corre el saludo que el mundo subterráneo
envía al ausente. Pero es necesario olvidarlo todo, es preciso
no responder al llamado y entonces el poeta ruega: "No me dejes
caer en tentación, Margarita. Apártame de tus dedos,
sabios como alfileres, del caballo más dulce, apártame;
tú que puedes. Líbrame de los viajes de miel al otro
mundo. Levanta, Margarita, tu varilla de gracia y defiéndeme
del avance de la tenaz culebra".
Y para tapar esa voz de la ausencia, el poeta vuelve sus ojos hacia
otros cielos, hacia el encanto de otras realidades y sabiamente su
estro va contando nuevas maravillas. Mas no sólo es eso y este
fauno que se extravió del bosque, que busca olvidar sus vegetales
huidas, cambia de ruta y decide dejar los bosques por la sólida
agricultura. He aquí una transformación pintoresca.
Essaú arrepentido, decide cultivar él mismo sus lentejas.
Basta de andanzas solitarias. Adiós indagatorias excursiones
en medio de la floresta.
Se adivina aquí una mano femenina que, tierna, amorosamente,
va delineando una nueva vida. La casa, el huerto, las faenas menores
propias de la agricultura, las épocas propicias para incrementar
la hacienda, todo parece ser indicado ahora y el poeta procura obedecer
tan tiernas directivas. Entra al mundo de las responsabilidades y
por primera vez afina su arpa eólica para elevar un canto de
amor. Este "Canto de amor", de "Nimbo de Piedra"
es uno de los más curiosos que hemos conocido: "Te toco
humanamente —dice— y en tí toco litorales hasta hoy desconocidos.
Te evoco junto a mí y son tus hilos tendiendo vallas a mi desgobierno".
Hace después una invitación lírica a participar
de los esponsales y en seguida insinúa el deseo de llevar una
vida dedicada a la agricultura. —"Venid amiga mía a arar
la tierra, demos lustre a la vieja agricultura. Adoremos al buey,
hagamos patria". Mas no nos llame a engaño tanta formal
promesa de industriosa perseverancia. El poeta ha ocultado otras voces,
ha ordenado huir a otros sentimientos, mas es inútil. "Pero,
a veces, que trémula es mi harina, que ojeras me circundan
de repente o que ausente de mí mismo me descubro cuando espero,
perdido y dolorido, el azúcar conyugal que hay en tu lengua,
la rosa sideral que hay en tu pelo".
El mar, el desierto, el cielo, la selva, son serpientes que fascinan.
Su silbar suave repercute en nuestro corazón; su llamado embruja
y desfallece nuestro ánimo.
Inútilmente la esteva esperará tu mano. En vano las
llanuras romperán sus entrañas fecundas. Será
inútil que el ancho surco te invite a empezar la siembra. Piafará
tu cabalgadura, mas tú no querrás ir a las ondulantes
sementeras. El pozal esperará en vano y allá en el huerto
las malezas crecerán sin que nadie las detenga. Inútil
la impaciencia del cilantro, vana la suavidad del cebollino y el dulce
beso de la esposa, qué sin sabor y qué estériles
los cuidados conyugales.
Despreocupado agricultor, fauno triste, arrepentido explorador de
maravillas, la oscura serpiente silba en tu oído y un verde
escarpín ha hollado la hojarasca.
SIEMPRE LA VIDA
Pero la vida sigue su curso y el poeta, por más que desee
volver a sus antiguas correrías, siente que el sendero del
bosque no será hollado por sus sandalias y que definitivamente
deberá torcer su ruta en busca de otro destino.
Sin embargo, si bien la realidad puede privarnos de realizar nuestros
anhelos, somos libres de hacerlos vivir en nuestra sangre. Podemos
crear nuestra propia realidad, podemos vivir nuestra propia vida,
podemos, si nos place engañar nuestro inexorable destino.
Es así como el poeta procura revivir todo su pasado mas no
en función de algo que pudo ser sino por medio de la observación
de lo ya sido. Porque "El hijo del guardabosque"
es un libro de añoranza, es el describir una conducta, es el
entregar un secreto de una actitud ante la naturaleza,
Y si en el "Libro I de Margarita" el poeta nos acerca
al misterio de la selva, en "El hijo del guardabosques"
procura sintetizar para nosotros la conducta que ha de observar quien
en ella se interna.
Los versos en su contextura formal parecen adquirir un tono más
humano y hay en ellos como una suave pátina de melancolía.
El poeta vuelve con los ojos del espíritu a sus antiguas aventuras
y si tal vez nada o muy poco le queda por hablar del bosque, muchos
secretos puede confiarnos acerca de su experiencia como explorador
de maravillas. "El hijo del guardabosques" son las
memorias de quien como ninguno supo palpar el misterio de la selva,
su escondida verdad, su oscura república.
"VIVO EN PERENNE AUSENCIA"
Habíamos observado que la poesía de Juvencio Valle
era en cierto modo impersonal y muy recatada en cuanto a confesar
las intimidades del poeta. A esto debemos agregar la ausencia de tristeza.
No encontramos en esta poesía ese romanticismo melancólico
que se conmueve ante una puesta de sol y que procura expresar fielmente
los más diversos estados de ánimo. Esta ausencia de
tristeza, este romanticismo sano, faunesco, esta exultante vitalidad
frente a la naturaleza, caracteriza la poesía de Juvencio Valle
como de un romanticismo bastante singular. Al respecto el poeta hace
algunas confidencias. "Si mis raíces lloran —dice—, con
afinadas manos enciendo la guitarra", y agrega: "Y ya en
trance de cantar, no agrio el ceño, de mi limo escondido no
extraigo la desgracia ni remuevo en su fondo los funerales ramos".
Ahora bien, ¿de dónde nace este pudor? ;a qué
se debe ese afán de ocultar sus estados de ánimo? No
es que deliberadamente rehuya descubrir su intimidad. Lo que ocurre
es que no ha llegado todavía a ese estado de gracia necesario
para esta clase de aventuras y aún ahora, cuando al fin ha
llegado el momento de hablar de sí mismo, lo hace contemplándose
en el pasado, viendo en el ayer lo que él era. "Y yo mismo
me contemplo a pie desnudo, rondando por la selva", dice en uno
de sus versos.
Porque es el poeta que vive fuera de sí mismo en "perenne
ausencia" y que sólo encuentra agrado en describir lo
que tiene ante sus ojos, pasado o presente y para el cual, en apariencia
o deliberadamente, el propio ser carece de importancia en cuanto objeto
de observación.
Es el zagal sencillo y puro que despreocupado, silbando, se iba de
colina en colina, "huyendo de poblados, de iglesias, de cuarteles,
de correos, retenes, de intendencias, como un bandolero temeroso y
hermoso".
"Y HOY ESTOY DE REGRESO..."
Pero el poeta retorna a todas estas manifestaciones de la vida civil
y aunque se muestra desorientado y perplejo, ha de cumplir su destino.
"Retorno como la oveja descarriada". Pero esta canción
del arrepentimiento está empañada por la desventura.
Es como el pecador que, abrumado por sus culpas, busca el perdón
de Dios, pero que junto al arrepentimiento, encuentra también
en su alma las deliciosas voces de una pecaminosa añoranza.
"Veo mi oscura arcilla y sé que ella florece solamente
en contacto vivo con la tierra". Pájaro ciego, desorientado
ruiseñor del bosque, el poeta es ahora un extraviado habitante
de las ciudades, es el involuntario suicida que se entrega en brazos
de su destino.
"Cantando fui y heme aquí como hoy vuelvo sin mi laurel
soñado: herido y viejo. Y hoy estoy de regreso saturado de
noche, perdido en el vacío, sin la cosecha heroica que soñé
hacer al alba". Zagal sencillo, adolescente puro, ¿dónde
está tu zurrón? ¿dónde tu claro verso?
¿dónde tu despreocupada sonrisa?
La vida sigue su curso. Inexorablemente los años van arrugando
en nuestro ánimo las más bellas ilusiones de juventud.
Y qué difícil es conservarnos tan siquiera indiferente
ante los duros golpes del destino.
Hay en esta confesión del poeta el doloroso reconocimiento
de una derrota. Y tanto más pesa en nuestro ánimo, cuanto
más seguros estábamos de no encontrarnos con semejante
confidencia.
Es como si junto a los años que se van, llegara de golpe la
decepción por los bellos ensueños que se desvanecieron
con nuestra juventud. "Hoy vuelvo sin mi laurel soñado:
herido y viejo". Y por primera vez este poeta de la euforia dionisíaca,
no "enciende la guitarra" sino que cabizbajo se mira hacia
dentro y confiesa: "tengo melancolía, la belleza me duele".
Es que a veces de golpe, terriblemente, la desventura hunde su cruel
-espada en nuestra sangre.
De la vida hemos aprendido algunas lecciones y acaso la más
sabia de todas sea la de mantener a cualquier precio nuestra serenidad.
Y esta actitud no hemos de confundirla con la resignación,
porque mientras la una da sustento a la esperanza, la otra destruye
las más puras fuentes de nuestro desarrollo espiritual.
Porque si es frágil la vida del hombre, si nada es eterno,
tampoco lo son ni la felicidad ni el dolor. Pues así como llegan
los tiempos funestos, así se van y la efímera canción
de la alegría, se va también con la fugaz primavera.
Y al llegar al último verso de esta poesía, hemos sentido
en nuestro ánimo un doloroso abatimiento. Acaso en la más
íntima zona de nuestro espíritu, haya quedado esa ceniza
oscura del desconsuelo. Porque sabemos que todo pasa y que el ayer,
con su floración de maravillas, sólo vive en nosotros
a través de la bruma equívoca del ensueño.
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Nimbo
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El
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Del
monte en la ladera. (1960) (archivo pdf. 11.7 MB)