Conversando
con Juvencio, el hombre pan
Por Jorge Teillier
En "Ultramar", Santiago. N°5,
junio de 1960.
En la Biblioteca Nacional, redactando oficios o atendiendo a veces
pedidos de libros y periódicos hechos por estudiantes, desocupados
o vagabundos que ya en otoño se allegan a las salas calefaccionadas,
se puede encontrar al poeta Juvencio Valle, quien para esas
funciones adopta su nombre civil: Gilberto Concha Riffo. Llegamos
a conversar con él, con motivo de su cumpleaños literario:
30 años recientemente celebrados por el Sindicato de Escritores
con una gran manifestación. La cronología, y esto viene
bien para un poeta, no es muy exacta. Pues el primer libro de Juvencio
Valle apareció en 1929, hace 31 años. Y su labor literaria
empezó muchos años antes. "Sucede que parece que
resulta más bonito celebrar los 30 años en 1960",
nos
dice Juvencio.
No es este el único misterio cronológico en torno al
poeta. Su rostro inmutable, a través de los años (apellinado,
como dicen sus coterráneos del sur) resiste cualquier cálculo
referente a edad. Nadie, por lo demás, la conoce exactamente.
En algunos textos aparece nacido en 1900, en otros, en 1905, en algunos
en 1907. Rubén Azocar nos dijo alguna vez que esta última
fecha se debe a un error de imprenta en su Antología de
poesía chilena, copiado, luego, por otros antologistas.
"La verdad, es que Juvencio nació a fines del siglo pasado,
en 1899", aclara Rubén Azocar.
Anticipándose a los homenajes santiaguinos, en 1958 la Municipalidad
de Nueva Imperial, en una gran fiesta, lo proclamó "Hijo
Ilustre de la Ciudad", pese a que Juvencio no nació en
Imperial, sino en una aldea vecina: Villa Almagro. Allí su
padre era dueño de un pequeño molino de madera, y como
un personaje de novela de Knut Hamsun, el niño creció
entre el ruido de las chancadoras y el polvillo suave de la harina,
que tantas veces aparecerá después en sus versos. Ya
por esos años inicia su enlace con la poesía.
-"Aprendía con facilidad, sin que nadie me lo exigiera,
todos los poemas de los libros de lectura, y me complacía en
recitarlos a solas. Más tarde, cuando estudiaba en el Liceo
de Temuco, en donde fui compañero de Neftalí Reyes -que
aún no se transformaba en Pablo Neruda-, sufrí un verdadero
deslumbramiento cuando en las páginas de la Crestomatía
Española empecé a leer a Garcilaso, Fray Luis de León,
Góngora, Quevedo, Lope de Vega. Conocí también
por ese tiempo a un poeta en persona, se llamaba Orlando Masson, y
andaba por las calles vestido de poeta: todo de negro, con sombrero
alón y un clavel rojo en el ojal. Lo admiré mucho, hasta
que leí su libro Flores de Arauco".
-"Empecé a escribir mis primeros versos -que tenía
vergüenza de mostrar- y sobre todo a leer mucho, favorecido por
la lluvia de la Frontera que lo hace a uno encerrarse en casa la mayor
parte del tiempo. Compraba todos los libros que podía, desdeñando
mis demás necesidades. Formé una buena biblioteca, que
perdí en uno de esos incendios que han sufrido todos los sureños
que vivieron en casas de madera".
En esa época aparecía en Nueva Imperial el pediódico
El Ideal, de propiedad de don Apolinario Riquelme, hombre aficionado
a las letras. En sus páginas, junto a los avisos de los almacenes
con nombres como "La Herradura" o "El Arado",
los anuncios de mercedes de agua o manifestaciones mineras, arriendos
de trilladoras, propaganda de películas como Flirteos y
azahares con Edna Murphy y Johnnie Walker, empiezan a figurar
hacia 1927 poemas de Juvencio Valle ("Flores de lino deshojadas
/ en la amplitud de mis caminos / son estos días que yo arrojo
/ como los granos de mi trigo"), de Rosalindo Anean, de Aladino
Elgueta. Todos ellos eran los nombres políticos que adoptaba
el joven Gilberto Concha. Asimismo aparecen poemas de Isaura Valledor
"chiquilla movediza y cantarína como el agua... liberada
de toda cadena prejuiciosa, culta y sincera" en cuya compañía
Juvencio Valle anuncia la publicación de un libro. Juvencio,
ya dueño de una página en el periódico, escribe
sobre los jóvenes autores que triunfan en la capital, y se
cartea con ellos. Son Marta Brunet, Ángel Cruchaga, Manuel
Rojas. El hada madrina de los poetas, que siempre ha sido pródiga
con Juvencio, hizo que apareciera su primer libro.
-"El dueño del periódico quiso pagar de algún
modo mis colaboraciones, y decidió regalarme la edición
de un libro. Fue La flauta del Hombre Pan, compuesto a mano
en la imprenta El ideal, con una tirada de 150 ejemplares".
La obra tuvo buena acogida en los medios literarios. Gustaba su frescor,
la suave musicalidad, la novedad del sentido de la naturaleza. "Visión
de árbol frutal. A mi destino / le ofrece miel y le prodiga
aromas. / Yo, liquen de amor, trepo hacia arriba / loco en el ansia
de morder su poma".
Salvador Reyes presenta al poeta en Letras, la mejor revista
literaria de la época, con estas palabras: "Panteísta,
con esa gota de romántico sin la cual no vive un poeta: estudioso,
en el camino de una sólida cultura, Juvencio Valle está
llamado a destacarse pronto dentro de nuestras letras".
El Molinero (como lo llamaba Neruda) debía ir a la capital.
Parte en el tren "curado", en tercera, entre canastos con
gallinas y vendedores de pescado.
"En Santiago me hice amigo de los poetas jóvenes de ese
tiempo. Tomás Lago, Julio Barrenechea que era socialista y
líder estudiantil, Astolfo Tapia quien acababa de publicar
sus Poemas de la osamenta, Augusto Santelices, Samuel Letelier
Maturana. Vivíamos al día, compartiéndolo todo.
Yo solía recibir algo de dinero de mi casa, y lo gastábamos
en una noche. Alternaba mi estada en Santiago con residencias en Imperial
y Temuco. Allí, en casa de otro poeta de la época, Armando
Benavente, conocí a Alberto Rojas Giménez, quien llegó,
como de costumbre, sólo con lo puesto. Benavente nos organizó
una gira de conferencias por los pueblos de la Frontera: Collipulli,
Victoria, Vilcún, en donde era boticario un joven llamado Daniel
Belmar".
"En 1932, Nascimento editó mi Tratado del bosque,
en una edición de 250 ejemplares. Recuerdo que Alone le dedicó
a este libro un comentario un poco al pasar, y que Neruda (a quien
yo no había vuelto a ver desde la infancia) le replicó
publicando una carta abierta en La Nación, tratándolo
de frivolo e inepto al no saber considerar en su justa medida un libro
tan valioso. Eso me estimuló mucho. En 1937 publiqué
un libro de prosa poética, Libro primero de Margarita.
Después, me fui a España".
"Llegué a Barcelona de noche, había apagón
y bombardeo. Confieso que empecé a arrepentirme del viaje.
Empezaba la insurrección franquista. Pasé a Madrid en
donde viví en la casa de la Alianza de Intelectuales. Allí
residía también Rafael Alberti. Era una gran época
de esplendor poético. Conocí a García Lorca,
Altolaguirre, Cernuda, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, quien
todo el tiempo de la guerra civil lo pasó recostado en un diván,
pese a su apariencia de salud rebosante. Fui amigo de Miguel Hernández,
quien repentinamente había surgido como el más fulgurante
de los poetas. Tenía veintiocho años, vestía
como campesino; traje de pana y gruesos zapatones que crujían
como pasto. Hablaba a borbotones, llevaba la cabeza rapada al cero,
su rostro era tostado al sol... Todo iba a terminar trágicamente
con el triunfo franquista. Yo mismo, por sospechoso, tuve que residir
tres meses en la cárcel de Porlier, situada al frente de la
Prisión Celular en donde empezó a sufrir su terrible
calvario Miguel Hernández, a quien mataron llevándolo
de cárcel en cárcel. Después, como corresponde
a un hombre de línea, fui expulsado de España".
Desde entonces, la vida de Juvencio ha sido plácida como sus
versos. "Quitado de bullas", como él mismo se define,
se ha dedicado tranquilamente a escribir poemas. Los poetas y escritores
de todos los sectores lo admiran y lo estiman. Nunca se ha negado
a escribir un prólogo, a dar alguna charla en la capital o
en provincias, a patrocinar recitales de poetas jóvenes. Ha
sido varias veces presidente del Sindicato de Escritores. No se ha
apresurado mucho en publicar. En 1941, laureado en el concurso que
organizó la Municipalidad de Santiago con motivo del Cuarto
Centenario, aparece Nimbo de piedra. Diez años más
tarde, confirma su prestigio con El hijo del guardabosque,
editado por Nascimento.
"Ahora tengo listo para las prensas un nuevo libro: Del monte
en la ladera, llamado así en homenaje a Fray Luis. Losada
ha ofrecido publicarme, pero como no confío en el correo, tendría
que ir con los originales a Argentina. Entretanto, lo he sometido
a la consideración de una editorial chilena. No he podido escribir
mucho, como ocurre con casi todos los poetas, porque sólo me
quedan unas pocas horas libres después del trabajo".
"Me gustaría dirigirme a algún joven que como yo
hace treinta años esté empezando a escribir en algún
pueblo de provincia. Yo recomiendo que se tome a la poesía
como la tarea fundamental y más seria de la vida. Las demás
tareas son accesorias, necesarias sólo para mantenerse. Escribir
sólo por mandato interior, sin afán de figurar o hacerse
"autobombo". También se debe tener sentido de la
amistad, del compañerismo que es necesario entre los poetas.
Y como tarea indispensable, leer a los clásicos del idioma:
Garcilaso, Góngora, Quevedo, porque de ellos se aprende lo
fundamental: el uso del lenguaje".
Juvencio nos ha hablado largamente no haciéndole honor al apodo
de Juvencio Silencio, que le dio Miguel Hernández.
Ya empiezan a retirarse de la Biblioteca los estudiantes, los desocupados,
los vagabundos soñolientos que terminan de leer todos los diarios
atrasados al calor de las estufas de la Sala Chilena. En la oscuridad,
el rostro de Juvencio es el mismo de hace treinta años, cuando
era el molinero y llegaba a Santiago con su Flauta del hombre pan
bajo el brazo. "No hay que olvidarlo nunca, la poesía
es la tarea fundamental en la vida", repite. Luego, se retira
el poeta y pasa -transformado en el funcionario Gilberto Concha- a
redactar un último oficio, mientras afuera una noche brumosa,
como las de Villa Almagro de hace más de treinta años,
espera a Juvencio Valle.