Por Angel
Vivas
MADRID.- A
Kafka, uno de los escritores más influyentes del siglo XX, tenemos que
acostumbrarnos a verle de otro modo. Ni su novela más conocida era una
novela, ni se titulaba La metamorfosis, ni el conjunto de su
obra tiene el carácter que tenía. El Kafka del siglo XXI tendrá un
rostro diferente. Los clásicos lo son porque son redescubiertos por
cada generación.
El culpable de los malentendidos que hay con
Kafka es, por supuesto, Max Brod, su amigo y albacea, y primer
responsable de que se siga hablando del escritor de Praga. Los
responsables del lavado de cara a que se le está sometiendo son los
autores de la edición crítica y canónica de sus obras completas (que
en España está editando Círculo de Lectores), entre ellos Reiner
Stach, crítico y filólogo alemán, experto en Kafka - que prepara una
monumental biografía en tres volúmenes-, que ayer pronunció una
conferencia en el Círculo sobre Nuevas lecturas de Franz Kafka.
El problema de Max
Brod es el mismo de algunos orteguianos en España, haberse tomado
demasiado a pecho el papel de guardián de la herencia del difunto. En
palabras de Reiner Stach, «Max Brod frenó la evolución de la obra de
Kafka en lo que a edición e interpretación se refiere. Tuvo una
intervención importante y gran mérito en la difusión de esa obra, pero
no entendió que, llegado cierto momento, tenía que desvincularse de
ella».
Las principales
novedades de este Kafka del siglo XXI son la casi indisoluble relación
entre sus escritos íntimos (diarios, cartas y otras anotaciones) y su
obra narrativa, que a veces se mezclan, incluso en la misma página. Y
es que para Kafka su mundo de sueños era algo muy concreto y presente,
como lo demuestra una anécdota que ayer contó Reiner Stach. Cuando
alguien le elogió La metamorfosis, él respondió diciendo que,
efectivamente, había sido algo horrible. Como si hubiera ocurrido de
verdad.
Como consecuencia
de esa peculiar forma de escribir, en las antípodas del ordenado
Thomas Mann, toda la obra de Kafka tiene un marcado carácter
fragmentario, inacabado, como si de un presocrático se tratara. Eso
fue lo que quiso corregir, seguro que con la mejor intención, Max
Brod, dando un carácter cerrado a lo que no lo tenía. Seguramente,
piensa Reiner Stach, porque le pareció el mejor modo de dar a conocer
a un escritor casi desconocido. «Una biografía actual tiene que
ensalzar ese carácter fragmentario, y explicarlo. Lo que ha dejado
Kafka es como un gran paisaje de ruinas o escombros. Pero cuando se
entiende su forma de creación, tenemos una mejor comprensión de
Kafka».
Lo que no cambiará
en la nueva percepción del escritor checo es lo que, para Stach,
significa lo kafkiano, «la contradicción entre la sencillez del
lenguaje y lo que narra, que es como una pesadilla incomprensible». De
todo eso habló ayer el crítico alemán.