Quizá sea Valparaíso la ciudad a la cual se le han
escrito más canciones y poemas en el mundo. Lo que no deja
de ser un orgullo para sus habitantes, que, sin ir más lejos,
no se cansan de entonar dos notables
poemas musicalizados como lo son "La joya del pacífico",
popularizada por el cantante Lucho Barrios y "Valparaíso",
vals escrito en los años sesenta por Osvaldo "Gitano"
Rodríguez y que prácticamente se ha convertido en
el himno oficial de este puerto: "Yo no he sabido nunca de su
historia,/ un día nací allí sencillamente...,"
(...) "Pero ese puerto amarra como el hambre,/ no se puede vivir
sin conocerlo,/ no se puede dejar sin que nos falten/ la brea, el
viento sur, los volantines", dice en parte del poema.
La profunda relación entre Valparaíso y los poetas es
ancestral y mucho tiene que ver en esto su azarosa arquitectura y
su condición de haber llegado a ser, en un momento del siglo
XX, el puerto más importante del Pacífico. Su auge atrajo
a cientos de inmigrantes de los cinco continentes, sobre todo ingleses
y yugoslavos, los que dejaron su sello en muchas de las construcciones
ubicadas en los diferentes barrios de la ciudad. En este puerto las
casas parecen haber sido desparramadas al azar sobre sus cerros, y
con la mirada siempre atenta hacia todos los puntos cardinales. El
sentimiento de cada persona -y su condición social- se expresa
en cada construcción, levantada por sus habitantes con los
materiales más diversos: madera, calaminas, cemento, subterráneos
y alturas extraídas del viento. Bares señoriales y pecaminosos;
almacenes y mercados fueron creciendo junto a sectores financieros
y barrios residenciales, hermanados por la sensibilidad de las pasiones
nocturnas de sus habitantes. Esto, más las calles inverosímiles
que nacen desde las raíces o desde el cielo indistinta y sorpresivamente,
fue poblando la palabra poética de quienes nacieron allí
o de los que adoptaron a Valparaíso como su patria, entre ellos
docenas de poetas. Algunos reconocidos en el ámbito internacional.
Otros, cubiertos por un injusto manto de olvido, como es el caso de
Carlos Barella, que en su poema "Cuadros del Puerto",
escribió: "Una maritornes pasa,/ un marinero la mira,/
otro más audaz la abraza/ y un gringo pobre suspira./ Suspira
y para apartar/ la amargura que lo aqueja/ se pone a mirar el mar/
y enciende su pipa vieja.". Carlos Pezoa Véliz,
uno de nuestros más connotados vates tampoco se olvidó
de este puerto y en sus versos, cargados de ironía, nos dejó
parte de su historia, tomada de noticias de prensa de la época
y escenas cotidianas de las que fue testigo: "Vida del puerto,
vida de esfuerzo,/ vida que es digna de prosa y verso." (...)
"Por las mañanas sale El Chileno:/ crimen, asalto, picnic
ameno/ por una ficha... ¡Gran sensación!/" (...)
"Los jornaleros de rostros pardos/ bajan y suben enormes fardos/
desde la popa de algún lanchón,/ y si por algo para
la grúa/ se despanzurran una caldúa/ o un salchichón.".
Los recovecos y miles de escaleras con destinos infinitos, sumados
a callejones encabritados y vagabundos quizá sólo posibles
en un sueño, han cautivado la palabra de generaciones de poetas.
Los ascensores, moradores irremplazables del puerto, y siempre prendidos
al ala de alguna gaviota, han sido cómplices de más
de un verso de amor furtivo. También de algún presagio
de muerte como lo cantara el Gitano Rodríguez desde el exilio:
"Un día te levantarás y no amanecerá"
(...) "Oirás a la distancia un ruido de ascensores,/ los
aplausos de un teatro/ y la palabra adiós se quedará/
pegada a tu memoria como una cosa muerta".
Durante la primera mitad del siglo XX, la bohemia porteña estuvo
agitada por importantes representantes de nuestra poesía y
arte como fueron Guillermo Quiñonez, Camilo Mori,
Manuel Astica Fuentes, Chela Lira, Jacobo Danke,
Kiko Ross, Germán Baltra y Pedro Plonka,
entre otros. Salvador Reyes, afamado poeta y narrador antofagastino,
tampoco pudo evitar la seducción de este puerto y escribió:
"La noche se abre ahora/ de un golpe seco en las tabernas y en
los bailes de marineros./ Ahora beben su licor, fuman tabaco/ los
pescadores de las grandes ballenas antárticas,/ los gringos
del malecón, los capitanes de altura/ y el hombre de los ojos
oblicuos/ a quien llamas el Soñador de Shangai./ Así
muchacha, es la noche del Sur, prolongada,/ como la noche de los amantes
extenuados.". Por su parte, el poeta Pablo Neruda fijó
una de sus residencias en Valparaíso, a la que llamó
"La Sebastiana", casa ubicada en el Pasaje Collados del
Cerro Florida, desde donde se puede tener una visión panorámica
privilegiada. Neruda, durante la persecución de que fue objeto
por el presidente González Videla, declaró su amor al
puerto en los siguientes versos: "Eres en mí como la luna
o como/ la dirección del aire en la arboleda." (...) "Te
declaro mi amor, Valparaíso,/ y volveré a vivir tu encrucijada,/
cuando tú y yo seamos libres/ de nuevo, tú en tu trono/
de mar y viento, yo en mis húmedas/ tierras filosofales...".
Destacados narradores y cronistas, también han dejado su testimonio
sobre los ires y venires de "Pancho", como le llaman con
cariño sus habitantes en la intimidad. Son cientos las crónicas
que nos hablan, por ejemplo, acerca de la melodiosa cuadra de Cochrane,
entre la Plaza Aduana y Márquez, o de la calle Clave, de El
Pajonal y El Almendral, de la iglesia La Matriz, del legendario Roland
Bar de calle Bustamante, donde en su libro-bitácora poetas
y pintores dejaban sus versos y dibujos fatigados por el alcohol.
Joaquín Edwards Bello, agudo observador del puerto,
nos dejó sus testimonios de los cuales aquí se reproducen
algunas escenas: "Por la subida Carampangue pasa la loca María.
En toda ciudad hay una loca de la calle. En Madrid era Madame Pimentón.
La loca María vuelca los tarros de las basuras, saca unas castañuelas
y se pone a bailar" (...) "Este es el ascensor del Cerro
Cañas. Al lado, en línea paralela, la escalera de la
muerte. Una mujer gruesa sube jadeando con un lío de ropa en
la cabeza" (...) "Los almacenes de Valparaíso tienen
un olor especial a café, achicoria, chancaca y frutas secas.
Nací en estos olores, ruidos y colores. Las librerías
tienen un carácter especial. Y los letreros el suyo" (...)
"Hay partes gringas, partes alemanas, partes españolas
e italianas" (...) "En la parte de La Cajilla las mujeres
nocturnas llamaban a los marinos diciendo Luquía, Comalón,
esto es, look here, come along. Lo mismo pasaba en Hong Kong, donde
existe una calle llamada Cumalón".
Toda clase de artistas fue poblando Valparaíso durante el siglo
pasado. Y a pesar de que ya no es el gran puerto comercial del Pacífico
y la pobreza lo ha golpeado constantemente los últimos años,
no deja jamás de mantener aquel embrujo que lo tiene a un paso
de ser declarado Patrimonio de la Humanidad, pues lo humano que contiene
este puerto es eterno, como lo es su condición de puerto de
poetas. Sobre el amor, uno de los poemas-canción más
bellos lo escribió Patricio Manns:"Fue tan verdad
el tiempo de sus manos, Valparaíso,/y tan susurro su voz,/
tan precario el abrigo de su vientre,/ Valparaíso,/ tan corta
su sed, tan severo su pan,/ tan incierto su olor,/ tan impotentes
sus anclas al zarpar,/ Valparaíso./ Ella habitó los
mapas de mi pecho,/ Valparaíso,/ cruel de estatura y de sol./
Ella ungió su misterio a mi memoria,/ Valparaíso,/ y
yo dudo acá, privado de ser,/ náufrago de anclar,/ mientras
su enigma se agota/ sobre el/ mar, Valparaíso./ Guarda su infancia,
desvelo mágico/ y su distancia, delirio trágico,/ Valparaíso
celestino.".
Valparaíso parece naufragar y desprenderse desde los cerros
hacia el mar, pero siempre vuelve con su coraje de viejo guerrero,
como el sentimiento de Pablo de Rokha, quien escribiera quizá
los versos más intensos, sociales y humanos sobre el puerto
en su poema "Oceanía de Valparaíso", del que
entregamos algunos fragmentos: "Valparaíso, camina por
los barrios y las bodegas/ tuteándose, de hombre a hombre,/
con los trabajadores portuarios/ o los nortinos licoreados que 'andan
en tomas', y/ las ropas tendidas son banderas o 'claveles del aire'/
en los cordeles del proletariado/ creador de hogares" (...) "el
héroe total expone su pellejo/ a los asesinos, y el siniestro
mercader/ mugriento especula con la comida, cuando en/ 'Los Siete
Espejos', arrecia la tormenta de bofetadas/ arrecia la tormenta de
señoritas/ someramente prostitutas, arrecia la tormenta de
las puñaladas" (...) "No buses corren, buques por
las vías públicas/ de tu oceanografía: 'el callejón
de los Pimientos' o la 'Subida de la Calaguala', que es la canilla
de la/ puñalada y el cuero del viejo poeta Zoilo Escobar bracea
nadando adolescencia abajo..." (...)"Todos los caminos de
todos los destinos/ de la tierra van a dar al mar, Valparaíso".
El puerto tampoco ha dejado indiferente a las nuevas generaciones,
que aunque no conocieron su máximo esplendor, han aportado
con su palabra para poetizar esta ciudad del viento. Nos dice la poeta
Catalina Lafertt, con tierna ironía: "Por cierto
que no soy la penélope/ pues la Plaza Echaurren/ es una residencia
muy distinta./ Mas en fin, te extraño/ igual que cualquier
enamorada". Los años de la tiranía militar son
rescatados por el poeta José Ángel Cuevas en
su peculiar estilo: "La única verdadera hazaña
sería/ recorrer todos los cerros después del/ Toque
de queda/ heroicamente con una botella de vino/ bajo el brazo/ El
más grande acto posible y secreto. Y cantar el Vals que "Plaza
de la Victoria es un centro social/ y que Av. Pedro Montt, para mí
no hay otra igual"/ etc, etc". (...) "Valparaíso
da vueltas por mi cabeza/ como un árbol, un cielo al revés/
escucho las sirenas de los barcos que llegan/ mientras bebo y llueve
en mí/ pura eternidad/ recostado en la casa más increíble/
del mundo/ Faltaría que la cordillera nevada estuviera aquí/
de pie/ al fin de Playa Ancha.".
Juan Cameron lo deja y lo regresa en sus versos: "Aquí
abordábamos los trenes para salir del puerto/ Entonces estos
rieles seguían la ribera/ disciplinadamente juntos/ & yo
engominado era un buque de guerra/ reflejado en los vidrios".
Javier Campos lo sitúa más allá de los
astros: "Hace muchos siglos conocí a una mujer de luz/
En los cerros desiertos de un planeta llamado Valparaíso/ Bailó
conmigo una música sensual/ Sobre el mar cubierto de estrellas/
En casas alegres llenas de victrolas/ Me desnudó con los paisajes
de su casa de la infancia". Carlos Muñoz, el Diantre,
cantor popular, pone el toque alegre con sus versos llenos de picardía:
"Con el viento flamean/ En los balcones/ Enaguas y sostenes/
También calzones/ También calzones ay sí/ Blancos
y crema/ Amarillos y negros/ Sin un dilema/ ¡La vecina de al
lado/ usa rosado!". Esteban Navarro lo evoca y lo sumerge
en un sentimiento de lejanía que representa el amor fugaz de
puerto y verano: "Tú estás en valparaíso/
Yo estoy en santiago/ El mar golpea fuerte en las torpederas/ En los
muelles/ El sol golpea firme en mi cabeza/ Tus ojos se pierden en
el infinito/ Mirando hacia el oeste/ Mis ojos arden con el smog y
la tristeza".
La leyenda de La Piedra Feliz, la podemos auscultar para siempre en
los versos de Cristian Muñoz, estudiante de la Universidad
de Playa Ancha: "Vuelvo a elevarme/ Como un volantín de
fuego/ Desde tu sexo marino/ Piedra furiosa/ Piedra suicida/ Tan violenta
y tan tierna/ Como las almas perdidas". El lazo entre poetas
y Valparaíso parece ser inquebrantable en el tiempo, un algo
misterioso los enamora, tal cual lo reconoce la poeta porteña
Sara Vial: "Me enamoré de ti, Valparaíso,/
de tu casual navío sin regreso,/ de tu risa de sol en el hechizo/
me enamoré de ti, sin paraíso,/ y regresé de
ti como de un beso".