Sobre
la poesía de Luis Carlos Mussó
SONATA
PARA UNA PALABRA VIVA
Jorge Aguilar
Mora
University of Maryland, College Park
No más palabras; nunca las palabras:
en lugar de las palabras, el resuello
Luis
Carlos Mussó
Hay un secreto
en esta poesía: está hecha de palabras, pero sus imágenes
transitan por caminos que se pierden en el follaje y que vuelven a aparecer en
los claros. El secreto de esta poesía es que no permite que nos acerquemos
a ella. Cuando menos lo esperamos, nos damos cuenta de que podemos ver sus caminos
porque estamos lejos, muy lejos; en un punto privilegiado, es cierto, pero tan
lejano que nunca alcanzaríamos a las imágenes si quisiéramos
detenerlas, interrogarlas, obligarlas a decirnos su destino.
No, el secreto
es éste: no sabemos cuál es el destino de las imágenes, y
es que se empeñan en usar máscaras de día mientras la noche
se hace. La noche siempre se está haciendo en estos poemas. Y no sabemos
si éstos hablan de día o si hablan junto a la noche que construye
su lenguaje para tener la posibilidad de no hablar con nadie.
En realidad,
ése es el secreto: estos poemas hablan, de despliegan, se ofrecen a la
vista y a la lectura. No les queda otro remedio. No hay exhibicionismo, pero sí
una ineluctable necesidad del espectáculo. Nada tiene que ver con la sinceridad
o la hipocresía que el poeta tenga que ser comediante. Lamartine el sincero
y Baudelaire el hipócrita actuaban por igual. Y de hecho la única
salida era exasperar el histrionismo, no reprimirlo. Mallarmé, el poeta
de la Gloriosa Mentira, como él mismo la llamó, era socialmente
sobrio, y sus poemas dócilmente sociales; pero su gesto poético
era, entre más elusivo, más dramático. Del poeta vidente
se llegó en él a la perfección del poeta actor.
Sin
embargo, la actuación del poeta Mussó es otra. Paradójica.
Aunque heredera de las herencias de Mallarmé, insiste en endeudarse con
otra escuela dramática, la romántica original a la que, por azar
o destino de la historia, no siguió ningún movimiento romántico
del siglo XIX, ni del XX. Esa escuela fue la instantánea, súbita,
intempestiva de unos cuantos jóvenes alemanes de Jena a fines del siglo
XVIII. Ellos crearon un pensamiento, una poética, una manera de vivir el
pensamiento y la poesía que, por lo radical o por lo fugaz o por lo clarividente,
está todavía suspendida en aquellos años y en sus escritos.
Basta una imagen para describir el estilo de actuar (de vivir) de estos poetas:
el teatro de marionetas, al que Heinrich von Kleist le dedicó un inolvidable
diálogo. Y basta una consigna para resumir su método: buscar el
propio centro de gravedad.
Los poemas de Mussó, en
una progresión cada vez más segura de su estilo, de sus recursos
técnicos, de su trato con las imágenes, tienen un sentido singular
(y para mí, muy personalmente, gozoso) del punto de gravedad: un equilibrio
que es también una distancia que es también una serena autoconciencia
que es finalmente una convivencia sin chantajes, sin moralismos, sin deudas, sin
culpas, con las palabras.
Entonces repito: en realidad, ése es
el secreto: estos poemas hablan, de despliegan, se ofrecen a la vista y a la lectura,
pero desean regresar al silencio; mejor dicho, hablan, se despliegan, se ofrecen
a la vista y a la lectura sólo para dar fe de que la palabra es la alabanza
del silencio y la música, su delirio.
El silencio de estos libros
es pariente muy cercano del silencio que Borges encontró en la Ciudad de
los Inmortales y Rulfo en el pueblo de Luvina: un silencio sonoro, activo, destructor
y creador, y superior a la muerte. En Y el sol no es nombrado, segundo
libro de la colección, una constelación formada por el silencio
y sus máscaras (la palabra y la música) lucha, dialoga, convive
con un sol ubicuo, de día y de noche,
Y la actuación de
Luis Carlos Mussó es impecable: nunca le falla la tonada, como diría
Vallejo, el único Vallejo que existe.
El ritmo de cada poema se
mantiene siempre perfecto a pesar de los desafíos que le lanzan las imágenes.
Un rasgo formal que recorre la obra de Mussó son los paréntesis
y las preguntas sin respuesta: ésos son los momentos en que el equilibrista,
sin red de protección, da el salto mortal sobre la cuerda floja y regresa
a ella con una rectitud, con una verticalidad que me emociona, porque casi siempre
el desenlace de ese desafío vencido es la serenidad como frontera de todos
los opuestos.
Hay más que decir sobre los paréntesis y
sobre las preguntas que pueblan toda la obra de este poeta singular. Y este más
ya no pertenece a su estilo de actuación, sino a un ámbito que está
detrás de este mundo, en bambalinas. No es que fuera de escena se pierda
el sentido de gravedad, no, pero sí se desdobla y adquiere otra lógica
o un modo muy propio de vivir.
Estos poemas articulan imágenes,
metáforas, encabalgamientos, interrogaciones, frases incidentales entre
paréntesis: dicen porque tienen que decir, pero es imposible que no nos
demos cuenta de que dicen sólo para existir y que existen para decir otra
cosa. Dialogan entre sí detrás de sus palabras, viven otra vida
que no se puede vislumbrar a través de alguna fisura (hay muchas en el
mundo), y que tal vez sólo se pueda sentir en la duplicidad misteriosa
de los paréntesis o en la cautividad suspensa de las preguntas que no esperan
respuesta.
He leído y releído los poemas de Luis Carlos
Mussó. Y cada vez me dejo llevar, sin oponer resistencia, por el abismo
de los paréntesis y cada vez me dejo encerrar, sin temor, en la autonomía
de las preguntas.
Parece que yo mismo me estoy limitando a comentar dos
rasgos meramente formales, pero quiero dar fe sólo de mis experiencias
de lectura de estos poemas. Porque cada paréntesis y cada pregunta tienen
una intención propia, imposible de tipificar. Y aún así,
tienen la sola función de desdoblar el poema o, mejor dicho, de manifestar
la dualidad vertiginosa de la realidad, porque la doblez del poema revela un desdoblamiento
entre palabra y realidad que a su vez deja percibir cómo la realidad misma
se va dividiendo a sí misma por su deseo de seguir siendo solamente realidad.
Y ante esta intención desmesurada, la poesía de Mussó parece
decir: "Legítima, pero vana ambición la de la realidad, ni
así se salvará".
Y es que detrás de las dualidades,
detrás de la Dualidad está la verdadera regla, la verdadera Idea:
tú y yo, el rostro del desdoblamiento.
Al revés de la ambición
romántica de querer encontrar en la Naturaleza la manifestación
armoniosa de Dios, la poesía de Mussó quiere rescatar la constante
bifurcación de cada instante, de cada cosa, de la bifurcación misma.
No hay un punto de fuga: son dos, que se oponen, que desentonan, que desenfocan.
"De antemano la sombra del lenguaje marca los tiempos" comienza el poema
OCHO de Ciudad Maldita. De antemano, sí, tiene que ser de antemano:
en un momento que no es temporal y en un punto que es el opuesto del lenguaje,
se define la distancia: ése es el equilibrio de la sabiduría del
que habla Kleist en su diálogo sobre las marionetas, esa misteriosa distancia
del oso que sabe evadir todos los ataques de un diestro esgrimista.
No
es una distancia de "sabiduría": Mussó sabe, en la intimidad
con Friedrich Schlegel y con Martín Adán -quien leyó muy
bien al alemán- que la sagrada gravedad es ignorante. Mussó, en
efecto, no quiere saber, quiere percibir cada movimiento de las cosas y del devenir
justo desde ese sitio que está apenas un milímetro más allá
del punto hasta donde llegan las cosas y el tiempo: con la serenidad de ese milímetro
se puede percibir el ritmo del mundo y se puede preservar la gravedad de la vida.
Debo detenerme. Pero no, no voy a volver aquí al desesperante problema
del lenguaje crítico sobre la poesía. Todos los poemas verdaderos
(verdaderos para sí mismos) obligan a pensar el dilema de siempre: ¿qué
puede decir el lenguaje de un crítico?
Si es veraz, el poema dice
lo que no se puede decir de otra manera. ¿Y el comentario qué dice
o qué le queda por decir? ¿Qué he dicho yo y qué más
puedo decir sobre poemas que saben muy bien decir lo que quieren decir?
Tal vez los lectores de comentarios sobre poesía tienen que imponerse una
paciencia y aceptar
un código de actuación que, ellos saben, no los lleva a leer mejor
los poemas. Tal vez aceptan leer para convivir un rato con un iluso o con un soberbio
que debe fingir que sabe más que los poemas, pues si no ¿para qué
escribe?, o que debe confesar que no sabe tanto como los poemas, pues si no ¿para
qué lee?
Yo no confieso ni lo uno ni lo otro. Decir que gozo leyendo
una y otra vez estos poemas es una mera declaración que, ¿a quién
puede interesar? Entonces, el lector de estas líneas esperará algo
más. De todo lo que dije antes, nada quiero que sirva para "entender"
mejor la poesía de Luis Carlos Mussó; al contrario, quisiera que
sirviera para que el lector vaya simplemente con la disposición de acompañar
a un poeta que sabe dónde está su punto de gravedad, dónde
están sus puntos de fuga y, sobre todo, con la pasión de contemplar
un espectáculo donde el poeta sabe, y no quiere saber, que ¿no
es acaso el mejor de los poemas el no escrito?
Como verá
el lector, el poeta se ha ganado la alegría de recorrer la bifurcación
del mundo, y nosotros que lo admiramos nos quedamos, satisfechos, en esa frontera
imaginaria o ideal donde las cosas se dividieron. Nosotros somos los testigos:
la pregunta final de Propagación de la noche es paradójica,
y también desgarradoramente fiel a sí misma. Sí, el mejor
poema es el no escrito, pero hay que escribir poemas para decirlo, para decirlo,
para decirlo… pero nada se prueba, nada se con-prueba, nada se de-muestra, y sí,
todo se pregunta. Si nos encerramos en la pregunta, si dejamos que nos cubra,
que nos rebase, que nos sitie en nuestra epidermis, tal vez escucharemos, no la
respuesta, sino la música no oída, la palabra muda, el silencio
sonoro.
Y ¿no he dicho en excesivas palabras lo que él ha
sabido decir concisamente y con imágenes insustituibles en el poema "POÉTICA
( 1 )" de Tiniebla de esplendor?:
Y vi durante
mucho tiempo tus rostros desde el fondo del misterio, los afanes del equilibrio
por desgarrarse del fragmento, el empinado nombre adhiriéndose a la madrugada
en contorsiones de scherzo.
Vi la muerte alzándose contra las sepulturas;
y estuve frente a la orilla en el destierro de los dioses, a la hora de los pechos
anegados de peces y corales.
Pero nunca vi a nadie quebrar la perfección.
¿O crees que solamente con proferir palabras y música (acaso un
poema) romperás el silencio?
Mussó no comparte
la inocencia que llevó a Rimbaud al silencio; Mussó siente más
ese silencio que es parte del mundo o que es el otro mundo, y con el que
han dialogado los místicos como San Juan de la Cruz, Rilke, Lezama Lima.
En "POÉTICA ( 1 )" desembocan todos los caminos sinuosos
y autosuficientes de los libros anteriores (El libro del sosiego, Y el sol
no es nombrado, Propagación de la noche): en él aparecen enlazados
todos los sitios y todas las posturas de su recorrido; y de él parten los
caminos de Tiniebla de esplendor: Personae, Taberna del Puerto, Ciudad Maldita,
Libro de Mal Amor y Episodio I. Que exista un poema así debe emocionar
al futuro lector de esta obra reunida, porque indica que el poeta no intentará
perderlo en búsquedas inútiles.
Y eso es quizás
lo más poderoso y desgarrador de esta obra: leo a un poeta que se enfrenta
con inocultable seguridad a todas las manifestaciones evasivas del mundo como
problema, y las persigue en sus transformaciones y las experimenta en su cuerpo
y las arriesga en sus pasiones amorosas y las deja intactas cuando parecen agotarse
en el sitio de la muerte; pero siento que en esa seguridad la voz poética
de estos libros está recorriendo al mismo tiempo el camino contrario, el
de la impotencia, el de la inutilidad del poema, el de la necesidad de la palabra,
el de las sombras desprendidas de sus cuerpos, el de la superficialidad literal
de la música, y el de la fatalidad del silencio.
Esta doble imagen
me arraiga a los poemas porque el movimiento de las sombras, de las máscaras
es, justamente, casi imperceptible. Y esa entrega de Luis Carlos Mussó
al dramatismo de lo invisible refuerza aún más la confianza que
produce en la lectura. Su moral no es la moral cristiana del que exhibe su virtud
para que lo premien con elogios; su moral no es la moral introspectiva del que
se cree elegido por Dios para salvarse. De hecho, en la estrategia de ser imperceptible,
¿qué moral puede haber? Sólo puede haber movimientos pasionales
y reflejos en un espejo que cubre todos los objetos.
Y aún así,
todo lo que he dicho no llega, me parece, a colocarse en el punto exacto de esta
poesía, no sólo porque ese punto está en continuo movimiento
o arriesgando mortalmente el ritmo del pensamiento y de la vida, sino también
porque tal vez el mejor comentario sobre ella sea el no escrito.
Luis
Carlos Mussó quiere ir más allá del silencio sonoro de la
"Ciudad de los Inmortales" y de "Luvina", que ya iban más
allá del silencio charlatán de los filósofos cotidianos.
El quiere llegar al silencio silencioso del Mundo: ni el caos, ni el cosmos, simplemente
la existencia del Mundo, callada, muda, perfecta.
¿Qué
tarea más necesaria para la poesía puede haber que ésa? Nombrar
la perfección y ya, sin tocarla; dejarla nada más como nombre.
Que el lector no se sienta solo, lo acompañará, paso a paso, un
poeta que ama la labor de rastrear el secreto de Odiseo, que es la revelación
más sencilla y más profunda: así pues ése que buscaba,
soy.
Para eso están aquí estos poemas: para hallar
de pronto lo que siempre hemos sido, como Odiseo: Nadie, es decir, todos
(y quizá no, quizá estén para otra cosa; pero eso, querido
lector, ni tú ni yo lo sabremos nunca).