UNO
Un
canto que deshoje las orillas del miedo. Que amenace (como la belleza) desde sus
ámbitos hostiles, y que nos haga sobrevivir a los hiatos del amor. Un hiato
como el universo que contienen las manos. Un canto, como el silencio.
DOS
Lengua
habitada/ lengua simple/ lengua suspensa; no nos seduce si se evade del mundo
cierto:
la víspera de toda batalla es frágil y el campo nos acosa
con su paz maldita. En la visón reveladora no hay mentira que nos haga
el invierno con todos sus bártulos; que nos recuerde la desnuda mirada
del error.
Lengua habitada/ lengua simple/ lengua suspensa; no nos seduce
si se ausenta del mundo ilusorio:
la mañana que vino después
de la batalla nos encontró lidiando con al arte mayor de la muerte. Ya
que nadie acompaña a nuestros muertos en sus ataúdes de pino; y
la noche les es tallada en los párpados. Pues la han ganado.
No hay
pie quebrado que funcione si contemplamos las tersas aguas en los días
después de la batalla.
Graves, ligeros, los sepulcros en el mar. Y una
lengua habitada, también simple y suspensa, nos embriaga con aromas de
música y blasfemia: nos seduce con el rastro de un cántico profundo.
TRES
Podrá oírse neciamente una
ballesta de aludes mientras fisura el día. A los vientos que tallan la
máscara funeraria de Croniamantal.
Pero las farolas, empeñadas
con el aliento de la tenaz oscuridad, dilatan su secreto ante el coro de miradas.
Porque
el mester de hipocresía va arriando sus ensayos, al lado de un soneto se
adormece la voz redonda; la que iza los misterios en que se nombran las facturas
de la magia.
Doblones en la desnudez; lustre en las colinas tomadas con
fascinación. Y los talones sobre la húmeda hierba: la sombra imprecisa
en cordial arcilla, los espejos trizados por el peso de la imagen.
CUATRO
*
Nace el canto en el exilio (la epidemia de las furias viene
del norte). Velas deshilachadas, antes henchidas: los vestigios de la expedición.
Cuando caímos en cuenta, las riquezas ofrecidas eran solo un puñado
de decires.
El Cristo del Consuelo vuelve a ser mi barrio y vuelve a pasearse
en andas durante la procesión de viernesanto a la que asistía con
los míos.
Ya no más borrones en la memoria: el canto nace
en el exilio, pero crece donde debe.
**
Hosca la siega
de fatigas pávidas; fulgor nocturno de los tácitos espinos. Garúa:
el cadáver de Dios bajo una nube de gallinazos, y yo con un poemario de
Vallejo bajo el brazo por las calles del Cristo del Consuelo.
CINCO
¿Seguirá
el orín extendiéndose sobre las escrituras? ¿Todavía
será Dios el ojo tenebroso dentro de un triángulo? Y la utopía,
¿yacerá a esta alturas completamente cumplida, y por tanto, extinta?
¿Se
levantará el puente memorioso para permitir el paso al país de la
lluvia? ¿Harán las dagas del sueño que se haga posible la
frágil migración hasta el Jardín de la Muerte ¿Enrojecerá
aún más la sombra de la entraña atardecida/ de la ruina inmaculada?
¿Anularán
los espacios la destrucción del desorden portentoso? ¿Lograrán
las legiones evadir los vaticinios que les dio el oráculo? ¿En dónde
podrán las muertes espléndidas alojar su dulzura si el puerto amurallado
les opone sus torres, sus celadores, su desdén?
SEIS
Cuando
la sombra viene de un sauce todo florido de mariposas, la imagen que hay en frente
me invita a jugar ajedrez. Pienso en la apertura española, en la defensa
siciliana:
- ¿Cuántas veces el fuego si el náufrago
olvida sus oficios? ¿Dará otra vez el paisaje con la mirada, ahora
que el mes más cruel ya no lo es?
- Nevermore
SIETE
¿Qué
fueron entonces esos cuerpos? ¿Acaso otra cosa que los arcos que me disparaban
como a una saeta hacia ti en carrera de relevos?
¿No eran los que,
uno a uno y a su turno, me tomaban del punto donde había caído y
se ofrecían a brindarme impulso y enseñanza? Su holgura no era sino
acicate para que me aventurase en la gruta nutricia de la sensatez. Y la pleamar
de sus ascuas, la marea imperfecta. La pujanza fortuita que describía la
gloria sin conocerla.
Tumulto de símbolos tatuados en tu hombro.
Tumulto de símbolos que se asentaron con el sol de las provincias marítimas
y las terrestres. Y sin embargo, te disipan como un canto que seduce a los marineros
a barlovento y los lleva al confín de la noche.
Cada silencio
prolonga mi muerte: tanto desbrozar para hallar una inscripción que
entendía, pero que no deseaba entender. Tantos ciclos sin leer todavía
el cuerpo que aguardaba por mi nombre. Aquel que rompería su mudez en nuestro
abrazo.
OCHO
En ausencia del mundo, el arte degenerado:
habiéndome allende el maderamen de tu espalda; para qué temer a
la muerte, si es creación del sueño. Para qué imaginar perecedero
el galope de la sangre, si ha de llegar un canto que deshoje las orillas del miedo.
Que limpie (como la lluvia) mi mirada y que nos haga sobrevivir a los hiatos del
amor. Un canto que anuncie el primero de los cantos. Un canto, como el silencio.