Lengua en llamas –prólogo a la segunda edición de Lengua Muerta. Poesía,
post-literatura & erotismo en Enrique Lihn de Luis Correa-Díaz
Por Jaime Pinos
(poeta y director del Centro Cultural La Sebastiana, Fundación Pablo Neruda, Valparaíso)
.. .. .. .. .. .. .. ..
La poesía chilena va a cambiar el día que leamos correctamente a Enrique Lihn. O sea, dentro de mucho tiempo. El desafío que encierran estas palabras de Roberto Bolaño sigue vigente. Lengua Muerta (1996, en Estados Unidos, Ediciones Inti, y que ahora Altazor Ediciones, Viña del Mar, publica en edición conmemorativa [1]) de Luis Correa Díaz se hizo cargo, muy temprano, de este desafío. Leer correctamente a Lihn, más que un autor, una literatura. Hacerlo desde esa complejidad que sigue presentándose ante sus lectores como un problema a resolver. O mejor, como una obra que renueva en cada lector las preguntas fundamentales por el sentido de esta cosa de nada y para nada que es la literatura.
Leer correctamente a Lihn en este libro es también hacerlo sin caer en el panegírico. Rechazar la crítica como una forma de canonizar y prestigiarse. Si no se instaló en vida, no lo vamos a intentar después de su muerte, dice Correa en uno de los textos introductorios. Desde luego, este talento de Enrique Lihn para no dar jamás puntada con hilo, para estar siempre ausente del lugar correcto y el momento preciso, define una ética que marcó a fuego su trayectoria poética y vital. La poesía como una experiencia ajena y contraria a todo poder. El ejercicio de lectura que es Lengua Muerta se plantea desde la misma perspectiva. Desde el recelo ante cualquier intento de instalar a un poeta que rehuyó toda su vida de cualquier pedestal que no fueran sus propios zapatos. Que ejerció la crítica sin compromisos y pago un alto precio por ello. Lengua muerta es un libro escrito desde esa misma actitud de sospecha e independencia.
Pero, sobre todo, Lengua Muerta es un libro escrito con un amor entrañable por la obra de Lihn. Amor en el sentido de respeto profundo por lo que ella significa y encarna. Un libro escrito con ese cuidado de no caer en reducciones o didactismos: Con tal recelo, sin embargo, caigo en la osadía, que solo me permite mi amor por Enrique Lihn. El trabajo de un poeta que lee a otro poeta correctamente, como diría Bolaño. Un trabajo de lectura comprendido como exploración libre y abierta. Como un conjunto de señales, como el tramado minucioso de cierto hilo que ovillar dentro de un laberinto que no debe ser destruido so pretextos didácticos en torno al arte de la palabra.
A continuación, desarrollo brevemente algunas ideas sobre las principales coordenadas de lectura propuestas en este libro.
El espíritu de negación se titula el primer capítulo, el primer fragmento de este hilo para ovillar dentro del laberinto Lihn. Su irrevocable e irreductible posición crítica en lo que atañe al oficio de la escritura y a la opción de vida que la acompaña. Respecto a esto, se me viene a la cabeza la recopilación de sus escritos literarios que hiciera Germán Marín titulada El circo en llamas y subtitulada, significativamente, Una crítica de la vida. A lo que se aboca Correa Díaz es, justamente, a desentrañar cómo funciona esta práctica de crítica radical. Crítica de la literatura, empezando por la propia, y crítica de la vida.
Un hombre rebelde es el que dice no. Lihn practica, en el mismo sentido de Albert Camus, la crítica como una forma de rebeldía, como el ejercicio permanente de la negación. Frente al mundo degradado en que le ha tocado vivir y escribir, Lihn dice no. No construye utopías ni ofrece soluciones, no afirma nada. Por el contrario: verifico un mundo que es insoportable. Quiero ser lo más destructivo posible. Sin embargo, a este momento de la negación, a esta única forma posible de habitar la realidad que es oponérsele, sigue un momento constructivo. Pars destruens y pars construens como se plantea en este libro al describir con lucidez la dialéctica del pensamiento y la escritura de Lihn.
Dialéctica, unidad en la contradicción. Sólo a partir de una experiencia de crítica radical, de choque frontal contra el mundo y la propia poesía, sólo desde esa negatividad es posible escribir versos como estos: Pero escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí, porque escribí estoy vivo. Sólo un hombre que ha dicho no, que ha rechazado cualquier forma de compromiso y se ha construido a sí mismo en esa voluntad inquebrantable, puede afirmar la poesía. Puede decir con la verdad en la boca: porque escribí estoy vivo. Más allá de ser el poema más recordado de Lihn, la experiencia de su escritura es una demostración de esa dialéctica. En las conversaciones con Pedro Lastra, hablando de Escrito en Cuba, ese poema autoescéptico, derrotista, latamente depresivo, dice Lihn: Después de semejante diatriba contra la poesía tuve que reafirmar mi creencia en ella, y esa es la función que cumple el poema “Porque escribí”, más o menos de la misma época.
Una segunda coordenada de lectura propuesta en este libro es el problema del género: Uno de los estadios más destacados dentro de la tarea crítica en que está inmerso el pensamiento lihneano, es la negación del género: de la poesía como tal. Negar la poesía como tal. Esto es, negar lo que convencionalmente entendemos por poesía, llevarla más allá de sus propios límites, entenderla como un territorio de frontera.
Correa Díaz describe con precisión los procedimientos con que Lihn lleva a cabo este desplazamiento. Primero: Lihn transgrede el género. A partir de su pleno conocimiento, rompe con lo que la tradición valida o legitima como poesía. Segundo: Lihn amplía el género. Situándose en sus márgenes, abre el campo de maniobras de la poesía, dirige su foco hacia lo que hasta ahora ha quedado o ha sido puesto fuera de su alcance. Tercero: Lihn diluye el género. Descompone las premisas en que, supuestamente, se sustenta la existencia misma de la poesía: el sujeto lírico y la pretensión de obra.
Dice Lihn a propósito de una pregunta sobre la evolución de su obra: Corresponde a un desconocimiento de las fronteras. A una especie de literatura de contrabando que no reconoce las propiedades territoriales que son los géneros. (…) Los géneros son una cobertura, una especie de título que uno se cuelga. Mi literatura es algo a la intemperie. Una literatura de contrabando. Una labor de subversión y sabotaje que busca transgredir, ampliar, diluir la poesía como tal. Sacarla del territorio seguro de la convención para situarla en el único lugar donde la escritura logra ser la confluencia entre la realidad y el lenguaje. La verdadera poesía como esa experiencia que sólo puede ocurrir más allá de toda certeza, de todo resguardo. A la intemperie.
El capítulo final, Noticia acerca del cadáver de una obra, se ocupa del último texto escrito por Lihn: Diario de muerte. Texto que, a la vez, clausura una escritura y la abre a una interpretación retrospectiva. Texto que permite, como acertadamente plantea Correa Díaz en este libro, formular una hipótesis de lectura plausible y sugestiva: toda su obra en poesía es un inmenso diario.
El poema es un rito solitario / relacionado en lo esencial con la muerte, había escrito Enrique Lihn. Y en otro texto, definiendo la poesía en los mismos términos: trabajar con la muerte codo a codo, robarle unos cuantos secretos. Esta relación esencial, construida a lo largo de toda su obra, tiene su momento culminante en Diario de Muerte. Como bien dice Correa Díaz, Diario de muerte estrecha a un máximo grado la relación recurrente entre poesía y muerte, llevándola a su pleno desarrollo que desemboca, sin vuelta, en la fusión: en la poesía de la muerte, en la muerte de la poesía. Morir escribiendo. Morir con las palabras puestas. Escribir el diario de un viaje sin retorno. Nadie regresa de la isla de los muertos. Escribir, muriéndose, este último trabajo realizado, más que nunca, codo a codo con la muerte. El trazado de un mapa cuya geografía sólo pueden reconocer los que abandonan este mundo. Los que, a solas con la muerte, pueden finalmente robarle su secreto.
Un breve apunte para ir terminando. Como he dicho en otra parte, creo que el corpus o el sistema que constituyen los diarios de muerte de Enrique Lihn y de Gonzalo Millán son uno de los agujeros negros de la crítica chilena, si es que tal cosa existe, y un reto pendiente para los lectores atentos de la poesía chilena en general.
Ahora Lihn/ tiene la palabra; escribió Gonzalo Rojas a modo de elegía. Lengua Muerta de Luis Correa Díaz reafirma la vigencia de esa palabra. Contribuye a acortar el tiempo que nos demoraremos en leer correctamente a Enrique Lihn. El gesto de inteligencia y de amor por su obra desplegado en estas páginas, se corresponde con la altura de un poeta que jugó su vida y su muerte a la escritura. Hablar del fuego con la lengua en llamas, dice un verso temprano de Lihn. Eso es lo que nos recuerda este libro de Luis Correa Díaz. Enrique Lihn es lengua muerta, pero lengua en llamas.
[1] Lanzamiento: viernes 27 de julio, en el Centro Cultural La Sebastiana, 7:00pm… Presentaciones a cargo de Jaime Pinos, Patricio González (Editor) y Jorge Polanco.