“Cristo viene por los que violamos la ley/para eso está: para quebrantarla/Todos somos los culpables/Yo el primero por el solo hecho de escribir esto que ves”, es uno de los primeros versos de Encomienda (Cuneta 2013), primer libro de Lucas Costa, poemario que aborda el espacio carcelario con un lenguaje recortado, donde lo más evidente es sumergido en metáforas que avanzan por celdas, candados y rejas. Los materiales poéticos de Costa van exponiendo con la palabra una manera de observar que no es literal ni obvia, sino violentamente sutil. Ahora, a casi 10 años, ve la luz un tercer libro, Calcio en la mirada de la noche (Komorebi, 2022). Es el tratamiento del lenguaje frente a al nacimiento, a una madre y a la espera. Lucas se encarga en este libro de exponer dudas e incertezas, que son trabajadas con elementos químicos, reacciones que le sirven al hablante de una u otra forma para examinar lo interno, sin la obviedad de la paternidad. Todo suspendido a una escritura futura: si es que la hay.
Este nuevo libro tiene una estructura de tres partes, en cada una se materializa una escritura diferente, a veces llana, otras marcando un tránsito desde el corte de verso para a los silencios que aíslan el sentido de cada título. Más allá de la fuerza del tema aparente, salen a relucir fragmentos relacionados a la masculinidad y cierta imposibilidad frente a otro, al nacimiento. Estos versos mencionan procesos del embarazo, de la infancia y sus variables. Ninguno es obvio, no hay un orden aparente, el poema entrega el mundo, la metáfora lo abre. Así, Lucas Costas monta una escena en dos variantes, una fuerte y otra susceptible en la construcción del calcio, calar en el hueso parece una posibilidad más que una definición. “Puede que sea evidente pero la memoria resulta pura invención, alteración, donde el original ya no importa. Entonces, pasa a ser una capa o material más, que menos mal se termina ensuciando”, dice el autor.
—Tus libros anteriores aparecen en editoriales santiaguinas, pero este último es de una editorial valdiviana. ¿Cómo fue editar ahí? —Se dio sin que lo buscara. Un día, en pleno encierro del 2020 me llegó un correo de los Komorebi que querían saber si estaba trabajando en algún manuscrito y justo estaba metido en el meollo de Calcio…. Desde ahí, fue todo muy cuidadoso. Tuve su tiempo de cesantía productiva para trabajarlo con calma. De otro modo, habría sido imposible para mi terminarlo en tan pocos años.
Me gusta lo ecléctico y experimental del catálogo de Komorebi. No se me había pasado por la cabeza la idea de publicar lo que estaba haciendo antes de que me contactaran, pero me parece que no pudiera haber salido por otra parte: la espacialidad desquiciada de los poemas necesitaba un tamaño hecho a la medida, sin formatos prestablecidos. De todas maneras, publicar es siempre un gesto muy vanidoso. Lo que vale la pena creo, es el proceso de escritura más que el producto listo, impreso.
—En este libro, desde la contraportada hasta el primer poema, se intenta, aparentemente, escribir sobre la paternidad, pero a medida que se lee el registro comienza a desvirtuarse o, digamos, a cuestionarse. ¿Cómo fue el proceso de escritura? —El proceso partió a partir del fracaso feliz de un primer ímpetu de escritura. El 2017 supimos que tendríamos una hija y en ese entonces andaba releyendo a Oppen en De ser numerosos (la versión de García Manríquez que luego sacamos por Aparte). Ahí me encontré con un poema que no me había llamado la atención antes, donde se le habla directamente a la hija y sentí que le daba palabras a algo que empezaba a sentir. Entonces, como acto reflejo, hice una traducción libre, intentando alejarme del original. Guardé ese texto y al día siguiente lo manipulé, guardando su versión previa. Así, cada cierto tiempo lo agarraba y hacía otro texto, a partir del último de la serie. Fue mi forma de hacer un diario del embarazo. Al poco tiempo se configuró un engendro de libro, medio esqueje, medio obra en proceso. Fue importante para mí escribirlo, pero eran textos que no podían ser leídos por el resto: eran unos poemas neuróticos, demasiado cercanos o testimoniales de mi ansiedad y mis ganas por decir algo sobre lo que estaba viviendo. Todo esto lo supe después de que el mamarracho fue leído por personas que tuvieron la paciencia de comentármelo. También me enteré de que Ponge había hecho algo similar, pero con la maestría que lo caracteriza, en Como un higo de palabras y porqué. Aun así, algo quedó de ese borrador a manera de esquirlas en los dos primeros capítulos de Calcio…
En ese intertanto me di cuenta de que, como dice Inger Christiensen, los poemas no están listos sino “hasta que finalmente reflejen algún tipo de luz, algún tipo de visión, como si ellos hubiesen sido escritos por otros, por alguien más”. Quizá por eso el registro comienza a desvirtuarse, pues fue otra la voluntad del texto que empezó a manifestarse. De ahí viene otra fase de escritura, sin duda fue la más gozosa y disparatada. Llegó después del nacimiento, sin querer queriendo, con un imaginario alucinado al que me costaba seguirle la pista. Esa sobreabundancia imaginativa me ayudó a describir la alegría descomunal que sentía y que necesitaba recordar en los momentos en que la crianza se nos volvía demasiado desafiante. Así, pasé a no tener tiempo para escribir, pero haciéndolo igual, mientras cambiaba pañales o en mitad de la pega. Me acuerdo de escenas de ese tiempo, como cuando estábamos de paso en Pan de Azúcar, con tijeras, pegamento y cuaderno en mano, pegando versos mientras calentaba un colado, haciendo versiones literalmente con las manos, sintiendo que estaba aprendiendo dos cosas a la vez: a ser papá y a escribir en un lenguaje nuevo. Y es una sensación que no se me ha ido.
Luego vino, claro, la parte más consciente, de darle un lugar a los poemas, juntar los tonos disímiles, las contradicciones, separar, aunar. Eso fue ya en pleno encierro, con mucho tiempo, por quedarme sin nada de trabajo remunerado. Tuve el tiempo necesario para pensar en la arquitectura del libro o esas cosas finales que se hacen sin prisa pero sin pausa.
—La temática en tus poemarios parece ser una excusa para exponer ciertas incertidumbres. En Encomienda (Cuneta, 2013) hay una idea de la ley circulando, pero Calcio… pareciera tratarse del nacimiento y sus reacciones, buenas o malas, positivas o enigmáticas. ¿Cómo tratas la trama o los temas en tu escritura? —Quizá como tú mismo lo dices: como excusa. Para mí, los temas brotan con la vida, al revés que la forma. No es que los ande buscando. Me suelo quedar pegado en la tecla de ciertas ideas quizás porque el primer impulso que siento al terminar un poema es que no logré abarcar lo que quería decir. Entonces hay algo que se filtra de él y se acopia en otro. Después de un tiempo, siempre me da por hacer poemas de una manera distinta a la que los venía haciendo, ya sea de tono o registro. No sé si esto tendrá también que ver con mi carácter obsesivo.
Me pasa también que pienso que los libros de poemas debiesen tender a ser lo menos lineales posibles, desde un sentido temático y formal. Pero cuando escribo aparece otra cosa. Por eso la trama se da como un suma y sigue hasta que se conforma un panorama, que puede ser visto como un abanico de fracasos. Aunque, como dijiste, “el registro comienza a cuestionarse” y pienso que eso aplica para el tema también. En ese sentido, ojalá la trama pudiese aparecer ahí donde uno empieza a “olvidarse de las reglas, de toda restricción” como dice el maestro Williams. Pero ¿quién sabe?
—Entonces, ¿Cómo buscar o encontrar lo que se escribe? —Se encuentra sin presión creo yo. O sin ansiedad. O con ansiedad también. No lo sé. Va buscándose solo, acopiándose de a poco, apareciendo sin que uno se dé cuenta y buscándolo también, obsesivamente. Hay muchas formas de aproximarse al fenómeno, no estoy en condiciones de dictaminar un camino fijo. La escritura del poema entraña muchísimas contradicciones. El poema que abre Calcio… por ejemplo, fue un sueño. Era un texto que no quería escribir, por miedo a que no saliera como lo imaginaba. Fue de lo último y salió de una patada: fue de esos poemas que se llaman “urgentes”, que casi no se les mueve ni una coma. Pero no es que yo me aproxime así a la escritura, por el contrario, manipulo mucho, siempre me estoy dando cabezazos con eso que Ungaretti llama “el demonio de las versiones”.
Me gusta la idea de que cuando escribimos poemas olvidamos que se supone que sabemos cómo hacerlo y podemos volver a hacerlo otra vez como si fuera la primera. Pero no sé si sea del todo posible.
—En Encomienda hay una especie de bruma familiar, en este nuevo libro también, si bien no es la misma: hay una búsqueda del paisaje como una constante, de los objetos, de las cosas frente a la catástrofe. Podría decir lo mismo de Playa de escombros (Alquimia, 2017). ¿Cómo funcionan para ti los materiales y el paisaje al momento de escribir frente a estas inquietudes internas, llamemos familiares? —Supongo que como una manera de desapegarme de esa familiaridad. No sé cómo funcionan, aparecen más bien. O funcionan porque en sus combinaciones logran decir más de lo que pensaba o porque otros pueden tomarlos y hacer algo con ellos. La imaginación en ese sentido juega un rol fundamental, por lo menos en este libro. Es como lo que pasa con una imagen sensitiva: habla mucho más de lo que uno puede, porque es el otro quién la reconfigura. Para mí ese es el ideal de leer un poema: hacerlo resonar más allá de lo que fue concebido. Ahora que eso se cumpla o no en lo que escribo es harina de otro costal. Me parece que Calcio… es un poco más visceral que los otros libros en ese sentido, porque la procedencia de los materiales viene de cualquier parte, no hay tanta consciencia de cómo funcionan o porqué están ahí.
—Tus poemas parecen ensuciarse con escombros o ruinas, cárceles y ahora de calcio, efectos químicos del tiempo. ¿Cómo funciona la memoria en tu escritura? —Me gusta esa idea de ensuciarse, muy a tono con algunos puntos del libro o con la crianza, donde por lo general las cosas no salen como uno las presupuestaba. La experiencia, por ejemplo, se ensucia con la imaginación mientras se le intenta registrar, medio parecido a cómo funciona la memoria. Interesante lugar tiene la infancia en ese sentido, la primera infancia, donde otros recuerdan por nosotros, ¿qué vivencias pueden estar más ensuciadas que esas? Y no lo digo de una forma peyorativa. La memoria también funciona como el deseo de recobrar, de registrar una especie de recuperación. Para hacerlo, a veces hay que hacer piruetas con el lenguaje. Puede que sea evidente pero la memoria resulta pura invención, alteración, donde el original ya no importa. Entonces, pasa a ser una capa o material más, que menos mal se termina ensuciando.
—Los últimos años se han manifestado ciertos cambios hacia entender las infancias. Desde la academia se habla de adultocentrismo, se cuestionan lógicas paternalistas. Incluso, va naciendo una industria del libro infantil con pretensiones más estéticas que informativas o educativas. Por otro lado, en lugares institucionales, se ven afectadas instituciones como Mejor Niñez (ex SENAME). Se aumentan presupuestos y plantean nuevas variantes, pero al parecer todo sigue relativamente igual. ¿Para qué le servirá a un/a niño/a la poesía? ¿Para qué libros de poesía en SENAME? —No sé, me parece que ser una persona adulta centrada ya es una tarea titánica. Las expectativas sobre los cuidadores en el contexto en que vivimos son de una exigencia inalcanzable. Quizá porque históricamente lo hemos hecho de manera paupérrima. Volviendo sobre la idea de ensuciarse, te pongo un caso que oí hace poco. Neil de Grasse Tyson, un famoso divulgador de la ciencia gringo, comentaba en un programa de tele que iba por el Central Park un día de post lluvia cuando vio a una mamá caminando de la mano con su hijo. Apenas el niño intentó acercarse a un charco, la mamá lo frenó, a pesar de estar parapetado para el agua. Para el científico este gesto era completamente escandaloso, porque se le había arrebatado al niño un momento de curiosidad. Por más que estemos de acuerdo con él, siendo papá me es inevitable pensar en las razones de porqué ella decidió actuar así y que no son evidentes desde afuera. Por lo mismo, no me incumbe juzgarla. Pero vivimos en un mundo completamente moralizante desde ese punto de vista y pienso que la poesía puede hacerle forados a esos tonos tan categóricos, pues lo que hace es generar matices en la realidad. Creo que, en un mundo tan dado a dar la opinión de todo lo que le rodea, hace falta pensar de otra manera.
Por otro lado, el poema es una experiencia de lenta absorción: se opone a la velocidad con que corre la información, va a contramano del vértigo de las redes sociales y no es algo que sirva en el mundo utilitario. En ese sentido siempre a va contracorriente y quizá por eso es importante que esté en los espacios formativos de cualquier ser humano. Ojalá fuera un ejercicio que pudiéramos practicar cotidianamente, para nombrar lo que no podíamos decir de otra manera. Pero volviendo a tu pregunta, no creo que por leerla mejoren las condiciones de nadie. Mientras haya alguien que sea capaz de ponerse en el lugar del otro en lugares como “Mejor Niñez” (y esto sí que es difícil), podrá emerger la ternura y la donación necesarias para no subestimar a los niños y poder entenderlos de manera íntegra, pero eso requiere de personas con una vocación potentísima (y condiciones laborales que releven su radical importancia). Quizás por ahí aparezcan aperturas parecidas a las que da la poesía, solo que muchísimo más claves y fundamentales.
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Lucas Costa (Santiago, 1988). Ha publicado los libros de poesía Encomienda y Playa de escombros. Tradujo El libro de los muertos de Muriel Rukeyser. Junto a Cristian Foerster llevó a cabo por 7 años el taller gratuito de escritura poética emergente Al pulso de la letra.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «Para mí ese es el ideal de leer un poema: hacerlo resonar más allá de lo que fue concebido»:
Sobre "Calcio en la mirada de la noche" de Lucas Costa
Por Cristian Hualacan
Publicado en REVISTA ORIGAMI, 16 de diciembre 2022