por Patricia Espinoza
..... Las crónicas de Pedro
Lemebel instauran un nuevo canon de lectura. Los signos ya no pueden ser
leídos desde la sanción o de la norma. Lemebel interviene con la imagen
grotesca, con la risa sin fin, la ridiculización y el manoseo de los
fetiches. La abyección se instala y con ello vacila todo el campo de
significaciones emanado desde los famosos patterns impuestos por
nuestro espectáculo massmediático. Loco afán, La esquina es mi
corazón y el recientemente aparecido De perlas y cicatrices
han sido subtitulados "cronicas". Textos que se ubican dentro de la
intencionalidad manifiesta de redimensionar el tiempo desde la
perspectiva de un narrador en primera persona que intenta recrear la
escena de lo real-original-verdadero. La crónica resulta de tal modo una
escritura en la cual ocupan un sitio privilegiado tanto la memoria como
la verdad. Pero Lemebel pareciera repulsar de la grandilocuencia de la
memoria y la verdad, para convertirlas en recuerdos particulares y en
verdadesoblicuas, haciendo emerger con ello lo infinito de lo
intrahistórico.
... Ciertamente, las categorías de "real" o "verdad" pueden verse
operando en la totalidad de las crónicas de Cicatrices y perlas.
Múltiples datos y elementos son concitados para anclar los
enunciados en la realidad: desde las calles, los lugares (el Mapocho, el
Paseo Ahumada o la República de Ñuñoa), los personajes (Miriam
Hernández, Don Francisco, la Bolocco, Carmen Gloria Quintana o Camilo
Escalona), hasta los grandes acontecimientos políticos (el informe
Rettig o la matanza de Corpus Christi). Sin embargo, lo real, la
verdad, aparecen ensuciados por la hibridez de un plano que los obliga a
cohabitar con la risa, ironía, insolencia, angustia, dolor, rabia.
Puntos de referencia del mapa de la denuncia que los textos construyen,
como también lo son sus títulos breves: desublimados haikús que gatillan
la entrada a otro campo de espejeos bochornosos y brillantes.
... Si hay un rasgo distintivo en la escritura de Pedro Lemebel es
la provocación, su voluntad para desafiar el panoptismo electrónico y
digitalizado de la sociedad post. Lemebel es el ojo al que no se le
puede negar su derecho a mirar-decir, refundando la negación más
violenta que se pueda realizar a los poderes, a saber: la
impenetrabilidad, que provoca la clausura de su poder, el fracaso de sus
estrategias de dominio. Pero esa impenetrabilidad no está dada por la
cerrazón, sino por el contrario, por una extraña y singular apertura que
logra restarle el brillo enceguecedor a lo que nos rodea, paragenerar
una opacidad donde puedan distinguirse mejor las minucias de la
redención y la caída.
... Sin embargo, De perlas y cicatrices -respecto a sus obras
anteriores- impone un desplazamiento del sitio en el cual se ubica el
cronista. La escritura de Pedro Lemebel habría ( de algún modo)
posibilitado su encasillamiento en el fichero bibliotecario de las
literaturas gays . Su discurso imponía la voz crítica de la loca
letrada, la loca sabia y no intervenida. El maravilloso "ojo coliza" se
nos imponía como una entidad irreductible e inacotable, del mismo modo
que su tránsito genérico no dejaba de oscilar desde la crónica al
microcuento o el lirismo. En De perlas y cicatrices se ha
producido un cambio. Estamos ahora, ante una crónica más "pura", que
parece pretender deshacerse de toda connotación ficcional y que, además,
se autoconstruye a partir de un ligero entreparéntesis o deslizamiento
de la diferencia sexual del enunciante. Así, sólo en contados sitios nos
encontramos con un sujeto que alude a su homosexualidad o que la
privilegia en su observación del mundo. Pese a ello, la mirada y el
animus no dejan de ser los mismos, ya que aún así logran
nuevamente armar el territorio desde donde surge una interrogación
poderosa a nuestro fin de siglo.
en Rocinante
dic.1998