Y por entonces,
todos queríamos salir de Chile, respirar aire fresco más
allá de las fronteras alambradas que tenía este suelo
por esos mortíferos años ochenta. Aunque fuera la
Argentina la hermana nación que venía despertando
de la dictadura y acogía a sus vecinos patipelados arrancando
del fascismo. Y esos perejiles temblorosos éramos nosotros,
algunas locas chilenas, que al cruzar la cordillera, gritábamos
en el bus el incansable: "Y va a caer", con lágrimas
en los ojos y una vocecita de opereta izquierdilla. El destino final
era Buenos Aires, la gran metrópolis porteña, la enorme
capital que nos esperaba al cruzar la pampa, y nos abría
el mundo recibiéndonos con sus grandes cartelones de espectáculos
donde brillaban las estrellas del cancionero latinoamericano censuradas
en el Chile milico. Por la ventanila del pullman pasaban los nombres
de Mercedes Sosa, León Gieco, Chico Buarque, Zitarrosa, y
pronto, por primera vez en la República Argentina, directamente
desde Cuba, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez anunciados
a todo gas por la prensa bonaerense. Ay Silvio, le susurré
en secreto a la amiga marica que me acompañaba en ese tour
de libertad trasandina. ¿Será tierno como sus canciones?,
pensé en voz alta. No nos podemos perder esta ocasión
de verlo cantar en vivo, me contestó la loca con los ojos
entornados, evocando el repertorio del cantante que corría
en casetes piratas, de mano en mano por las peñas clandestinas
en el Santiago nazi de los setenta. Ay Silvio, suspiró a
coro conmigo, pensando en todos los unicornios azules, más
bien en todos los chicos celestes que se le habían escapado
a su garra marica. ¿Quién será el unicornio
de Silvio?, le preguntó al viento, embriagada por el recuerdo
de la canción. Pregúntaselo a él pos niña,
le contesté al descuido, mirando la ciudad de Buenos Aires
que pasaba altanera con su garbo europeo por la ventana del bus.
¿Y será muy difícil llegar hasta él?,
porque aquí es la súper estrella. Ni tanto le dije.
Hay que averiguarse el hotel donde está y pedirle una entrevista.
Acuérdate que somos chilenos, y Silvio ha sido tan solidario
con nosotros, no puede negarse, sería una contradicción
ideológica del cantor guerrillero. ¿No crees tú?
Y así
fue, tan fácil como llamarlo y concertar una cita en el hall
del hotel mediopelo donde se hospedaba, donde había tantas
chicas argentinas de izquierda que querían ser su "mujer
con sombrero", tantas nenas rubias, alborotadas en sus faldas
hiposas y pañuelitos hindúes amarrados al cuello,
tantas como chilenos que lo esperaban a la salida del ascensor,
conteniendo la respiración, probando las grabadoras, atorados
por ver de cerca al cantautor cubano. Y mientras esperábamos
en ese tumulto nervioso a la estrella, pasó por nuestro lado
Pablo Milanés, tan lindo, tan sencillo, tan accesible, pero
nadie le dio pelotas hipnotizados en la puerta donde iba a aparecer
Silvio. Y Pablito intercambió algunas palabras con nosotros,
y me dejó un cálido beso con olor a copete en mi mejilla.
Cuando apareció Silvio, todos se abalanzaron en tropel sobre
la figura, y él, con mucha calma nos invitó a sentarnos
en el vestíbulo y procedió a contestar las preguntas
sobre el canto político, el destino de la utopía y
todos los clises que atragantaban la ansiosa pregunta y respuesta
del encuentro. Está un poco pelado, le dije a mi amiga atontada
por su presencia. Pero igual es lindo, me contestó, tímidamente
achunchada por la seguridad y el tono macho del cantante. Ya pos,
hácele la pregunta del unicornio, le insistí para
callarlo. Y la loca, roja de vergüenza, me hizo callar con
un shit de represión. Entonces, como siempre, tuve que aumir
la típica pregunta sobre la homosexualidad y la izquierda.
Silvio, le dije con mi voz afectada que llamo la atención
de los presentes. Mi amigo y yo somos chilenos que admiramos tu
poesía, y en Chile nosotros los homosexuales hemos hecho
nuestra la canción del Unicornio Azul, pensando que se refiere
a un amor perdido e imposible. (Pausa para arreglarme el pelo).
También quiero aprovechar la ocasión para preguntarte
qué piensas tú sobre la homosexualidad y la revolución
¿Me podrías contestar estas preguntas por favor? Muchas
gracias. Creo que en ese momento alguien abrió la puerta
porque se coló una ráfaga de viento frío que
congeló la escena. La cara del cantante se puso azul como
el unicornio y una cortina de rabia alteró la mueca amable
de su sonrisa. Mira, me dijo. Lamento mucho que tú y tu amigo
piensen eso. Pero más lamento esta confusión de temas
porque la historia de esa canción corresponde a un padre
que perdió a su hijo en la guerrilla nicaragüense. Además,
a ustedes les debe quedar claro, que sobre el tema de la homosexualidad
hemos sido muy precisos. Con la revolución todo, sin la revolución
nada. Y nos dejó mudas a mi amiga y a mí, que sentimos
como, de un plumazo, Silvio nos había arrebatado nuestro
rosado unicornio. Después, cuando insistimos con la canción
"¿Te molesta mi amor?", fue demasiado y el cantante
optó seriamente por la indiferencia y no tomarnos más
en cuenta. Tiene razón, le dije a mi amiga tratando de consolarla
cuando salimos del hotel y nos envolvió la zalagarda de fans
que gritaban: "Silvio amigo, el pueblo está contigo".
Tal vez tenga razón, me contestó con un dejo de tristeza,
pero pudo ser más amable, casi nos ladró y nosotros
no queríamos molestarlo.
A pesar de este
bochorno, fuimos a su recital y aplaudimos como yeguas cada canción,
especificamente la interpretación solitaria de su pianista
que era una joya de músico. Pero Silvio se sintió
incómodo viendo que el pianista se estaba arrancando con
los tarros robándose el show, y lo interrumpió con
los sones del unicornio azul. Ahí, mi amiga y yo nos miramos,
y como de un acuerdo abandonamos el estadio, pensando que ése
ya no era nuestro tema, que mejor íbamos a tratar de encontrar
el unicornio perdido en los baños públicos y parques
de la ciudad, donde no nos alcanzara la mirada rabiosa de Silvio,
ni su aparatosa militancia que quizás nunca lo dejó
jugar.
"SILVIO
RODRÍGUEZ ( O el mal entendido del unicornio azul)"
de Zanjón de la aguada (Seix Barral)
en Clarín de Buenos Aires. 16 de noviembre de 2002