Como cronista,
Pedro Lemebel rara vez desentona. “Zanjón de la Aguada”, su más
reciente recopilación de artículos (Seix Barral, 298 páginas), es la mejor
demostración de que con unas pocas pero fervientes obsesiones es
posible construir una obra importante o, mejor dicho, una manera de
hacer literatura sumamente personal y, sobre todo, profundamente
inimitable.
Si en sus libros
anteriores el autor había dado buena cuenta de la postergación del
mundo gay (antes, durante y después de la dictadura), esta vez se
aboca, con su habitual y saludable desmesura, al paisaje social de
Santiago. Así, la Plaza Italia y el barrio Dieciocho, el indiferente
interior de un mall o el desalentado fanatismo de los hinchas de las
barras bravas se reúnen y se confunden en un solo y desolador cuadro
de costumbres, boceteado con esa sintaxis intuitiva y arrebatada que
ya se ha convertido en una especie de marca de fábrica de
Lemebel.
El volumen
contiene, además, ciertos retratos muy bien logrados (los de Sola
Sierra, Marcia Alejandra de Antofagasta y Susy Becky, la extraviada
intérprete del hit “yo quiero adelgazar/ yo quiero ser igual que una
sirena”) y algunos textos más propiamente autobiográficos, como la
crónica en que el autor relata en clave seudomística su primera
comunión: “Fue incómodo recibir esa hoja de masa que no se podía
mascar, que con la saliva se pegó en mi paladar, y no podía despegarla
sin saber qué parte de Dios estaba tocando con la lengua”.
Mención aparte
merecen los sendos “affaires” del cronista con Joan Manuel Serrat,
Manu Chao y Silvio Rodríguez (quien se ofende cuando Lemebel le dice
que “Unicornio azul” y “Te molesta mi amor” son canciones de temática
homosexual), y las reseñas de la asunción de Ricardo Lagos a la
Presidencia y de la inauguración del Museo de la Solidaridad Salvador
Allende, en las que el autor recrea con enorme gracia -esa es la
palabra justa- aquella rara mezcla de buenas intenciones e hipocresía
propia de los episodios de la vida social.
Como siempre,
después de leer a Lemebel queda la impresión de que, para él, una de
estas crueles mañanas de invierno santiaguino no sería gris, sino más
bien “poco colorinche” o “piñufla”. Con excepción de un par de
artículos sociologizantes y finalmente algo aburridos, en “Zanjón de
la Aguada” el humor más negro alterna con esos retoques atarantados y
gozosamente coloquiales (por ejemplo, a propósito de un encuentro con
el grupo Illapu, dice que resulta “difícil no reconocer la estampa
juvenil, semiartesa, medio chiloca y bullanguera de los hermanos
Márquez”).
A Pedro Lemebel no
le importa repetirse y, como no le importa, finalmente no se repite.
Sus crónicas -a veces muy cálidas y hasta cómicas, siempre emotivas,
beligerantes y rabiosas- son mucho más que un alegato o un testimonio:
permanecerán ahí, rondando molestosamente a quienes preferirían
permanecer encerrados en las cuatro paredes del
conformismo.
* * * * *
DESENFADO, IRREVERENCIA,
AGRESIVIDAD
Derrida desde
el arrabal
Para romper con los tabúes, Lemebel
sitúa sus crónicas en el filo de la navaja que separa al talento de la
vulgaridad.
por José
Promis
en Revista de Libros de El Mercurio
2 de
Agosto de 2003
No ignoro que el
nombre de Pedro Lemebel ha adquirido una inconfundible resonancia en
el campo de la literatura chilena de los últimos años, aunque desde un
punto de vista canónico (un adjetivo que Lemebel repudia con
ostensible desprecio) sólo ha publicado un texto literario propiamente
tal, su novela Tengo miedo torero, que comenté con bastante y
sincero entusiasmo en esta misma columna hace unos meses. La historia
de la Loca del Frente instaló a un personaje cuya figura y
comportamiento creaba un nuevo espacio en la tradición narrativa
chilena, a la vez que rompía con el tabú de la marginalización
genérica. El personaje de Lemebel nacía de la identificación de los
opuestos al asumir en su comportamiento los rasgos tradicionalmente
asignados al yo masculino y al "ello" femenino. En la personalidad de
la Loca del Frente, intentó representar la síntesis armónica de los
dos sexos que el pensamiento patriarcalista ha situado siempre como
los principios de oculto antagonismo que articulan el desarrollo de la
historia humana.
Este mismo
esfuerzo para horadar el sistema homocéntrico recorre toda la
producción de Pedro Lemebel, que a esta fecha cubre ya muchos años de
denodada e incansable actividad. Según entiendo, en sus libros reúne
crónicas radiales y artículos publicados en semanarios santiaguinos
que, por el hecho de vivir fuera de Chile, no tengo la oportunidad de
escuchar o leer en el momento de su aparición. Desafortunada
circunstancia, sin duda, de todos aquellos que observamos con interés,
pero desde lejos, lo que ocurre en determinados ámbitos de nuestro
país: estar ausentes de ese delicioso cotilleo cotidiano que brinda la
sal y pimienta del "pastel de choclo" de la cultura chilena (como
quizá podría decir el propio Lemebel en alguna crónica). Por lo tanto,
soy un lector de crónicas escritas originalmente para ser consumidas
con el oído o con la mirada de la actualidad inmediata.
Pero esta misma
circunstancia conduce a preguntarme cuál es la dirección a donde
quiere dirigirnos Lemebel. Todas sus publicaciones responden a un
propósito de indudable honestidad intelectual: resquebrajar la solidez
de las arquitecturas tradicionales, de los tabúes sacralizados, de los
prejuicios incuestionables, de sacar esas cosas del baúl que los
hábitos o los temores (que vienen a ser lo mismo) nos obligan a mirar
con el rabillo del ojo. Y en este proceso Lemebel exhibe con insolente
desenfado todo lo que las "buenas conciencias" se obstinan en ignorar,
aun a sabiendas de que su porfiada realidad sigue estando,
empecinadamente, ahí. Pero los mayores méritos del autor han sido su
decisión para hablar con valentía desde la misma periferia: la
periferia de su auténtica condición genérica, y para utilizar un
consecuente lenguaje también periférico: el lenguaje prohibido por
esas "buenas conciencias" que Lemebel viene atacando desde hace años
con ingenioso y provocador desacato.
El lenguaje del
desenfado, la irreverencia, la agresividad, que, no me olvido, traduce
el honesto propósito de Lemebel para romper con los tabúes que
bloquean nuestro horizonte, sitúa a sus crónicas en el filo casi
invisible de la navaja que separa al talento de la vulgaridad. Lo
importante es la pericia para avanzar equilibrándose. El último libro
de Lemebel refleja un indudable agotamiento del ingenio, la repetición
un tanto exasperante de las mismas imágenes, de idénticas
irreverencias; una sobredosis de las mismas afirmaciones agresivas.
Sus lectores, que lo admiramos, ya sabemos quién es él, cómo piensa y
qué rechaza y desprecia. Lo hemos sabido desde sus primeras
actividades públicas y desde su primer libro, hace más de quince años.
Ahora, quizás, nos gustaría saber cuáles son sus propuestas, en qué
podría haberse transformado el minúsculo pirigüín de su "primer
embarazo tubario".
CRÓNICAS
Zanjón de la
aguada
Pedro Lemebel
Seix Barral,
Santiago, 2003, 298 páginas.
Precio de referencia $
7.900
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* * * *
ZANJÓN DE
LA AGUADA
por Juan Andrés Piña
en Caras, Año 16, Nº 401, 14 de
agosto de 2003
Por Pedro Lemebel,
Editorial Seix Barral, Santiago,
2003, 298 paginas.
Con Zanjón de la Aguada, el escritor chileno
Pedro Lemebel retorna al género literario donde ha entregado sus
mejores páginas: la crónica urbana. A pesar de cierta exasperación
barroca de su prosa y de lo poco ortodoxo de algunos de sus temas,
continúa la línea de otros escritores nacionales que han retratado de
manera más costumbrista la existencia cotidiana del país y de su
gente: antes, Joaquín Edwards Bello; ahora, Jorge Edwards y Roberto
Merino.
El volumen concentra medio centenar de crónicas
publicadas en el último período en diversos medios escritos, igual
como lo había hecho antes con Loco afán (1996) y De perlas y
cicatrices (1998). Pero a diferencia de aquellos textos, aquí la
temática se amplía mucho más allá del problema homosexual, su áspero
rostro y compleja realidad. En estos artículos, el cronista abre sus
perspectivas hacia otros mundos que caben dentro de una ciudad, e
incluso hasta se pasea por un efervescente mall santiaguino, que su
ojo perspicaz describe cómicamente.
La mayoría de los textos
contenidos en Zanjón de la Aguada hablan desde la marginalidad
nacional. El solo título del libro evidencia las preocupaciones de su
autor: un territorio que hasta hace unos años fue símbolo de pobreza y
suciedad: "Pero el Zanjón, más que ser un mito de la sociología
poblacional, fue un callejón aledaño al fatídico canal que lleva el
mismo nombre. Una ribera de ciénaga donde a fines de los años 40 se
fueron instalando unas tablas, unas fonolas, unos cartones y de un día
para otro las viviendas estaban listas".
En esta línea que
busca exhibir realidades oscuras y dolorosas que se ocultan tras la
batalla política y la bullanga televisiva, Lemebel habla aquí de las
Barras Bravas, de la sobrevivencia en una población cualquiera, de la
solitaria vida de los conscriptos. También del travestismo, de calles
del Valparaíso nocturno, de la droga, de la errante vida actual de
Susy Becky, la cantante que en la década de los 60 hizo entonar a toda
la juventud el estribillo de "Yo quiero adelgazar, yo quiero ser igual
que una sirena".
En el capítulo dedicado a perfiles, es
inolvidable la imagen que traza de Marcia Alejandra, el primer caso en
Chile de un hombre que se cambió de sexo. En esta descripción del
paisaje humano chileno y de nuestra historia reciente, Lemebel es
crítico, rabioso a ratos, y con la misma fuerza con que destruye mitos
nacionales, idealiza también figuras o momentos del pasado. A pesar de
su tono rudo y filoso, hay en sus crónicas un deslumbramiento por un
mundo popular, la reivindicación del adorno kitsch, del colorido, del
sonido y del aroma de lo cotidiano carente de artificio. Refiriéndose
a los asépticos cementerios-parques, por ejemplo, el autor revalora
nostálgicamente el viejo Cementerio General, su estética chillona, el
amontonamiento solidario de nichos, las fotografías, remolinos,
cintas, animalitos de yeso, flores plásticas y chucherías incontables
que decoran las arboladas avenidas.
En sus textos, Pedro
Lemebel ha inventado un estilo personalísimo que consolida en
Zanjón de la Aguada. A diferencia de sus cronistas antecesores,
preocupados de entregar una gran cantidad de información, en él
predomina la recreación de atmósferas, el ambiente, el diseño de sus
personajes, la perspectiva inusual, la adjetivación profusa,la
reflexión aguda y hasta arbitraria. Su particular modo narrativo está
compuesto por una mezcla de términos cultos con otros de uso
callejero, y el bamboleante ritmo de su prosa los va entregando
dosificados y ensamblados.
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