Tengo miedo torero
En Tengo miedo torero se enconde, bajo los constantes
guiños humorísticos, una realidad incómoda y perturbadora. Pedro Lemebel
conoce el mundo del que habla y lo expone sin disfraces, con la
violencia y el desgarro de una herida abierta y
palpitante.
por
Andrés Aguirre
.......... Es 1986 y en las calles de Santiago las
protestas y las barricadas mantienen en vilo a sus ciudadanos. La radio
Cooperativa no para de informar sobre los últimos disturbios. En medio
de esa batahola, la Loca del Frente, así le llaman a este homosexual
cuarentón, ex travesti, con poco pelo y sin dientes, que vive su vida
ajena a contingencias políticas, escuchando canciones romanticonas como
Tengo miedo, torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote, de Sara
Montiel. Personaje grotesco y realista, sacado con exacta fidelidad de
la marginalidad santiaguina, que ve su vida trastornada cuando conoce a
Carlos, joven frentista que prepara el atentado contra Pinochet en el
Cajón del Maipo, enamorándose perdidamente de él.
.......... Este es el contexto y el hilo de la
trama del último libro de Pedro Lemebel su primera novela, Tengo miedo
torero, luego de haber obtenido un importante reconocimiento
internacional por sus textos de crónicas Loco afán y De perlas
y cicatrices.
.......... El
retrato que Lemebel hace aquí de la homosexualidad marginal, con toda su
feroz ordinariez y aunque perturbe algunas sensibilidades, es notable.
La procacidad del lenguaje que el escritor imprime a estos habitantes de
los fondos más oscuros de la ciudad, con su gracia, vulgaridad y
sordidez, junto a un estilo de frases recargadas y de excesiva
adjetivación, dan el tono exacto a personajes como la Loca del Frente.
Ahora bien, todo este efecto de oropel quedaría en el aire si no fuera
porque narrativamente la novela funciona. Los capítulos se alternan con
fluidez entre las escenas de la Loca y sus tristes, decadentes,
impúdicos y patéticos devaneos amorosos con Carlos, su enamorado cuyo
amor sabe imposible, y las escenas en donde el dictador está con su
esposa que no para de hablar de sombreros y vestidos, mientras él se
revuelca en la cama por las constantes pesadillas. La recreación de los
diálogos de estos dos personajes, aunque caricaturesca, resulta
especialmente sabrosa y divertida; absolutamente verosímil por lo demás.
.......... No vamos a hablar aquí de
la gran novela chilena ni mucho menos. Sin embargo, es de lo bueno que
se ha escrito en el país en el último tiempo, tanto por su capacidad de
revivir un contexto sociopolítico con credibilidad, como por la certera
forma de retratar la vida y la sicología de personajes
marginales.
en El Mercurio, 28 de abril
2001