Pedro Lemebel

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El Baile de Máscaras de Pedro Lemebel

por Iván Quezada


Con Loco Afán, texto de 1996 que acaba de reeditar Anagrama, Pedro Lemebel debuta en las ligas mayores de la industria editorial española. En la siguiente entrevista, el autor habla del Chile actual, la homosexualidad y la censura con la misma mirada mordaz que tan buen resultado le ha dado en sus crónicas.



A diferencia de su complejo estilo literario, la oficina de Pedro Lemebel en la radio Tierra no tiene nada de barroca: algunos recortes pegados en la pared, algunas fotografías y un sobrio computador blanco. Entre esas cuatro paredes casi desnudas nos recibió el autor de La Esquina es mi Corazón (Cuarto Propio, 1995), Loco Afán (LOM Ediciones, 1996, recientemente reeditado por Anagrama de España) y De Perlas y Cicatrices (LOM Ediciones, 1998) para hablar de su labor creativa que en menos de una década lo ha convertido en uno de los escritores más interesantes de la generación actual.

- Las personas que lo conocen dicen que usted es muy desconfiado.
- Sí, desconfío. En esa cierta identidad tambaleante de los chilenos está la sospecha por el forastero.

- ¿Se siente extranjero en su propio país?
- Cuando se burlan de mí en la calle no me queda otra que considerarme un forastero. Pero, más allá de eso, lo mío es rehuir cierto lugar originario. Me gusta pensar que la próxima imagen que vea en el espejo va a nublar esta máscara siniestra que llevamos por identidad en esta sociedad hipócrita y pacata.

- Varios escritores nos dijeron que no lo leían, pero que tenían una opinión políticamente correcta de usted.
- Me apesta ese término. Es como decir: '¡Qué le vamos a hacer! Existe, soportémosló. Me suena a sinónimo de tolerancia y la tolerancia me carga. Incluso en mi complicidad con otros géneros minoritarios no basta con que alguien me diga 'soy homosexual', para que le abra los brazos. También hay homosexuales fascistas.

- Esa clasificación se usa mucho entre los escritores, ¿no es así?
- Yo no pido garantías de aceptación por ser escritor y homosexual. Incluso considero que tener acceso a los medios de comunicación por mi escritura es una injusticia. La loca del pasaje que no escribe ni es artista no tiene derecho a manifestarse. Ese es el doble estándar de este país. Conmigo va el escritor, la izquierda, el proletario, el homosexual, aunque no hablo por todos. A veces hago de ventrílocuo y dejo fluir otras voces enmudecidas a través de mis textos. Pero nada más.

- ¿No teme convertirse en un estereotipo?
- Desde las Yeguas del Apocalipsis trabajo con los estereotipos. ¿Por qué el de escritor va a ser más perseguido que el de físico culturista o el de la cajera del metro? El estereotipo sirve para enrostrar los vacíos. La telaraña de escándalo que siempre tejen a mi alrededor tiene que ver con una actitud mía de incitar esa alergia. ¿Por qué la sociedad chilena tiene que ser beige, cafecito claro, que no se note la mugre? Dicen: 'Está bien que seas homosexual, pero que no se te noté. ¿Cómo a un macho se le evidencia hasta en el desodorante after shave?

-¿Piensa que ha perdido autenticidad con su actual estatus de escritor célebre?
- No. En los '80, la dictadura era el marco de tu retrato y uno tenía que romper ese marco. Al llegar la democracia volqué esa postura marginal en mi trabajo. Ahora, hacer una caricatura cruel de los personajes que participaron directa o indirectamente en las atrocidades de la dictadura es mucho más fuerte que andar de travesti por los salones del arte. No me he ablandado ni me han cooptado todavía. Mi escritura, por el contrario, se ha puesto más insobornable. Eso me ha costado mucha censura. He sido cortado muchas veces, en Off The Record, en la reciente entrevista de revista Paula. Al parecer, el hecho de que yo diga que me censuran previene a la censura. Pero quedarme callado es peor. Por eso cuando me cortan pongo el grito en el cielo, porque es una forma de develar la censura.

LAS CAMARILLAS Y EL HUMOR

- A usted se le identifica con la camarilla de la revista de Crítica Cultural. ¿Le gusta pertenecer a una camarilla?
- No es tan así. En ese medio aparecieron escasamente mis primeras crónicas. Pero en cuanto a las camarillas, me molestan quizá los clubes de Tobi que hay en la literatura, lo que no quiere decir que me desagrade la fragmentación. Un paisaje cultural interesante siempre va a estar fracturado en las distintas formas de ver y criticar la realidad. Lo que me irrita es que un compadrazgo literario oculte una asociación de grandes editoriales. Sin embargo, es inevitable que yo tenga mayor complicidad con un tipo de producción cultural y aborrezca otros.

- El problema de los grupos cerrados es el elitismo, ¿o no?
- Mi inquietud cultural es hacer el contrabando de contenidos culturales a la periferia y llevar a ésta a la catedral cultural. Las crónicas de Loco Afán, que acaba de sacar una editorial tan prestigiosa como Anagrama, antes pasaron por revistas y diarios al alcance de todos, como The Clinic. Y en radio Tierra mi proyecto es llegar a hogares donde los libros son inalcanzables. He visto, de todos modos, que mis publicaciones tienen llegada en el pueblo. Hablo de sus cosas elaboradamente, con un poco de aparatosa literatura, pero porque creo que la supuesta identidad chilena es más compleja que la imagen simplona y atontada que nos da el rating televisivo.

- Muchos lectores ven sus textos como carnavalescos y, sin embargo, su humor es más bien serio.
- Yo soy crítico de la comicidad chilena. Creo que nuestro humor es racista, misógino. ¿Por qué siempre nos reímos del tonto, del homosexual, del parapléjico? El tonto es el humorista que saca el chiste contra los homosexuales para congraciarse con su público homo fóbico. El humor chileno es fascista. De hecho, la caricatura de Pinochet lo blanquea presentándolo como el abuelito de Heidi. Y a los pobres, por el contrario, se les degrada calificándolos de sucios y rotosos, pero los pobres no son así. No obstante, cuando se parodia a los cuicos la burla se vuelve una moda. Coco Legrand es el mejor ejemplo.

- Con todas las críticas que le hace, usted no desdeña la televisión.
- Pero la abordo al modo vietnamita. Asisto a algunos programas donde creo que puedo criticar ese derechismo de la televisión que ninguno de los gobiernos concertacionistas ha desmontado.

- Usted es una persona sensual. ¿Cómo lo hace para vivir en Santiago, ciudad que en sus crónicas califica de aséptica?
- Santiago no es una ciudad. La única ciudad en Chile, por sus pasiones, es Valparaíso. La vida aquí es árida. Para soportarla, me invento otra urbe. A veces doblo en la esquina equivocada y entonces empiezo a conocer la ciudad. Así compenso mi erotismo insatisfecho.

 

 

 

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