Asisto al despojo del día
con su luto de marfil
herido,
a la ausencia del que no volvió de la guerra,
que
sin decir su nombre
quedó clavado en la monarquía del
silencio.
Sin ser carpintero ni ir más lejos,
hago
todo lo que pertenece al martillo:
me voy de golpe en golpe
cantando
por el tajo abierto de la madera.
No tengo que cerrar los ojos
ni amanecer en la hoguera
de la noche
para escuchar la navegada voz de la sal
que se
ahoga en el imperio del agua.
Concurro al mundo sombrío
del espejo,
al murmullo de una vasija rota,
a una figura
estática que duerme
en la lengua metálica de un espejo
roto;
pero, por sobre todo esos guijarros y derrumbes,
yo
acudo a la ansiedad de una campana
que no puede
sonar.
¿Cómo te llamas?
Incógnito, pasa el
reloj golpeando su itinerario,
en una marcha rumbo al
olvido:
se parece a tus manos que laboran,
a tus pies
circunscritos a un agujero,
a tus ojos que no tienen derecho
a soñar.
¡Yo insisto en quedarme!
Y
mientras la piedra con su granulometría
y tenaz monopolio de
memoria dura,
insonora consolida su áspero ligamento
en el
basto ejercicio del concreto;
tú gritas y tiembla el
mundo:
interrumpes el misterio de los
palacios
y allí,
ellos consternados cierran los ojos
y
expectoran en lo que tú podrías ser.
Para tu confesión con el lamento,
hay un
postulado de tiros al blanco:
el estómago deshabitado de las
cucharas
puede corroer los barrotes del
universo,
estandarizar el oro y el cristal de las
lámparas.
Y
como el péndulo
que lengüetea la brisa,
para ti,
sólo
hay lo que hubo:
un gran silencio
y eso es
todo.
El
Muelle
Y en
el universo,
la curva del tiempo
es mucho más grande que
una manzana,
se parece a una línea recta
que el hombre no
quiere entender.
Allí,
antes que existieran
tus
ojos,
Dios,
la Coca - Cola
y el teléfono,
el
universo tenía sentido:
era una lámpara, una manzana,
una
fábrica de ladrillos;
era un canto vertido en una
copa.
Sin embargo,
el hombre con sus
pilares,
parásito bajo el imperio del Sol,
al no poder
descifrar su origen,
se llamó hijo de Dios,
para creerse
heredero del universo.
Sin
tierra
Entre la uña del relámpago
inmerso en el
manifiesto de los campanarios
con sus racimos de
copa,
temblor y fuego,
el hombre,
frágil y
navegable,
invasor e invadido;
el ciclo límite de la
vida,
el emperador del espacio incalculable;
la temperada
materia superior del universo
se desmorona como caen los
pistilos,
cierra los ojos
y se va.
Ahí,
donde la liturgia de las
campanas
con sus clítoris pendulares
se revuelca en el
aire,
el primogénito de la arcilla
que no requirió un
alfarero de arte mayor,
el hombre que otorgó identidad al
firmamento;
él, que es todo lo que se puede ser
en la
frágil alzada de la vida,
vive bajo el terror de otra
aurora,
como la estancada impotencia
de un río
descuartizado
o la arquitectura inconclusa
de un complejo
circuito.
Colombia
La
lluvia es un horizonte
que se derrama,
otra hoja que
cae
cuando sale el sol
o llega la noche.
No
te atormentes con mis palabras.
De
nuevo ascenderá al tacto
el odio de otra teoría perfecta
y
tendremos que volver a las guerras
que destruyen al
hombre,
en nombre de la paz.
Mi
corazón,
por ejemplo,
un día vio a la lluvia caer
sin
reposo, sobre vastas multitudes
olvidadas por los
humanistas.
Ahora,
nadie habla,
mientras los rostros se
esfuman
entre los bosques petroleros
ocupados por la
codicia.
Caminando Solo
Amo la compostura ordenada del viento,
su crespa
uña de enredadera llega hasta mí
y trae algunos olores de
fuego al atardecer.
Rodando bajo el árbol del silicio,
entre la duda
del cuarzo lechoso
y la arrogancia laureada del
ópalo,
murmuro por las calles versos de Emily Dickinson,
y
sin saber cómo llego a todas partes,
vuelvo perdido desde el
fondo de las lilas de agua,
hecho pájaro con una rara
canción.
Juego con la voluntad eólica de mi oscura
infancia,
danzo en mis sangrientos territorios
desbocados,
y por las calles, enrarecido en la espuma
volátil,
esculpo teorías fantásticas
que insulto con una
sonrisa:
No
hay silencio más allá del silencio.
Día de
descanso en Managua
Por las noches,
las cucarachas
bajan por las
paredes
a escoltar mi sueño
y sin respetar mi rango,
se
miran en el espejo
y alegres,
por todas partes
pasan.
Atacan la generosidad de mis calcetines,
el
dogma estético de mis pies que,
desvanecidos como
osamentas,
en el suelo descansan.
Sitian la tiranía de mis botas,
humillan su
linaje perverso
y entonces,
ellas me hacen doler el
alma.
Atrapo un trueno con mis manos
y ellas se
asustan y arrancan;
entran y salen por el cañón de mi
metralleta
y entre los cargadores
hacen un
cónclave:
allí se pertrechan
como si quisieran
matarme.
Les tiro escupos,
golpeo la pared,
y
gritando
cito al diablo
y a sus
orígenes.
Se
marchan
y ocultan entre mis libros,
allí quedan
quietas,
y en la imaginación del mundo
depositan sus
huevos,
y también
se cagan en el
conocimiento.
Descubrimiento del
Cobre
Y
desde entonces, cuando
la arteria del pálido metal
fue
abierta de par en par
sobre la extendida industria de la
clorofila:
no quedó flor
sin bajar la mollera;
no quedó
obrero crucificado
sin un cuchillo en el pecho;
no quedó
esquina sin un niño mutilado;
no quedó espacio sin un grito
de dolor.
Ojos muertos florecen,
ojos muertos vuelan
y
caen sobre el duro pecho
del país
diseminado.
Ya, ni los versos bastan,
ni un ojo
abierto
en la monumental geografía nocturna,
para que la
lágrima derramada
posponga su nivel de
escultura.
No me
Gustan Estos Versos
Cuando
voy por las calles
de los EE.UU.
y veo a los niños,
les
extiendo mis manos,
los abrazo, si puedo,
y
luego,
triste me voy.
Algún día,
cuando estén más grandes
los
enviarán a mi país
y allí,
a mis hijos
dejarán
muertos.
Tal vez,
me disparen a mí,
mientras,
en
otro lugar
lea este poema.
Ellos,
también sonríen conmigo,
y sin saber
nada de invasiones
siguen jugando
y
corriendo.
La
estirpe desnuda de la cuchara
Veo al oro verde con su espiga de
dolor,
multiplicando su fruta de pan y espuma,
y vestido
de lentitud, traer silbando
hasta la estirpe desnuda de la
cuchara,
pólvora, vidrio molido y un largo
grito.
Muere de hambre el hombre en la cosecha,
para su
configuración y su boca, no hay espacio:
para él hay un sueño
escrito en las paredes
y un monumento que amenaza su
libertad.
La
tumba lo espera
y él sangra.
Él
desfila con su confusa historia de humo,
y rastreando en los
párpados de la mañana
busca en la batalla del cereal
la
muchedumbre de un amanecer imperecedero.
Pero llega la noche con el cuchillo,
y
enredándose con el sudor amputa la lluvia,
hasta que difuso
en el pulcro paisaje,
a su flor, mortalmente
derrama.
Labora el hombre
y luego
cae
muerto.
La Teniente Juanita
Gutiérrez
El
cielo suelta su racimo, tejiendo
sobre la arena que cosecha
el mar,
el silencio y ya no existes.
Nadie te vio partir,
sólo la carpintería del
agua,
de golpe en golpe asistió al funeral de tus pies
y
tragó, mordiendo, el océano tu esqueleto.
Bajo la imaginación carbonífera de la
noche,
entre el humo de las oscuras chozas,
pláñido busca
tu ausencia y se despide
el pueblo con su soliloquio
y
luego se duerme.
Con tu sonoridad de muerta
agitas el reposo de
todo lo inmóvil,
como el agua que pierde la dentadura en la
roca
y se marcha con su ejército cantando.
La
hoja
La
hoja,
sin saber que está muerta,
cambia la curvatura de su
periferia
y declina
con el rigor de los cristales del
agua,
en el universo de cuanto nace.
En
su memoria de caída,
su orfandad precipita el derrumbe de su
calavera;
se torna cieno
y sume el néctar de su
proceso
en el poro subterráneo
de alguna raíz
maternal.
Y
en su largo viaje
de muerta hecha gota,
sin darse cuenta
de su trágica progresión,
vuelve a la copa de la
rama,
en un gesto de insurrección infatigable,
se
multiplica
y repite su hazaña mortal.
Los Últimos Serán los
Primeros
El
gato se subió a la mesa,
comió el pan y lamió el
mantel,
luego nos sentamos a la mesa
y nos comimos al
gato.