Contemplación
de los cuerpos
Lima, Estruendomudo editores, 2005
Luis Fernando
Chueca
Primera muerte
"Entra", me dicen. El cuarto luce pulcro, el Cristo colgado
en la pared, las cortinas cerradas. En la cama está mi abuelo.
Imagino -a falta de precisión en el recuerdo- sus ojos cerrados.
Los míos también porque he comenzado a llorar. Me abrazo
a su cuerpo, lo acaricio, beso su rostro. Rezo: que no sea él
el muerto sino yo. Pero suena en mis oídos la ley que ordena
que los hijos entierran a sus padres y a los padres de sus padres.
No puedo imaginar cuántas veces tendré que ver quebrado
este principio.
Mi abuela sigue de pie junto a la cama. No dice nada pero sus manos
tiemblan como si hubiera sostenido un peso mayor que el de sus fuerzas.
Alguien habla con la agencia funeraria.
Salgo de la habitación con una marca que tambalea mis doce
años. El desfile ha comenzado.
Los signos y las cosas (i)
Frente a la seguridad de la semiótica acerca de la distancia
que separa al signo de la cosa que este representa (la efigie puesta
sobre el lecho funerario del rey muerto parece estar a la raíz
del término representación), están los
que afirman que en un verdadero poema las palabras son capaces de
convocar la presencia real de aquello a lo que nombran.
Sobre esto pienso ahora que sostengo una fotografía de C y
escribo este poema. Y las palabras no llegan a mostrar un cuerpo lozano
en todo su esplendor. Digo C y solo alcanzo su borradura, apenas tenue
sombra o recuerdo deficiente. Quizás la marca de la muerte
es la definitiva imposibilidad de recuperar la imagen del ausente.
Burdas copias, reproducciones, intentos se repiten fracasando cada
vez. El poema que busca hundirse ritualmente en el misterio gozoso
de la vida se estrella contra la única verdad de su reverso
doloroso: ninguna representación de aquel que ha muerto alcanza
siquiera un hálito del ser.
El hijo del poeta
El hijo del poeta lleva casi el nombre del poeta y tiene en los ojos
algo de su luz. No conoce, o apenas, la leyenda que inevitablemente
marca su destino. "El esplendoroso sol que se levanta",
escribió el poeta sobre el nombre de su hijo. Luego prendió
fuego a sus papeles, a las viejas fotos de la abuela, a sus huesos.
A sus ojos como los ojos del hijo del poeta. Euforia y paroxismo dibujaron
las heridas de ese instante.
Que era necesario establecer el vínculo y era impostergable
la decisión decía el poeta a punto de estallar. Y luego
anunciaba su vuelta al tercer día para seguir al lado de su
hijo.
El hijo del poeta arderá si lo sabe, si descubre la marca
en sus pupilas o descascara la costra oscurecida de sus brazos. Pero
es imposible callar la furia en el pulso del poeta y la tersa dulzura
del manto que envolvía su sueño alucinado. Es inútil
olvidar su paso calmo al borde del abismo.
Por eso sabrá el hijo del poeta.
Documental
Un video narra las horas finales de Pompeya en el año 79 dC.
Explica el arqueólogo que el motivo de la muerte de sus habitantes
no fue la lava del Vesubio sobre los cuerpos, sino el contacto de
estos con una temperatura superior a los 500 grados. "La coloración
rojiza hallada en algunos cráneos es una particular incógnita.
Podría ser el cerebro que comenzó a desbordarse previamente
a la explosión. El calor fue tan intenso que puso a hervir
el cerebro antes de estallar", anota fríamente.
Ensayo esa misma frialdad documental en este poema y añado,
sobre acontecimientos más cercanos: "Lo que quedaba de
los cuerpos fue entregado a los familiares en cajas de leche Gloria.
Poco antes se hallaron, enterrados, camino a Cieneguilla, restos de
un maxilar superior y cinco dientes, el cráneo de una mujer
con un agujero de bala, retazos de un pantalón calcinado y
un juego de llaves, que permitió identificar a las víctimas
y seguir la pista de los cuerpos embolsados". O transcribo, en
un nuevo giro, el comentario de un marino que explica que, a diferencia
del Ejército, en su arma a los detenidos "los matan desnudos
para que no los reconozcan, ni sortijas ni aretes, ni zapatos ni ropa
interior. Y las prendas las queman".
Ni el asíndeton he tenido que inventarme. Y menos las imágenes
o la contraposición.
Me pregunto si hay algo que aumentar en este poema.
Los signos y las cosas (ii)
Después de lo anotado, ¿qué palabra conserva
su sentido?
Si digo muerte, ¿alcanzo a reflejar el horror, la ausencia,
la anulación de todo movimiento? Es el silencio que se tiñe
de negro sobre la manta vieja de la historia, la plena absurdidad
que recupera su única y privilegiada posición.
¿Es la muerte, acaso, una palabra?
Pero debo decir, o no escribir un nombre más en estos poemas.
Escribir aunque las puntas desgajen las yemas de los dedos, porque
se trata de acariciar cada palabra entumecida por la muerte que se
acerca imperturbable y silenciosa. Y removerla, trozarla, sacudirla.
Alejarla del baile de disfraces, de los juegos de máscaras
y encapuches. Revivirla boca a boca.
CONTEMPLACIÓN DE LOS CUERPOS
Visiones nebulosas y constantes
transcritas en una lengua que no se deshilvana
aunque debiera
ni masca su carne hasta el espanto
Y entonces cómo escribir si el hálito de vida
se adelgaza violentamente
cómo no perder la voz o hundirme
en la locura
cómo pretender que la armonía reorganice la existencia
si el verbo exacto es solo engaño ante la muerte
montada sobre el lomo
sin embargo aspira la certeza de los póstumos latidos
dibuja sobre tu piel las marcas de los cuerpos contemplados
y ... canta ...
canta ... canta
que el canto redime del horror
y de la fría voz de la impaciencia
acaricia el pecho desgarrado
....... el cuerpo canceroso
....... el agujero en el omóplato
como al desvelo de un sexo que se hunde sobre otro
en la más extrema perfección
golpea...... rasga......
desentierra
o arráncate los labios
pero canta
Luis Fernando Chueca (Lima, 1965):
Estudió literatura en la Universidad Católica del Perú,
donde también terminó estudios de Maestría.
Ha publicado los poemarios Rincones (anatomía del tormento)
en 1991, Animales de la casa en 1996 y Ritos funerarios
en 1998 y Contemplación de los cuerpos en el 2005.
En la actualidad, ejerce la docencia universitaria. Ensayos y artículos
suyos sobre Jorge Eduardo Eielson, Washington Delgado, Luis Hernández,
Vicente Huidobro, entre otros poetas peruanos e hispanoamericanos
contemporáneos han aparecido en diversas revistas especializadas.
Poemas suyos han aparecido en diferentes antologías como
La última cena. Poesía peruana, 20 años después,
de José Antonio Mazzotti con la colaboración de Róger
Santiváñez, Rafael Dávila-Franco y Paolo de Lima
(en Brújula Compass 36. Latin American Writers Institute,
primavera 2002), La letra en que nació la pena, muestra
de poesía peruana 1970 - 2004, cuya selección estuvo
a cargo de Maurizio Medo y Raúl Zurita (Santo Oficio editores,
2004), La mitad del cuerpo sonríe. Antología de la
poesía peruana contemporánea, prólogo, selección
y notas de Víctor Manuel Mendiola (Fondo de Cultura Económica,
2005).