Cualquier
forma de morir
Novela de Rafael
Menjívar Ochoa.
Guatemala, F&G
Editores, 2006
Por
Lilian Fernández Hall
El
último trimestre del año 2006 se convirtió en una confirmación
del excelente estado de la narrativa actual de El Salvador. En el lapso de tres
meses aparecieron, en distintos sellos, tres títulos de sendos escritores
salvadoreños. Tres novelas que, con distintos temas, estilos, enfoques
y niveles de lenguaje, ilustran el desarrollo y la riqueza de la literatura de
los escritores salvadoreños tanto residentes en el país como en
el extranjero. Las obras a las que nos referimos son, en orden de aparición:
Desmoronamiento de Horacio Castellanos Moya (aparecida en octubre), Cualquier
forma de morir de Rafael Menjívar Ochoa (noviembre) y El perro en
la niebla de Róger Lindo (diciembre).
Horacio Castellanos
Moya (Tegucigalpa, 1957), escritor salvadoreño recientemente establecido
en la ciudad norteamericana de Pittsburgh -luego de años de residencia
en México y en Alemania-, es uno de los más sólidos narradores
de su generación. Autor prolífico, confirma en Desmoronamiento
su dominio de las técnicas de la narración y su ambición
de enriquecer aún más el universo novelístico que ha ido
construyendo en sus obras de los últimos años. El perro en la
niebla, por su parte, es la primera novela de Róger Lindo (San
Salvador, 1955), periodista y poeta residente en Los Angeles. Es una novela ambiciosa,
de tono mesurado, que da testimonio de un período de la historia reciente
de El Salvador, abarcando desde los inicios de la guerra civil hasta los llamados
Acuerdos de Paz de hace un decenio.
Cualquier forma de morir, publicada
por la editorial guatemalteca F&G editores en una sobria y cuidada edición,
es una novela corta e intensa del escritor Rafael Menjívar Ochoa,
y continúa el ciclo de novelas negras iniciadas por el autor con Los
años marchitos (1990), Los héroes tienen sueño
(1998) y De vez en cuando la muerte (2002).
Rafael Menjívar
Ochoa nació en San Salvador (1959) donde residió hasta 1973, cuando
se trasladó con su familia a Costa Rica primero, y a México después.
Allí vivió hasta su regreso al país en 1999. Es escritor,
periodista, traductor y tiene actualmente a su cargo la Casa del Escritor en San
Salvador, establecimiento cuyo objetivo es la formación y el impulso de
las nuevas generaciones de escritores y artistas del país. La Casa del
Escritor, auspiciada por CONACULTURA (Consejo Nacional para la Cultura y el Arte),
realiza una labor destacada en la formación profesional de nuevos escritores.
La novela Cualquier forma de morir se suma a la ya considerable producción
novelística de su autor, que cuenta con varias obras publicadas en el país
y en el exterior. Varios de sus textos han sido traducidos al francés,
inglés y alemán e incluidos en antologías en Francia, Alemania,
Italia y España. Sus obras se han hecho además acreedoras a distintos
premios y menciones literarias.
Enraizada como dijimos en la tradición
de la novela negra, y especialmente en su variante "hard-boiled", escrita
a partir de Dashiell Hammet, Cualquier forma de morir nos introduce en
un mundo cerrado, brutal, sin compasión. Aunque nunca se mencione el lugar
donde transcurre la acción, la novela está claramente ambientada
en México, donde el autor vivió casi veinte años. La galería
de personajes es variada y encaja perfectamente en ese sistema de corrupción
y criminalidad constituido por las mafias del narcotráfico por un lado,
y las fuerzas policiales del país por el otro.
El espacio concreto
fundamental donde se desarrolla gran parte de la acción es una cárcel,
en la novela denominada el "Reclusorio". El narrador, del cual nunca
se sabe el nombre, es un ex integrante de las fuerzas policiales antinarcóticos
y ex jefe de escoltas de un tal "Comandante". La casi totalidad de los
personajes carecen de nombre propio (con la curiosa excepción de los cabecillas
del narcotráfico local, los hermanos Francisco y Santiago Celis), y son
denominados en la novela con apodos tales como el "Sapo", el "Cura",
el "Ciego", el "Ronco", el "Coronel", etc.; apelativos
que revelan alguna característica física, de carácter o de
ubicación jerárquica en este mundo estrictamente normado. A pesar
de esta aparente despersonalización, los personajes no se transforman nunca
en estereotipos. Menjívar Ochoa, en mucho gracias a su excelente manejo
del lenguaje, logra plasmar distintas personalidades con una admirable economía
de recursos. Esta es una novela corta pero intensa, sólidamente construida
y narrada con destreza, elegancia y humor.
Más allá de la
anécdota, no del todo simple (a veces es necesaria la relectura para ubicar
las distintas piezas del relato), se podría decir que la protagonista omnipresente
de la novela es la muerte. O mejor dicho, las distintas formas o maneras de morir.
O de evitar la muerte, hasta donde se pueda. Las reflexiones del personaje central
o narrador (llamémoslo "N") giran con frecuencia en torno a este
tema. Con credibilidad y grandes dosis de humor negro, cinismo e ironía,
N encuentra una voz propia que nos hace partícipes de sus conclusiones
acerca de las distintas formas de vivir y de morir: sobrevivir a cualquier precio
("me fijé una regla estricta: yo no iba a ser el muerto" p. 69)
o morir antes de tiempo, creyendo ser héroe ("cuando un héroe
se muere no es un héroe. A lo mejor sea héroe después de
muerto, a lo mejor haya sido héroe antes de morirse, pero en ese momento
es alguien a quien se lo está llevando la chingada. Nada más, nada
menos." p. 81).
Estas diversas maneras de vivir o morir están
siempre presentes en el relato. Varios personajes, por ejemplo, pasan a estar
"oficialmente" muertos (de acuerdo a partes oficiales o noticias en
los periódicos) luego de una riña o una balacera. Esta es una forma
de "desaparecer" y evitar represalias o castigos, pero implica a la
vez el paso a una tierra de nadie; una manera de no existir, de ser enormemente
vulnerable y estar en manos del cabecilla de turno. La otra forma de morir es
la absurda denominación de "suicidio" a ciertos asesinatos ordenados
por los distintos grupos que se disputan el poder. Durante el transcurso de la
novela presenciamos una serie de tales "suicidios": un empresario, tres
comandantes narcos, el director de un diario de oposición y hasta un candidato
presidencial. Con una buena dosis de humor negro, comenta N: "Todo el mundo
se suicidó ese año. Morirse se puso de moda." (p. 49). Pero
en medio de tanta muerte, N sobrevive, aunque muy próximo varias veces
a trapasar ese límite difuso entre la vida y la muerte. A veces lo llaman
víctima, pero la clave de su permanencia en el mundo de los vivos quizás
esté en este diálogo:
"-¿Cuál es mi papel?
(pregunta N al Coronel)
(...)
-Ser testigo-, dijo, y se mató".
(p. 87)
La tensión narrativa de esta novela no decae en ningún
momento. Menjivar Ochoa hace gala de una prosa ajustada, sin titubeos, que involucra
al lector y no lo suelta. Sus diálogos son seguros y encuentran siempre
el registro adecuado. Cualquier forma de morir nos presenta un ambiente
machista, brutal y despiadado. Machista porque éste es, sencillamente,
un mundo habitado y regido por hombres, donde las mujeres tienen un rol secundario
(aunque existan excepciones, como la figura de la abuela). Brutal y despiadado
porque no hay tiempo ni posibilidad de evaluar las acciones: quien no mata, muere.
Todas las energías están concentradas en sobrevivir. La obra de
Rafael Menjívar Ochoa no nos proporciona directamente un panorama alentador.
Sin embargo, hay algo que impide que la desesperanza nos gane: la supervivencia
en sí es una victoria. Victoria sobre la muerte, en todas sus formas y
ropajes. El humor, aunque muy negro, es otro mecanismo transgresor y generador
de esperanza. El texto que empezó con un "Pero la luna no grita..."
(p. 9) termina con la afirmación: "La luna estaba gritando"(p.
115). El círculo se cierra y la vida, para quienes han logrado conservarla,
continúa.
La novelística de Rafael Menjívar Ochoa y
de muchos otros autores salvadoreños actuales -a los mencionados anteriormente
hay que agregar por lo menos dos nombres de narradoras destacadas: Jacinta Escudos
(1961) y Claudia Hernández (1975)-, son prueba de la efervescencia de la
literatura centroamericana actual, que nos está brindando nombres muy interesantes
y obras de notable calidad.