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Paulo Lins

Historias violentas


por
Pedro Pablo Guerrero



Pedro Pablo Guerrero
Invitado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), el autor carioca llega mañana a Chile. Desde Río de Janeiro, relata sus comienzos en la literatura, critica ácidamente a las élites brasileñasy explica su participación en nuevos proyectos cinematográficos sobre los marginados de su país.




A Paulo Lins (Río de Janeiro, 1958) nadie le cuenta historias. La extrema violencia de su escritura no surgió de una súbita iluminación creativa inspirada en "Pulp Fiction" o "American Psycho", luego de una matiné en el cine Hoyts. Lins vivió en una favela desde los siete hasta los 32 años. La misma que describe en su novela Ciudad de Dios (1997), título que toma el nombre de una de las barriadas más peligrosas de la urbe brasileña, creada en los años sesenta para acoger a las víctimas de una inundación, y que apenas dos décadas más tarde se convirtió en el escenario de una sangrienta guerra entre bandas de narcotraficantes.

En el curso de su vida, el autor vio convertirse un arrabal carioca de ruinosos caserones campestres, guayabos y un río limpio, en un infierno suburbano, donde la muerte acechaba a la vuelta de cada esquina, incluso con armas automáticas y granadas de mano, sin respetar ni siquiera a los niños. "Mi novela está basada en hechos reales tomados de una investigación que sirvió para estudios antropológicos", aclara. Efectivamente, de 1986 a 1993 Lins recopiló docenas de entrevistas a los habitantes para el proyecto "Crimen y criminalidad en las clases populares", de Alba Zaluar.

Con tales materiales pudo limitarse a escribir una novela testimonial más o menos sociológica, pero su oficio poético dotó a la obra de un lirismo inesperado y de un ritmo que no da tregua, convirtiendo a Ciudad de Dios en uno de los libros más vendidos en Brasil durante los últimos años, traducido a varios idiomas y llevado al cine por Fernando Meirelles y Kátia Lund, con el asesoramiento del propio autor en el guión.

"Nada que merezca crédito, sólo algunas sugerencias durante las filmaciones, pero nada importante - afirma con modestia- . Me gustó mucho la película. Fue un trabajo fenomenal de todo el equipo".

Gran parte de este éxito se puede atribuir a los precoces inicios literarios de Lins, que lo pusieron en sintonía con historias y cadencias auténticamente populares.

"Yo escribía antes de saber escribir literalmente - recuerda- . Decía los versos que mamá anotaba. Mis primeros poemas fueron escritos con la letra de mi madre. Después todos mis amigos me apoyaron, pues comencé mi vida artística escribiendo letras de samba-enredo, que en Brasil le gusta mucho a todo el mundo, y que todavía canto de vez en cuando".

El autor se refiere a un tipo de canción de letra patriótica vinculada al tema o "enredo" elegido por las escuelas de sambas para sus desfiles de carnaval. Escuelas que, como se muestra en la novela, fueron apadrinadas por algunos capos mafiosos para ganarse la simpatía de la gente y hacer triunfar a ciertos cantantes y compositores amigos.

No fue su caso, por cierto. El camino de Lins fue harto más difícil. En busca de apoyo formó parte de una Cooperativa de Poetas, nombre algo rimbombante para una iniciativa muy simple. "Era una forma de publicar, ya que el mercado editorial es muy cerrado para la poesía. Vendíamos de bar en bar", precisa.

Así nació su libro de poemas Sobre o sol (1986), escrito mientras estudiaba literatura en la Universidad Federal de Río de Janeiro. "Apenas un ensayo donde experimentaba todo - recuerda- . Era muy joven, aún estaba en la facultad y un amigo, Alvaro Marins, me incentivó a publicarlo".

La poesía es un género que Lins no ha abandonado del todo, pues, según afirma, "es para mí una necesidad". A tal punto que en las primeras páginas de su novela, la invoca tal como Homero hacía con la musa en La Ilíada: "Poesía, mi guía, ilumina las certezas de los hombres y los tonos de mis palabras. Y es que me arriesgo a la prosa incluso aunque las balas atraviesen los fonemas..."


Los verdaderos bandidos

Como las del italiano Vasco Pratolini o El zorro de arriba y el zorro de abajo, de José María Arguedas, Ciudad de Dios es una novela coral. No hay un solo protagonista, sino varios. Uno de ellos, el más atípico, es Busca-Pé, un adolescente nostálgico de los primeros años de la favela, que fuma marihuana con sus amigos de vez en cuando, escucha música popular brasileña (Caetano, Gil, Vinicius), trabaja por un tiempo en un supermercado y logra escapar de la violencia dedicándose a la fotografía.

¿Es el personaje con el que Paulo Lins se siente más identificado autobiográficamente?
"No - responde, categórico- . Yo me identifico con Inferninho. Es el que merece más atención. Tengo la certeza de que la sociedad, con su prejuicios, lucro y desprecio, lo hizo así".

Hijo de un alcohólico y una prostituta de la zona, Inferninho ayuda desde niño a bandas de rufianes y termina formando una propia, junto a la cual asalta camiones repartidores de gas, bencineras y hasta un motel, sin titu-bear a la hora de matar al que se cruce en su camino. En sus primeros años, madura en él un vago deseo de venganza contra el mundo: ha visto morir a su abuela, sin poder hacer nada por salvarla, en un incendio provocado, al parecer, por los escuadrones de la muerte. Desde entonces, Inferninho "opta" por una corta existencia delictual en vez de una larga vida de pobreza.

"No hay oportunidad real en términos de ascenso social en Brasil - constata Lins- . O la gente sigue el camino de la criminalidad o entra al mercado de la mano de obra no especializada. La violencia es fruto de la desigualdad social, la peor del mundo por años. Sólo hay violencia porque existe miseria. El combate no debe hacerse con la policía, sino con una mejor distribución de la renta y políticas públicas".

Ciudad de Dios es un nombre que evoca, irónicamente, la apología cristiana de San Agustín, y también la "Ciudad de la alegría" descrita por Dominique Lapierre en su libro sobre Calcuta. En Brasil no hay castas religiosas, pero la forma en que se llevó a cabo la colonización europea ha conducido a otro tipo de segregación. En la novela, el narrador comenta que las teleseries brasileñas, vistas por millones de espectadores negros, curiosamente no tienen actores principales de ese color. Incluso en el mundo del hampa el delincuente blanco es privilegiado, porque no despierta sospechas en sus víctimas ni en la policía.

Zé Miúdo, el narcotraficante más cruel y resentido de la novela, odia a los blancos, pero desea a una mujer rubia, mientras que su compinche Pardalzinho traba amistad con adolescentes blancos de clase media, imitando su gus-to por el rock y la ropa de marca.

"La verdad - confiesa Paulo Lins- es que el narrador de mi novela siente pena por esos jóvenes que son el resultado de 400 años de esclavitud, trescientos años de colonización y cien años de explotación económica norteamericana y europea. Además de la élite brasileña, que está compuesta por personas de pésima índole. Ellas son los verdaderos bandidos de Brasil".


"Mi novela es cosa de mi tiempo"

Por esas paradojas tan comunes en América Latina, Paulo Lins empieza a escribir su próxima novela gracias a una beca de la estadounidense Fundación Guggenheim. Aún no tiene título, pero anticipa que aborda la discriminación de los negros en Brasil. Por ahora espera la finalización de otro largometraje, "Quase dois Irmaos" (Casi dos hermanos), del cual hizo el guión junto a su directora, Lúcia Murat. La historia se ambienta durante los años de la dictadura militar brasileña y muestra a dos familias, una de clase media y otra de "favelados", que se cruzan a lo largo de tres generaciones.

"La película muestra, entre otras cosas - según adelanta- , la relación de lospresos políticos con los comunes y lo que surgió de ella en el presidio de Ilha Grande, hoy clausurado. Es un film en el que dos mundos se unen a través del arte, la política, el crimen y la pasión".

A pesar de estas colaboraciones, Lins advierte que sus vínculos con el mundo audiovisual son recientes:

"Nunca estuve ligado al cine. Después que lancé Ciudad de Dios, muchos cineastas me buscaron para hacer guiones. De ahí en adelante estreché mi relación, al punto de aceptar la invitación de Kátia Lund, co-directora de "Ciudad de Dios", para realizar con ella dos cortos para televisión. Sin embargo, sólo me quedé en el set de filmación para aprender y por la afinidad de pensamiento que tengo con Kátia. Lo que más me gusta es hacer guiones".

Aunque Ciudad de Dios y su versión cinematográfica fueron comparadas con el cine de gángsters estadounidense, el neorrealismo italiano - por la participación de pobladores reales de las favelas- y el "cinema novo" de Glauber Rocha, Paulo Lins cree que son cosas diferentes.

"No pensé en ninguna escuela cuando escribí el libro. Tuve influencia de varios autores. Mi novela es cosa de mi tiempo. No tengo preferencia por este o aquel autor. Todos son importantes para mi formación".
Respecto del panorama literario brasileño y sus narradores favoritos, el autor se muestra igual de reservado. "El escritor que más me emociona es Guimaraes Rosa", admite. No da nombres más contemporáneos, pero cuando se le menciona el de Paulo Coelho, responde escuetamente: "Coelho hace una literatura especial, una cosa religiosa, que sólo él hace en Brasil, y muy bien".

En su caso, queda claro que los temas son otros. La violencia, el racismo, la explotación económica y la miseria le parecen cuestiones más urgentes. Comunes, en distinta escala, a toda la región. No le extraña para nada el éxito que esta clase de libros puede alcanzar, sobre todo cuando son escritos con arte.

"Es la hora de hablar de estas cosas después del fin de las dictaduras de América Latina
- concluye- . El arte tiene el poder de mover las emociones. Por eso mi novela consiguió ese impacto en todo el mundo".


Cruce de fronteras

El escritor brasileño participará en el foro literario "Paseos limítrofes" previsto para el 13 de noviembre en la Sala América de la Biblioteca Nacional. Los otros escritores invitados son el alemán de origen kurdo-iraquí Sherko Fatah (Tierra de frontera, Siruela) y el brasileño Fernando Bonassi, a quienes se suman Gonzalo Rojas y Jorge Edwards. En la oportunidad, los autores leerán fragmentos de su obra y compartirán con el público asistente en una maratónica jornada que se extenderá, con pausas, desde las 18 a las 24 horas. También está previsto para ese mismo día un encuentro privado con jóvenes escritores chilenos.

La velada literaria forma parte del programa de actividades del primer encuentro "Artes DAAD. Límites, bordes, fronteras", organizado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico entre el 10 y el 28 de noviembre. La iniciativa, que cuenta con la cooperación de las universidades Arcis, de Chile, el Goethe-Institut y la Dibam, convoca a estudiosos, artistas y ex becarios del DAAD en las áreas de artes visuales, música, literatura y teoría cultural, provenientes de Chile, Argentina, Brasil y Alemania.

Paulo Lins permaneció un año en Berlín en calidad de artista residente, tal como anteriormente lo hicieron Vargas Llosa, Carlos Franz y Jorge Edwards, entre otros.

 



"Ciudad de Dios"
(
texto escogido)



En Los Apés, un grupo de niños, cuya media rondaba los siete años, se reunió en la escalera del Bloque Ocho. Se los conocía como los "Ángeles", porque todos habían nacido en Ciudad de Dios, y también como los "Caixa Baixa", porque nunca tenían dinero, al contrario que los rufianes de la cuadrilla de Miúdo, cuyos robos y asaltos les reportaban grandes sumas. Hambrientos, en ese instante devoraban tres pollos conseguidos en un atraco a una cantina situada en la plaza de Tacuara, adonde llegaron armados de hambre hasta los dientes.

Lampiáo decía, con la boca llena, que nunca más robaría para comer; juraba que abriría un gran negocio para no tener que arriesgarse a que lo pillasen todos los días y, para ello, haría lo mismo que Biscoitinho y Marcelinho Baiáo, que sólo afanaban casas y traían oro, dólares y armas. Un día, ese rollo de meter la mano en la cintura fingiéndose armado podía fallar, así que era hora de conseguir armas para apuntar a la cara de los pringados y ordenarles que pusieran todo en el suelo. Era humillante seguir haciendo favores a los maleantes a cambio de una miseria, restos de comida y bolsitas de marihuana.

A Otávio le gustaba ese currito de recadero. Siempre había dicho que de mayor quería ser traficante, pero lleva mucho tiempo conseguir que a uno lo respeten para ser camello y después vigilante hasta llegar a jefe. Para estar al frente de un puesto de venta tendría que esperar a que los antiguos dueños muriesen o los encerrasen o, si no, matar a todo el mundo, como había hecho Miúdo. No, robaría cosas grandes para llenarse los bolsillos de dinero.

De eso hablaban unos niños que se peleaban por llevarse a casa los restos de los pollos que habían robado.

Lampiáo llegó a su casa sin hacer ruido para no despertar a su madre ni a su padrastro. Éste, sin embargo, no dormía, por si el muchacho traía algún dinero. El niño sólo le ofreció un muslo de pollo y recibió un sopapo a cambio, porque su padrastro no era ningún gilipollas como para mantener a los hijos de otros ni vivía para proteger a vagabundos. Su madre intervino, y ésta también recibió lo suyo.

El padrastro no lo decía, pero estaba convencido de que ella defendía a aquel hijo de puta porque veía en él el rostro de su padre; el mucho afecto que le daba era una manera de amar al otro. Un día lo mataría a hostias para no vivir con el recuerdo del primer marido de su esposa. Lampiáo, después de la zurra, se fue a dormir sin derramar una sola lágrima, porque todo el mundo sabe, y nunca está de más repetirlo, que los hombres, si lo son de verdad, nunca lloran.

 

 

 

 

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Paulo Lins: Historias violentas
por Pedro Pablo Guerrero
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio
sabado 8 de Noviembre de 2003