Entrevista a Luis
López-Aliaga
"La
simpleza es un estilo"
Por Álvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes
19 de Agosto de 2005.
En "Bazar Imperio",
el narrador chileno incluye dos relatos largos -o novelas cortas-
cuyos protagonistas asumen su vocación artística con
absoluta radicalidad.
Antes de los supermercados y los vendedores ambulantes, el bazar
era una institución del barrio, un negocio tan necesario como
la panadería y la verdulería. En esos locales donde
había "de todo", el escritor Luis López-Aliaga
encontró también la metáfora justa para definir
Nueva York, la ciudad en que
se desarrollan las historias de Bazar Imperio, su nuevo libro.
"Allí tienen cabida la miseria y la opulencia, la frivolidad
más grande y la intelectualidad más avanzada. Y a nivel
cultural la mezcla es muy potente. Por eso creo que Nueva York es
el bazar norteamericano por antonomasia, un lugar del que puedes sacar
lo que te parezca", explica López-Aliaga.
Después de publicar un volumen de cuentos (Cuestión
de astronomía) y dos novelas (Fiesta de disfraces
y El verano del ángel), el narrador se lanzó
a escribir sin pensar en géneros ni demandas editoriales. El
resultado, desde el punto de vista formal, sale de lo común
en nuestro medio: Bazar Imperio (Lom) está compuesto
de dos cuentos largos o novelas cortas, piezas que bordean las 60
páginas, que pretenden combinar la pegada con la resistencia.
"La Coca no quiere ir a Varadero" narra el quiebre
absoluto de una parvularia con su entorno familiar y sentimental.
"A los pocos meses la Coca me anunció que a fin de año
ya no seguiría cuidando a los niños de los funcionarios
de la Fuerza Aérea. No seguiría en ese lugar ni en ningún
otro que se le pareciera. Ella iba a ser escritora", cuenta su
novio, o su ex novio en realidad, pues al momento de decidirse por
la literatura la Coca opta por irse a Nueva York. La madre alcohólica,
una ex compañera del Villa María y una salvadoreña
que le arrienda una pieza en los suburbios completan este cuadro que
guarda más de una similitud con el propio López-Aliaga.
—Tú también renunciaste a tus estudios para dedicarte
a escribir. ¿Te dijeron frases como "te estás volviendo
loco"?
—Sí, y te diría que incluso uno mismo se pregunta a
veces ¿para qué quemarse las pestañas en esto
que cada vez le importa a menos gente? Obviamente yo viví algo
similar a la Coca, pero en ella es más radical porque viene
de un mundo completamente ajeno a la literatura.
—Pero elegiste contar la historia desde el lado de su novio. ¿Por
qué?
—Me interesaba ponerme en el pellejo del que sufre las consecuencias
de esta opción. Un narrador muy distinto a mí, que es
hijo de aviador, estudia ingeniería y casi no ha salido de
Chile. Pero el proceso suyo me pareció casi tan fuerte como
el de la Coca, pues también termina enganchado al mito de Nueva
York, aunque por una vía distinta. Elegir esa voz me exigía
poner entre paréntesis mis juicios morales.
—¿Podríamos decir que el quiebre en la pareja es
"el" tema para ti?
—Sí, pero no sólo para mí. Las relaciones de
pareja son una complicación y un misterio, y por cierto no
siempre tiene finales felices. Pero además tiene que ver con
lo narrativo, pues el amor feliz no es novelable.
EL MUNDO DE LENNY
La segunda nouvelle tiene ese halo de falsificación e impostura
de los cuentos de
Borges. Sólo que la acción transcurre en los bajos fondos
newyorkinos, con el jazz y la heroína como aditivos de esa
fiesta interminable que quiso vivir Jackie Polino, un comediante que
a comienzos de los 60 irrumpió con un estilo basado en el sarcasmo
y los improperios. Sus dardos iban dirigidos hacia el gobierno, los
comunistas, los hippies, los líderes negros y un largo etcétera.
"Tras el legado de Jackie Polino" está inspirado
en la vida de Lenny Bruce, quien en 1964 fue procesado por obsecenidades.
Bruce recibió el apoyo de Susan Sontag, Norman Mailer y otros
ilustres de la contracultura norteamericana, pero finalmente perdió
el juicio.
—¿Qué te atrajo de este personaje?
—Me interesó cómo un tipo sin ninguna preparación
académica fue desarrollando un estilo y llegó a transformarse
en un innovador al incorporar el elemento social. Era un tipo explosivo,
bueno para los garabatos y, claro, todo eso fue lo que también
lo llevó a la debacle, porque él nunca cedió.
Esos son temas que me interesan: ver cómo fue puliendo en la
práctica su estilo, encontrándose a sí mismo.
Y luego, cuando sintió que lo encontró, no se traicionó.
—¿Te interesaba denunciar el doble estándar de la
sociedad norteamericana?
—Claro, me llamó la atención el contraste entre esa
mitología de apertura que hay sobre los 60 y la forma como
persiguieron a Bruce, quien terminó marginado por el solo hecho
de mofarse de lo que consideraba equivocado. Se cagaba en todos. Lo
suyo era en función del espectáculo, pero en el fondo
era en función del estilo, era lo que le exigía su propio
personaje. Por eso puso tanto énfasis en su defensa legal.
—En una entrevista dijiste que el arte salía de la insatisfacción.
¿Qué insatisfacciones motivaron este libro?
—Tienen que ver con el oficio o la profesión de escritor, con
lo que significa que esta opción sea radical. Puede sonar muy
determinista, pero yo me di cuenta no hace mucho que esto no tenía
vuelta atrás. Cuando empecé, sentía que si me
apestaba o se me quitaban las ganas me podía dedicar a otra
cosa, poner un negocio por ejemplo. Pero ya siento que esto no tiene
vueltas y eso es fuerte, porque no es un camino que uno recomendaría.
—¿Sientes la presión de demostrar una superación?
—Nada. Todo eso que fue discusión personal en algún
tiempo es pasado. Esas son imposiciones que no busqué yo. Recuerdo
que todos los comentarios de Cuestión de astronomía
terminaban con "ahora vamos a ver qué nos ofrece este
prometedor autor". Eso fue durante mucho tiempo una carga pesada,
pero ahora me siento liberado.
—¿Cuánto le debe este libro a la literatura norteamericana?
—No lo sé bien, pues así como encuentro que Carver es
impresionante, aquí coloco más referencias cinematográficas
que literarias. De todos modos, esa línea narrativa que Bloom
definía como hemingwayana-chejoviana me interesa más
que la borgeana-kafkiana. Me atrae esa construcción de un hecho
perturbador a partir de una apariencia realista.
—¿Apuestas por una literatura clara?
—Hoy siento que lo que quiero hacer tiene que ver con la simpleza,
con las historias que hablan por sí solas, que lo que ocurra
no se deba al rebuscamiento. Antes no estaba tan convencido de eso,
pero hoy sé que la simpleza es un estilo, un valor que claramente
está más presente en la tradición norteamericana.