Lima
la horrible
Cariño malo
Por Luis López-Aliaga
Revista de Libros de El Mercurio, sábado
13 de Diciembre de 2003
Así como Kafka se transformó en un adjetivo que desvirtúa
su propia obra y la isla Utopía terminó convertida en
un concepto de múltiples y, a veces, peligrosos alcances, sin
que ya nadie recuerde el libro homónimo de Tomás Moro,
así mismo Lima-la-horrible ha devenido en toda una muletilla,
vaga, hasta con un dejo de esnobismo que casi se autonomiza del libro
y del autor que la impone.
Reeditado recientemente por la Universidad de Concepción como
parte de la serie «Clásicos Latinoamericanos»,
en una edición que sorprende por su minucioso cuidado, Lima
la horrible, del peruano Sebastián Salazar Bondy,
es uno de aquellos libros que terminan siendo mucho más citados
que leídos.
La referencia a Tomás Moro no es casual. La ciudad que describe
con furia y agudeza Salazar Bondy nace marcada, como la Utopía
de Moro, por una fogosa intencionalidad política. El mecanismo
de lucha, eso sí, resulta radicalmente inverso. Mientras Moro
presenta una isla idílica que se contrasta punto por punto
con la Inglaterra de Enrique VIII, el peruano nos muestra una Lima
mezquina, hipócrita y huachafa que se convierte en el
inverso exacto de la Lima del mito aristocrático, de aquella
Arcadia colonial que, según el poeta, ensayista y dramaturgo
peruano, inventaron para su propio deleite las clases dirigentes.
Lima es una ciudad que ha contado siempre con un nutrido ejército
de adeptos, exégetas y aduladores provenientes de las más
diversas esferas y latitudes. Salazar Bondy se subleva contra la "envoltura
patriótica y folklórica de un contrabando" que
tiene entre sus más destacados pregoneros al Ricardo Palma
de las Tradiciones peruanas. Ahí está la base
literaria que sustenta un estado de manipulación mental que,
con cierta ironía, Salazar Bondy denomina costumbrismo totalitario.
Y es desde esta sublevación que el autor funda su propia ciudad,
como un gesto político asentado en un antioligarquismo despiadado,
virulento y hasta, en más de algún sentido, suicida.
Para dinamitar la Lima del valsesito melancólico, el ensueño
colonial, el gregarismo devoto y el barroco inmobiliario, no le queda
más que recurrir al adjetivo demoledor. Frente a una falsificación,
Salazar Bondy levanta otra. Y desde las primeras páginas asume
su cruzada política: "Lima es por ella horrible, pero
la validez de este calificativo depende de dónde nos situemos
para juzgarla, qué código consultemos para medir sus
defectos y vicios y a quiénes sentemos en el banquillo de los
acusados".
Es en este sentido que estamos frente a un libro esencial y conmovedoramente
político. Y premonitorio, si se quiere: la Lima que inventa
Salazar Bondy anticipa la caótica ciudad de casi 10 millones
de habitantes, con sus polladas y su cultura chicha, con el tráfico
incomprensible y los pueblos jóvenes, corralones o barriadas
que se encaraman en los cerros. Un engendro casi imposible de imaginar
desde aquella apacible ciudad de 2 millones de habitantes que conoció
el autor a comienzo de los años sesenta. Pero la rabia logra
el prodigio de la profecía. Por cierto, se trata de una premonición
indeseada, inversa en todo a la que explícitamente plantea
cuando señala que llegará la hora en que se restituirá
"aquí como en todas partes la solidaridad que reúne
a todos los hombres por el éxito común, la libertad
que permite la movilidad de los más humildes..." y blá,
blá, blá.
Optimismo positivista relacionado, por cierto, con aquella fantasía
del socialismo científico. Nada de eso ha ocurrido, ni en Lima
ni en ninguna otra parte y, en cambio, la ira de Salazar Bondy contra
las que llama Grandes Familias parece cada vez más justificada
cuando vemos en lo que han dejado convertida una ciudad y un país
que manejaron a su antojo. Quizás existan rasgos paranoicos
en la descripción de este complot a gran escala, al que concurren
las instituciones políticas y religiosas, instrumentos discrecionales
de las Grandes Familias, pero a la luz de los resultados noqueda más
que aceptar su justificada indignación y hasta su agudeza visionaria.
El horror que Lima le provoca a Salazar Bondy es absoluto, abarcador,
y se refiere tanto al paisaje como a la sicología de sus habitantes,
a la estructura social y étnica como al clima, a la organización
política como a la arquitectura civil y religiosa. Mirada en
sus detalles o en perspectiva general, el horror de Lima es siempre
él mismo. Así, "la humedad ponzoñosa, la
lisa visión de un tul de niebla que hace irreales las cosas
más rotundas (...), se convierten en sedante o somnífero
de la vigilia y su carga vital". Lo que, de paso, da pie para
recordar la historia de aquel alcalde que ante la cercanía
de la peste amarilla vaticinó con acierto que "no hay
que alarmarse; aquí la peste se atonta".
Por cierto, semejante empresa de demolición no puede sino encubrir
un enrevesado amor, una especie de cariño malo hacia la ciudad
donde nació, se crió y murió el autor. Según
afirma Vargas Llosa en un conmovedor ensayo sobre Salazar Bondy, se
trata de una forma casi desesperada de aunar dos pasiones irreconciliables:
la literatura y el Perú. "Porque todo escritor peruano
a la larga es un derrotado", escribe el autor de La ciudad
y los perros. Y Lima la horrible tiene el sello de esa
convivencia, de esa cercanía tortuosa, de ese amor-odio que
siempre se expresa mejor desde el odio puro, inmisericorde.