HOJAS DE COCA
Se juntó aquel grupo de campesinos, que como cada
amanecer quedaba bajo el mando de Don Simón, listo a recibir
instrucciones de una nueva jornada. Al retirarse del lugar, los hombres
emprendían otra vez su ardua tarea, entre el calor y la humedad
ambiente. El trabajo era dividido en varias cuadrillas, ubicadas en
los diferenciados escalones de la ladera oriental de los Andes, para
recolectar la abundante cosecha.
Las plantaciones de coca gozaban de una tierra extraordinariamente
fértil y los indígenas se perdían con sus cabezas
y espaldas gachas, entre pequeños arbustos de no más
de un metro de altura. De vez en cuando, era posible oír alguna
voz jadeando en quechua. Las cholas trabajaban a la par con los hombres
cargando a sus bebés sobre las espaldas; ellos eran adheridos
a sus madres con unos vistosos paños confeccionados por ellas
mismas. Esa mañana al terminar la inspección de la zona,
don Simón ultimó algunos detalles con cuatro campesinos
de confianza. Después se fue rumbo a su hogar, a encerrarse
en su despacho. Al llegar, dedicó varias horas para evaluar
las posibles ganancias de una gran venta al exterior. Una vez terminado
su análisis, se dirigió a la sala contigua para ver
un espacio político que era retransmitido por un canal de noticias
internacionales. Se trataba de una nueva cumbre latinoamericana. El
tema en debate hacía referencia a nuevas estrategias de control,
un frente al creciente narcotráfico de un estado que nuevamente
sufría recortes para gastos sociales. El país cada vez
se endeudaba más con los bancos internacionales y los costos,
como siempre, eran asumidos por el pueblo. El asesor de gobierno -señor
Castañeda Villares - era el encomendado de informar a los representantes
de las diversas naciones, la compleja situación de su patria
y el aporte de divisas que significaba el narcotráfico para
un país prácticamente quebrado. Mientras él intervenía
con sus comentarios cargados de moralismo e impotencia, se proyectaba
al mismo tiempo material de apoyo, - imágenes de indígenas
masticando coca con cal para soportar mejor la hambruna y la desesperanza
-. Junto a los adultos -declaró el asesor- recolectan coca
centenares de niños, sin ningún acceso posible a la
educación primaria.
Don Simón observó las imágenes con
auténtica indiferencia y después de un largo bostezo,
apagó el televisor. Se fue al closet de su dormitorio para
quitarse su atuendo campestre y remplazarlo por un traje elegantísimo.
Enseguida se encaminó a su Mercedes Benz y el chofer le condujo
rumbo a la ciudad, en dirección a un lujoso hotel de una de
esas famosas cadenas internacionales. Allí estaban nuevamente
las luces de las cámaras de televisión, enfocando al
recién llegado. El hombre descendió del vehículo,
los periodistas lo acecharon disputándole la palabra, -¡Señor
Castañeda Villares! -Intervino una mujer- ¿qué
opina usted de la exportación ilícita de estupefacientes
y la falta de una conducción más enérgica frente
a los crecientes problemas sociales? -Don Simón, sonriendo,
le contestó -¡En eso estamos trabajando. Es indispensable
frenar la intensa corrupción que nos aqueja y concretar la
redistribución de los recursos con mayor equidad. Así
logramos brindar mejoras a nuestro dolido pueblo! -La muchedumbre
rodeándolo, le gritó- ¡Arriba Castañeda,
fuera el Presidente! Y se escucharon nuevamente esos interminables
vítores y aplausos que lo acompañaban en cada una de
sus presentaciones públicas.
FRANCISCO DE LA CARRETERA
Era de madrugada, tenía mis manos somnolientas, pero ahí
estaba, con la vista de frente a la computadora portátil escribiendo
para compartir letras, comas y puntos de mi último cuento.
Me encontraba recostado junto a mi amigo Word, en mi hamaca de verano.
Cuantas historias soñé en ella, durante el descanso
de incontables tardes estivales junto a una copa alargada con algún
engañito para el cuerpo.
El farol que alumbraba sobre mi cabeza había llamado
mientras tanto a un abanico de diminutos voladores, pero el repelente
de insectos los mantenía a cierta distancia.
Y comencé a teclear así:
-Atardecía en la carretera, los automóviles aceleraban
la marcha para llegar a sus destinos antes de que el calendario
sumara otro día. Rodolfo conducía junto al ritmo febril
de una música carnavalesca, mientras iba recordando el encuentro
casual con su jefe en la estación de servicios a la salida
norte de la ciudad. Cruzaron tres o cuatro frases, las suficientes
para darse cuenta de que eran dos perfectos desconocidos fuera del
espacio laboral. Rodolfo sabía tan poco de él; sólo
a través de comentarios esparcidos por los pasillos que se
originaban en algunas bocas venenosas y que se ocultaban tras forzadas
sonrisas, cuando el hombre hacía acto de presencia. Y es
que no muchos lo miraban con buena cara, sobre todo cuando decidía
tirar proyectos de excelente calidad artística al tarro de
basura; era importante que el material fuese solamente rentable.
Mientras tales pensamientos ocuparon su mente, se fue acercando
a una punta de diamante donde estaba el viraje que conducía
a su casa. Un tumulto de campesinos distrajo entonces su atención
hacia la berma. Disminuyó la velocidad a tal punto, que le
fue posible recorrer en detalle un hombre desangrado en la orilla
del camino. Finalmente se detuvo y descendió para ofrecer
algún tipo de ayuda. Se acercó morbosamente para observar
a ese ser que parecía haber sido devorado por unas mandíbulas
salvajes y una corriente espeluznante le recorrió de pies
a cabeza. En ese instante reaccionó y se inclinó para
asistirlo. Al momento fue sorprendido por un joven con un maletín
en mano, al tanto que comunicaba su profesión de paramédico.
El joven revisó sus signos vitales, luego se limitó
a mover la cabeza y desapareció. Al verlo abandonado, Rodolfo
comenzó a buscar en sus pertenencias algún papel que
le permitiera sacarlo del anonimato. Una campesina que lo había
estado observando desde cierta distancia se acercó tímidamente
para comentarle que el hombre era un vecino de la zona y que se
dedicaba a recorrer los campos contiguos al suyo desde ya varios
años. Mientras ella le conversaba, Rodolfo -terminó
con su desagradable tarea encontrando sólo una boleta de
una panadería vecina. Le echó el último vistazo
y pensó "cómo puede morir así un hombre
y ser un NN. para el que lo mira, es claro que nadie elevará
una plegaria el día de su muerte''. Y se quedó pensando
en ello. Gatilló aquella escena el recuerdo de un nombre
que de niño le gustaba mucho, él creyó durante
largo tiempo que sus padres se habían equivocado al ponerle
Rodolfo. -Bien se dijo, -te llamaré Francisco, Francisco
de la carretera - Y en ese lugar el hombre elevó una plegaria.
Luego se subió a su vehículo, lo puso en marcha mientras
miraba por el espejo retrovisor cómo se alejaba de su vista,
aquel momento fúnebre que acababa de compartir con Francisco.
Llegó al rato a su casa de descanso, ordenó sus ropas
y se fue caminando entre los pinos del lugar. Después volvió
a recostarse sobre la hamaca a dormir un rato. Estaba aún
sobreexcitado, necesitaba reponer su estado de ánimo.
Según recuerdo, la última idea de mi historia que alcancé
a teclear fue: "A Rodolfo le angustiaba saber por donde andaría
su recién bautizado, todo había sido tan rápido
para él, tal vez no entendió nada".
Ya estaba amaneciendo y salí a caminar para despejar el cansancio
y las ideas que aún permanecían en vigilia. En las cercanías
colindantes a mi casa tropecé con un gran número de
campesinos. Como no tenía intención de cruzar palabras
con ellos regresé a mi casa.
Al llegar, decidí incorporarme en los escritos, antes recorrí
con la mirada mi terraza, todo estaba en orden, las sillas seguían
apiladas junto a la mesa, el macetero aún seguía arriba
del cajón de frutas, mi computadora portátil permanecía
prendida y guardando la producción de mi último cuento
sobre la hamaca. De pronto, mi visión tomó conciencia
de la dimensión que habían adquirido los objetos. Todo
me pareció distante, hasta que miré el suelo, en el
que había una poza de agua y en ella se reflejaba una imagen...
Francisco de la carretera, era yo.
EL ESCRITOR
Desde el seno de las letras aparece el hombre enigmático;
el sujeto que se transporta por ellas con la voz quieta y la mirada
introspectiva. Se reconoce escritor de oficio y se denota por su actitud
pasiva entre sus pensamientos reflexivos.
Al tanto, acoge expectante el inicio de sus aprendices, quienes lo
observan con agudeza para develar sus secretos. Mientras el escritor
se permite devorar el mundo en silencio y ejercer su talento.
Tiene aspecto de bonachón y prefiere vestirse de ideas más
que de moda. Con ellas, le exprime a la humanidad las experiencias
para devolverlas recicladas en páginas caudalosas de poesías
como un intercambio justo para cualquiera que se sienta lector.
Le gusta dialogar con su talento aislado y así no ser intimidado
por algún acecho que pueda penetrar sus sentidos. Al parecer
la vida le ha enseñado que debe resguardar su desnudez de hombre;
mostrarla al mundo es correr el riesgo de quedar herido y eso sumaría
más peso en el alma de un artista.
* * *
LUZ
MARÍA MORENO: ELEMENTALES DE ATARDECER
Ramón
Díaz Eterovic
SECH, jueves 3 de abril de
2003
Hay algo que no me deja de sorprender, y es la constante aparición
de nuevos cuentistas que a través de aprendizajes propios o
por participación en talleres, logran al poco tiempo entregar
propuestas
donde se aprecia talento y madurez. Este fenómeno que ya arrastra
desde algunas décadas ha permitido a mi juicio que hoy nuestra
narrativa goce de muchos y buenos exponentes, y se haya abierto a
distintas expresiones narrativas, sin prejuicio ni anteojeras a las
posibilidades que brindan los distintos géneros narrativos,
la experimentación, el deseo, en definitiva de ampliar esa
aventura mágica que es crear historias y compartirlas con otros.
En este marco, ha sido destacable la emergencia en los últimos
tiempos de un conjunto de narradoras, que tal vez como en ninguna
otra época, han incorporado en nuestra literatura un lenguaje
y una sensibilidad particular para abordar temas novedosos, poco o
mal tratados, en general. Si años atrás nuestra narrativa
parecía ir a la cola de la poesía, hoy siento que ha
adquirido estatura propia, y que nos seguirá brindando propuestas
atractivas como la que hoy nos convoca, el volumen de cuentos "Elementales
de atardecer" de Luz María Moreno.
Ernest Hemingway, que algo sabía de cuentos y de crear historias,
formuló en alguna oportunidad lo que dio en llamar la teoría
del iceberg en el cuento. Todo cuento, decía es un iceberg
que muestra un cuarto de su cuerpo y deja los tres cuartos restantes
ocultos bajo el agua. Se trata, según Hemingway, que un buen
cuento debe presentar una situación, mostrar ciertos elementos
y dejar muchas cosas entregadas a la imaginación del lector,
como en buena medida ocurre con la poesía y otros textos que
apelan a la complicidad de quienes los leen.
Recuerdo esta teoría de Hemingway, no porque los cuentos de
Luz María Moreno recurran a la vitalidad desbordante del autor
de "Los asesinos" y otros cuentos memorables, sino porque
en ellos, lo primero que me llamó la atención fue su
gran capacidad de sugerencia, de creación de situaciones que
invitan al lector a seguirlas más allá de sus límites
formales. Hay en estos cuentos una lectura que continúa en
la memoria del lector, entregado a desentrañar las claves que
le han planteado.
Los cuentos de Luz María Moreno, que en su mayoría apelan
a la brevedad, tienen ciertos resortes anecdóticos que le dan
sentido y potencian sus significados. Resortes, por llamarlos de algún
modo, que a veces exploran situaciones cotidianas y en otras de tipo
fantástico, onírico, pero que en todos los casos indagan
en la trascendencia del ser humano, en su lucha entre lo que el medio
les otorga y los que ellos quisieran alcanzar para tener una vida
más plena. Son cuentos, por lo tanto, que hablan de cierto
descontento vital y que en tal sentido, intervienen en los cuestionamientos
que sobre esa misma situación se hacen los lectores. Muchos
de sus personajes están desorientados, buscan cosas indefinidas,
inventan fugaz existenciales, y terminan enfrentados a sí mismo,
desenmascarados frente al espejo implacable de sus propios sentimientos.
Hay cuentos que son una búsqueda respecto a la trascendencia,
como "El almendro", árbol que funciona como símbolo
de lo que se tiene y no se sabe amar. Otros, como "Amigas",
proyectan con ácida ironía el comportamiento de las
personas enfrentadas a situaciones de éxito o fracaso. Los
hay, casi al final del libro, que desde la ciencia-ficción
nos hablan de la tentación humana de construir mundos perfectos,
apartados de toda injerencia de sentimientos, de ideas, de esa rebeldía
natural al hombre que le ha permitido aventurarse en los proyectos
más osados. También en sus cuentos encontramos la fatalidad
de una contadora aprehensiva que cae en la depresión, o lo
paradójico de un hombre que conversa con su corazón
enfermo.
En fin, son muchos los cuentos que nos propone Luz María Moreno,
y no siendo mi intención reseñar cada uno de ellos,
diría que el hilo que los une es la exploración en los
misterios de la vida, la búsqueda de trascendencia, cierta
latente inconformidad que afecta la vida contemporánea y que
muchas veces lleva al desencanto, la depresión, la falta de
sentido para los actos más mínimos. También,
y más allá del aspecto temático, me llama la
atención en estos cuentos la capacidad de su autora para construir
acertados retratos psicológicos de sus personajes y de proponer
al lector una variedad de mundos interiores, de situaciones; todo
lo cual habla de una autora que sabe mirar a su alrededor y que tiene
una amplia inventiva.
Considero en definitiva, y para terminar, que "Elementales de
atardecer" es un sugerente y atractivo primer libro de cuentos
de una autora que revela tener mundo propio, capacidad de observación,
lenguaje elaborado, y una pluma ágil, precisa, para crear y
proponer situaciones de interés y ganar esa complicidad con
los lectores que es esencial en todo cuento, y que debe contribuir
a que el cuento sea una especie de sueño en que el lector ve
comprometido todas sus emociones y sentimientos.
* * *
Luz María Moreno Nuñez es educadora de párvulos
y nació en Santiago de Chile en 1963. Comenzó su
exploración literaria a través de la poesía.
Actualmente participa en talleres de creación
literaria de la Sociedad de Escritores de Chile, Elementales de Atardecer,
es su primera obra editada y su primer recorrido por la prosa.