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Elementales de Atardecer

Luz María Moreno


HOJAS DE COCA

Se juntó aquel grupo de campesinos, que como cada amanecer quedaba bajo el mando de Don Simón, listo a recibir instrucciones de una nueva jornada. Al retirarse del lugar, los hombres emprendían otra vez su ardua tarea, entre el calor y la humedad ambiente. El trabajo era dividido en varias cuadrillas, ubicadas en los diferenciados escalones de la ladera oriental de los Andes, para recolectar la abundante cosecha.

Las plantaciones de coca gozaban de una tierra extraordinariamente fértil y los indígenas se perdían con sus cabezas y espaldas gachas, entre pequeños arbustos de no más de un metro de altura. De vez en cuando, era posible oír alguna voz jadeando en quechua. Las cholas trabajaban a la par con los hombres cargando a sus bebés sobre las espaldas; ellos eran adheridos a sus madres con unos vistosos paños confeccionados por ellas mismas. Esa mañana al terminar la inspección de la zona, don Simón ultimó algunos detalles con cuatro campesinos de confianza. Después se fue rumbo a su hogar, a encerrarse en su despacho. Al llegar, dedicó varias horas para evaluar las posibles ganancias de una gran venta al exterior. Una vez terminado su análisis, se dirigió a la sala contigua para ver un espacio político que era retransmitido por un canal de noticias internacionales. Se trataba de una nueva cumbre latinoamericana. El tema en debate hacía referencia a nuevas estrategias de control, un frente al creciente narcotráfico de un estado que nuevamente sufría recortes para gastos sociales. El país cada vez se endeudaba más con los bancos internacionales y los costos, como siempre, eran asumidos por el pueblo. El asesor de gobierno -señor Castañeda Villares - era el encomendado de informar a los representantes de las diversas naciones, la compleja situación de su patria y el aporte de divisas que significaba el narcotráfico para un país prácticamente quebrado. Mientras él intervenía con sus comentarios cargados de moralismo e impotencia, se proyectaba al mismo tiempo material de apoyo, - imágenes de indígenas masticando coca con cal para soportar mejor la hambruna y la desesperanza -. Junto a los adultos -declaró el asesor- recolectan coca centenares de niños, sin ningún acceso posible a la educación primaria.

Don Simón observó las imágenes con auténtica indiferencia y después de un largo bostezo, apagó el televisor. Se fue al closet de su dormitorio para quitarse su atuendo campestre y remplazarlo por un traje elegantísimo. Enseguida se encaminó a su Mercedes Benz y el chofer le condujo rumbo a la ciudad, en dirección a un lujoso hotel de una de esas famosas cadenas internacionales. Allí estaban nuevamente las luces de las cámaras de televisión, enfocando al recién llegado. El hombre descendió del vehículo, los periodistas lo acecharon disputándole la palabra, -¡Señor Castañeda Villares! -Intervino una mujer- ¿qué opina usted de la exportación ilícita de estupefacientes y la falta de una conducción más enérgica frente a los crecientes problemas sociales? -Don Simón, sonriendo, le contestó -¡En eso estamos trabajando. Es indispensable frenar la intensa corrupción que nos aqueja y concretar la redistribución de los recursos con mayor equidad. Así logramos brindar mejoras a nuestro dolido pueblo! -La muchedumbre rodeándolo, le gritó- ¡Arriba Castañeda, fuera el Presidente! Y se escucharon nuevamente esos interminables vítores y aplausos que lo acompañaban en cada una de sus presentaciones públicas.

 

 

FRANCISCO DE LA CARRETERA


Era de madrugada, tenía mis manos somnolientas, pero ahí estaba, con la vista de frente a la computadora portátil escribiendo para compartir letras, comas y puntos de mi último cuento. Me encontraba recostado junto a mi amigo Word, en mi hamaca de verano. Cuantas historias soñé en ella, durante el descanso de incontables tardes estivales junto a una copa alargada con algún engañito para el cuerpo.

El farol que alumbraba sobre mi cabeza había llamado mientras tanto a un abanico de diminutos voladores, pero el repelente de insectos los mantenía a cierta distancia.

Y comencé a teclear así:

-Atardecía en la carretera, los automóviles aceleraban la marcha para llegar a sus destinos antes de que el calendario sumara otro día. Rodolfo conducía junto al ritmo febril de una música carnavalesca, mientras iba recordando el encuentro casual con su jefe en la estación de servicios a la salida norte de la ciudad. Cruzaron tres o cuatro frases, las suficientes para darse cuenta de que eran dos perfectos desconocidos fuera del espacio laboral. Rodolfo sabía tan poco de él; sólo a través de comentarios esparcidos por los pasillos que se originaban en algunas bocas venenosas y que se ocultaban tras forzadas sonrisas, cuando el hombre hacía acto de presencia. Y es que no muchos lo miraban con buena cara, sobre todo cuando decidía tirar proyectos de excelente calidad artística al tarro de basura; era importante que el material fuese solamente rentable. Mientras tales pensamientos ocuparon su mente, se fue acercando a una punta de diamante donde estaba el viraje que conducía a su casa. Un tumulto de campesinos distrajo entonces su atención hacia la berma. Disminuyó la velocidad a tal punto, que le fue posible recorrer en detalle un hombre desangrado en la orilla del camino. Finalmente se detuvo y descendió para ofrecer algún tipo de ayuda. Se acercó morbosamente para observar a ese ser que parecía haber sido devorado por unas mandíbulas salvajes y una corriente espeluznante le recorrió de pies a cabeza. En ese instante reaccionó y se inclinó para asistirlo. Al momento fue sorprendido por un joven con un maletín en mano, al tanto que comunicaba su profesión de paramédico. El joven revisó sus signos vitales, luego se limitó a mover la cabeza y desapareció. Al verlo abandonado, Rodolfo comenzó a buscar en sus pertenencias algún papel que le permitiera sacarlo del anonimato. Una campesina que lo había estado observando desde cierta distancia se acercó tímidamente para comentarle que el hombre era un vecino de la zona y que se dedicaba a recorrer los campos contiguos al suyo desde ya varios años. Mientras ella le conversaba, Rodolfo -terminó con su desagradable tarea encontrando sólo una boleta de una panadería vecina. Le echó el último vistazo y pensó "cómo puede morir así un hombre y ser un NN. para el que lo mira, es claro que nadie elevará una plegaria el día de su muerte''. Y se quedó pensando en ello. Gatilló aquella escena el recuerdo de un nombre que de niño le gustaba mucho, él creyó durante largo tiempo que sus padres se habían equivocado al ponerle Rodolfo. -Bien se dijo, -te llamaré Francisco, Francisco de la carretera - Y en ese lugar el hombre elevó una plegaria. Luego se subió a su vehículo, lo puso en marcha mientras miraba por el espejo retrovisor cómo se alejaba de su vista, aquel momento fúnebre que acababa de compartir con Francisco. Llegó al rato a su casa de descanso, ordenó sus ropas y se fue caminando entre los pinos del lugar. Después volvió a recostarse sobre la hamaca a dormir un rato. Estaba aún sobreexcitado, necesitaba reponer su estado de ánimo.

Según recuerdo, la última idea de mi historia que alcancé a teclear fue: "A Rodolfo le angustiaba saber por donde andaría su recién bautizado, todo había sido tan rápido para él, tal vez no entendió nada".

Ya estaba amaneciendo y salí a caminar para despejar el cansancio y las ideas que aún permanecían en vigilia. En las cercanías colindantes a mi casa tropecé con un gran número de campesinos. Como no tenía intención de cruzar palabras con ellos regresé a mi casa.

Al llegar, decidí incorporarme en los escritos, antes recorrí con la mirada mi terraza, todo estaba en orden, las sillas seguían apiladas junto a la mesa, el macetero aún seguía arriba del cajón de frutas, mi computadora portátil permanecía prendida y guardando la producción de mi último cuento sobre la hamaca. De pronto, mi visión tomó conciencia de la dimensión que habían adquirido los objetos. Todo me pareció distante, hasta que miré el suelo, en el que había una poza de agua y en ella se reflejaba una imagen... Francisco de la carretera, era yo.

 

 

EL ESCRITOR

Desde el seno de las letras aparece el hombre enigmático; el sujeto que se transporta por ellas con la voz quieta y la mirada introspectiva. Se reconoce escritor de oficio y se denota por su actitud pasiva entre sus pensamientos reflexivos.

Al tanto, acoge expectante el inicio de sus aprendices, quienes lo observan con agudeza para develar sus secretos. Mientras el escritor se permite devorar el mundo en silencio y ejercer su talento.

Tiene aspecto de bonachón y prefiere vestirse de ideas más que de moda. Con ellas, le exprime a la humanidad las experiencias para devolverlas recicladas en páginas caudalosas de poesías como un intercambio justo para cualquiera que se sienta lector.

Le gusta dialogar con su talento aislado y así no ser intimidado por algún acecho que pueda penetrar sus sentidos. Al parecer la vida le ha enseñado que debe resguardar su desnudez de hombre; mostrarla al mundo es correr el riesgo de quedar herido y eso sumaría más peso en el alma de un artista.

 

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LUZ MARÍA MORENO: ELEMENTALES DE ATARDECER


Ramón Díaz Eterovic
SECH, jueves 3 de abril de 2003


Hay algo que no me deja de sorprender, y es la constante aparición de nuevos cuentistas que a través de aprendizajes propios o por participación en talleres, logran al poco tiempo entregar propuestas donde se aprecia talento y madurez. Este fenómeno que ya arrastra desde algunas décadas ha permitido a mi juicio que hoy nuestra narrativa goce de muchos y buenos exponentes, y se haya abierto a distintas expresiones narrativas, sin prejuicio ni anteojeras a las posibilidades que brindan los distintos géneros narrativos, la experimentación, el deseo, en definitiva de ampliar esa aventura mágica que es crear historias y compartirlas con otros.

En este marco, ha sido destacable la emergencia en los últimos tiempos de un conjunto de narradoras, que tal vez como en ninguna otra época, han incorporado en nuestra literatura un lenguaje y una sensibilidad particular para abordar temas novedosos, poco o mal tratados, en general. Si años atrás nuestra narrativa parecía ir a la cola de la poesía, hoy siento que ha adquirido estatura propia, y que nos seguirá brindando propuestas atractivas como la que hoy nos convoca, el volumen de cuentos "Elementales de atardecer" de Luz María Moreno.

Ernest Hemingway, que algo sabía de cuentos y de crear historias, formuló en alguna oportunidad lo que dio en llamar la teoría del iceberg en el cuento. Todo cuento, decía es un iceberg que muestra un cuarto de su cuerpo y deja los tres cuartos restantes ocultos bajo el agua. Se trata, según Hemingway, que un buen cuento debe presentar una situación, mostrar ciertos elementos y dejar muchas cosas entregadas a la imaginación del lector, como en buena medida ocurre con la poesía y otros textos que apelan a la complicidad de quienes los leen.

Recuerdo esta teoría de Hemingway, no porque los cuentos de Luz María Moreno recurran a la vitalidad desbordante del autor de "Los asesinos" y otros cuentos memorables, sino porque en ellos, lo primero que me llamó la atención fue su gran capacidad de sugerencia, de creación de situaciones que invitan al lector a seguirlas más allá de sus límites formales. Hay en estos cuentos una lectura que continúa en la memoria del lector, entregado a desentrañar las claves que le han planteado.

Los cuentos de Luz María Moreno, que en su mayoría apelan a la brevedad, tienen ciertos resortes anecdóticos que le dan sentido y potencian sus significados. Resortes, por llamarlos de algún modo, que a veces exploran situaciones cotidianas y en otras de tipo fantástico, onírico, pero que en todos los casos indagan en la trascendencia del ser humano, en su lucha entre lo que el medio les otorga y los que ellos quisieran alcanzar para tener una vida más plena. Son cuentos, por lo tanto, que hablan de cierto descontento vital y que en tal sentido, intervienen en los cuestionamientos que sobre esa misma situación se hacen los lectores. Muchos de sus personajes están desorientados, buscan cosas indefinidas, inventan fugaz existenciales, y terminan enfrentados a sí mismo, desenmascarados frente al espejo implacable de sus propios sentimientos.

Hay cuentos que son una búsqueda respecto a la trascendencia, como "El almendro", árbol que funciona como símbolo de lo que se tiene y no se sabe amar. Otros, como "Amigas", proyectan con ácida ironía el comportamiento de las personas enfrentadas a situaciones de éxito o fracaso. Los hay, casi al final del libro, que desde la ciencia-ficción nos hablan de la tentación humana de construir mundos perfectos, apartados de toda injerencia de sentimientos, de ideas, de esa rebeldía natural al hombre que le ha permitido aventurarse en los proyectos más osados. También en sus cuentos encontramos la fatalidad de una contadora aprehensiva que cae en la depresión, o lo paradójico de un hombre que conversa con su corazón enfermo.

En fin, son muchos los cuentos que nos propone Luz María Moreno, y no siendo mi intención reseñar cada uno de ellos, diría que el hilo que los une es la exploración en los misterios de la vida, la búsqueda de trascendencia, cierta latente inconformidad que afecta la vida contemporánea y que muchas veces lleva al desencanto, la depresión, la falta de sentido para los actos más mínimos. También, y más allá del aspecto temático, me llama la atención en estos cuentos la capacidad de su autora para construir acertados retratos psicológicos de sus personajes y de proponer al lector una variedad de mundos interiores, de situaciones; todo lo cual habla de una autora que sabe mirar a su alrededor y que tiene una amplia inventiva.

Considero en definitiva, y para terminar, que "Elementales de atardecer" es un sugerente y atractivo primer libro de cuentos de una autora que revela tener mundo propio, capacidad de observación, lenguaje elaborado, y una pluma ágil, precisa, para crear y proponer situaciones de interés y ganar esa complicidad con los lectores que es esencial en todo cuento, y que debe contribuir a que el cuento sea una especie de sueño en que el lector ve comprometido todas sus emociones y sentimientos.

 

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Luz María Moreno Nuñez
es educadora de párvulos y nació en Santiago de Chile en 1963. Comenzó su exploración literaria a través de la poesía.

Actualmente participa en talleres de creación literaria de la Sociedad de Escritores de Chile, Elementales de Atardecer, es su primera obra editada y su primer recorrido por la prosa.

 

 


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Luz María Moreno: Elementales de Atardecer.
(Pentagrama Editores. 2003)