LA SUSTANCIA EN FUEGO
SUTIL
¿Hallaste miel? Come lo que te
basta,
No sea que hastiado de ella la
vomites.
Proverbios, 25,16
Para Astor
Piazzolla
El
miedo perduraba como un fruto extraño sobre ellos. Tan antiguo,
oscilante, con las pequeñas garras que preguntaban desde la
intemperie por sus hijos abandonados, por este cruel bostezo llenando
de trapos amarillos la invitación a quedarse. Dios te salve,
llena eres de Gracia.
¿Qué
Salomé tatuada combate aún con Mesalina? Agujereado talco sobre la
piel de la gruta cuando mueres de tu muerte primera, piel del
derrumbe. Así los infiernos prometidos, los adoradores viciosos de la
carroña. ¡Cuánta lepra divinamente arando en tus desiertos! El
teatro -sus síntomas, sus exámenes de alucinación- rastrea lo que ya
no está en ti. ¿Qué argumento se te ocurre para la penumbra? ¿Es que
ninguna huella es Él para esta epifanía? Dios te salve, llena
eres de Gracia.
De río en río, ars poetica, hube de llegar a ese
umbral que labra música bajo un telar de fuego. El cuerpo invade y
redime: Carmesí, violeta, índigo para las flores custodiadoras. El
cuerpo adivina la gota de sangre en los pórticos de Siracusa. ¿Y qué
diremos del quinto sol y sus misterios de nieve? ¿Cuántas hierbas
crecerán en estos ojos abiertos por el muro? ¿Y yo que miré las
cunas estragadas por el tul? Los surtidores buscan
vidrios en el tejado. Dios te salve, llena eres de
Gracia.
Básteme saber la sospecha.
Básteme flamear por las tumbas.
Básteme arrastrar la semilla imantada que nos
profanará.
Básteme la lluvia, todopoderosa.
Básteme el vacío crucificado en el sexo.
Básteme el aletazo.
Apenas atravieso la mansión, me diluyo en soledumbres. Jamás volví a
encontrar el Cristo esférico de la visión instantánea. A veces, entre
el monstruo y yo se superponen ropajes, hilos erizados, puntillas
embebidas con el dulce humo de otras muertes. Son las raíces
del desquiciador de festines. ¿Y qué escribir de las
madrigueras donde desenterraste el asco de ser un asesino
de realidades? Dios te salve, llena eres de
Gracia.
Hablan de presentir (como las llagas) el veneno que se
acerca. Reconocimiento de una memoria primal, me recortan y
multiplican en estos pabellones. Alguien danzó en la jaula,
aquel grabó los signos que son -ahora- expiaciones. Una mancha va
tiñendo el brazo. Dios te salve, llena eres de
Gracia.
Marjales
empequeñecían tu sumersión. Que vacíen la careta disfrazada de rostro.
Que el grito aparezca. ¿Entonces fondearás la desesperanza de
permanecer errante, para siempre herida por el rayo? Hace siete días
que me incendio y es inútil. Ya no sé de este fuego. Ya no sé de esta
agua cruel que me perdona. Ya no sé de esta noche donde acuesto mi
vida con la sed inalcanzable. Ya no sé despertar. Dios te
salve, llena eres de Gracia.
No roas
el hueso de esta ofrenda. Nunca hubo. Nunca inició el centro exacto de
su rito. Ahora el pasado es herrumbre y voy nombrando, como
todos, las moradas y el llanto. Invento lo que me alumbra
al borde de las telarañas ciegas en su fuga, ciegas de llegar
hasta el vértigo. Dios, te salve, llena eres de
Gracia.
Verás el día final de ese
otro que bajó a los altares. Me empaparás con tu caldo de
abrojos el baldío inminente de la noche. ¿Cómo es
la sombra Del-Que-Se-Devora? ¿Cuál es mi noche? Verde y fría
y con marejadas de humedad entre las piedras. Una salamandra del
aire. Un murmullo para el vuelo. La música.
Manuel Lozano
París, diciembre de 1996/Buenos
Aires, enero de 2003