JORGE AMADO, MARES Y JARDÍN DE IEMANJÁ
-¡Mira, cuántos flagelados!
Jorge Amado,
Suor
El
mar es dulce amigo.
J.A., Mar Morto
...
Ahora empezamos, empezaremos a vislumbrar esa ausencia de los que
deciden irse, de los que cumplieron la suma exacta de sus pasos por el
mundo, de los que alcanzan ese otro mar que acaso sea más vasto y
luminoso que cualquier océano visto por los hombres desde el
principio. Porque Jorge Amado está rozando un nuevo nacimiento: aquél
que consagra a los que cruzan la definitiva orilla a otras "tierras
del sin fin", aquél que nos ofrece -revelándonos- la perdurable
respuesta, la siempre insondable frente al cerco de la
sombra.
... Amado fue desde el
comienzo un "saveiro", una gran alma pescadora como un Ojo Inmenso de
Alegorías que ensanchaba su percepción de ese Brasil-Continente en
espantos y prodigios. Es que ese Inmenso Ojo "jamás se
disfrazaba" en sus libros, como supo repetirme, creía estar allí
esfinge móvil cada vez, mezclándose con pordioseros y reinas negras
(esas prostitutas errantes), con sílabas antiguas y oraciones profanas
(tal vez toda oración lo es), con la humana construcción de una
violenta memoria en un tiempo violento. ¿De qué otra manera puede
refractarse la memoria sino en espejos cóncavos?
...
Porque él fue un testigo en el sentido más pleno del vocablo, aquel
que ve con la mirada que sabe mirar. Desde los viejos tiempos de una
infancia en la hacienda Auricidia de su padre, donde nació, en Ilhéus,
asistió al duelo, por entonces verdaderamente insoluble, del cacao:
trabajadores y fazendeiros que nutrirían su segundo libro. Empezaba
también el descenso hacia un país feudal inscrito en los
sinuosos laberintos carcelarios de una parte del mundo anclada entre
la selva y la miseria: catábasis palpitante, mantos sombríos, vendas
para exhumar.
... No hablaré de etapas en su
obra, palabra tan cara a los periodistas y profesores de literatura.
¿Cómo establecer fronteras en un Drummond de Andrade o en una Simone
de Beauvoir, o en Caravaggio y Georges de La Tour, para ir aún más
lejos en el tiempo, o en el mismo Amado? Pero ya los pésimos
profesores se afanan en encontrar el primer trazo de la segunda etapa,
la ruptura con el realismo vernáculo, o cómo la construcción picaresca
de determinados personajes sucedió, en él, a la desnuda crítica social
de El país del carnaval, Sudor, Mar Muerto o Tienda de los milagros.
¿Acaso no nos recordaba Marcel Schwob, en sus Vies imaginaires, que
"el arte no clasifica, desclasifica"?
... Tal vez la secretísima
"misión" de un escritor sea, in extremis, revelar el rostro no menos
secreto de una verdad. Desde los primeros borradores y cuadernos, se
escribe para esa verdad, aun con el aullido y la desesperación.
Escribo misión, por cierto, ajeno a toda connotación utilitarista. El
camino de la paradoja es el camino de la verdad -sostenía Oscar
Wilde-. Para probar la verdad de las cosas hay que verlas en la cuerda
floja. Cuando las verdades se hacen acróbatas, entonces podemos
juzgarlas, concluía el irlandés.
... En Amado la verdad, su
verdad, se llamó Cidade do Salvador da Bahia de Todos os Santos. Así
le gustaba llamarla. Encontró una ciudad que refundaría como un
contra-conquistador: Una Babelia para el éxtasis. Un país de libertad
para el deslumbramiento.
...
"Ahora quiero contar las historias de la ribera del muelle de
Bahía.
Los marineros viejos que remiendan velas, los
patrones de saveiros, los negros tatuados, los malevos, saben de estas
historias y estas canciones. Yo las escuché en noches de luna en el
muelle del Mercado, en las ferias, en los pequeños puertos de la
Cintura, junto a los enormes buques suecos en los puertos de Ilhéus.
El pueblo de Iemanjá tiene mucho que contar.
... Vengo de escuchar estas historias y estas
canciones. Vengo de oír la historia de Guma y Livia, que es la
historia de la vida y del amor en el mar. Y si no les parece hermosa,
la culpa no es de los hombres rudos que la cuentan. Es que la
escucharán por boca de un hombre de tierra, y difícilmente un hombre
de tierra entiende del corazón de la gente de mar. Aunque este hombre
ame esas historias y esas canciones y vaya a las fiestas de Janaína,
aún así, no conoce todos los secretos del mar. Porque el mar es tan
misterioso que ni los viejos marineros lo entienden."
... Mi primer encuentro con Jorge Amado y Zélia
Gattai sucedió en tierra, pero cerca del Mediterráneo, y a principios
del invierno español de 1993, provincia adentro de Málaga. Los
almendros florecían en esos silentes pueblos andaluces, a la vera de
la ruta, en el mismo interior de los patios ensimismados. Naranjas
pequeñas y agrias caían sobre las calles de piedra. Acababa yo de
ganar una beca del Ministerio de Asuntos Sociales para compartir el
Primer Foro: Literatura y Compromiso, junto a escritores como Ana
María Matute, Wole Soyinka, Juan José Arreola, José Saramago, Juan
Goytisolo y un simpático pero tímido Edwar Al-Kharrat, venido desde el
Egipto copto. Entre ellos estaba, también , Jorge
Amado.
... No sé por qué le pregunté,
me acuerdo, ese mismo día, sobre su mirada acerca de la muerte. Me
contestó en un tono grave "que los años le habían cambiado la
percepción de la muerte, y que ésta (embaucadora fue la palabra que
usó), ya lo tenía despreocupado." Ahora "la esperaba tranquilo, con la
mayor de las alegrías". "Ya puedo prever sus antifaces", agregó
riendo. Un intenso y maravillado de la vida no podía contestar sino de
esta manera.
... ...Hacíamos caminatas
juntos a las ruinas de un castillo, a unos pocos kilómetros de
Mollina. Amado no cesaba de hablar: el comunismo, la presunta
desaparición de las ideologías, la desertificación creciente del
planeta, el llamado "pensamiento débil" y la postmodernidad, el
umbanda versus el candomblé, que él definía, curiosamente, "como la
religión del porvenir", cada plato y cada olor de Bahía, los
contrastes culturales entre los países de latinoamérica, las raíces
comunes de la Bossa, el jazz y el tango, las primeras tribus africanas
en Brasil, nada parecía escapársele a ese venerable anciano tan
joven.
... A fines de 1999 lo visité
en esa inmensa casona del populoso barrio de Rio Vermelho, en Bahía,
antigua zona de veraneo y hoy increíblemente ruidosa, cerca de la
mítica iglesia de Santa Ana. Traspuesto el jardín, eran otros los
rumores que habitaban esas paredes. Los rumores se volvían voces de
presentes y ausentes en una orgía dionísiaca como sólo Amado podía
entretejer con palabras. Sentado a una larga mesa, o hamacándose
en un resquebrajado sillón de madera oscura que alguna vez hospedara a
Sartre, el viejo hedonista provocaba e incitaba los trabajos de una
vida fulgurante.
... No me pregunten por qué, al
despedirme, miré por unos momentos el suntuoso jardín. Hoy leo que sus
cenizas fueron dispersadas allí. Ahora ese jardín es un
mar.
Manuel
Lozano
Buenos Aires, agosto de 2001