GENEALOGIA DE CRIMENES
ESPLENDIDOS
Nada me asusta más que la falsa
serenidad
De un rostro
que duerme...
Jean Cocteau, Plain-Chant
No el regreso de un porvenir abandonado
sin sosiego en
los lechos terrestres.
No el verano con un palpable resplandor
entre invasores,
y otra herida creciendo como lenta enredadera
en la piel del delirio.
No el pequeño cadáver de mi
infancia
flotando (con su boca abierta) en la inmensa
laguna.
No el arcángel quemado, entre las maquinaciones del
espanto
y la obstinada majestad del ruego.
No las elementales
maravillas del amor en la hierba.
No la profanada canción, la
hoguera luminosa.
No los párpados fatídicos que devoran y
resisten
la desesperación de los otros.
No el balbuceo de
aquel dios en su cruz.
No la incertísima tempestad del
reposo.
No las madrigueras de la piedad,
la hambrienta cueva
que empolla toda angustia.
No la precariedad del ojo en la
distancia.
No verdades habitables bajo el musgo de sospechas,
ajenas a mi carne y al olor diferente.
No el alarido
devastado.
No las mansiones de razón: su más pura palabra.
No
un laberinto de alacranes en cautiverio.
No el letárgico aroma de
mis muertos mendigos.
No las hembras de chacal junto al
sudario.
No este archipiélago hundido en mi memoria.
No la
implacable codicia del vicario.
No la torpe desnudez entre las
piedras,
aquélla que no cava el deseo.
No quien se inclina
ante las jaulas
y duerme según la herrumbre de cuerpos
mutilados.
No el que nunca oyó a los ojos.
No el visible
matorral; siempre el oculto.
No la fiebre que no sana.
No el
perverso matarife en este país de brumas.
No la boca sin cesar
del desterrado.
No el estremecido inquisidor de los huesos
Golpea la puerta.
¿Quién permanece en el desierto heroico
con las manos calientes?
¿Por qué fui hijastro y huésped del
infierno?
Te hablo con la sangre deshecha de los
hombres.
BAHIA DE TODOS LOS SANTOS, enero de 2000
HOMBRE QUE VE LA
MAÑANA
Les hommes sont tous condamnés a mort avec des surcis indéfinis,
habría escrito él con la inconsistencia del día, solamente él, aunque
ninguno lo acompañara en la visión suprema donde los instantes se
superponen inextricablemente (luego de eludirse con furia) hasta delatar
los rasgos laterales de la palabra:
una palabra es un rostro,
un rostro ciego.
(Todos los
forasteros llegarían portando un ala,
semejante extensión en
medio del milagro
ya nos era posible.)
Ni limitada, ni
idéntica a sí misma, ni uncida
a la luz rota de las
tumbas,
ella llega.
Naciste con la pregunta que torna en
oro
el estiércol, la tierra y su cadáver.
Sin embargo, avanza
la carnicería
Quise entrar en aquellos jardines. Nadie con el cuerpo abandonado
y próspero de ausencia vedaba la entrada. ¿Qué entrada? ¿Entrada para
salir, entrar, o siquiera hundirse entre sus olas? Porque mi jardín
tiene las olas de la más alta marea. -Prepárense -repetía- en el
subsuelo encontrarán los desechos
Este niño juega con desechos
para explicar su
cueva:
blancas sandalias de inservible estupor,
vocación de
reconocerse en serafines
barro por detrás,
por delante el
barro de una estirpe
grabada en pozos y daguerrotipos.
¿Hubo un salvaje en el fin de esta historia, otra historia para
relatar a las nubes? Fuga hacia el vacío, grados de erotismo inauditos
en su sintaxis, el viento conturbado ladra. ¿Qué otra cosa es la palabra
cuando desaparece en el viento y entonces ladra, ladra? ¿Con cuál
masilla te descascaras los dedos, la boca atada, el sueño de todo
hombre: su felicidad? Antes pensabas en el cuerpo como en el gran
continente expulsándote, al fin, de los infiernos prometidos. Pero las
nubes prometen; sólo prometen la verdad de las nubes. Arrecia la
tempestad.
En tu cerebro añaden una casa.
Desfilan los
predicadores
entre sus pasadizos que son cárceles.
Una casa,
el escenario donde narrarme
muerte más vida más muerte
más
muerte menos vida a esta muerte,
asombrada vida,
terca vida
testigo del diluvio.
Si creyese en cada nacimiento, me moriría. Acabas de entrar y
aúllas, desplumado colibrí del abismo, de la mañana. Ya fue sabido de
antemano: el hombre veía la mañana. Vio la mañana como una esfinge.
Desenfrenadamente la vio.