INFIERNOS PRIVADOS PARA EL
MONSTRUO
Y sus vestidos se volvieron
resplandecientes, muy blancos...
Marcos, 9:3
Prisiones se cierran a tu paso. De mimbre rojo son los
dedos del malabarista. Vastas progenies me cercan. ¿No se
reflejan suntuosas las entretelas del crimen? Himnos de Adán
negro suben desde los ojos. La cabeza es de hierro, moribundo
amarillo hasta la cercanía. Un diminuto sol cae sobre el
desierto blanco. Así, el niño inscribe fisura y
permanencia. ¿Cuál será el lujo de abandono en este
Paraíso? Turmalina y topacio y luego este oleaje. Has abierto
las puertas de lino. Muelles donde dibujas la
sed.
Roma, Catacumbas de San Calixto, 9-X-1999
NACIMIENTO DE LAS LEVES
CRIATURAS
Nevertheless, I dislike The way
the ants crawl In and out of my shadow
Wallace Stevens, Six significant landcapes
PRELUDIO
I
Presérvate de la peste, son antiguas sus destilaciones
alrededor de las mágicas raíces, y acaso nadie la contenga
después. ¿Ya escupiste sobre sus ojos? El resplandor corrompe
el luto de estas dinastías hasta donde no llegan infancia ni
memoria. El astrolabio calla su tela de diamantes. ¿Pusiste
las manos en otra cara llena de moscas? ¿Estabas dormido? Has
convocado el hervor yacente de un foso al filo de la
certidumbre con trapos diminutos de la fiesta. ¿Le preguntaste
si veía el infierno? Cuando los dueños se reclinan como
lluvias, abres la jaula que habitó la criatura, objeto
letárgico arrancado de golpe a la leche incrustada desde lo
alto. Anuncio un inmigrante en la genealogía de los reyes
antiguos. Un inmigrante es una esfinge. ¿Qué gusano extiende
el gozo, se prepara al letargo de los cartílagos de muerte en el
plato de Adán? ¿Y por qué continúas con tus espléndidos
ropajes siempre detrás de los árboles del vértigo, oyendo el
eco de paredes sepultadas y la ausente migración del
cinabrio? Fueron las saturnalias, enloquecidas
tentaciones, más firmes que la navaja sonámbula o el sol del
eremita, quienes me convocaron al ascenso. Balaustradas de
mármol quedan en mi cueva, rastros que zumban en suspenso, que
interrogan. Enardecen las puertas. Clausuran las
salidas. Llenan los huecos de aguijones. A veces cimbra en la
piel el oro del falsario. Me pregunto quién tiñe de lenta
aprensión los juguetes lapidándose sólo a la distancia, lo que
alumbra reliquias y sollozos? Esta usura de las brasas me
desuella. La sangre se prueba con la sangre, has escrito. ¿Es
la hendidura nocturna tu pasado en la estría más ebria del color
de las valvas? En este atrio descifrarás los indicios. Como en
el tiempo de los sobrevivientes, una mujer recorre su casa hasta
el polvo del derrumbe sin salir de este umbral entreabierto en
que naces para advertir a los perseguidores la ley de un nuevo
imperio. Delator, vítreo, imantado, llega el monstruo a unir
desde su soledad la misma soledad de todo, a desenhebrar
(escombro por escombro) los últimos vestigios ..............................................................
/de la historia inocente. Cuando oyeres su voz, ¿escogerías al
innombrable? Se trata de resucitar el feroz oleaje de una
aparición. Los claustros fueron sumergidos. Todavía hay
cortezas, astillas, restos que escarban la duración del muro en
la palabra. ¿Arde el bosque cuando me abandonan? Arde una
ilimitada pupila en el escalofrío de mis hijos. Un fénix resucita
en Heliópolis. Garza con larga cresta (nacida de ti mismo en los
desiertos de Arabia, rayo elevado desde el altar natural de un
sicomoro, nunca te sobornan el futuro voraz ni el cuerpo
adolescente. Mutarías el helecho abandonado, los siete
escorpiones de Isis, Nesret, la flamígera, con cetro y corona en
nuestras tiendas, el hormiguero sobre el rostro
difunto. Crespones del amanecer. Ranuras donde bendecir el
paso del amor, su costado y su fusilamiento.
II
¿Pero he de contar sólo con palabras (resistente
extrañeza) ..................................................................
mi viaje por el fuego, la trama que no he visto en la
hojarasca? Las incontables, marginales edades vienen hacia
él. No debo llorar sobre mis miembros desunidos, tampoco
reemplazarlos. Limosa ficción, evaporan mis huesos. Ya no
exalto tu raza primigenia, tu aliento milenario, el feroz
acertijo debajo de los hierros. Es cóncava y helada la habitación
en que vives, y vista desde arriba se dispersa en humo
rojo. ¿Cómo llegaste a esa esfinge asombrada de perderte? ¿Por
qué espiabas el nido de abubilla en el roble sagrado? ¿Dónde
engarzaste el horror del agua celeste corriendo por las
tumbas? Tantas preguntas frente al muro. La criatura empuña su
cuchillo, pero no hay ciegos aquí que proclamen la pérdida
oscura, que comercien con apariciones hambrientas o
beatíficas sobre el altar de tus restos la sustancia. Continúa
la epopeya en las viejas hilanderías.
III
Pertenencias de la siempre duración, escaleras abajo.
Veías las piedras candentes, las túnicas blancas, la blanca
cabeza coronada, la víspera blanca reteniéndose entre las plumas
del colibrí. Sin embargo estabas inmóvil, lastimada entre las
circunvoluciones de la muerte. Ramas de nardo vacilan junto al
túmulo. A eso hemos llegado, y es todo
IV
Pasó el
cortejo como el cauce erizado de un río junto al peregrino. ¡Y por qué
sale el musgo que no nombras de su boca marchita! ¡Y por qué la sombra
en las ventanas, más envolvente y heroína que el viento golpeando contra
el rumor de la profanación! Velante, agraviada por la desobediencia, con
el aroma desconocido del mar, sus pies abandonan el invierno de las
grandes ciudades. Ya nunca esperes con tu desnudez ni puedas decirme
el himno que fulmina con tristeza. Con otra mirada, háblame desde la
fragilidad de las calas infantiles, desde el aroma invisible de una
obscena dalia cortante. ¿Qué carne de esfinge se encarnó entre nosotros?
Disueltas las moradas del día sobre los cuerpos. Cortadas las
mordeduras. ¿Qué inválido dios, qué comediante es este intruso?
Desde mi nacimiento fui el espectador de las sombras chinescas. Sé
que hubieron forasteros como tripulaciones de gritos en lámparas
artificiales. Se introdujeron por olvido en el error erizado de una
lágrima. Ahora me escoltan. Gritos, tripulaciones de gritos bajo el
vapor de las bujías y el que invoca. ¿Defenderán a sus sirvientes con
medios tan mecánicos? ¿Conservarían las escamas ante el paso del sol
negro? Allí estaban mis siglos. Aún no marchitados por el óxido
elemental de la añoranza, distintos y una, letanías para nadie en la
memoria de la pérdida.
V
Almácigos de un cruel pronunciamiento. ¿Cómo es posible
abandonarse hasta aquí, aun a costa de perder la vigilia y sus
metamorfosis? Los mataderos exhalan el vaho. Algunas veces te
decían en sueños: "Has nacido demasiado. Has muerto
demasiado en otras bocas". Otras murmuraban: "Sé fiel
hasta el horror. Sé fiel hasta el fósil. Sé fiel hasta el
acaso."
La
gran noche abrió su enloquecida distancia antes de
llegar.
VI
¿Quién puede decir que ha visto el mar, piadosas
telarañas?
VII
¿Y
por qué siempre te acompaño, de generación en generación, más acá
del fuego y del murmullo, yo, Manuel Lozano, verdugo o luz que te
comiera las vísceras hasta la enamorada aberración del
principio? Porque una sombra se clava para siempre y nos
contempla.
Chartres, 27-IV-2001 Manuel Lozano
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