Narrativa 
              peruana contemporánea, un mapa
              
              
              Por Edmundo Paz-Soldán
              Diario La Tercera, Chile. 31 de Diciembre 
              2005
             
          
          Sin estridencias, sin mucha publicidad, la narrativa peruana contemporánea 
            se va consolidando como una de las más vitales de las que se 
            escriben en español. Es cierto que los lectores todavía 
            tienden a identificar al Perú con Mario Vargas Llosa y Bryce 
            Echenique. Pero allí está -del grupo de  narradores 
            surgido en la década del '80- Alonso Cueto, que con 
            La Hora Azul, ganadora de la última versión del 
            Premio Herralde, se muestra como uno de los más capaces para 
            hurgar en las heridas todavía no cicatrizadas del Perú 
            siniestro de los años de Sendero Luminoso. La generación 
            surgida en la década del '90, en tanto, aporta muchos nombres 
            (o quizás se trate de un defecto personal: es mi generación, 
            y por ello la que más conozco): Jorge Eduardo Benavides, 
            autor de la admirable Los Años Difíciles, empeñado 
            en hacer para el Perú que va de Velasco Alvarado a Fujimori 
            lo que hizo Vargas Llosa con el Perú de Odría en Conversación 
            en la Catedral; Fernando Iwasaki, un escritor versátil 
            capaz de encontrarle el lado cómico a las situaciones más 
            trágicas, autor de los magistrales cuentos breves de Ajuar 
            Funerario y uno de los que mejor ha sabido encontrar los puntos 
            de contacto entre la cultura española y la latinoamericana; 
            Peter Elmore, cuya literatura de personajes que piensan mucho 
            más de lo que actúan -y que en verdad no piensan gran 
            cosa, convirtiéndose así en logradas radiografías 
            de la pérdida de relevancia del intelectual de hoy- merece 
            ser más conocida; Patricia de Souza, una escritora muy 
            versada en teóricos franceses de toda laya, y quizás 
            por ello empecinada en desconfiar de las virtudes mágicas del 
            tan sencillo como complejo arte de narrar (sin embargo, cuando deja 
            a un lado sus armazones conceptuales y se dedica a novelar, es capaz 
            de textos notables como Stabat Mater).
narradores 
            surgido en la década del '80- Alonso Cueto, que con 
            La Hora Azul, ganadora de la última versión del 
            Premio Herralde, se muestra como uno de los más capaces para 
            hurgar en las heridas todavía no cicatrizadas del Perú 
            siniestro de los años de Sendero Luminoso. La generación 
            surgida en la década del '90, en tanto, aporta muchos nombres 
            (o quizás se trate de un defecto personal: es mi generación, 
            y por ello la que más conozco): Jorge Eduardo Benavides, 
            autor de la admirable Los Años Difíciles, empeñado 
            en hacer para el Perú que va de Velasco Alvarado a Fujimori 
            lo que hizo Vargas Llosa con el Perú de Odría en Conversación 
            en la Catedral; Fernando Iwasaki, un escritor versátil 
            capaz de encontrarle el lado cómico a las situaciones más 
            trágicas, autor de los magistrales cuentos breves de Ajuar 
            Funerario y uno de los que mejor ha sabido encontrar los puntos 
            de contacto entre la cultura española y la latinoamericana; 
            Peter Elmore, cuya literatura de personajes que piensan mucho 
            más de lo que actúan -y que en verdad no piensan gran 
            cosa, convirtiéndose así en logradas radiografías 
            de la pérdida de relevancia del intelectual de hoy- merece 
            ser más conocida; Patricia de Souza, una escritora muy 
            versada en teóricos franceses de toda laya, y quizás 
            por ello empecinada en desconfiar de las virtudes mágicas del 
            tan sencillo como complejo arte de narrar (sin embargo, cuando deja 
            a un lado sus armazones conceptuales y se dedica a novelar, es capaz 
            de textos notables como Stabat Mater). 
          La lista continúa: Jaime Bayly, un gran narrador que 
            nunca se animó a ser un gran escritor; Iván Thays, 
            un estilista de primer nivel que se siente más cómodo 
            dialogando con Calasso y Lobo Antunes que con su misma tradición 
            peruana, y que, con El Viaje Interior, se ha asegurado un lugar 
            en mi lista privada de escritores imprescindibles. Luego, en la lista 
            de novísimos, autores nacidos en los setenta como Santiago 
            Roncagliolo -empeñado en hacer que en su obra convivan 
            textos como Pudor, que parecen transcurrir dentro de una burbuja 
            ahistórica, y controversiales crónicas non fiction 
            sobre Abimael Guzmán-, e incluso en los ochenta, como Luis 
            Hernán Castañeda. 
          ¿Más? Están los cronistas/periodistas reunidos 
            en torno a la revista Etiqueta 
            Negra, responsables de algunas de las mejores páginas 
            de la "literatura sin ficción" en español 
            (Julio Villanueva, Sergio Vilela, Toño Angulo, Gabriela 
            Wiener). Y no hay que olvidarse de los escritores peruanos de 
            primer nivel que son "latinos" en los Estados Unidos y escriben 
            en inglés (Daniel Alarcón es, gracias a War 
            by Candlelight, el más destacado). Y sí, también 
            se puede decir que, a pesar de cierta estrecha mirada nacionalista 
            incapaz de entender que un escritor puede pertenecer a más 
            de una literatura nacional, el mexicano Mario Bellatin es otro 
            gran escritor peruano. Hay más nombres importantes, pero tampoco 
            se trata de ser exhaustivo (y tampoco los he leído a todos). 
            Tengo amigos que defienden a rajatabla a Enrique Prochazka 
            -desconocido incluso en el Perú-, y hay otros que no cesan 
            de recomendar los textos breves de Sumalavia.
          El mapa de la narrativa peruana contemporánea es amplio y 
            muy ecléctico. Es cierto que predomina la poética realista, 
            pero también se puede encontrar a autores dados a coquetear 
            con la narrativa experimental de corte metaliterario; los hay muy 
            preocupados en narrar la crisis sociopolítica de las últimas 
            décadas y también están los que de veras piensan 
            que la única patria digna de ser narrada es la de la literatura. 
            A veces se pierden en ociosas polémicas que enfrentan a la 
            literatura "andina" con la de la costa, sin darse cuenta 
            que, desde afuera, todo eso se ve como un intento inconsciente de 
            hacer que lo que se entiende como "discusión bizantina" 
            adquiera pleno sentido. Como a los chilenos o a los argentinos (bueno, 
            como a todos), a los escritores peruanos les gusta pelearse entre 
            sí y son de los mejores a la hora de ningunearse: algunos toman 
            el éxito de Roncagliolo en España como una afrenta personal 
            y otros se muestran incapaces de entender que Thays sea tomado tan 
            en serio a pesar de su actitud de hereje del dogma realista y de su 
            capacidad para hacerse de enemigos con sólo caminar un poco 
            por las calles de San Isidro. 
          Por suerte para todos, la literatura peruana no sólo la construyen 
            los escritores y los críticos peruanos, aunque la guerra de 
            guerrillas en la que se hallan empeñados es parte imprescindible 
            de las reglas del juego literario. Tampoco hay, a pesar de teorías 
            conspirativas al respecto, una mafia limeña empeñada 
            en canonizar solamente a los escritores nacidos en la capital, aunque 
            es cierto que el centralismo de nuestras naciones hace que a un escritor 
            que vive en el "interior" le cueste más dar a conocer 
            su producción. 
          La primera obra narrativa peruana que cayó en mis manos fue 
            Los Jefes. Luego leí La Ciudad y los Perros. 
            Más allá de las obvias virtudes narrativas de Vargas 
            Llosa, me sedujo descubrir que en el vocabulario peruano había 
            una palabra como "chompa", tan del castellano de Bolivia. 
            Había afinidades: yo había llegado para quedarme. Después 
            hubo Ribeyro, Bryce, Martín Adán, Arguedas, Palma padre 
            y Palma hijo. Alegra saber que hoy, más allá de las 
            rupturas y continuidades, hay más de un escritor peruano destinado 
            a ser un clásico futuro.