Saludos:
Sería bastante cómodo para mi venir acá a contarles
las mil una recetas e intersticios del espacio literario chileno.
Pero creo también que sería una falta de respeto, considerando
que hago las veces de crítico/poeta y que por tanto debo de
alguna forma u otra rendirme, "sensiblemente", ante la riqueza
textual, la polifonía escritural y la enorme pasión
que la poesía peruana irradia. Llevo muy poco tiempo en este
país y, no quiero ser impertinente, pero creo que hablar sobre
mi poesía en este contexto sería un acto de soberbia
metropolitana y una falta de phatos innegable. Porque lo que he visto
y vivido acá (lo siento si me encariño con lo ajeno)
dan ya para demasiados textos críticos, lecturas y variantes
textuales.
Intentando buscar una definición, un trayecto o derrotero
que me permita vislumbrar posiciones y articular un discursos coherente
con respecto a su maravillosa poética, me he encontrado con
múltiples voces, discursos, opiniones, chismes y textos que
en su conjunto collage, debo admitir, me han desesperado un tanto.
Tan solo cuando comienzo a escribir estas líneas vislumbro
que es exactamente eso, la desesperación y el caso, lo que
define hoy el clima de la poesía peruana. La define, en efecto,
la indefinición, la mezcla rizomática de discursos,
la atemporalidad anacrónica de ciertas líricas y la
tendencia hacia la fuga y el evacionismo críticos. Se me hace
que, hasta los años 70, el clima estuvo más bien ordenado
en el sentido de ciertos derroteros, espacios políticos y centro
de operación y articulación que permitieron la instalación,
de esa promoción de escritores, en los hoy casi inalcanzables
espacios de poder que ocupan. Su fuerza fue ser capaces de generar
un sentido meta textual y una poemática coherentes frente al
enorme peso que Vallejo ejercía sobre ellos. El coloquialismo,
en este sentido - y aquí hay que señalar su conteporaneidad
con Nicanor Parra, en Chile -, funcionó bien como estrategia
de despiste y logró consolidar a estos poetas en nichos de
escritura y bastiones políticos prácticamente inexpugnables.
De allí en adelante - siempre desde mi mirada foránea
y limitada, siempre con un "creo" invisible - la violencia,
el desorden político y la virulencia cívicas provocan
un clima interno caótico y de permanente amenaza. Considero
sin duda que estos procesos no han sido asumidos y enfrentados por
las dos ultimas promociones del 80 y el 90, salvo contadas excepciones,
y por el contrario cada cual ha tomado posiciones que no violentan
los verdaderos circuitos de poder que se lograron cimentar hasta el
70. Me he encontrado con poetas que leen a Sartre y escriben a partir
del sentimiento de la posguerra europea, con su mirada exocéntrica
ajena a todo interés de lo propio peruano. Me he encontrado
con otros poetas que escriben a la usanza del castellano más
remoto, y cuyas propuestas y referentes se saltan de un zancada casi
50 años de supuesta proyección de la poética
peruana. Otros intentan, como pueden, articular discursos de género,
de crítica cultural, en base a recetas novísimas de
la moda cultural de la new left norteamericana que ven en lo latino
ciertos manierismos cómicos e indigenciales. Me he encontrado
también, y sobre todo, una generación joven y aún
provisoria, pero que promete revertir las huellas y miedos del pasado
en base a la construcción de un proyecto nacional que sea capaz
de generar autonomías escriturales, una historia y mitologías
desde y para este país.
Considero que este ambiente de desorden se acerca mucho y peligrosamente
ha lo que he logrado percibir en mis pocas lecturas de poesía
boliviana. Una maraña casi inclasificable, donde nos encontramos
con textos y poetas que en 1989 escribían como sus primeros
próceres. Creo que Perú está un paso más
allá, en todo caso, en el sentido de que ya hay signos y claves
para ver por donde esta el quid que permitan reordenar la danza
y sincerar posiciones.
En primer lugar, creo que todo parte por un replanteamiento de la
perspectiva crítica. Esto significa comprender la poesía
como un arma de lucha extra subjetiva, interpolada y proyectiva con
relación a la creación de los proyectos nacionales.
No es, creo, la repulsión de lo extranjero, del enemigo chileno,
el camino, y no es que me interese aquí defender a mi país,
que sin lugar a dudas ejerce una peligrosa y horrible fuerza concéntrica
sobre las empresas locales, un neo liberalismo a ultranza que de pronto
me da, acá mismo, vergüenza. Sin embargo, creo que la
clase política y cultural local se siente bastante cómoda
instalando lo otro como chivo expiatorio de sus propios lucros
y prebendas. Los poetas de las últimas generaciones deben comenzar
a articular sus propios procesos y generar discursos y propuestas
no contra sus pares, o para la obtención de pequeñas
migajas de los capataces culturales, sino contra aquellos sujetos
y personajes que sempiternamente han congelado el poder. Son ellos,
primeramente, los que a través de sus economías de escritura,
sus mínimos rendimientos críticos y sus ya deprimentes
poemáticas impiden la circulación de discursos y capitales,
a través de un proceso de concentración económica
que impide la generación de instituciones estatales destinadas
a promover democrática y ampliamente la cultura. Se trata de
dejar atrás, lentamente, los miedos y resquemores del pasado,
de empezar a construir polémicas interesantes, debates con
nombres y apellidos. Es bien fácil decirlo desde mi cómoda
posición extranjera, es cierto. Pero nada es tan fácil,
nunca, se los aseguro, y todo riesgo es siempre lo interesante. Segundo,
y casi consecuencia de lo anterior, la generación de estos
nuevos rangos y rendimientos críticos y escritos, permiten
la producción de discursos que se salgan de la figura exclusiva
del yo, del subjetivismo y simbolismos anacrónicos que es el
tono de lo que he podido leer hasta el momento en algunos más
jóvenes. La fractura implica un nuevo polo, un polo colectivo,
la articulación de un nosotros y un ellos, donde
ese nosotros reemplaza el individualismo y la textura un tanto esquizoide
en que algunos se encuentran. Comprender la poesía desde la
producción de un sujeto colectivo o de un colectivo de sujetos
no significa, simplemente, articular pequeñas pandillas literarias
o talleres, sino productos (textos, revistas, arte) que irriguen energías
estéticas y no simplemente poéticas. Y cuando digo estéticas
me refiero a entender la poesía desde una combinatoria de elementos
y cuerpos técnicos, teóricos, audiovisuales, meta textuales,
que signifiquen cierto modo de mostrar y pensar al país simbólicamente,
de reírse también, y jugar con sus propias imágenes.
La construcción simbólica del nosotros y la ironía
crítica permiten la creación de personajes diversos
en la poesía, de los cuales los artistas pueden convertir en
bellos imbéciles. El paso de la lírica a la poética
narrativa, a la poética que no es del yo sino del otro
(del personaje), es una herramienta subversiva y a la vez lúdica
para despistar a los detentores del poder. Hay un ejemplo ya. Me refiero
al grupo de los patafísicos y a su revista homúsculus.
Este producto, realmente, funciona como un músculo, una articulación,
un soporte o producto estético más que un dispositivo
para difundir una lírica clásica. Con un dejo de exquisita
ironía, con un arsenal crítico bien armado y con la
conversión de los agentes de poder en personajes políticos
comiquísimos, es, hasta donde he podido ver, una de las pocas
propuestas que realmente violentan y molestan los lugares comunes
y hábitos (mal hábitos) de extatismo. Se trata de generar
muchas propuestas similares, en todo caso, en vez de que todos se
vuelvan patafísicos. Se trata de que todas generen fuerza vertical
ascendente más que horizontal, y de que, más allá
de sus peleas particulares, comprendan que donde está la afluente
del poder no es en el prójimo, sino en la otredad que
desde su parnaso observa vuestras instestinas y bizantinas polémicas.
Hay que generar transversalidades, en todo caso. Sólo estas
nos llevan hacia un tercer recorrido, que es el paso de una crítica
literaria proyectiva y no inmediatista. Una crítica literaria
que sea capaz de ver más allá de la factura de los textos,
los lugares políticos, los espacios de poder, cual es el "personaje"
real que es el escritor que hay detrás. Una crítica
menos lisonjera y mediática anclada en la perspicacia y la
suspicacia más que anécdotas menores. Se trata de un
proceso combinatorio, donde la poesía no parece estar como
ajena ni desplegada del horizonte de los críticos, y en donde
estos últimos tengan el suficiente amor y pasión por
su trabajo como para ser capaces de conmocionar, junto a los poetas,
intensidades discursivas de calidad, licuando a aquellos que repiten
la lógica del poder o son sus sabuesos. La crítica debe
ser, para eso, menos literaria y armarse con cuanto tenga a la mano:
corrientes teóricas, audiovisuales, filosóficas, estéticas,
semióticas, de todo. Sólo así el horizonte se
amplia y diversifica, sólo así se genera realmente un
nuevo lugar.
Bueno. He querido simplemente instalar mi posición, que es
necesariamente sólo mía y no la de la poesía
ni la crítica chilena.. Ni siquiera tiene por qué ser
la mis compañeros chilenos aquí presentes. He querido
simplemente instalar esta ficción, esta fricción, y
ojalá que los discursos circulen. Es la circulación,
amigos, el punto, para concluir ya. La circulación diversifica,
y cualquier no -circulación cristaliza el poder. Hay mucho
por hacer y, lo mejor de todo, mucha energía, mucha materia
prima, mucha pasión en vuestro pueblo maravilloso.
Lima, 3 de febrero de 2005