POEMAS
DE LA CONDICIÓN HUMANA
Lorenzo
Peirano: "El Solitario de mis Naipes", Mosquito Editores, Santiago,
1995,
62 páginas.
Por
Alexis Figueroa
Revista Simpson Siete, volumen 8, segundo semestre de
1995.
Este libro ha sido para mí el feliz
descubrimiento de un poeta. Y este mismo libro, me ha obligado a retomar su trayectoria.
Una huella anterior, una señal inicial de su camino, que en la selva de
los libros se dibuja, allá por 1990, respirando callejones. "Respirando
callejones", es el primer libro de Peirano, que llegó a mis manos
por correo, embalado, en esos días. Durmió mucho en un estante -si
se me permite una metáfora gastada-, toda vez que yo estaba empeñado
en otras pretensiones literarias.
¿Qué había de ciudad? me preguntaba. ¿Qué había
del tráfago constante de la urbe, donde algunos intentaba una aproximación
rebelde a esta nueva realidad? Volvíamos la espalda a la interioridad rural
de -a nuestro juicio- patos y gallinas, al épico lirismo nerudiano, a la
voracidad rokhiana, a la vocinglería surrealista trasnochada, a la facilidad
ingeniosa de Parra. Acaso una visión de juventud nos consumía. Y
uno se acoraza entre las bandas, y uno se estructura entre ritos de tribu, y la
estética del signo se transforma en una comunión. Así, este
libro no fue considerado.
Pero ahora, a leer un nuevo libro de Peirano,
vuelvo al otro, como quien busca una botella de buen vino adormecida en los estantes
del pasado. Y descubro disperso entre los dos un elemento, un sendero por el cual
acceder a alguna comprensión. Algo se mantiene como puente, como senda
secreta entre estos libros, la presencia de un YO que sin momificarse conserva
y cultiva sus visiones.
Un tono de imágenes, palabras y vocablos
que remiten al agua, la madera, los árboles, la lluvia, las reuniones en
los bares, la presencia de la muerte,la vocación de un estoico heroísmo
resignado; la pasión en fin, del que vive en un retirado y acaso ¿campesino?
panorama espiritual. Y en todo caso -hablo respecto al tono general en ambos libros-
la persistencia de una conciencia religiosa. No hablo de la la trascendentalidad
mística de un pretencioso poeta espiritual, ni del tormento sentido de
la culpa de un prisionero en la materia, más bien hablo de quien descubre
un pacto de unión: que el destino de los hombres y mujeres es pasar, la
muerte.
Y esto, nos señala una actitud. Si todo lo que veo es a
fin de cuentas un "orden natural" y este orden a la vez muestra que
en los días de la vida debo elegir una forma de ser para la muerte, se
conforma una actitud. (Paréntesis: Ved a Trakl y su fijación de
atardecer, símbo-lo intuitivo tan querido por los "láricos").
Actitud de finitud y trascendencia, apropiada a un poeta con cierta vis cristiana
natural. Y así, nuestro poeta abunda en preguntas. Gran parte de "El
solitario de mis naipes" abunda en tales interrogaciones.
Muchas
veces el poema es la exposición de una actitud ética a base de anécdotas
cotidianas y casuales, que terminan por dejarnos el sabor de una inquisición.
Una exhibición de la condición humana, un exponer las situaciones
(por eso el uso del "tú" referencial de los poemas, fundamentalmente
apelativos, como dirigido a sí mismo y a quien lo lea) para concluir en
la pura mostración situacional: tú, lector, sacarás las conclusiones,
aunque el poema las designe de antemano, con una suerte de voluntad ética,
panteísta, una ejemplificación de los destinos.
Se nos dice:
las criaturas son finitas, y la única forma de derrota es no comprender
la finitud, es decir, no percibir que la vida se hace desde dentro, desde el descubrimiento
del respeto ante cualquiera, tras las máscaras del yo. Insisto, los poemas
de Peirano no son totalmente comprensibles sino a apartir de la pregunta humana
ante la muerte, y ésta, vista no como la asesina sino como la dispensadora
del agua final. Quieras que no, Hörderlin y Trakl rasguñan sus poemas.
Y Teillier, Hernández, Ruiz. Aunque por otro lado, en los textos vive (sobre
todo en el "Solitario de mis naipes") una curiosa presencia castellana.
Me refiero a dos aspectos. En uno, al sentido del ritmo poético, que Peirano
maneja con holgura. Recomendación para los despistados: lea los poemas
conforme al influjo de la pausa y la respiración, ahí verá
lo que le digo; puntúelos conforme al ritmo de la respiración, ahí
verá lo que pretendo. Y en el otro aspecto, básico de en los poemas
del pueblo castellano: la capacidad de suprimir conectivos lógicos y preposiciones,
entregando un texto donde el sujeto es eludible, encarnado en el sólo acto
de leer. Pero bien, ahora terminemos. ¿Qué queda por decir? Que
leamos a Peirano, pues tras todo "marqueting" que construyen ciertos
grupos pretenciosos, sólo existe el ser de la palabra, y ésta, a
Dios gracias, es esquiva a su confrontación de humanidad.
POESÍA EN LOS NAIPES
Antonio J. Salgado
Punto
Final, octubre de 1995.
Con rigor y lucidez,
que no significa simpleza ni directa accesibilidad a sus textos, Lorenzo Peirano
destaca en las nuevas generaciones de poetas. Editor y autor, en este libro El
Solitario de mis naipes (Mosquito Editores, Colección La Estocada Sorpresiva),
es directo y oscuro, fragmentado y coherente, metafísico y terrenal, pero
siempre inquietante en sus intuiciones. Escribe: "La multitud recupera los
sudarios/en la detenida provincia que visito".
Su lenguaje es concentrado,
casi sin adjetivación ni referencias analógicas, y parece nacer
como poesía del centro de su existir, marcado por preocupaciones religiosas,
la proximidad de la muerte y la tarea de vivir sin restarse a lo que sucede a
su alrededor.
"En la carretera de alquitrán/recién entregada
a los destinos/yo esperaba un automóvil/ conducido por los muertos",
murmura.
El poeta confuso declara: "He perdido mis señales/mis
papeles de acertijo, el solitario de mis naipes" y asume paulatinamente rasgos
de indentidad hasta culminar en el bello poema Los que imagino en mi tristeza,
impregnado de nostalgia -como el tango- en que asume que los otros dirán
tal vez mejor que él lo que tiene que decir.
Lorenzo Peirano deambula
tras las huellas de Vallejo, pero lo hace con paso propio, con desenvoltura y
fuerza, consciente del papel de la poesía como palabra y videncia que se
confunden en el poeta. No por nada proclama: "Descubrimos que las palabras/son
el poeta /que se arroja/al cráter de un volcán".