Poesía 
              Limeña de los noventa
              Antes 
              que la noble katerba se juntase: 
              Una prehistoria de los 90
              
              
              Por Manuel Cadenas Mujica (*)
              
              
            
           El siguiente no es un tratado 
            de crítica literaria ni una pieza histórica. Es sólo una memoria a 
            jirones que intento remendar luego de encontrar varias lecturas despistadas 
            en algunas páginas web y libros, en los que se afirma muchas cosas 
            sobre los poetas villarrealinos de la generación de los 90, que nos 
            uniríamos a principios de la década pasada en el colectivo Noble Katerba. 
            Seguramente no es del todo rigurosa en fechas y eventos, y habrá de 
            ser mejorada por neuronas más frescas, pero creo que puede ofrecer 
            un panorama general de la gestación de esta movida poética, a fines 
            de los años 80, marcando singularidades. Es, además, un tributo a 
            los amigos, vivos y muertos, con quienes compartimos esos días intensos.
          Nosotros mismos quedamos asombrados de semejante cosecha: 
            éramos alrededor de catorce los que pretendíamos escribir poesía en 
            una misma aula en la Villarreal,  en 
            una misma promoción, “cachimbitos” no más. Se iba 1986.
en 
            una misma promoción, “cachimbitos” no más. Se iba 1986.
            
            Tratamos de darle alguna explicación a ese fenómeno. La que teníamos 
            más a mano era que aquel año, con lo del inicio del gobierno aprista 
            y la cancelación del examen de admisión de 1985 por presuntas irregularidades, 
            se habían cuidado de que no quedase indicio alguno de la consabida 
            “moña” para el ingreso de estudiantes. De esa manera se les habían 
            colado catorce poetas que no tenían nada de “compañeros”, algunos 
            francamente “rábanos”, como les decían los de la estrella.
            
            En ese momento creímos ser catorce, creo, pero más tarde entenderíamos 
            que a los apristas se les fue la mano con muchos más, para su mala 
            suerte.
            
            No puedo acordarme de los nombres de todos, pero estaban quienes serían 
            más tarde la columna del movimiento poético de finales de los ochenta 
            (o generación de los noventa, según el gusto) en la Villarreal y fuera 
            de ella: Johnny Barbieri, Leoncio Luque, Alan Morales, Rodrigo Manrique, 
            otros menos conocidos como Valentín Parco, José Gamboa, Wilber Barreto, 
            Jesús Reynalte, José Manuel Marticorena…
            
            A finales de ese año, la situación política se endureció en la Villarreal. 
            A una dirigencia estudiantil moderada en la Facultad de Educación, 
            integrada por apristas con cierta formación política, le sucedió paulatinamente 
            una horda delincuencial bautizada como “Los Chunchos” a raíz de cierto 
            incidente nocturno. Su diferencia con la bufalería tradicional era 
            que en su caso no tenía fines propiamente políticos. Su misión era 
            simplemente custodiar al decano de esa facultad, quien se haría luego 
            rector de la universidad y “capo” del tráfico de ingresos, Hugo Vera 
            Fabián.
            
            “Los Chunchos”, reclutados para la especialidad de Educación Física 
            nada menos, corpúleos y brutales, se encargarían de aniquilar las 
            pocas expresiones de vida cultural que tenía la universidad a nuestro 
            ingreso, que consistían apenas en algunos conciertos de rock subterráneo 
            (donde conocí a José Calderón, “Peperina”, de Sociología, con quien 
            pusimos sountrack de Sui Generis y toda la onda argentina a 
            la movida poética) e invitaciones a algunos visitantes al CICLA, a 
            lo mucho.
            
            Creo que es necesario conocer este contexto en la Villarreal para 
            poder entender lo que se gestaría a nivel literario. De alguna manera, 
            que no conseguíamos entender aún del todo, los poetas de la Villarreal 
            de esa generación vivimos en carne propia lo que se experimentaba 
            en todo el país desde la aparición de Sendero Luminoso. Nos encontrábamos 
            entre dos fuegos: el oficial, representado allí por el aprismo más 
            recalcitrante en todos los estamentos universitarios (que tendría 
            su correlato a nivel nacional en el comando Rodrigo Franco); y el 
            del terror, que no veía con buenos ojos que a pesar de ser testigos 
            de excepción de la debacle moral y política del Estado peruano en 
            manos de la clase política tradicional, no nos adscribiéramos a su 
            doctrina ni a su actividad.
            
            La atmósfera de terror oficial que se vivía dentro del claustro universitario 
            era irrespirable. Todo aquello que no tuviera el sello de la estrella 
            aprista era visto con desconfianza, recelo y animadversión. No había 
            lugar para terceras vías. O eras compañero o eras rábano, “tuco”, 
            “terruco”. Tenías que definirte y para ello las hordas chunchas solían 
            entrar a los salones para establecer vínculos y adhesiones, a las 
            buenas o a las malas.
            
            Con nuestra promoción, eso no fue posible. La cepa de 1986 había sido 
            descuidada en el afán inicial de las autoridades villarrealinas por 
            aparecer “honestas” ante la opinión pública, escobita nueva. El tiro 
            por la culata. Al mejor cazador se le escapó la liebre y así se gestó 
            una generación (uso el término sin ningún tecnicismo) rebelde, en 
            la que los poetas tuvieron un papel protagónico. Esto fue tan claro 
            que en las promociones siguientes (1987 en adelante, hasta la intervención 
            fujimorista), en las que sí se tuvo un estricto control a la hora 
            del ingreso, hubo sólo algunos estudiantes que se enrolarían en las 
            filas de la literatura, entre ellos Nelson Ricardo Ramírez Vásquez-Caicedo 
            y Carlos García.
            
            Los demás, fueron seducidos por los ofrecimientos chunchos favoritos: 
            trago, diversión, aprobación de cursos con facilidad, puestos y cargos 
            estudiantiles, cachuelos bien pagados en los exámenes de admisión 
            (ingresos fraudulentos de “clientes” gracias a los cupos que entregaba 
            el rectorado a cada facultad); y, al egresar, un puesto fijo como 
            jefe de prácticas. La corrupción del país reproducida en pequeño, 
            así lo entendimos en todo momento.
            
            En medio de esa situación adversa, de esa guerra sucia, los poetas 
            asumimos la conducción de la vida cultural de la universidad de manera 
            clandestina y sin apoyo de ninguna clase, salvo el “apoyo moral” de 
            profesores como Jorge Runciman y Eliseo Reátegui, que por demás nunca 
            pudo traducirse más que en algunas frases de aliento y advertencias 
            de cuando estábamos en peligro.
            
            Universidad sin tradición literaria, sin actividad cultural establecida, 
            dominada por una práctica política neofascista, una cátedra mediocre 
            y a la defensiva con todo el país, puede entenderse lo penoso que 
            fue llevar adelante cualquier tipo de iniciativa, actividades o publicaciones. 
            Pero igual lo hicimos. En 1987, varios poetas se unieron para publicar 
            la primera revista de nuestra generación: Estro. La editaba 
            el Círculo Literario Neo Babel, liderado por Barbieri y Luque, entre 
            otros.
            
            Para los que han afirmado con mucha ligereza que la generación del 
            90 no hizo más que copiar a Hora Zero con el asunto de agruparse, 
            es necesario aclarar que ese aparente gregarismo tuvo una explicación 
            y justificación plena en la época y circunstancias que nos tocó vivir. 
            Era unirse o perecer en una realidad aplastante, asfixiante. Pero, 
            desde un primer momento, fue claro que no se trataba de una propuesta 
            poética colectiva, que se evidenciara en los textos, sino de la unión 
            de lo diverso para la supervivencia y la acción conjunta.
            
            Las tendencias se manifestaron prontamente y de manera natural, sin 
            que significasen necesariamente enfrentamientos o rivalidades. Neo 
            Babel agrupó a poetas de extracción provinciana y aspiraciones sociológicas 
            más definidas. A fines de 1987 nació la contraparte, Estigma, con 
            Alan Morales, Rodrigo Manrique y quien escribe. Los tres limeños y 
            atrapados por poéticas como la de César Moro.
            
            Es curioso que en la mayor parte de textos en los que se alude a quienes 
            después seríamos Noble Katerba se insista en la referencia a Hora 
            Zero y a la supuesta influencia que tuvo en nuestra creación. Hay 
            quienes, incluso, nos han llamado simple apéndice de ese movimiento. 
            A eso tendríamos que responder, porque quien calla otorga, primero 
            con la posición que siempre tuvimos: ser ajenos a cualquier tipo de 
            parricidio literario. Para nosotros Hora Zero fue un referente actitudinal 
            por tratarse de un movimiento nacido en condiciones muy parecidas 
            a las nuestras, aunque en nuestro caso sin el ingrediente ideológico. 
            Pero no fue un referente literario de primer orden.
            
            Ni los integrantes de Neo Babel ni de Estigma, salvo Rodrigo Manrique, 
            estuvimos empapados de la poética horazeriana, salvo uno que otro 
            texto de Verástegui o Pimentel. Más bien, nuestras preferencias en 
            cuanto a la lectura de poesía peruana apuntaban claramente a la poética 
            de los 50 y de los 60, y a los insulares de las décadas anteriores, 
            como Oquendo de Amat, Moro, Westphalen, Sologuren, Salazar Bondy, 
            Xavier Abril, Manuel Moreno Jimeno, Juan Ríos, Martín Adán o Eielson.
            
            Circulaban entre nosotros con tráfico de hora punta las ediciones 
            de una antología completa de Scorza, otra de Juan Gonzalo Rosé que 
            Alan Morales nunca me devolvió, los Cinco metros de poemas, 
            colecciones de los sonetos publicados por Martín Adán en La República, 
            la antología completa de Javier Heraud, versos de César Calvo, Hernández, 
            Romualdo y otras lecturas que, como la poética de Horacio, la narrativa 
            kafkiana, cortazariana o de Gabo, poco o nada tienen que ver con la 
            poética de los 70. El único libro de esa generación que, al menos 
            en Estigma, fue deglutido con fruición, fue Finibus terrae, 
            de Jorge Nájar, que había ganado el premio COPE en aquellos años.
            
            Veamos más puntualmente este asunto. Luis Fernando Chueca, quien ha 
            insistido en la cercanía de Noble Katerba con Hora Zero, afirma lo 
            siguiente:
            
             “Los poetas que surgieron en los 70 quisieron 
            llevar a su máxima expresión estos nuevos hallazgos de la poesía, 
            pero tratando de desconocer su existencia previa a ellos (sólo reconocían 
            en la poesía peruana a César Vallejo y a Javier Heraud). Ellos eran, 
            según ellos mismos, los representantes de la nueva poesía peruana; 
            considerándose a sí mismos la "nueva vanguardia" de la poesía se creyeron 
            los fundadores de la poesía nacional.
            
            La mayoría de los poetas importantes de este tiempo fueron parte de 
            un grupo poético y de connotaciones políticas (con un discurso radical 
            de izquierda) llamado Hora Zero; entre ellos destacan Jorge Pimentel, 
            Juan Ramirez Ruiz y Enrique Verástegui. Este grupo llevó la "voz cantante" 
            en la poesía de los años 70.
            
            Otros poetas no pertenecieron a Hora Zero, pero compartieron muchas 
            de sus propuestas; mencionaremos a José Rosas Ribeyro y Julio Mora
            
            Otros, finalmente, estuvieron un poco más alejados, aunque coincidieron 
            en algunos puntos con Hora Zero; entre estos últimos José Watanabe, 
            Patrik Rosas y Abelardo Sánchez León son los más importantes.
            
            Los poetas del 70 fueron en su mayoría provincianos; esto posibilitó 
            que surgieran filiales de Hora Zero en muchos lugares del país, lo 
            que hacia parecer al grupo como un movimiento nacional, poético y 
            político.
            
            El contexto socio-politico de la Poesía del 70 fue el gobierno de 
            Velasco. La dictadura militar se había iniciado en 1968, y tenia como 
            propuesta una "democratización social", "ni capitalista ni comunista" 
            del Perú. La reforma agraria, el surgimiento de Empresas de Propiedad 
            Social, la participación popular conducida desde el gobierno, la "oficialización" 
            del quechua, la nacionalización del petróleo y el manejo del discurso 
            de la izquierda, entre otras cosas -algunas logradas y muchas no muy 
            bien diseñadas o aplicadas- significaron, entre otras cosas el fin 
            de la oligarquía nacional.
            
            Hora Zero quiso captar poéticamente los cambios que estaban ocurriendo. 
            Entre las características más saltantes de su propuesta poética (que 
            fue la principal de los 70) están: 
            
            1.- Tomar como escenario principal las calles de la ciudad, calles 
            desordenadas, caóticas, pero fascinantes.
          2.- Sostenían que todo lo que existe es 
            factible de ser poetizado a partir de la experiencia y la vivencia 
            del poeta. 
            
            3.- La escritura debía dejar de ser un oficio profesional para poder 
            realizarse por cualquiera que sintiera intensamente. 
            
            4.- Lo anterior implica un cierto descuido en la escritura. Se hace 
            del "escribir bien" un defecto, y se desarrolla una estética "de lo 
            feo", lo desagradable, lo cacofónico (lo que suena mal), que es la 
            que mejor podía expresar -según ellos- a la ciudad y al país de ese 
            momento.”
            
             Una lectura cuidadosa de los textos publicados por los poetas 
            villarrealinos de finales de los 80, tanto en libros como en revistas 
            y antologías, así como de otros documentos de la época, revelará inmediatamente 
            que no existe tal identidad ni continuidad. Los poetas de los 90 de 
            Villarreal, como he dicho, no fuimos parricidas ni desconocimos la 
            tradición literaria peruana contemporánea. Todo lo contrario: la asumimos 
            (incluido Hora Zero) y preservamos.
            
            Como hemos observado ya, tampoco el ingrediente político ha sido una 
            nota destacada en nuestra generación, que no estuvo ideologizada en 
            el sentido doctrinalmente distintivo de los 70. De esa manera, ninguno 
            de nosotros se sintió portavoz de la marginalidad nacional ni obrero 
            de la palabra para la revolución. La nota coloquial ha sido apenas 
            un pincelazo que se puede encontrar con mayor nitidez, a lo mejor, 
            en los trabajos de Roxana Crisólogo o Gonzalo Málaga, pero en no muchos 
            más. La urbe fue nuestro escenario natural, no forzado, a pesar de 
            lo cual no se poetiza mucho sobre ella o sus personajes en el tono 
            narrativo de los horazerianos.
            
            La escritura, lejos de ser descuidada, se tornó para nosotros en una 
            herramienta que se labra a sí misma. La estética de lo feo o desagradable, 
            a la que alude Chueca, está ausente de la poesía de los 90 en Villarreal. 
            Más bien, se pueden encontrar ecos expresivos de gran musicalidad 
            verbal: Moro, Westphalen, Oquendo de Amat, Martín Adán (Morales, Segura, 
            Cadenas, Barbieri), Vallejo (Luque, Barbieri), Heraud (Cadenas, Manrique, 
            Crisólogo), Calvo (Morales, Cadenas), entre otros.
            
            Sobre el aspecto ideológico que prometí retomar, es necesario apuntar 
            algunos comentarios. En conversaciones que hemos sostenido con Alan 
            Morales, Roxana Crisólogo, Leoncio Luque, Barbieri, Iván Segura y 
            otros más, ha sido notorio que nuestra generación poseyó una característica 
            que, por sí misma, configura una diferencia notable con respecto a 
            las generaciones anteriores y posteriores, y que nos singulariza. 
            Pero no sé bien si este carácter fue compartido con otros poetas y 
            movimientos de la época, de otras universidades (Neón en San Marcos, 
            Vanaguardia en Católica).
            
            Se ha dicho que no teníamos definición o simpatía ideológica, pero 
            no es cierto. Formados en la Educación Básica Regular del velasquismo, 
            Día de la Dignidad Nacional, nueva trova cubana y rock en español 
            como soundtrack vital (sin demérito de otros géneros como la 
            salsa neoyorquina de los 60 y 70, contestataria como se sabe), hijos 
            de la generación que creyó en la revolución y que amó al Che y a Fidel 
            y otras iconografías del socialismo latinoamericano, fue inevitable 
            que en nuestra percepción social hubiera una raigambre socialista. 
            Pero, a diferencia de quienes nos antecedieron en la palabra, algo 
            se había quebrado en nosotros después del fracaso del sandinismo en 
            Nicaragua, el desquicio fanático del senderismo y la amarga experiencia 
            del gobierno aprista. Y ese algo nos llevó temprano a rechazar todo 
            corsé ideológico, a huir como de la peste de todo compromiso partidario.
            
            Sabíamos que esa no era la justicia social por la que miles de peruanos 
            y latinoamericanos habían dado su vida y sus sueños. Antes que se 
            hablase de “generación X” y de “fin de las ideologías”, en nosotros 
            había brotado el descreimiento, que más tarde desembocaría en algunos 
            casos en el activismo por los derechos humanos como alternativa o, 
            en el anarquismo, el nihilismo o teología.
            
            Hecha esta explicación, sobre la que habría que abundar en muchos 
            más detalles, vuelvo al momento en que Estigma publica La Cresta 
            del Murelio (1988). Esta plaqueta, que sólo vería la luz una vez, 
            contenía poemas de los tres citados miembros de Estigma y de María 
            Elena Villanueva. Por primera vez en la Villarreal se publicaba en 
            impresión offset y composición digital (realizada subrepticiamente 
            en los talleres de La República por un vecino mío, diagramador) 
            y no en estencil, como ocurrió con Estro, incluso. 
            
            La aparición de estas publicaciones trajo como consecuencia la realización 
            de diversos recitales y conversatorios literarios, francamente heroicos, 
            ante el acecho permanente de “los chunchos”, dispuestos a darnos no 
            sólo de cachiporrazos y puntapiés, sino también de balazos, como ocurrió 
            en muchas ocasiones. Para ellos, se trataba simplemente de acciones 
            provocadoras y cuando nos dimos cuenta del poder de estas convocatorias, 
            las multiplicamos al punto de exasperarlos, pues en ellas no teníamos 
            pelos en la lengua para con la situación política del país y la universidad. 
            Eso trajo como consecuencia una serie de amenazas que fueron cumpliéndose 
            hasta el punto de recibir brutales agresiones físicas apañadas por 
            los profesores y autoridades universitarias (contra la que hicimos 
            una célebre marcha estudiantil, para sorpresa de los apristas), además 
            del hostigamiento académico e incluso robo y destrucción de documentos 
            y notas de los archivos de la universidad. Todos estos ataques tenían 
            como único propósito callarnos y/o hacernos emigrar a otra universidad, 
            cosa que no hicimos, a diferencia de los miembros de Hora Zero que 
            estudiaron en Villarreal.
            
            A finales del 88, principios del 89, cuando la presión era más fuerte, 
            Neo Babel y Estigma descubrieron en la universidad otros trabajos 
            poéticos y literarios que se habían estado gestando paralelamente 
            y bajo las mismas condiciones de clandestinidad. Uno de ellos, Mural, 
            provenía de la facultad de Derecho y estaba integrado por Roxana Crisólogo, 
            Gonzalo Málaga, Iván Segura, Milagros Lazo, Teddy Panitz, Armando 
            Agüero y Raquel Álvarez. La empatía fue inmediata y comenzamos a caminar 
            juntos en la universidad, así como a abrirnos paso en otros escenarios 
            universitarios, gracias a invitaciones y conversaciones con integrantes 
            de Neón y Vanaguardia, entre otros.
            
            No puedo olvidar referirme a Pedro Perales. Estudiante de un par de 
            promociones antes que la nuestra, había participado con el poeta Juan 
            Felipe Flores en la conformación de VoeMía, pero después pasó a integrar 
            el único proyecto “cultural” que tuvo el “chunchismo” aprista: la 
            revista Sirka, del círculo cultural del mismo nombre. Sirka 
            aglutinaba una serie de artículos pretenciosos pero ingenuos sobre 
            crítica literaria, muy al gusto de los profesores de la especialidad 
            de Literatura y Filosofía. La revista sirvió de plataforma hacia la 
            docencia universitaria a un grupo de estudiantes que no tuvieron jamás 
            entre sus defectos el menor signo de rebeldía ante la mediocridad 
            imperante en Villarreal. Pedro, desde luego, no era de esa calaña 
            y por eso fue maltratado y expectorado. Desde entonces, encontró mayor 
            afinidad con nosotros.
            
            El intercambio poético interuniversitario empezó a ser más fluido 
            por entonces, a principios de 1989. Venían a la Villarreal e íbamos 
            a San Marcos y Católica. Recuerdo bien un recital que terminó a dinamitazos 
            en San Marcos y del cual escribe en algún lado de la web Miguel Ildefonso. 
            También empezaron los contactos con la gente de la de Lima (del taller 
            de Eduardo Rada, donde conocimos a Erica Ghersi, Martín Rodríguez 
            Gaona, Paolo de Lima, Beto Ortiz), entre otros, y de Cantuta, principalmente 
            con Ildefonso, que entabló gran amistad con todos. De San Marcos, 
            Carlos Oliva y el inefable Leo Zelada (Rubén Grajeda, alias El Principito).
            
            Los recitales se sucedían uno tras otro, semana a semana, en todas 
            las universidades. Un momento de gran efervescencia y ganas de difundir 
            los trabajos poéticos de cada quien. Recuerdo el Peruano Soviético 
            abarrotado (pocos años más tarde llenaríamos también el Paraninfo 
            de la Villarreal con un recital maratónico en el que estuvieron todos 
            los horazerianos y los de Kloaca, hubo tanto poeta leyendo que a pesar 
            de las cinco horas no concluía el recital).
            
            No se trataba de un poserismo, insisto, ni una necesidad de 
            emular a nadie, ni en Villarreal ni en otras universidades. Fue más 
            bien un movimiento análogo y contemporáneo al del rock subterráneo 
            en Lima, que surgió de la necesidad expresiva en un contexto social, 
            política y económicamente asfixiante, en medio de la crisis más profunda 
            que haya atravesado el Perú en su existencia republicana, sumida en 
            la violencia, la guerra sucia, el terror, las masacres, la ineptitud 
            política, la corrupción, la inflación, el desempleo. Salir a las calles 
            sin saber si se regresaría. Mientras en Lima se bailaba a pesar de 
            los apagones, en el interior del país comunidades y pueblos enteros 
            arrasados por Sendero y por las Fuerzas Armadas. Los diarios exacerbando 
            los odios. La televisión bañada en sangre. Las colas para los alimentos 
            básicos. El inti desplomado. La soplonería infiltrada en cada esquina, 
            cada bar, cada salón. Amigos del teatro y de la poesía asesinados 
            o encarcelados.
            
            ¿Una generación desesperada, cómo no iba a buscar desesperadamente 
            plataformas de expresión? Este es un hecho sobre el que no se ha reflexionado 
            del todo.
            
            La referencia al movimiento subterráneo es inevitable. En mi caso, 
            tocaba en una banda de rock del Rímac que se llamaba Flagelo, que 
            estuvo en toda la movida junto a grupos como Leuzemia, Zcuela Cerrada, 
            Narcosis, Temporal y otros. El elemento musical fue clave para la 
            convergencia de diferentes inquietudes artísticas. Miguel Blásica, 
            en un momento bajista de Flagelo y luego de otro grupo llamado Masoko 
            Tanga, fue uno de los que cayeron en prisión, acusado falsamente de 
            terrorismo por su actividad teatral (luego salió absuelto).
            
            Con Manuel Valencia, guitarrista de Flagelo, emprendimos en 1988 la 
            edición de la revista de arte Neo Arts, junto a Alan Morales y al 
            desaparecido actor Héctor Manrique (“Chamochumbi”). Héctor nos introdujo 
            en el mundo del teatro de vanguardia, recuerdo el montaje de El 
            asesinato de X que hizo en el Cocolido (hoy La Tarumba), de Aurora 
            Colina.
            
            La interacción con otras artes se hizo muy intensa. Valencia ingresó 
            a la plana de redacción del diario Hoy y luego a Página 
            Libre, donde me invitó a hacer algunas colaboraciones. Ahí conocimos 
            a Guillermo Thorndike, a los poetas de los 70 y 80: Jorge Pimentel, 
            Julio Polar, Jorge Eslava, Enrique Sánchez Hernani, Eloy Jáuregui, 
            Domingo de Ramos; a la prodigiosa y legendaria cámara del “Chino” 
            Domínguez, la de su hijo y la de Sengo Pérez. La vía mediática quedaba 
            inaugurada y en ella nos embarcaríamos luego Alan Morales y yo.
            
            Pero mientras ampliábamos así nuestro horizonte, de las largas caminatas 
            de conversación en ese centro de Lima caótico y decadente que fue 
            el de finales de los ochenta, brotó nadie sabe en qué momento la idea 
            de sumar las fuerzas poéticas. Confieso que no disfruté ni supe de 
            lo que ocurrió después de setiembre del 89 y hasta mediados del 90, 
            que es cuando se gestó Noble Katerba, sino por los informes que me 
            hacían llegar la irredimible fraternidad de Leoncio Luque, Iván Segura 
            y el flaco Alan Morales.
            
            Para entonces, me casaba y nacía mi primera hija. No podía pensar 
            en nada sino en un tarro de leche en medio de los paquetazos de Alan 
            García y el shock de Fujimori. Vender desayunos en La Parada, a las 
            tres de la mañana, no le dejaba a uno muchas ganas de ir a “perder 
            el tiempo” a la universidad, que ya había abandonado. Pero igual me 
            daba mis saltos por el local de La Colmena e iba conociendo que las 
            juntadas para ir a leer a uno y otro sitio se multiplicaban, que Parco 
            invitaba a dejar todo e ir a Paracas a hacer poesía, que Gustavo Armijos 
            iba persiguiendo a los jóvenes poetas para publicarlos sin darles 
            un cobre ni decirles cuánto se llevaba por auspicios, que César Toro 
            Montalvo quería que los poetas de la Villarreal leyeran siempre en 
            la Garcilaso, que Rada salía con sus maratones poéticas en la de Lima, 
            que el suplemento cultural de El Peruano nos abría las puertas 
            para publicar algunos poemas.
            
            Y fue entonces que se habló, en marzo del 2000, del nombrecito de 
            marras para un recital en el BCR. Noble Katerba y un manifiesto innecesario 
            en mi concepto, que alguien redactó (Pedro Perales creo) sin avisar 
            más que a unos cuantos, y yo que me puse exquisito y les agué la fiesta 
            porque eso sí era imitar. Así debió ocurrir, así ocurrió, da lo mismo.
            
            Esta parte de la historia, como ven, la narro confusa porque confusos 
            fueron esos días. Sé que estuve en las reuniones en las que se multiplicaban 
            los proyectos, en las que se gestaban esperanzas y promesas. Sé también 
            que fue en aquel año, 1990, que se nos ocurrió por única vez tratar 
            de meternos a la política, tumbar a “los chunchos” aprovechando el 
            cambio de gobierno, y que en eso seguimos a Luis Alarcón “Macha Cruda”, 
            amigo y benefactor de los poetas, hasta que “los chunchos” nos explicaron 
            a balazos que aquello no sería posible todavía (tendría que venir 
            Fujimori con sus tanques y sus profes de San Marcos), nos impidieron 
            inscribirnos y quedó en nada aquel Estigma Movimiento Cultural, que 
            se trasformaría después, por obra y arte del nihilismo, en el Movimiento 
            NADA: “Pásenme la N, pásenme la A, pásenme la D, pásenme la A, ¿qué 
            dice? NADA, ¿más fuerte? NADA… NADA, NADA, NADA”, que no tuvo nunca 
            ninguna explicación pues eso significaba: NADA.
            
            Me niego a aceptar que Noble Katerba haya sido, como dicen algunos, 
            nada más que un asunto coyuntural, pero tampoco puedo negar que aquellos 
            que fuimos no somos los mismos y que, en gran medida, nunca tuvimos 
            un horizonte claro respecto al papel que nos tocaba generacionalmente. 
            Al fin y al cabo, ¿quién lo tiene en el momento preciso? Nos limitamos 
            a ser, a tender puentes, a escribir, a sumergirnos sin dogmatismos 
            políticos ni literarios en la función social de nuestra escritura 
            y a la función literaria de nuestras vidas, sin demasiadas pretensiones. 
            Y tomamos cada quien nuestro propio rumbo.
            
            Esa es mi verdad, a grosso modo. No quiero avanzar un paso 
            más, porque es historia conocida o mejor conocida que esta prehistoria 
            que he traído a colación. Pero creí necesario ir atrás de lo que habitualmente 
            se conoce sobre el movimiento poético de los 90. Ir atrás, a la gestación 
            de las vivencias para entenderlas, para que los historiadores y literatos 
            (como Ricardo Lagos), interesados en reconstruir lo sucedido y establecer 
            si aquello pertenece a la historia o a la nebulosa de los siglos, 
            sepan que detrás de documentos, publicaciones, libros y datos hubo 
            carne, vida, sueños y frustraciones compartidas.
           
          
          
            
            (*) Manuel Cadenas Mujica. Nació 
            en Lima el 15 de noviembre de 1966.
            Estudió en el antiguo colegio Lima San Carlos, ex Instituto de Lima, 
            donde empezó a escribir poesía a los doce años, alentado por el poeta 
            Jorge Bacacorzo, su profesor de Literatura.
            
            Siguió estudios de Educación, en la especialidad de Lengua y Literatura, 
            en la universidad Villarreal (1986-1990). Allí afianzó su vocación 
            literaria formando en 1987, junto a Alan Morales y Rodrigo Manrique, 
            la agrupación Estigma, que publicó La Cresta del Murelio (1988).
            
            Impulsador de recitales y conversatorios literarios, se inició en 
            el periodismo en 1988 publicando, con Alan Morales, la revista Neo 
            Arts.
            
            En 1990, el mismo año que funda con otros poetas la agrupación NOBLE 
            KATERBA, inicia colaboraciones con las secciones de Cultura y Espectáculos 
            en el diario Página Libre. Desde entonces, ha desarrollado 
            una amplia y fructífera carrera periodística en diarios y revistas 
            como Novedades, Ayllu, Expreso, La Mañana, El Sol, El Mundo, Del 
            País, La Razón y Extra, en los que ha sido redactor y editor de 
            las páginas de Espectáculos, Culturales, Política y Opinión. Fue hasta 
            hace poco editor general del diario Expreso y actualmente es jefe 
            de redacción de la revista especializada en vinos, piscos y gastronomía 
            Dionisos.
            
            Ha sido docente de periodismo y Lengua y Literatura en varios centros 
            de estudios. El 2002 se graduó como bachiller en Teología, con estudios 
            de lenguas bíblicas (griego y hebreo antiguos).
            
            Compositor y cantante de la banda de rock Contrabando, grabó con ella 
            en 1990 el álbum Ritmos oscuros, y ha seguido escribiendo canciones 
            con las que prepara una producción.
            
            Tiene escrita una novela, Patio de bestias, y varios poemarios 
            que ha reunido en su antología personal Los ojos del iluminado, 
            de próxima aparición.
            
            Actualmente termina de escribir su poemario Viaje de Abraham.