Radicado en Oaxaca, México,
el poeta y artista plástico chileno-canadiense Ludwig Zeller
(Río Loa, 1927) viajó a nuestro país junto a
su mujer, Susana Wald, para inaugurar una exposición del surrealismo
en el Archivo Nacional y presentar el libro "Mandrágora…",
del historiador Luis de Mussy, publicado por la Universidad Finis
Terrae y Editorial Oasis
Ludwig Zeller está acostado en un diván, boca
arriba. De pie junto a la cabecera, lo observa el psicólogo
Rolando Toro. "Te voy a hacer unas preguntas", le dice.
- ¿De dónde vienes?
- De una cascada fulgurante como un nudo de tempestad.
- ¿Dónde te gustaría vivir?
- En el interior de un fruto. Un fruto volcánico. Un fruto
que se parece al corazón.
-¿Cuál es tu oficio?
- Mi oficio es conectar el relámpago con la tierra. Es descifrar
un enigma…
Quienes asistieron hace unos días a la conferencia y mesa redonda
dedicadas a Mandrágora y Ludwig Zeller, en la Universidad Finis
Terrae, recordarán por mucho tiempo el happening en
el que Zeller participó junto a Rolando Toro, el creador de
la biodanza. A comienzos de los años sesenta, ambos trabajaron
en el Centro de antropología médica de la Universidad
de Chile, donde el poeta investigaba el lenguaje de los esquizofrénicos.
Allí estaban también Claudio Naranjo, Francisco Hoffmann
y su esposa, Helena:
- Con Lola Hoffmann tengo una gran deuda -afirma Zeller-: Me enseñó
la técnica del "sueño vigil dirigido". Yo
había anotado mis sueños durante muchos años,
pero gracias a ella pude volver a plantearme oníricamente algunas
cosas. Tengo un par de libros basados en la anotación de un
sueño, un collage que lo ilustra y un poema sobre él.
Presumido de lápiz, tijera o pincel, Zeller ha buscado siempre
lo mismo: "inventar a cada instante la libertad". La frase
pertenece a su amigo Alvaro Mutis, autor de la introducción
a su antología Salvar la poesía quemar las naves
(Fondo de Cultura Económica, 1988). Notable título que
resume cabalmente el proyecto vital de Zeller:
-Hay que salvar el espíritu. La libertad, el amor, la poesía.
Todo lo demás en este mundo puede quemarse.
Del
desierto a la Casa de la Luna
Hijo de un ingeniero alemán que se avecindó en e norte,
montó una fábrica de dinamita y se casó con chilena,
Ludwig Zeller Ocampo nació el año 1927 en pleno desierto
de Atacama. De inteligencia precoz, aprendió a leer a los tres
años y se aburrió hasta los once en la escuela de Río
Loa. Más tarde se trasladó a Santiago y aunque sus padres
no eran religiosos vivió un tiempo en un noviciado jesuita,
donde se dedicó a leer, escribir y pintar.
A los 21 años editó algunos poemas de Milosz que le
facilitó Augusto D´Halmar. Fue el primero de una larga
serie de libros cuidadosamente impresos en los que la imagen y texto
poseen el mismo valor poético.
Por ese entonces se interesó en los románticos alemanes
(Novalis, Kleist, Hölderlin y Von Arnim), a los que tradujo junto
a su esposa, Vera, radicada actualmente en Berlín. "Sin
el romanticismo alemán no hay surrealismo", afirmaba el
autor chileno.
Coorían los años de la guerrilla literaria. Próximo
en un comienzo a Pablo de Rokha, atacó a integrantes de Mandrágora,
pero terminó por acercarse a ellos aunque era diez años
menor y estaba más interesado en la poesía alemana que
en la francesa. Aun así, admira desde entonces la genialidad
de Jorge Cáceres, echa de menos la poesía negra, inconformista
y maldita que exigía Gómez-Correa y recuerda cariñosamente
a Braulio Arenas, con el que desarrolló algunos proyectos a
pesar de que se pelearon muchas veces. "Cuando uno tiene 21 años,
cree poseer la solución de todo en este mundo", admite.
Como Arenas y Cáceres, se sintió atraído por
la libertad de composición que ofrecía la técnica
del collage:
-Admiraba a Max Ernst y le dediqué mi primer libro de collages,
Los placeres de Edipo. Más tarde, un crítico
francés, Edouard Jaguer, advirtió que en mis trabajos
yo saco a los personajes de su fondo original y los llevo a espacios
enteramente distintos. En cambio, Ernst conserva los fondos y sólo
les cambia algunos elementos: las cabezas, por ejemplo.
Vanguardista innovador, dirigió la Galería del Ministerio
de Educación desde 1952 a 1970. Tanto en ella como en otras
salas organizó exposiciones muy comentadas, pero ninguna causó
más revuelo que la de 1970. Rodolfo Opazo, a instancias de
sus alumnos de la Universidad de Católica, le pidió
organizar una muestra surrealista en esa casa de estudios. Zeller
accedió luego de obtener garantías de plena libertad.
El resultado : un salón de la casa central se llenó
de obras eróticas mientras del piso, cubierto con un tapiz
de goma, asomaban senos sobre los cuales el público, incluso
el rector, debía caminar descalzo, por exigencia de los curadores.
-Hice un texto -recuerda Zeller- que decía algo así
como: "La mitad de la población del mundo anda a pie pelado.
Cristo anduvo a pie pelado. Si usted quiere ver esta exposición,
sáquese los zapatos.
La muestra, titulada "El entierro de la castidad en la Universidad
Católica", reunió obras suyas y de artistas como
Roberto Matta, Carmen Silva, Viterbo Sepúlveda y Dámaso
Ogaz.
Eran años febriles, en los que Zeller saltaba de una empresa
a otra. Antologías, cuadernos y libros-objetos: Exodo y
otras soledades (1957), Del manantial (1961), Las reglas
del juego (1968), Los placeres de Edipo (1968), Siete
caligramas recortados en papel (1969) y el rollo-poema A Aloyse
(1964), dedicado a una enferma mental e impreso en una cinta de
papel rojo de dos metros de largo.
Paralelamente, fracasa como librero (regalaba la mercadería),
organiza exposiciones de su obra, pinta murales (hoy destruidos) y
funda en 1968, junto a su actual mujer, la pintora canadiense Susana
Wald, la Casa de la Luna, legendaria galería-café ubicada
en la calle Villavicencio, que se convirtió en uno de los centros
culturales más animados y polémicos de Santiago. "Eramos
muy anárquicos. Resultábamos incómodos para todo
el mundo", recuerda Wald.
La elección presidencial de 1970 extremó el asedio.
La casa fue allanada por grupos de izquierda y derecha. Al final no
hubo opciones: Ludwig y Susana perdieron sus empleos en el curso de
dos semanas. En 1971 se marcharon a Canadá con sus cuatro hijos.
Sin desanimarse nunca, ni en los momentos más difíciles,
la pareja fundó en Toronto "Oasis Publications",
que desde 1975 ha editado hermosos libros con textos del propio Zeller,
pero también de autores como Jorge Cáceres, Enrique
Gómez Correa, Rosamel del Valle y Humberto Díaz-Casanueva.
-Estoy contento -afirma el poeta y editor-. He podido hacer cosas
que tal vez nunca hubiera hecho en mi país. Mis obras se han
expuesto en Canadá, Estados Unidos, América Latina,
y las he llevado más de veinte veces a Europa.
En 1979 Zeller realizó un alfabeto en collage, que a
fines de los ochenta fue elegido en la Feria de Leipzig (Alemania)
como uno de los diez libros más bellos de la década.
Invitado en 1986 a la Bienal de Venecia, presentó el innovador
video-poema "El cuerpo alquímico": diapositivas de
collages proyectadas sobre la piel de una mujer desnuda. En 1991 le
dieron 400 metros cuadrados para exponer en la Feria del Libro de
Guadalajara, el mismo año en que Nicanor Parra recibió
en Premio Juan Rulfo.
"El
surrealismo está vivo"
Hace algún tiempo Ludwig Zeller tomó la decisión
de trasladarse a México. "Es importante que uno viva y
produzca la obra dentro de su idioma", reflexiona este autor
que nunca ha tratado de escribir en otra lengua, aunque ha sido traducido
a varias.
En su casa-taller de Oaxaca, Zeller sigue trabajando estrechamente
con su esposa. Juntos han desarrollado una nueva variante del collage
que integra recortes y dibujos. Se llama mirage (espejismo),
buen nombre para una técnica que hace imposible distinguir
la parte del trabajo que aporta cada uno.
-La idea es precisamente esa -confiesa Susana Wald-. No se trata de
mantener las identidades a ultranza, sino todo lo contrario. Que ya
no se vea como una obra de Ludwig o de Susana. Es como un tercer personaje
que nace de la interacción de ambos. Para sorpresa nuestra
en primer término.
En la alquimia del mirage se fusionan dos personalidades artísticas,
pero también los contornos de arte y poesía.
-Acabar con esas fronteras es un deseo que ha existido siempre -observa
Ludwig Zeller-. Lo han llamado alquimia, barroco, romanticismo, surrealismo…
Se logra cada vez que existe la amplitud adecuada. Es como respirar:
no lo piensas, simplemente lo haces. Todas las imágenes que
quiero expresar literariamente también las puedo mostrar en
la plástica, y ese contraste me interesa.
El crítico José Miguel Oviedo ha calificado a Zeller
como el "último militante del surrealismo en América
Latina", juicio que el autor rechaza amistosamente.
-Oviedo es un poco pesimista. Cuando veo en Toronto, Oaxaca y Santiago
a tantos jóvenes a tantos amigos que podrían ser mis
hijos, interesados por nuestro trabajo y el de grupos como Mandrágora,
me doy cuenta de algo maravilloso: el surrealismo está absolutamente
vivo.