BLACK
OUT, FUGAS DE LA MEMORIA
Ernesto
Águila, PUNTOS DE FUGA
Pentagrama
Editores, Santiago, octubre de 2005
Por Marco Rodríguez Bustos
Black out —nombre de la tercera parte del libro de poesía
de Ernesto Águila[1]—
es un guiño sangrante. Despiadado. Angustioso. Basta leer el
epígrafe[2]. Un dolor de la conciencia
y de la memoria (ojo de la conciencia). Incluso el nombre Black
out a solas —como fue mi primera consideración—,
me pareció poco atractivo[3].
Un término muy tosco. Teillier, por ejemplo, lo usó
en un poema, endilgándole gracia así: “Black out in
one whistle stop”[4], cuyos primeros
versos dicen: “Despierto en un pueblo/ Donde no sé cómo
he llegado” (en El molino y la higuera, 1993). Esa agresividad
del término la insinúa ya su semántica: un bloqueo
repentino, visión negra, una pérdida de conciencia;
alude a cortinas de oscurecimiento, o la caída de un sistema
de conexión eléctrico (un apagón), imprevisión
de una sexualidad inhibida o de la automedicación con psicofármacos.
Pero aquello que en verdad guarda una incidencia terrible con los
dominios fácticos y ontológicos, es su recurrencia en
la representación —en el sentido de (re)concentración—
de la realidad: se habla de “black out informativo” como interrupción
de la linealidad del acontecer social (represión de la memoria
subconsciente, utilizando una terminología freudiana) y del
“riesgo de ‘black-out’, crash y virus” en la memoria de los computadores
(represión simbólica de la memoria inconsciente). “El
flujo de información no se apaga ni siquiera durante la noche.
Una telaraña infinita de impulsos electrónicos transporta
voces y fotogramas a través de líneas subterráneas,
fibra óptica, antenas y satélites… —leemos en un documento,
“La memoria en peligro” (…), ese 99% de la información en red
que es considerada simplemente una montaña de basura con el
paso de los años y que sepultan para siempre importantes testimonios
de nuestra civilización—. (…) La gente no se preocupa mucho
de la memoria. Todo es una carrera hacia una información rápida
y rentable, es decir usar y tirar nuestro saber”. Así,
la memoria aventura su propia sincronía, su trayecto a la deriva,
paralelo a toda isla humanizada. Desde la floración de lo Moderno,
con la física lineal y la fe lógica, donde los derechos
del hombre siguen el planteamiento de la organización de las
células y los átomos, el universo se tantea orgánico;
incluso el caos es parte del todo. Por lo tanto todos los hechos y
actos del ser humano inevitablemente recorren el circuito. Sucesos,
aislados y desconectados entre sí, están tejidos por
la lógica que los sincroniza, acertar el tejido es ampliar
la comprensión de todo el sistema, así como los gobiernos
ordenan los pueblos con actos de bien público que retroalimentan
el círculo mundano. Pero quizá nuestra civilización
está mostrando la fisura del método de raíz cartesiana.
La teoría crítica la propuso el postmodernismo; el desmoronamiento
inevitable que nos asola a todo nivel, le está dando la razón
a la post-razón. En
ciencias la física cuántica relativiza el estado de
complacencia vital. Internet virtualiza la realidad. La misma incomodidad
llegó a nivel político, a nivel personal y humano. Black
out es un estadio donde esa paradoja se da (donde esa incongruencia
se comprende). Un “leve movimiento ocular sobre el texto” (texto-->
del latín textus-texo--> tejido), sistema donde las cosas
simplemente se dan, así porque sí, la “violenta sangre
(…) animal”, distanciamientos de la patria pero fundamentalmente desasimientos
personales,… a “millones de segundos de la patria (…) un abandono
premeditado (…) con la vista perdida en la infancia, mirando por la
puerta entreabierta de esa fiesta que prometía [lo que prometía
era estabilidad de mundo, Ítaca íntegra]”. Afuera de
la interrupción substancial, la vida es pisoteada, violentada,
encarcela en materia inútil que es el cuerpo (“amaneceres borrados
que aún aúllan en la memoria”), recuerdo condicionado
de tortura, que enlaza la conciencia a su herida de “corteza cerebral
en romántica descomposición”. Esta violenta imagen nos
lleva a la estría sexual cosmogónica[5]:
“el alcohólico ojo que vigila” ¡dónde? Porque
en verdad la descomposición se ha adueñado del sistema,
cuerpo de todos los ojos. La urdimbre de ese texto (de este texto,
de todos los textos) se parece a “los espermios de un vendedor viajero”
con su falta de sentido y su salvajismo: véase el concepto
paralelo de “la pasarela política” donde el hombre es maniquí,
figurilla. De aquí tal vez surgen los des-almados, seres sin
alma que, con “sensualidad sádica”, controlan la “sala de máquinas”
bestial. Da lo mismo la tortura dentro o fuera, porque siempre se
está dentro, en la zona ciega (el apagón), “nota cifrada”:
somos parte de un “Informe”. ¿Qué somos? (Apagón,
vivir a ciegas). Me llama la atención la cercanía de
este Black out y muchas (y tantas) otras percepciones[6];
la desolación onírica presente en el poema de Teillier
y que se repite en E. Águila: “De qué enfermedad hemos
llegado, de noche, / ciudad, de qué oscuro sueño. Por
cuál pasillo nos asomamos, / de qué descuido, de qué
indiferencia”. De esos estados de conciencia (¿…resignados?)
nacen los desdoblamientos y también las pesadillas. Los poemas
finales así lo confirman. Perturba la imagen del golpe seco
en las sienes, adivinamos traición, “un golpe de palmas en
los oídos”, lugar del “equilibrio” (¿qué tan
sustraído al otro Golpe…, al Once?). Es la imagen más
perfecta para entender el black out del texto, ese rompimiento de
“articulación coherente de ideas probables”. Ahora, como en
la caverna de ideas platónicas, se vive en la zona de sombras,
“la crítica extraviada”. “Me han pasado en un sobre sellado
el Informe”, un libro de poemas. Resulta, entonces, que la víctima
es el propio personaje lírico (¿y acaso no es también
el victimario?). La enumeración final del primer poema implica
la impotencia, la imposible ruptura con el sistema de sincronía
cruel, donde resulta que, aun cuando seas tú el aparecido o
el desaparecido[7], el mercado de la
vida te sigue (maquinalmente) entregando otros productos, hojas sobre
hojas, sueños y realidades, años tras años, como
si la historia no tuviera más triunfo que el presente sin memoria.
La imagen ahora es “la extrema fijación del cabello”, la burda
simplificación de las cosas (en donde yo he resultado ser mi
victimario[8]), y es que además
es más expedito y rentable que acomodar de nuevo los focos
del sol ciego, reventarlos con un garfio. Desolación y final.
El olvido, en todo caso, siempre buscará nuevas formas de reflejarse
en la memoria.
[1]
I La casa allanada, II El exilio de los cuerpos, III Black out, IV
Puntos de fuga.
[2]
“Entras en mí / como un garfio entra en un ojo…”, de un poema
de Margaret Atwood, destacada escritora canadiense nacida en 1939.
[3]
Poco atractivo para el título del libro, como iba a ser en
primera instancia.
[4]
Que he vertido como: Cortocircuito que da por resultado un vil recuerdo.
“En la pizarra [de la estación de trenes de su pueblo] han
borrado todos los itinerarios” termina el poema de Teillier. Esa pizarra
negra es la memoria vencida.
[5]
Como el ojo que, para Bataille (Historia del ojo), es la matriz
donde la creación se mira a sí misma (por decirlo de
algún modo).
[6]
Por ejemplo —en el origen, o en “un” origen, da lo mismo— el “desorden
de los sentidos” que plantea Rimbaud.
[7]
Recuérdese el “De aparecer aparecieron / en lista de desaparecidos”
de Nicanor Parra.
[8]
Como Edipo al final de su historia.
PUNTOS
DE FUGA, de Ernesto Águila.
Selección de
poemas
1
¿De qué nueva indiferencia estamos hablando? De qué
murmullo, de qué casualidad religiosa, de un chorro tibio y
de cavernosas intimidades, de los espermios de un vendedor viajero,
acaso.
Ardiente pasajero, por las piernas amoratadas, por la cultura, el
tiempo, la historia, por la caverna de las imágenes, por las
carreras literarias. Simbióticamente unido a la inquietante
verdad que es el dominio, el poder o esa imperceptible transformación
de las ideas
en criminales emociones. Estética esperanza: partir cabezas
por una noble causa. Formidable combate entre posiciones que guardan
una ambigua cercanía por la que cabría entrecruzar
un puente: a partir de los descubrimientos de las neurociencias
(dejando al descubierto el medieval conocimiento neurológico
de la ética). Estética esperanza: cubrir de textos discriminadores,
asimiladores, hasta alcanzar la supremacía física. La
época de lo anormal, de los nuevos reptiles, de un tibio pasar,
de emociones mansas. La época de mirar la página social
del periódico, con la rubia cabellera y el vino espumante,
por esta pasarela política, del recorte de los principios (y
de los finales), del cuerpo perfecto de piernas largas. De qué
enfermedad venimos, de noche,
ciudad, de qué oscuro sueño. Por cuál pasillo
nos asomamos,
de qué descuido, de qué indiferencia hemos llegado.
2
Confuso incidente, realidad pura, sin ensoñaciones
ni románticas fantasías. Nuestros líderes toman
el sol
en los hospicios. Los huesos se desbordan
de sus pieles resecas. No estaba previsto envejecer,
ni quedar sepultados entre viejos cubrecamas y el olor a vinagre y
medicinas. La ciudad no fue refundada, la decisión violenta
fue insuficiente, la culpa introyectada desarmó la moral en
el momento más impúdico del deseo. Y el deseo tuvo miedo.
3
Qué curiosa extensión ha tenido esta conversación,
pronunciada con distintas intenciones,
dominada por un preciso deseo de entenderse,
aunque conscientes de la imposibilidad, dada las circunstancias hasta
cierto punto dramáticas en que ella se desenvuelve,
como los efectos que un golpe de palmas en los oídos
puede dejar sobre el equilibrio. Y sabemos que la función del
equilibrio
en toda conversación es necesaria, no solo por el hecho de
poder permanecer en pie sino por la posibilidad de la articulación
coherente de ideas probables. Esta sala de máquinas (por así
llamarla) debe ser lo más parecido a una caverna animal. Una
pieza oscura, pequeña, acondicionada, de un cierto confort,
con una sensualidad sádica que recubre la atmósfera
de tenues luces, sombras, instrumental médico y de veloces
y experimentadas manos.
(Te envío esta nota cifrada desde dentro del Informe. Usaré
un lenguaje algo críptico para no advertir a quienes me vigilan.
Aquí las personas tienen un número. Me reservaré,
por ahora, el contenido del Informe. Yo tengo dudas de la veracidad
de lo que aquí se dice. Prefiero mantenerme escéptico,
a la espera, inmóvil, sólo con un leve movimiento ocular
sobre el texto).