CONVERSACIÓN CON GERMÁN
MARÍN
"Soy un resentido, de todo"
Por Marco Antonio
Coloma
Germán Marín tiene una voz ronca y gastada por la nicotina.
Pero habla claro y sin ambages. Por estos días acaba
de publicar en Ediciones B su novela Carne de perro, la
remasterización de un relato que ya había incluido en el volumen El
palacio de la risa. Y para abril del próximo año está anunciada la
novela Cartago, texto que viene a completar la trilogía sobre
el Chile contemporáneo titulada Un animal mudo levanta la vista
(y que se suma a El palacio de la risa e Ídola).
Cartago es la historia de un personaje que se enamora de un
brazo que encuentra enterrado en el parque de la ex Villa Grimaldi.
Marín tiene la imaginería suficiente para dar cuenta con pelos y
señales de la realidad, y claro, vocación para perturbar a sus
lectores.
... Tiene el pesimismo de
aquella sentencia que dice que todo tiempo pasado fue mejor. La idea
de progreso le desacomoda, como le desacomoda también el tiempo
presente de un país sin memoria. O mejor dicho, de una memoria que fue
escondida como polvo debajo de la alfombra. Marín no cree en nada, ni
en nadie, y despotrica cuando puede. Contra todo.
... Este es Germán Marín, protagonista de una
generación que -junto a Waldo Rojas, Enrique Lihn y Raúl Ruiz- animó
algo así como la vida cultural de los sesenta. Salió al exilio el año
de la diáspora, y volvió mucho tiempo después con una maleta llena de
desencanto. La literatura chilena le parece "penca, floja y
desinflada". Sus novelas suelen ser extensas y no dan pausas al
lector, ni siquiera con un punto aparte. Algunos dicen que tiene aire
de escritor maldito, otros apuestan que pasará a la posteridad (algo
en lo que él no cree, por supuesto) como un escritor de culto.
... Esta entrevista se realizó un día
de julio frente a los estudiantes de literatura de la Universidad de
Chile, y en el contexto de un curso sobre novela contemporánea que
dicta ahí Federico Schopf. De hecho, el mismo Schopf, amigo de Marín,
gestionó esta conversación. Marín gentilmente accedió, y dijo cosas
que -para sorpresa de algunos- se parecen mucho a las que están aquí
abajo transcritas.
Considerando que tu novela Fuegos Artificiales es un
texto inaccesible hoy para nosotros, puesto que -publicado en 1973-
fue retirado de circulación después del Golpe Militar, me gustaría que
me contases cómo se inscribe esa novela en el contexto de tu obra
posterior, y si acaso consideras que en ese texto ya hay elementos
-como la tendencia al memorialismo y a la experimentación narrativa-
que son fundamentales, por ejemplo, en Historia de una absolución
familiar.
... -Fuegos
artificiales es un libro de Quimantú, que era un editorial dirigida
por socialistas, comunistas y mapucistas. Tenían un especial cuidado
con lo que era en ese tiempo la literatura, creían que a través de la
literatura podría venir la contrarrevolución.
... Esa novela apareció en una colección que se
consideró de élite en Quimantú, una colección un poco
semirreaccionaria, la Colección Cordillera. Ahí me pusieron.
Fue muy divertido, porque fue uno de los pocos libros que después
quedó inmediatamente fuera de circulación. El golpe fue en septiembre,
y al mes siguiente alguien de una librería recibió una circular de la
nueva autoridad de Quimantú -que ya le habían puesto el nombre de
Gabriela Mistral- y junto con el de León Trotsky, y junto a una serie
de libros más, todos políticos, le recomendaron devolver los
ejemplares a la brevedad posible a la editorial Gabriela Mistral.
Todos los libreros hicieron limpieza.
Tengo noticia de que algunos siguen circulando.
... -Pero muy pocos. Cuando veo un ejemplar yo lo
compro y lo guardo porque me da vergüenza (risas). Tengo por ahí un
par, pero añejos.
Tú
saliste al exilio el mismo año del desastre.
... -Yo
salí a finales del 73 a México. Se habían roto las relaciones de
México con la dictadura, así que pude salir sin asilarme.
¿Estabas en alguna lista?
... -Salí porque me entero de
una primera oleada, de que éste calló, de que estaban todos detenidos,
esas cosas. Venía una segunda oleada, y me llega la información de que
era mi turno. Fue tan real eso que a los pocos días de salir de Chile,
casado con dos hijos, empezaron los allanamientos a casas. Fueron muy
duros. Allanamientos de Carabineros, el Ejército, la Fuerza Aérea.
Todavía no existía la DINA, y había mucha desorganización en la parte
represiva, no había coordinación. Entonces lo que hacía uno, después
lo hacía el otro. Yo tenía una librería que tuve que cerrar, a partir
del 11 de septiembre no abrió nunca más. Todo lo que había en esa
librería se perdió. Tenía un departamento en el edificio Astor, donde
estaba el cine, y del que luego se hizo cargo la DINA por varios años.
Al parecer era un lugar de alojamiento.
... Me fui a México, donde trabajé un año y
tanto. Y después a España.
Quiero preguntarte cómo viviste el exilio en Barcelona, cómo
asumiste la escritura creativa en ese contexto, y qué te impidió
volver inmediatamente una vez asumida la democracia sino hasta pasados
dos años. ¿Nunca planeaste, como Bolaño, quedarte en
España?
... -No, nunca. En Barcelona
al menos no me hubiera quedado. Yo lo único que quería era irme. Era
doblemente extranjero, primero por chileno, y segundo por
hispanoparlante, porque en ese tiempo el catalán se empieza a imponer
en lo cotidiano, en la calle, en los negocios. Todo eso me hace sentir
muy mal. Yo no fui nene regalón, en el exilio no pertenecí a partido
político alguno. No quería hacer del exilio toda una política que
buscaba adeptos al angustiado personaje que hablaba de Chile y sufría
por los sufrimientos de todos los chilenos. Me pareció indigno todo
eso, y me llevó a excluirme de cualquier activismo contra la
dictadura. Veía en eso algo sucio, y me marginé. Es un periodo en que
pasan años en que yo dejo de escribir porque no tenía tiempo. La tarea
editorial en Labor me absorbía todo el día, y tenía que
aceptarlo, tenía dos hijos pequeños con buen apetito, había que
cuidarlos y educarlos. Fue un sacrificio muy duro para mí. Después que
cierra Labor, vivo unos dos años y medio, o algo así, del
dinero que me dan como indemnización, y luego vivo de la seguridad
social. En ese momento, cuando yo retomo la literatura, ha pasado el
periodo militar. Además es un momento de una crisis personal de
valores: me afectan muchas cosas. Me empiezo a dar cuenta de que hay
unos sujetos que aparentan algo que no son. Todo eso me fue
removiendo, y me hizo preguntarme cómo escribir sobre Chile, cuál era
mi postura frente a ello. Esa perspectiva no fue fácil, significaba
volver atrás, a mis orígenes, investigarme no a partir desde cuando
quedé sólo, sino desde mis orígenes extranjeros, italianos, venido de
una familia de inmigrantes, pobres. Eso era interesante para mi, darme
cuenta de que por un lado yo tenía un origen italiano producto de la
pobreza. Mi familia se viene poco antes de Mussolini, llega a Buenos
Aires, luego a Santiago. Son gente que viene a "hacerse la América".
Por otro lado, está la línea paterna de latifundistas, con tierras en
Temuco, en Carahue, luego también una familia empobrecida. Todo eso
confluye en aquellos años, lo que me lleva a investigar e irme hacia
atrás. Cuando volví a tener un respaldo, es cuando llegué a esto de
remontarme a mis abuelos. Ahí sentí recién que tenía una pared, algo
sólido donde apoyarme y arrancar. No era cosa de hablar del Golpe como
una instancia histórica frágil cargada de inmediatez. Había que
retroceder, porque lo que había pasado en Chile estaba deshaciendo
todos los proyectos utópicos, ilusiones y prejuicios que nosotros
teníamos respecto a la historia del país. Tenía que revisar el pasado,
llevado por un movimiento parecido al poema de Eliot en La tierra
baldía.
Vuelves a Chile el 92, con un manuscrito bajo el brazo que
lo dejas en el escritorio de Carlos Orellana, editor de Planeta.
Orellana recomienda la publicación siempre y cuando coloques puntos
aparte en el relato. Le respondes que eso es imposible porque tu
religión no te lo permite.
... -Le di a Orellana un plazo
muy corto para que me contestara. No quería tramitaciones. Yo sabía de
las tramitaciones que habían en Chile. Le di 15 días. De ser aprobada
la novela, quería que se publicara tal cual yo la entregaba, sin
ningún cambio posterior típico de los editores. Y claro, Carlos
Orellana me dijo que la novela le resultaba fatigosa por la falta de
puntos aparte. No sé qué vamos a hacer, le dije, pero yo no le cambio
nada. Y aceptó
De
alguna manera -y porque tú mismo lo has deslizado-, es posible
comprender Historia de una absolución familiar como "un ajuste
de cuentas con el pasado". Quiero hacerte, desde aquí, dos preguntas.
La primera es: ¿en esta historia de una absolución quién perdona a
quién? Y la otra pregunta es, ¿acaso en ese "ajuste de cuentas con el
pasado", no se esconde, como en Teillier, la nostalgia por un paraíso
perdido?
... -Estoy escribiendo ahora el
tercer tomo, y siempre me surge la parábola del hijo pródigo que se va
a recorrer, pero vuelve. Vuelve y asume los valores que un día
rechazó. Ese es el miedo permanente que yo he tenido, de volver a
asumir como el hijo pródigo los valores que un día rechacé cuando
joven. Cosa tan demostrable en la historia chilena reciente: políticos
y dirigentes que rechazan los valores de sus padres, y se van. Se van
muchas veces no con el sentido de la aventura geográfica, sino que se
van ideológicamente. Se convierten en mapucistas, se convierten en
miristas, en socialistas, pasan los años y vuelven a casa para asumir
los valores que un día rechazaron. Esa es una pregunta que yo todavía
no me contesto en el tercer tomo, y es quizá una pregunta que va a
quedar ahí.
Entiendo que, aunque escribiste en España, tú no vuelves a
publicar sino hasta el año 1994, cuando aparece en Chile Círculo
vicioso, la primera parte de Historia de una absolución
familar. En ese momento, la literatura chilena venía generando
cierta expectativa en tanto se esperaba una apertura cultural e
intelectual, y el surgimiento de voces narrativas de calidad. Aparece
en escena lo que se llamó "la nueva narrativa chilena", un fenómeno
editorial en el que se incluyeron un número importante de escritores,
muy disímiles entre sí y en condiciones etarias diversas. Cuál es tu
visión de la literatura chilena de los años noventa, y quiero pedirte
que te detengas particularmente en dos nombres: Carlos Cerda y Diamela
Eltit.
... -Cuando yo vuelvo a Chile,
llego a la casa de un buen amigo. Hice un compromiso con él de que
cada vez que publicara un libro iba a salir -mi amigo- con una suerte
de seudónimo que yo le he puesto, Carlos del Dongo. Es una especie de
reconocimiento permanente. Llegué a su casa y él, muy cariñoso, me
había reunido a través del tiempo libros y recortes de prensa de la
literatura chilena que se estaba produciendo. Justamente era la "nueva
narrativa". Durante los primeros días yo estaba muy tenso en Santiago,
prácticamente no salía, y entonces me puse a leer todo ese material
que me había reunido mi amigo. Me acuerdo de dos textos. Hoy uno me
gusta más que el otro. El primero es el cuento "¡Oh Colibrí!" de
Gonzalo Contreras, lo encontré excelente. Luego leí otro, en una
revista o en una antología, un texto que ahora me gusta menos, que era
de Darío Oses y que se llamaba "Muerte en Cartagena". Fueron esos dos
textos los que me impactaron profundamente, y supuse que la vara
estaba bastante alta en Chile, que había mucha competencia. Pero a
través del tiempo me di cuenta de que, por ejemplo, "¡Oh Colibrí!" -y
se lo he dicho al mismo autor- me resulta el mejor texto que ha
escrito Contreras. Después recuerdo que conocí a Darío Oses, y también
le dije lo mismo. Entonces, me di cuenta de que en realidad la vara no
era muy alta.
... Respecto a Carlos
Cerda, lo conocí cuando era secretario de Corvalán, en la época de la
Unidad Popular. Era el regidor más joven de Chile, toda una figura
dentro del organigrama de la izquierda. Publicó algunos manuales de
marxismo-leninismo. Después me encontré con un personaje distinto; leí
Morir en Berlín y me asombró por lo que significaba ese libro.
Justamente ahí empiezo a encontrar la parábola del hijo pródigo, el
hombre viene de vuelta y asume los valores establecidos, los asume en
plenitud y vigor, y con convencimiento. Conversé con él varias veces
respecto a eso. Cuando me ofrecían alguna entrevista, cada vez que
podía le decía alguna pesadez. Cuando Cerda se enfermó, le dije no te
voy a molestar más, pero el día que te mejores, tu mismo me vas a
autorizar. Murió tiempo después.
...
Diamela Eltit aparecía como una figura relevante de la nueva narrativa
chilena, una voz contestaria que a la vez quería ser conceptual. Sus
artículos servían para aprender a leer de nuevo, porque no se entendía
nada. Decía qué mina más inteligente, qué intrincado y profundo lo que
dice. Pero después comencé a leer sus novelas, y me empecé a dar
cuenta de que había algo más ahí. Me di cuenta de que no sabía narrar.
Me dije, esto deber ser la nueva narrativa que dicen que hay en Chile.
Hasta llegar a su último libro, que lo único que me gusta es el
título Mano de obra. El otro día que pasé por Planeta me
regalaron un ejemplar, y como este fin de semana andaba un poco
deprimido, y cuando ando deprimido leo literatura chilena -me hace muy
bien, me levanta la psiquis-, entonces me la leí. Y considero que está
muy mal. Tiene una prosa imposible para la narrativa, y de hecho no es
una prosa narrativa, es una prosa de exportación, externa. No quiero
decir que sea teórica, pero es una prosa externa al hecho de narrar.
La prosa tiene una respiración, tiene una sintaxis que corresponde al
contenido, y yo creo que ahí, ella no funciona: forma y contenido no
se corresponden. En resumen, quedé feliz.
En
tu novela Las Cien Águilas se dan citas por los menos dos subgéneros,
o géneros "referenciales" al decir de Leonidas Morales. Estos son el
diario y el testimonio (podríamos agregar las notas a pie de página
del apócrifo crítico de Germán Marín, Venzano Torres). La conjunción
de esos códigos en el contexto de uno mayor, llamado comúnmente
novela, apelan a la necesidad de referir una historia que se construye
a partir de fragmentos. Por otra parte, el texto que narra el recuerdo
en la novela está constantemente intervenido por la voluntad de
corrección de quien escribe, voluntad que se hace explícita en el
mismo texto, desnudando el proceso de escritura. Esta idea de armar
una historia desde los fragmentos, mostrando un texto que exhibe sus
imperfecciones y su carácter inconcluso, parece defender la tesis de
una memoria que es inasible totalmente, e inefable en la escritura.
Ahora bien, considerando que esa memoria aquí esta hecha literatura,
no estás tú apelando también a la literatura como un lugar al que es
imposible llegar por completo, como una utopía por la cual sin embargo
bien vale la pena bregar.
...
-Todos los
elementos que tú señalas, que construyen la novela, están ahí. Por
ejemplo, los pies de página. Yo los incorporé cuando noté que la
novela me cojeaba, y no encontraba otro punto de narración distinto
del que estaba utilizando. Entonces, los pies de página con las
intervenciones de Venzano Torres, son una manera de inventar otro
punto de vista. En ese sentido, asumo esos pies de página como un modo
de acercarme de manera distinta al libro. Las correcciones -este
escritor que está escribiendo- por qué están ahí: me resultaba poco
útil el punto de vista realista, al estilo, por ejemplo, de un Vargas
Llosa. Le encontraba gusto a poco. Entonces, esos pies de página, las
interrupciones, los agregados, las adiciones informativas, eso va
creando una mayor densidad del hecho literario. Me va permitiendo
girarlo hacia donde yo quiera, sin ningún tipo de traba formal. Eso me
permite, en definitiva, una mayor libertad. Libertad que no es cosa
del otro mundo, porque son libertades que están en la novela del siglo
diecinueve, incluso en el siglo diecisiete los encontramos a cada
rato.
... Esos son los recursos formales
que me permitieron ampliar mucho la novela. Que tiene defectos, por
ejemplo, que la lectura no es continua, que la lectura se ve
interrumpida.
Y
que los pies de página no están a pie de página, sino al final del
capítulo, lo que exige un mayor esfuerzo del
lector.
... -Esa fue una torpeza de la
editorial. Yo quería que fueran justamente al pie, pero por razones
económicas y razones de espacio no se pudo. La tipografía de los
libros de Planeta es muy pequeña, y los pies de página para qué
hablar. Son libros de bastante extensión, que de otro modo hubieran
aumentado 100 ó 150 páginas.
Y
qué pasa con la memoria hecha literatura.
... -Es
una memoria ficciosa. Es una memoria que no debe dar seguridad
absoluta, muchas veces inventada, recreada. Hay cosas bien divertidas,
y perdona que me salga un poco del tema, pero por ejemplo, en el libro
Conversaciones para solitarios hay un cuento que se llama "La
noche que bailé con Ava Gardner". Es bien divertido porque esa
anécdota es real, y yo cada vez que la contaba no me creían. Y llegué
a la conclusión de que el día que lo escribiera iba a ser verosímil.
Dice al final (lee): "Pensé que una vez comentaría entre los amigos la
noche que bailé con Ava Gardner, pero nadie de ellos creería que fue
verdad, por lo que sólo me quedaría el recurso, si deseaba que fuese
aceptado, de contar el hecho como una página de ficción". Esto me
ocurrió también en la novela. Hay veces que para ser aceptado un hecho
requiere ser relatado como si fuera una ficción.
... En la novela que viene, Cartago, hay
un hecho que se asume como absolutamente real, absolutamente
verosímil, que es el descubrimiento que hace el personaje de un brazo
en el ex lugar de Villa Grimaldi, hoy un lugar muy bonito. Ese brazo
es un brazo vivo, lo descubre el personaje, lo coloca debajo de su
chaqueta y se lo lleva, y con el cual después vive. Se enamora del
brazo, y establece unos grados de comunicación entre él y el brazo,
los dedos dicen cosas, etc. Y eso lo asume el personaje como una cosa
absolutamente en la realidad.
Me
recuerda a un cuento de Felisberto Hernández, cuando un personaje se
enamora de un balcón. Lleva a la realidad un suceso tan extraño
convirtiéndolo en verosímil. Nos parece que algo se mueve mal ahí, sin
embargo es fascinante.
... Sí, claro, y hay también
un cuento de Santiago Dabore, donde el personaje, en la pampa, cae del
caballo, muere y se transforma en un arbusto.
Tanto en tus obras como en tus declaraciones de prensa, se
pueden rastrear un par de cuestiones que pareces tener muy claras, y
que en la perspectiva de un análisis de tu narrativa resultan muy
importantes. Esas cuestiones son, primero, una filosofía de la
historia caracterizada por un pesimismo radical; segundo, unos juicios
que colman la evidencia del fracaso con un duro resentimiento. Has
dicho por ahí: "estos años no son míos ni los entiendo, soy una suerte
de náufrago, cuya única voluntad es mirar hacia atrás, porque hacia
adelante no ve nada. Mis recuerdos están cargados de reproche,
cargados de odio, de cosas que debieron haber sido y no fueron, en esa
memoria está el testimonio de una derrota". En esa misma entrevista,
luego te refieres al panorama del país, donde dices ver: "una galería
de asesinos, de tibios, de corruptos, de oportunistas... y en esto
comprendo a izquierdas y derechas". Todas estas cuestiones parecen
apuntar a un gesto ético y estético del que es también síntoma la
frase de Oscar Wilde que sirve de epígrafe a tu novela Ídola:
"Es curioso lo interesante que se vuelve la vida cuando uno ha dejado
de ser parte de ella".
¿No es esa distancia -que no voy a llamar
marginalidad que es una palabra que sé que no te gusta y a mí
tampoco-, digo, no es esa distancia una cómoda vitrina panóptica, y
acaso, no es la literatura la herramienta de esa
observación?
... -Yo resumiría todas esas
citas a través del tiempo en una palabra que me resulta querida, y es
la palabra resentimiento. Yo soy un resentido, de todo. Resentimiento
de las cosas que no resultaron, de las cosas que te dejan solo, de
todas aquellas reacciones en un mundo social en el que uno vive donde
las heridas se hacen sentir. Ocurren cosas que no me favorecen, y
siento hasta cierta alegría. Cada vez que esto ocurre digo bueno,
vamos enriqueciendo la literatura, vamos apretando más la cosa porque
está bien así, vamos bien, alguien las va a pagar (risas). Es un
resentimiento que va hacia los cuatro puntos cardinales, a la
política, a la literatura, respecto a las opciones del mundo en que
vives. Pero ya lo he asumido como tal, como concepto.
Y
ese resentimiento mira la historia sin ningún sentido de
futuro
... -No, ninguno. Diría lo
siguiente, que a pesar de todo, debemos estar agradecidos del presente
en que vivimos, porque lo que nos espera va a ser peor. Cuando hay
terremotos, cataclismos, torres que vuelan, pienso ¡bueno, mañana va a
ser peor! Yo tengo una convicción absolutamente pesimista del futuro,
por lo tanto pienso que el presente no puede ser tan malo. Todavía
estamos viviendo una especie de belle époque, que mañana será
nostalgia de este presente que hoy vemos malo, y vamos a decir
¡hombre, esos años dos mil sí que eran buenos!
En Revista Libros &
Lectores Nº1, Enero-Marzo 2003, págs. 53-61