Periodismo
para leer
Todo ejercicio del poder en
una sociedad democrática está sometido al exámen público que los
medios de comunicación hacen posible.
por
Agustín Squella
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Hace un par de semanas, con ocasión del Día de la Prensa, pensé en las
relaciones entre periodismo y democracia. Algunas de estas relaciones
son bastante evidentes, porque la democracia, si es buena para la
libertad, tiene que serlo también para el periodismo. Y en cuanto a
éste, se trata de algo bueno para la democracia, puesto que todo
ejercicio del poder en una sociedad democrática -sea de carácter
político, económico, militar o de cualquier otro orden- está sometido
al exámen público que los medios de comunicación hacen
posible.
.....Reflexionaba luego sobre la paradoja de que la prensa sea, ella
misma, un poder, es decir, una actividad con capacidad de dañar a las
personas, de modo que también tiene que ser inspeccionada y reconocer
límites que no debería traspasar. En consecuencia, los periodistas,
que tanto bien hacen al resaltar los límites de los poderes distintos
de la prensa, tendrían que meditar más acerca de las fronteras que
reconoce su propia labor.
..... Gabriel García Márquez, que dedica casi la mitad del primer
voumen de su autobiografía a narrar sus inicios como periodista, dice
de la música algo que podría afirmarse también de la literatura y, en
cierto modo, del periodismo. Algo que es todo un homenaje y un
compromiso, a saber, que actividades como ésas cumplen la ilusión de
indicarnos por dónde va la vida. Sin embargo, lo que para el cuento y
la novela es su principal componente -la ficción-, para la escritura
periodística representa la peor de las amenazas.
..... A
propósito de ese libro, en el que es posible hallar lo que todos
creiamos perdido -el mejor castellano de América Latina-, durante el
verano he tenido que apartar en más de una ocasión, no sin cierta
impaciencia, el comentario recurrente de que lo único que vale en la
autobiografia novelada del escritor caribeño son las vigorosas páginas
iniciales que dedica al viaje junto a su madre para vender la casa de
la familia en Aracata, y que todo lo demás, destinado a narrar los
comienzos periodísticos del autor en la fabulosa Cartagena de Indias,
carece del brillo e interés de aquellas páginas primeras. La verdad,
sin embargo, es que lucen también diáfanos y entrañables los recuerdos
de García Márquez acerca del periodismo, un oficio que en esos tiempos
no se aprendía en la universidad, sino al pie de la vaca, respirando
tinta de imprenta y sofocándose con los vapores tóxicos de las
linotipias.
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Quizás si el toque más obvio y feliz que haya que perdonar y, a la
vez, alabar a "Vivir para contarla" sea el que introduce su autor
cuando dice que a la hora de escribir sobre recuerdos hay que creerle
más al olvido que a la memoria.
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Sin considerar lo mucho que los recuerdos deben también a la
imaginación, sobre todo en el caso del escritor colombiano, tengo para
mí que a García Márquez hay que darle fe cuando afirma que el así
llamado realismo mágico es, en verdad, puro realismo.
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Así lo prueba, por ejemplo, ese reportaje que en los años 50 García
Márquez hizo a la oficina de Rezagos del Correo Nacional de Bogotá.
Tituló ese reprtaje sobre montones de cartas detenidas "El cartero
llama mil veces", y le encajó luego el subtítulo más lapidario de "El
cementerio de las cartas perdidas".
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Pues bien: una de las cartas en que reparó el escritor había sido
franqueada en el Leprocomio de Agua de Dios e iba dirigida "A la
señora de luto que va todos los días a la misa de cinco en la Iglesia
de las Aguas".
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El autor del reportaje espió durante varias tardes la mencionada
iglesia e interrogó también a algunos de sus parroquianos, sin
resultados positivos. La señora de luto no aparece hasta hoy ni ha
podido encontrarse tampoco con la prometedora carta que le estaba
destinada. Entretanto, el episodio siguió siendo largo tiempo
comentado por García Márquez junto a sus compañeros periodistas, en
medio de esas "tertulias de alcoholes infinitos y desenlaces
imprevisibles" que están reservadas, en horas de la noche, y hasta
bien entrado el amanecer, a quienes practican ese oficio generoso y
destructor.