A pesar de que durante los últimos años de su vida obtuvo
cierto velado reconocimiento, el poeta Juan Luis Martínez se mantuvo
firme en su convicción de desaparecer, de borrarse, convencido de que lo
que importa es la obra y no quién la escribió. Así, tachó su nombre en
la portada de "La nueva novela" -una rarísima y
magistral mezcla de juegos lógicos, trabajos visuales y textos
literarios que, en 1977, cambió para siempre la poesía chilena-, rehuyó
como pudo las entrevistas y las fotos, y hasta dispuso que después de su
muerte todos los manuscritos que le sobrevivieran fueran destruidos.
Afortunadamente su voluntad no fue satisfecha, pues Ediciones
Universidad Diego Portales acaba de publicar "Poemas del otro", volumen
que incluye el breve y bellísimo libro homónimo -felizmente salvado de
la hoguera- más algunos textos que permanecían dispersos en revistas y
antologías y, finalmente, las contadas entrevistas que un poco a
regañadientes concedió.
Tales entrevistas muestran a un Martínez extraordinariamente
asertivo, tímido y cordial, incluso cuando los entrevistadores insisten
en averiguar aspectos de su vida privada. Sin embargo, como es natural,
el interés del lector se concentra en los materiales inéditos. La mayor
sorpresa es hallar en ellos un tono y un estilo radicalmente distintos a
los que le conocíamos: en vez de la enorme heterogeneidad formal de "La
nueva novela", aquí predomina un lirismo avasallador y una especie de
ferocidad espiritual que por momentos recuerdan el ímpetu iconoclasta de
Arthur Rimbaud: "Dos mil años de historia ordenada/ y he sido yo quien
ha engullido al Cristo/ y los cabellos no se me han caído/ por todo eso/
mi lengua la he devorado también/ para no hablarte más".
La publicación de "Poemas del otro", de Juan Luis Martínez, es uno de
los hechos más importantes que han ocurrido en la poesía chilena en
mucho tiempo.
Según el poeta Cristóbal Joannon -quien estuvo a cargo de la edición-
estos textos formaban parte de un proyecto inacabado y monumental que a
grandes rasgos consistía en crear una serie de libros escritos por
autores tremendamente distintos entre sí. Al parecer, Martínez se
proponía emular -y extremar- el procedimiento de Fernando Pessoa, el más
delirante genio de la literatura tránsfuga: construir una identidad a
partir de la suma de identidades, multiplicar el yo hasta llegar a la
desintegración total. O como tan bien lo explica Álvaro de Campos -uno
de los escritores inventados por Pessoa- en estos admirables versos: "Me
he multiplicado para sentir/ para sentirme he debido vivirlo todo/ me he
desnudado, me he dado/ y en cada rincón de mi alma/ hay un altar a un
dios diferente".
"Un autor debe arreglárselas para hacerle creer a la posteridad que
no ha existido jamás", apuntó alguna vez Gustave Flaubert, maestro en el
arte de hacerse invisible. Martínez va incluso más lejos, pues, como
dice en un poema de este libro, su ambición consiste no sólo en ser otro
sino también en "escribir la obra de otro". Si el autor -fallecido en
1993- hubiera querido ver su nombre y su fotografía en la portada de
este volumen es cosa del todo incierta. Pero hay algo que es seguro: la
aparición de este libro es uno de los hechos más importantes que han
ocurrido en la poesía chilena en mucho tiempo.
JUEGO DE
IDENTIDADES
Un iceberg
impredecible
por Bruno Cuneo
Bruno
Cuneo
El libro póstumo de Juan Luis Martínez contiene apenas
diecisiete poemas.
Juan Luis Martínez se
definía a sí mismo como un "poeta apocalíptico", esto es, un escritor
para quien la disolución de la imagen coherente y sólida del mundo no
era sólo un acontecimiento inminente sino más bien un hecho consumado. Y
si es cierto eso que decía Heidegger de que el "lenguaje es la casa del
Ser", él - y con él quizás sólo Lihn- fue el primero de una larga
tradición, más o menos grandilocuente, de la poesía chilena, en no
sentirse ya en esa casa "como en casa".
Esa inquietud, o mejor,
esa catástrofe, estaba inscrita en la imagen misma de la portada del
único "libro" que publicó en vida (La nueva novela, 1977) y era el bajo
continuo predominante de ese frío y en apariencia científico cálculo
verbal que se ponía a prueba una y otra vez, parodiándose, en cada una
de sus páginas. A ello se suma que, en parte, fue escrita y publicada
durante una dictadura, a la que esa inquietud debe - él mismo lo declaró
alguna vez- algunos buenos grados de su fuerza telúrica. En tan
dramáticas circunstancias, a Martínez no debió quedarle, como decía
Joseph Brodsky de todo poeta de nuestra época, más que dos alternativas:
intentar reconstruir una continuidad cultural a partir de lo poco que
podría haberse salvado o hacer con los escombros una "poética del nudo
en la garganta". Ciertamente se inclinó por la segunda, juicio que, sin
embargo, no invalida el de quienes han creído reconocer en él a un
cultor tardío del humor patafísico o a un extraviado practicante de la
impasibilidad lógica del budismo. Sería un error, en cambio, asignarle
esos títulos negándole a su vez el de "artista negativo": aquel que
interioriza la crisis de una época carente de unidad significativa o
criterios de verdad, carente de mito, y sin proponer uno nuevo, y sin
nostalgia, exhibe su decrepitud y confusión, de manera puramente
inmanente, en un lenguaje que yuxtapone fragmentos de saberes y
discursos carentes ya de significado y cuyo propio autor se niega a
reconocer, tachando su nombre, haber articulado.
Si nos
extendemos en consideraciones sobre su única "obra" publicada es ante la
imposibilidad de juzgar como tal la que ahora se nos presenta. Se trata,
en efecto, de una cuidada edición póstuma de una ínfima parte de El
poeta anónimo (o el eterno presente de Juan Luis Martínez), libro "muy
extenso" del que se sabía que Martínez trabajaba desde hace años y del
que Lihn, sin demasiadas pistas, pudo decir que era un "iceberg aún
impredecible". Es la imagen que conviene aún hoy a la vista de estas
pocas aristas: apenas diecisiete poemas, de irregular calidad, aunque
hay algunos muy logrados, cuya clave operativa irremisiblemente se ha
extraviado. A favor de Martínez, y teniendo en cuenta que se trata aquí
de un work in progress, se puede alegar que, reconocido admirador de
Duchamp, sólo le interesaban las obras que funcionaran como un
mecanismo, del mismo modo co-mo a Maquieira sólo parecen interesarle los
guiones. De ese mecanismo no es posible decir ahora nada con certeza
como no sea especular interminablemente a partir de unas cuantas
declaraciones y un extendido comidillo: que reproducía la estructura del
I Ching, que sería intolerable en términos psiquiátricos y políticos,
que está resumido en la frase "el deseo de ser otro sin dejar de ser uno
mismo".
¿Quién es ese Otro y quién es ese Mismo tratándose de la
escritura de Martínez? ¿Quién habla en estos poemas, que además
introducen un yo lírico que estaba ausente o absolutamente objetivado en
La nueva novela? Quien habla, nos parece, es un sujeto profundamente
disociado, no sólo emocionalmente, porque lo exasperan muchas cosas
distintas, o discursivamente, porque se expresa en muchas voces líricas,
sino también en relación a lo que él mismo parece haber escrito antes.
Hay todo un manierismo de la identidad puesto en juego aquí, un juego de
máscaras tan difícil de interpretar como en el aparentemente más
senci-llo de los sonetos de Shakespeare. Bastaría, para notarlo, con
comparar la portada de este libro con la de La nueva novela: el autor
que antes tachara su nombre dos veces reaparece ahora posando para una
fotografía que al mismo tiempo lo desdobla de espaldas en un espejo. Sin
duda, un acierto del diseñador Carlos Altamirano.
Poemas del otro
incluye, además de algunos poemas inéditos o publicados, pero
inencontrables, y que no forman parte del mencionado proyecto, algunas
de las pocas entrevistas y diálogos que Martínez sostuviera sobre su
trabajo poco antes de morir. En ellos se muestra una vez más con esa
lucidez y consecuencia artística que lo caracterizaban, y que, aunadas a
la originalidad de su escasa, pero contundente obra, han hecho de él uno
de los arcanos mayores de la poesía chilena.
Poemas del otro
(Poemas y diálogos dispersos)
Juan Luis Martínez.
Edición de
Cristóbal Joannon. Ediciones Universidad Diego Portales,
Santiago,
2003, 113 páginas.
Precio de referencia $10.000.