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Mario Bellatin:

"Hay como una búsqueda constante de escribir sin escribir, de resaltar los vacíos, las omisiones, antes que las presencias".

A propósito de la reciente publicación de Perros héroes. Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta Pastor Belga Malinois, tuve esta conversación con Mario Bellatin, que reproduzco íntegramente.

Por Ezio Neyra Magagna*

 

-Álvaro Matus, en Revista de Libros del diario chileno El Mercurio, te incluye en una lista, que podría ser considerada como la de los escritores raros de la literatura hispanoamericana, junto a César Aira, Jorge Eduardo Eielson, Sergio Pitol, Enrique Vila Matas, entre otros. ¿Te sientes cómodo en este equipo?
-Me parece que Álvaro Matus es muy generoso. La lista que confeccionó está conformada por autores extraordinarios; me daría temor considerarlos como raros. Hay que tener mucho cuidado con este término, que en Latinoamérica y España ha servido muchas veces para desprestigiar o hacer de lado determinadas obras. Yo los llamaría escritores excepcionales y punto, y mi presencia allí constituye una sorpresa, agradable por cierto.

-Pero hay quienes piensan que tu obra es excepcional; quizá hasta el mismo Matus lo piense.
-Es curioso cómo un mismo libro puede tener tan diferentes lecturas dependiendo del espacio y del tiempo. En una época me sucedía que lo que publicaba, para ciertos lectores era siempre inferior a lo que había publicado antes. Era un juego divertido el publicar para avalar el libro anterior, que a su vez había sido comparado en desventaja con el libro precedente. Me detuve entonces para preguntarme qué podía estar sucediendo y advertí la presencia de una fuerte retórica de parte del lector, que siempre se adelantaba, una vez descubierta cierta escritura, a lo que se le ofrecería. Obviamente siempre iba a quedar desilusionado porque es casi imposible encuadrar perfectamente con una ilusión, con una fantasía sobre lo que vendrá a continuación. En cierto momento decidí romper la cadena de publicar un libro luego del precedente, y edité varios textos casi al mismo tiempo. Hice todo lo posible porque no hubiera una entrega anterior y que la obra se fuera entremezclando hasta convertirse toda en un mismo libro. Tal vez este ejercicio la haga un poco rara.

-Cuando pienso en que estás interesado en conocer los procesos narrativos de los llamados escritores en la frontera, se me viene a la cabeza tu obra. De alguna manera los narradores de tus libros suelen escribir desde un espacio límite. Pienso, como ejemplo, en los narradores de Jacobo el mutante, Salón de belleza o Perros héroes, y los sospecho un tanto cerca del borde, desasosegados, dentro de una zona fronteriza.
-Pienso que escriben desde el silencio, desde la carencia, desde la falta, tanto en su acepción de carencia como de infracción, donde el lenguaje nunca es demasiado poco, tiene siempre demasiadas posibilidades, para expresar lo que se quiere expresar: aquello que no se puede decir. Hay como una búsqueda constante de escribir sin escribir, de resaltar los vacíos, las omisiones, antes que las presencias. Quizá por eso ese narrador busque a veces escribir sin necesidad de utilizar las palabras, haciendo uso de elementos de otros medios, tales como cámaras fotográficas o puestas en escena, para seguir construyendo sus estructuras narrativas. Y allí creo que se encuentra una región fronteriza evidente, donde la palabra literatura pierde su sentido -en realidad nunca entendí qué significaba realmente el término literatura- para concentrarse en ser un espacio de creación de palabras y de estructuras que no sólo las contengan sino que además puedan hacerlas transmitibles. Esa frontera me parece sumamente interesante porque encontrarse en medio de dos nadas da como resultado el espacio propicio para la indagación en una serie de cuestionamientos sin tener la carga de una retórica determinada que, generalmente, está plagada de respuestas. En ese lugar fronterizo, caracterizado por el no tiempo y el no espacio, surgen de pronto muchos caminos que, a pesar de alejarse en apariencia de una tradición determinada, permite, por el contrario, llegar a la esencia de las tradiciones, de los sistemas, del por qué real de algunas manifestaciones ya sepultadas, que aparecen como muertas, por sus propias formas. El término fronterizo siempre alude a algo desconocido. En la primera escena de El Espejo, de Andrei Tarkovsky, asistimos a los ejercicios que se le practican a un niño en apariencia fronterizo. En México una de las zonas donde mejor producción artística se produce es en la ciudad de Tijuana, símbolo de una de las fronteras más espectaculares del mundo.

-La frontera también se puede observar en ti cuando escribes libros en donde algunas veces es difícil encontrar límites entre ficción y realidad. En lugar de escribir desde la frontera en tanto espacio de desencuentros, o no encuentro, con la modernidad fronteriza, pareciera que intentaras buscar un no lugar en el espacio preciso en donde ficción y realidad están dentro de las mismas fronteras. Se me viene la misma idea cuando recuerdo que es habitual preguntarse si Mario Bellatin es un autor mexicano o peruano.
-De alguna manera mi vida creo que refleja buena parte de lo que ocurre en los libros. A veces he constatado, aterrado, el carácter profético de la palabra escrita. Me he visto envuelto, quince o veinte años después de escribirlas, en situaciones muy similares a las que aparecen en los textos. Creo que mis fronteras están en mí mismo. Que siempre he buscado demarcar un territorio que se defina como un sistema propio más que acoplado a sistemas mayores. Puede sonar ridículo lo que acabo de decir pues es cierto que todos, de alguna manera, están conscientes de sus propios límites, pero yo lo he construido como una marca de vida que deseo se refleje en la obra que he ido publicando. Lo más impresionante de este proceso es que después de poner fronteras para todo, de crear una serie de sistemas que te permitan entender el mundo como una gran maquinaria, adviertes que no existe ningún límite. Es el punto donde se abren todas las posibilidades y no tenga queda otro recurso sino el de cobijarte bajo un orden que te trascienda. Esto está muy cercano a la experiencia mística, donde después de una serie de privaciones y luchas contra tu propia libertad encuentras el infinito. Creo, por otra parte, que Bellatin no es peruano ni mexicano.

-El proyecto del Congreso de dobles también refuerza la idea de la escritura desde la frontera, ¿no te parece?
-Desde hace mucho tiempo me he venido preguntando sobre la relación del autor frente al texto. Provenimos de una tradición literaria donde muchas veces se ha dado un relieve desmedido a la presencia del autor o a las circunstancias sociales en las que este autor está sumido, que con relativa frecuencia dejan atrás al texto en sí mismo. Recientemente he escuchado a cierto escritor latinoamericano hacer un llamado a un deber que supuestamente tienen los escritores por el sólo hecho de serlo: denunciar la realidad circundante. En esta búsqueda por desentrañar las relaciones entre el texto y el autor están inscritos una serie de libros que he ido publicando. En El jardín de la señora Murakami quise hacer pasar al autor como el traductor de un libro inexistente; en Shiki Nagaoka: una nariz de ficción hice las veces de un biógrafo de un personaje imposible; en Jacobo el Mutante el autor es un incompetente investigador literario. Es de ese modo como llegué a aceptar la propuesta que me hicieron, de ser curador de una nuestra de arte. Se me ocurrió entonces la posibilidad de organizar un congreso de escritores donde los escritores no estuvieran presentes. Trasladaría al lugar del evento sólo las ideas de estos creadores, para constatar qué ocurría con los textos una vez que estuvieran huérfanos de sus autores. Es de ese modo como emprendí un trabajo fotográfico que buscó retratar los seis meses que pasó cada creador con su doble, personas que debían aprender de memoria diez textos que repetirían frente al público en una sala de arte de París. Al principio hubo cierto desconcierto, se quejaron sobre todo algunos profesores de universidades europeas que habían viajado para estar junto a una serie de autores mexicanos. Era importante esta queja porque de allí surgía la pregunta de qué iban a buscar en un evento literario. Si eran ideas, como se supone, allí estaban, a su disposición, los cuarenta temas fundamentales en ese momento para los autores. El congreso de dobles de escritores me contestó muchos cuestionamientos. Fue un trabajo monumental, está registrado en un libro y en un DVD, que hasta ahora no entiendo bien cómo fue posible llevarlo a cabo. Fue, de ese estoy seguro, el trabajo en conjunto de muchas personas que le tuvieron fe al proyecto.

-En Perros Héroes, novela que publicaste originalmente en Alfaguara el año 2003, y que por fin se publica en Perú, el hombre inmóvil y entrenador de perros es un personaje, ciertamente con rasgos distintos al de la ficción, que existe materialmente. ¿Cómo llegaste a él, o como la ficción se acercó a la realidad?
-Primero hice el libro y después estudié al personaje. Realicé un acto de reconocimiento. Este libro es para mí especial porque algunos lo han tomado como un producto puro de la imaginación, cuando en realidad se trata de una especie de crónica de un personaje de la ciudad recientemente fallecido. La anécdota comenzó cuando contesté un aviso del diario de artículos de segunda mano donde anunciaban la venta de cachorros pastor belga malinois. En esa época había muerto de sobreedad mi perro Pongo, con quien salgo en las fotos de autor de varios libros, y buscaba un perro sustituto. Había ensayado con varios ejemplares, un greyhound que se estrellaba contra las paredes de mi casa, unos lebreles que ensuciaban los muebles y las camas, ciertos podencos que no entendían ninguna orden y un primitivo basenji, el perro gato, que junta en sí los defectos del perro y del gato, hasta que alguien me recomendó que probara con malinois, los únicos capaces de efectuar con éxito el ring francés, un deporte en que los perros muestran unas habilidades excepcionales. Me dijeron que conseguían hacer esas proezas porque eran descendientes casi directos del lobo. Contesté entonces el aviso, realicé una serie de preguntas específicas sobre la relación entre estos perros y sus ancestros, sobre si sus habilidades podían explicarse por una inteligencia más desarrollada que la de los perros de otras razas. Me pidieron que esperara unos momentos, que alguien me iba a contestar esas preguntas. Minutos después escuché por primera vez la voz del hombre inmóvil, quien en sus primeras palabras trató de demostrarme que tanto él como esos perros eran poseedores de una inteligencia superior. Media hora más tarde estaba instalado en su casa, atento al espectáculo que desde su inmovilidad más absoluta tenía montado para los visitantes. Con la ayuda de su enfermero hacía pasar uno por uno a los ejemplares a su habitación para que el espectador viera cómo iban repitiendo una serie de conductas que él había anticipado. Antes de irme ocurrió un error de cálculo, él le achacó toda la culpa al enfermero, y uno de los animales me mordió destrozándome el pantalón de trabajo que llevaba en esa ocasión. No regresé a esa casa sino hasta un año y medio después. En ese tiempo escribí el libro casi sin pensar y cuando ya lo había entregado al editor se me ocurrió regresar para constatar qué había de cierto entre lo que había escrito y el universo que se desarrollaba en la casa del hombre inmóvil. Con mucho asombro advertí que en ese texto se encontraba reflejada esa realidad hasta en sus mínimos aspectos. Volví con una cámara de fotos e hice algunas imágenes al azar. Cuando las vi me di cuenta de que la ficción que expresaban las imágenes era perfecta. Decidí por eso incluirlas en el libro y hacerlas pasar como instalaciones.

-¿El proceso de montaje de la ficción en Salón de belleza fue opuesto al trabajo en Perros Héroes? Lo pregunto porque hasta donde sé, antes de que escribieras Salón de belleza, investigaste in situ el verdadero moridero, el que supuestamente existe y se ubica en Villa el Salvador, en Lima. ¿Debo creer ciegamente en esa versión o te parezco una persona que inocentemente da por hechos los rumores que me llegan?
-Las certezas son muy confusas en este campo. Tampoco creo que importen demasiado. Ya me ha tocado hablar del tema del señor de Villa El Salvador, de quien escuché vagamente mientras redactaba el libro. Incluso durante el estreno de la obra por el grupo Yuyachkani, se expuso una muestra fotográfica del espacio de ese señor. Yo siempre estuve de acuerdo con que se incluyera ese material, incluso que se incluyera la presencia virtual de aquella persona como parte de la ficción. De alguna manera era como la constatación de que el texto estaba haciendo uso de una suerte de imaginario colectivo. En distintas ciudades del mundo se produjo un efecto similar. Se sabía en cada una de esas urbes de la presencia de un lugar semejante. Cuando se hizo el montaje teatral en México, el director halló uno de esos refugios en las afueras y el grupo se fue a ensayar a sus instalaciones. Extrañamente creo que ahora ese texto cumple de una manera más cabal con las intenciones con las que fue escrito. Como suponía cuando lo estaba escribiendo, la fisonomía del sida iba a cambiar pronto de características, cosa que ahora ha ocurrido con la aparición de nuevos medicamentos, y esos lugares, si bien fueron creados con la intención de albergar a ese tipo de paciente, ahora dan cobijo a enfermos terminales en general. El lugar de los apestados, de quienes se preparan a esperar la muerte y no tienen cabida, tal como están descritos en los libros sagrados.

-Cuéntame cómo fue la primera presentación de Perros Héroes.
-Quise en ese tiempo crear una suerte de concepto llamado Perros héroes. Me puse de acuerdo con algunos directores de teatro para que anunciaran públicamente que iban a poner en escena el texto. De pronto se empezó a crear la idea de que los Perros héroes iban a ser representados en distintos teatros. Yo me incluí en la propuesta y me puse de acuerdo con el director de un complejo teatral para que me pusiera en cartelera. Apareció entonces en la marquesina del teatro el próximo estreno de la obra, se colocaron avisos en los diarios anunciándolo, hasta que de pronto sucedió lo que suele pasar con los estrenos teatrales: la fecha pasó sin que nadie lo advirtiera. El próximo estreno, nunca se especificó la fecha, formó de improviso parte del pasado. Se estrenó la obra, supuestamente, sin que realmente hubiese sucedido. Un reconocido crítico de teatro, quien participaba en la propuesta, publicó en una importante revista sus comentarios. Se creó la ilusión de que, sin caber la menor duda, la obra se había estrenado, porque Perros héroes había aparecido en la marquesina, en los diarios y en la crítica. La supuesta obra buscaba remarcar la inmovilidad del personaje, para lo cual nos servíamos de un grupo de perros adiestrados para que se quedaran inmóviles sobre unos pedestales en actitudes de amenaza hacia el público. Estos perros, mientras el texto se iba desarrollando en off, eran reemplazados por perros disecados, por perros de madera o se dejaba el espacio vacío. Todos estos cambios se hacían a partir de juegos de luces para que nadie advirtiera el movimiento. Cuando el libro apareció, la editorial anunció que se haría un acto de desagravio para todos aquellos que se habían perdido el estreno. Se anunció también que durante la presentación del libro se reconstruiría la obra. Busqué entonces una iglesia del siglo XVI desacralizada, que se ubica dentro del convento donde Sor Juana pasó su clausura, para hacer la presentación. Convoqué a los supuestos participantes de la obra -escenógrafo, productor, diseñador de iluminación- quienes reconstruirían oralmente para el público el supuesto montaje. Cuando terminaron de hablar yo tenía preparada una sorpresa. Durante todo el tiempo había mantenido oculto a un perro malinois entrenado para permanecer inmóvil. A una orden mía el perro saltó sobre el altar y allí se quedó, estático, mientras en off se desarrollaba el texto. Fueron veinte minutos de tensión, con el perro sobre el altar de esa iglesia mirando fijamente al público, y los asistentes, lógicamente, clavados en sus asientos frente a esa bestia en apariencia muy agresiva. La escena, de un grupo de personas frente a un altar presidido por un perro, creo que era más fuerte y efectiva que haber montado la verdadera obra teatral.

-¿Y qué podemos esperar de la presentación de Perros Héroes en Lima?
-Creo que una teletransportación. Hace muchos años que no voy a Lima. Mientras más tiempo pasa, temo más a lo que me pueda encontrar. Es como si ese espacio hubiese quedado congelado y de un día para otro sucediesen todas las cosas. Temo a las malas por supuesto. No sé si ahora tenga el ánimo necesario para enfrentar de golpe una serie de cambios, de entender de pronto que el tiempo ha pasado y que las cosas dejaron de ser como yo creía que eran. Sin embargo, ese sentimiento me produce grandes deseos de estar allá. Tengo la fantasía de recorrer las calles como si fuera un fantasma, como un ser invisible que pasa por lugares cotidianos en medio del anonimato más atroz. Recuerdo un sueño recurrente de mi abuelo, que después de muerto regresaba a la vida convertido en una sombra desorientada, y en el lugar donde se encontraba su casa de siempre encontraba una gran fosa por donde circulaban autos a gran velocidad. Poco después de su muerte su casa fue demolida para construir el By Pass. Creo entonces que ahora seré yo aquella ánima perdida. En Salón de belleza existe un sueño similar. El personaje sueña que es niño de nuevo, que está en su escuela de costumbre, pero que nadie lo reconoce. Se siente como alguien que no puede comunicarse de ninguna manera con su entorno más inmediato. Tal vez cuando haya un poco de sol regrese, sin decírselo a nadie, para atisbar por las ventanas. Es por eso que la teletransportación me parece más que divertida. Lograr estar sin estar. Escuchando lo que va sucediendo mientras habito otro espacio. Lástima que las teletransportaciones no sean como en nuestra imaginación y se limiten a una pantalla o a una conversación telefónica.

-Estás por publicar una revista, Damas chinas, ¿sobre qué va la publicación?
-Esta semana aparece el primer número. Se trata de una revista-libro de apariencia bastante modesta, que contendrá diez artículos de reflexión-ficción, por llamarlos de alguna manera, escritos por los autores contemporáneos que conozco y que más admiro. La siento como una extensión del proyecto de la Escuela Dinámica de Escritores, espacio que al mismo tiempo percibo como parte de mi escritura; un todo conformando una misma palabra. Este primer número tendrá textos de autores argentinos y franceses, con quienes siento una alta identificación Estarán, entre otros, Jorge Panesi, Reinaldo Laddaga, Jean Echenoz, Laura Benetti, Bernard Noel, Daniel Link...

-La Escuela Dinámica de Escritores se está consolidando como un programa innovador para escritores. Está por inaugurarse una sede en Santiago. ¿Cómo surgió el interés de abrir sedes en otros países? ¿Dónde prevén tener nuevas sedes? ¿Habrá intercambios de profesores y estudiantes entre ellas?
-Se tiene pensado abrir una sede en Perú y otra en Colombia. En septiembre comenzará a funcionar la de Santiago de Chile. Para lograrlo debe haber una iniciativa fuerte de cada país que haga autónomas las sedes, y los intercambios tanto de maestros como alumnos se darán por añadidura. Actualmente en varios países latinoamericanos y de Europa viven una serie de investigadores y artistas que han dado clases en la Escuela y comprenden bien la idea del proyecto; por eso no creo que la idea esté centrada necesariamente en México.

-¿Y cuál es la idea de la Escuela? ¿Qué es lo que quiere conseguir?
-Crear un espacio vacío donde se pueda reflexionar sobre una serie de cuestiones acerca de la creación. Es un lugar de confluencia de ideas, saberes y modos donde sólo existe una prohibición: la de escribir. Es decir nadie puede llevar sus creaciones personales. Se trata de que en dos años se tenga una experiencia directa de trabajo con cerca de sesenta de los más destacados creadores tanto de literatura como de otras artes. No hay programas de estudio, no hay horarios rígidos de trabajo ni siquiera un lugar espacial determinado, todo se irá adecuando a las características de los cursos. Pero como no existe nada concreto a lo cual asirse, pensando en un modo convencional de enseñanza, las reglas de funcionamiento son sumamente rigurosas, tanto para los artistas invitados como para los asistentes habituales.

-¿Por qué crees que los programas de escritura creativa, creative writing, como lo llaman en Estados Unidos, no han tenido tanta pegada en Sudamérica? En Norteamérica, incluyendo México, y en Europa es una práctica muy extendida la de seguir estudios de este tipo.
-Mi escuela no tiene absolutamente nada que ver con un programa de creative writing norteamericano. Esos programas juntan lo académico con el taller, dos instancias que abominamos en la escuela. No sabemos cómo definir nuestras sesiones de grupo, pero sí sabemos que se deben alejar lo más posible de esas dos prácticas. Creo que en Latinoamérica se deben definir todavía muchos asuntos relacionados con la cultura para poder dar una respuesta con respecto a una escuela de escritores. Cuando yo vivía en Perú no había ni siquiera librerías. Habrá que esperar a que las condiciones hagan propicio un lugar para la cultura. Una de las reglas fundamentales de la escuela es que debe existir porque hay una demanda real, porque un grupo de personas, que necesitan de determinado servicio, puedan hacer posible su existencia. No creo en los proyectos avalados por una especie de deber ser, por un interés filantrópico en las artes. Si no había librerías en Perú en ese momento era seguramente porque no había mucho interés de la gente porque existieran.

-¿Has perdido la nostalgia por la pérdida del brazo artificial que solías usar, o el proyecto de la construcción de tu brazo por parte del artista plástico Aldo Chaparro ha logrado hacer que la sensación de pérdida desaparezca?
-El año pasado al artista Aldo Chaparro le dieron un pequeño patio del MOMA de Nueva York para que expusiera un proyecto. En ese mismo tiempo yo estaba en la India, donde decidí arrojar al Ganges, al lado de los muertos que pasaban flotando alrededor de la barca donde me encontraba, la prótesis que sustituía mi brazo derecho. Sin embargo, una vez que regresé a México empecé a experimentar una sensación de pérdida que me impedía la movilidad. Es decir, esa sensación de vacío me dificultaba, mentalmente, llevar adelante algunas cosas que quería. En cierto momento advertí que lo que me hacía falta era la artificialidad que había estado presente en mi cuerpo durante todos los años, casi todos los de mi vida, en que porté una prótesis. Yo no quería volver al mundo de la ortopedia, de donde salieron todos los adminículos que había utilizado, porque en ese ámbito en lugar de resaltar lo artificial se busca esconderlo. Algunos años atrás, en Berlín, había hecho un experimento: un famoso mascarero decoró mi agresivo garfio de metal con una serie de piedras de fantasía. Así es que cuando tuve claro que el próximo brazo que usaría tenía necesariamente que provenir de la plástica recurrí a Aldo Chaparro, quien ideaba su proyecto para el MOMA y pensaba que debía girar en torno al ser humano y la artificialidad. De ese modo es que nos embarcamos en la búsqueda de una serie de brazos y manos posibles que al mismo tiempo que tengan una función práctica -existe un esbozo para construir un brazo que porte un celular, una navaja suiza y un exhalador de gases que sirva de defensa ante cualquier agresión-, se presente como una obra de arte.

-Iván Thays, en su blog, dice que tienes una anécdota en torno de Perros Héroes , que es más extraña que la propia novela. ¿Sabes a qué anécdota se refiere?
-Me imagino que es la anécdota cuando el hombre inmóvil estaba sediento y no había más que él y yo en la casa. Mi obligación era darle de beber. Sin embargo, se trata de una anécdota tan fuerte que me es imposible ponerla en palabras.

 

 

*Ezio Neyra Magagna nació en Lima en 1980. Es director de la edición peruana de la revista Lamujerdemivida y codirector de la editorial Matalamanga, así como director de la Asociación Civil Niñolee, cuyo objetivo es la promoción de la lectura. Su primer libro, Habrá que hacer algo mientras tanto, se publicó a finales de 2005.

 

 

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Mario Bellatin: "Hay como una búsqueda constante de escribir sin escribir,
de resaltar los vacíos, las omisiones, antes que las presencias".
Por Ezio Neyra Magagna.