Presentación
de las "Crónicas de Narciso"
La victoria
de Leoncio Luque sobre el anecdotismo
Por Manuel
Cadenas Mujica
A este Narciso que conocí hace casi veinte años buscando
la palabra en el espejo de su vida, en estas aulas que alguna vez
fueron nuestro universo circunstancial, no me ha sido posible abordarlo
tomando distancias que no existen ni pretensiones de crítico
literario, a las que, felizmente para todos, no he sucumbido. Más
bien he querido aproximarme a él como quien pregunta "Por
los años que nos faltan vivir en el desarraigo", de
los que habla en Monte de cilicio, el poema que abre las Crónicas
de Narciso. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y
Leoncio (o Narciso, como se prefiera) me ha de perdonar que haya hecho
de la lectura de estas Crónicas una oportunidad para
llenar en mi memoria los bolsillos vacíos del tiempo que no
alcanzamos a malgastar juntos, como Dios manda y la nostalgia exige.
"Si yo pudiera amar / los poemas serían como almas
gemelas", ha dicho Narciso, con esa sobrecogedora desesperación
que ha caracterizado su poética desde los días de Por
la Identidad de la Imágenes, su primer poemario. Si Narciso
pudiera amar (lo que se dice amar), si Narciso hubiese nacido
para las certidumbres, para trazar sólo líneas rectas
en su camino, para calzar en algún molde al uso, entonces se
tendría a la vista la perfección empalagosa y no la
terrible belleza. "Y alguien dijo: Qué terrible / Pero
lo bello es eso, lo terrible / ese caos que confunde y que es la razón
de nuestra vida / de nuestra bella vida", me he apropiado
de estos versos que Leoncio (Narciso) publicó en 1990 en la
plaqueta de Noble Katerva, los he atesorado en el espíritu
como testimonio de esta visión suya -ciertamente compartida-
en que lo tremendo es piedra angular del equilibrio vital.
Narciso (Leoncio) se ha jugado el pellejo por la poesía con
una voluntad a prueba de todas las indiferencias y de los amigos más
o menos ingratos, como yo. Pero hay que vivirla no solo escribirla,
ha insistido siempre, y en eso nos lleva varios cuerpos por delante.
"Existir es ser nada / y ser nada es nada / es ser uno mismo
/ menos uno / el no nacido / el no habido / todavía nada /
el vacío / sólo vacío / sólo canción
de humo / sólo murmullo / sólo espejo", su
reflexión ontológica (hilo conductor de las Crónicas
de Narciso, a diferencia de En las grietas de tu espalda,
su segundo poemario) nace del encuentro de las palabras y sus reverberaciones,
no al revés. Materia viva que colisiona en imágenes
y deslumbra por su potencia comprobatoria. "La belleza se
pierde en lamentos, en palabras", es una confrontación
a la mera aglomeración de versos como cortinas de humo para
la poesía.
"Yo soy un día indeciso", dice "que
jura fidelidad al atardecer / y más tarde se acerca a la esquina
del burdel / pensando setenta veces siete / en poesía",
certifica la vida excesiva, aunque no exagerada; Narciso (Leoncio)
la propone como vía efectiva para constatar el tránsito
terrenal, un pellizco permanente en el brazo de aquellas existencias
adormiladas, embotadas de horas insulsas por la mecánica voraz
de la rutina. Son Crónicas precisamente porque testifican,
porque "examinan la costumbre / de tomar café en silencio",
porque corren por los pasadizos de la memoria y palpan con excitada
angustia que "Duele lo inevitable". Poesía
que acompaña la vida como un tercer ojo, la de Leoncio (Narciso),
que interpela al tiempo y a sus moradores, no la ensimismada.
"Antes entonces pensaba / El camino es fácil / como
disparar una pistola de agua / en el carnaval de la vida",
risueños los días en que la katerva entusiasta lanzaba
largos chorros de palabras, inconsciente, despreocupada. Nos agobiaban
los momentos, pero preferíamos beberlos a borbotones a exponernos
a su baño de agua fría. Antes, entonces, nos resistíamos
divertidamente a toda gravedad, apenas si alcanzaba el ceño
a fruncirse, preferimos decididamente el cinismo al patetismo histriónico
de aquellos inventores de hazañas y mitos improbables con que
sublimizar el absurdo de una época anodina. Pero "Los
ebrios descansamos en vano después de la contienda" y
"Los abandonados en la palabra no entendemos la soledad como
piensan", nos enrostra Narciso. Estamos jodidos, entonces,
Leoncio. No fue un carnaval la vida. Vaya que no lo fue.
A este Narciso (Leoncio) que conocí hace casi veinte años,
el espejo de su vida le ha ofrecido esta imagen mucha más nítida
de sí misma y que él entrega en una poética enriquecida
de precisiones, luminosa. Sus Crónicas constatan la
victoria sobre el anecdotismo, que es a mi juicio el mal poético
del siglo. "Debajo de la angustia una luz insepulta",
el ejercicio escritural que no se disuelve en el suceso pueril, que
no se ahoga en grafoterapias ni renuncia al destino superior al que
ha sido llamado.