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Vida y fracaso, muerte y poesía:
a propósito de Rubén Darío

Magdalena Chocano
Barcelona, 30 de junio de 2006


"Rubén, todo es tragedia... la flor en la maceta"


A inicios de marzo, en la ciudad de Barcelona, se realizó un encuentro para celebrar los cien años de "Cantos de vida y esperanza" de Rubén Darío. En la conferencia de clausura, los ponentes atribuyeron el tono por momentos trágico de su última creación al fracaso final de Darío: no logró el encumbramiento social con que parecía haber soñado, la pobreza que lo asedió fue un mentís al lujo que resplandecía en sus poemas, su poco cultivada mujer nada tuvo que ver con las brillantes damas que habitaban su universo lírico; por último, era alcohólico. Bien mirado, se trató de una conmemoración extraña. La incongruencia entre, por una parte, los azares de un poeta que había revolucionado la lengua poética castellana y, por otra, sus brillantes creaciones provocaba una cierta perplejidad en los ponentes, que trataron de superarla buscando una explicación en el humilde origen social de Darío. Que la vida del poeta fuera interrogada tan acuciosamente no es inoportuno, pero al hacerse desde el implícito paradigma de un "éxito" entendido básicamente como distinción social y reconocimiento económico, la poesía de Darío se iba viendo reducida a una mera presencia fantasmal e irrisoria.

En el contexto actual, este tipo de aproximaciones no son raras ya que resultan acordes con la lógica imperante del éxito literario. Sin embargo, como asevera el poeta Antonio Gamoneda, "la poesía no es literatura". La poesía es poesía es poesía es poesía... Por tanto requiere una atención esforzada, consciente, pues todo conspira a distraernos de esa exigencia con la lamentable consecuencia de que los puentes que ligan la experiencia poética a través del tiempo van siendo abandonados y así es cada vez más difícil cruzarlos. De un modo insensible pero insidioso, la lógica de la apoteosis burguesa y el diktat burocrático-cultural van ensordeciéndonos. Las más de las veces la llamada "vida" se entiende ante todo como biografía (y últimamente casi como currículum), y esto puede entorpecer nuestra escucha de la poesía. Quizá consciente de este problema Martín Adán se ocupó de Rubén Darío escribiendo un poemario de treinta y tres sonetos al que tituló "Mi Darío".

"Mi Darío" no es un homenaje, en sentido estricto, antes bien es una conversación a una sola voz, la de Adán, con el difunto Rubén. Adán lanza sus versos a un espacio habitado por el poeta muerto, interrogándolo, invocándolo, y hasta contradiciéndolo. En sus sonetos repite una y otra vez el nombre de Rubén en versos que trastabillan tanteando esos ámbitos post-mortem, de lo cual surge una visión irónica donde la muerte es dadora de ser, pues casi se le atribuye una facultad superior a la propia vida para conferir espesor existencial al poeta que ha pasado por ese trance.

"¡Tú moriste, Rubén, ya sabes y no sabes
Cómo mira el estúpido, cómo vuelan las aves"
Y cómo se está el Cielo sobre la cosa cierta!..."

La muerte es también dadora de un saber, difícil de calificar, pero saber al fin:

"¡Ay, Rubén, que moriste, cuántas cosas me sabes!...
¡Yo no soy sino sombras de vuelos de tus aves!
¡Yo no soy sino uno, uno que se está apenas!..."

En los versos citados, Adán se sitúa en lo efímero, en el estar ("uno que se está apenas"). Un juego similar opera respecto al conocimiento: Darío sabe "cómo vuelan las aves", mientras Adán siente que él mismo sólo es: "sombras de vuelos de tus aves", y sopesa la distancia entre ser y saber en su existencia de poeta: "¡Este ser que me soy y no sé, de poeta!"

Esta distancia óntica (por así llamarla) no es unívoca a lo largo del poemario. El solipsismo metafísico que, según Lauer, satura la poesía de Adán aparece aquí pero cuestionado toda vez que en este poemario el pronombre yo es llevado a un paroxismo en el que queda relativizado como referente único de la visión, suscitándose momentos de disyunción entre el yo y el ser:

"...este ser que te envidio, Darío;
Este serme uno solo, este serme de mío,
que no sé qué es. Yo Mismo, pensándome y errando."

Por momentos, Adán se proclama tan muerto como Darío, pero admitiendo que no alcanza el saber que atesora el difunto:

"Rubén, dímelo tú si es tan inmenso
El medir de allá, dímelo, que yace
Este muerto que soy y que renace
Y no me cabe mundo de pretenso."

¿Podríamos pensar en "Mi Darío" como otro asedio a la figura del doble por parte de Adán? No sería un desacierto, pues el desaparecido poema "Aloysius Acker" y "Mi Darío" comparten el motivo del doble difunto. Sin embargo, el tono de ambos poemas es muy distinto. En los fragmentos que subsisten del primer poema, la palabra es exterior al difunto, y sugieren una secuencia que va exponiendo en una sucesión de sentimientos respecto al cadáver, con algunos momentos invocatorios. En "Mi Darío" se trata de una conversación, aunque sólo oigamos una voz, donde el pronombre tú no es un recurso declamatorio, ni una treta retórica. El modo de tutear a Rubén Darío pasa de lo confesional a lo reverencial casi sin solución de continuidad, con matices que permiten a Adán explorar la identidad poética transmitida a través de la memoria. Afirma primero Adán "Soy el Vivo, el de ser de temores", para después asegurar que es idéntico al difunto:

"Soy como tú, Rubén, aunque tú no lo creas.
García Calderón me lo dijo en un día.
Hablábamos de Sexo. Hablábamos de ideas.
'¡Eres como Rubén, que todo lo sabía!'.
Y reía Francisco con unas risas feas
De moribundo, todas de amor y de alegría."

Observamos que esta identidad con el difunto la fundamenta en el testimonio de un tercer personaje (Francisco García Calderón) que se caracteriza por "risas feas de moribundo", insinuando un ser y no ser entre la vida y la muerte.

Sin embargo, también el poeta vivo tantea los límites del saber del muerto:

"¿Rubén, no lo supiste? La Vida es otra vida,
No esta vida que estás viviendo como el Bruto,
Este bruto que te eres con tu dios absoluto..."

La identidad de oficio entre el vivo y el muerto no se evoca a la manera de "triunfo de poetas", sino en un compartir desconciertos y afanes:

"Una calle desierta como lo es una ola
Y un uno que se ahoga contándose palabras."

Este "uno" vive la obsesión que le imponen las palabras, sugiriendo el verso que en ese continuo trasegar, la lengua es mar que zarandea, y todo espacio, mar.

El río que bulle en algunos sonetos figura el tránsito de la palabra poética atravesado por el poeta muerto en posesión de un conocimiento palpable e inaccesible a la vez ("Tú, que alcanzaste a rematar tu río"). Las vías por las que circula la voz de Adán en su conversación con Darío pasan por un territorio totalmente alejado de las convenciones literarias predominantes. Por tanto, la constatación más importante que se desprende al leer "Mi Darío" es que sólo poéticamente se puede rendir homenaje al "corazón ebrio y diligente" de Darío:

"Porque soy un humano como tú te lo fuiste:
Un dios que no se sabe y una cara de triste
Y un sueño que no es tuyo ni mío, que es de tierra!"

 

 

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