Migrante, 
ciudad y tránsito en El Paso de Miguel Ildefonso.
Claudia 
Arteaga Olórtegui
Octubre 2006
 
El 
Paso es la primera incursión narrativa de Miguel Ildefonso(1). 
En un nivel formal, esta irrupción es interesante y ágil por la 
múltiple elección genérica que nos lleva del tono poético 
al cuento, del ensayo a la crónica o bitácora de viajes; ello en 
concordancia con las experiencias fugaces y culturalmente híbridas del 
sujeto migrante, cuya presencia es central en el conjunto de relatos(2). 
El discurso planteado en torno a este y al espacio que penetra es medular en esta 
colección, ya que el sujeto se construye a sí mismo a través 
de la reformulación del entorno que  transita. 
Este trabajo aborda el rol del migrante como productor de discursos en su afán 
por simbolizar un espacio distinto y construir su identidad a un nivel performativo. 
Esto sucede sin entrar en necesario conflicto con su posición marginal 
que es usada para criticar las estructuras de dominación que experimenta 
como subalterno, a la vez que ello supone una estrategia de integración 
en un espacio fronterizo que promete -aunque no siempre con éxito- no enajenarlo.
transita. 
Este trabajo aborda el rol del migrante como productor de discursos en su afán 
por simbolizar un espacio distinto y construir su identidad a un nivel performativo. 
Esto sucede sin entrar en necesario conflicto con su posición marginal 
que es usada para criticar las estructuras de dominación que experimenta 
como subalterno, a la vez que ello supone una estrategia de integración 
en un espacio fronterizo que promete -aunque no siempre con éxito- no enajenarlo. 
La ciudad de El Paso se presenta como un espacio de tránsito constante, 
en el que permanentemente fluctúan y se entremezclan códigos de 
diversos lugares. La mayoría de las ficciones del libro se ubican en las 
afueras de El Paso, ya sea en Ciudad Juárez -de preferencia- o al interior 
de USA. Por ello el título más que una referencia literal a la ciudad 
del mismo nombre alude a la actividad constante de exploración y aprendizaje 
ejecutada por el migrante. Por ejemplo, cuando los personajes se sitúan 
en El Paso este es referido como un desierto y el migrante para re-conocerse en 
él acude a discursos previos:
Este 
jueves, en el crepúsculo de El Paso, sí, la ciudad de la película 
de vampiros de Tarantino o la de la residencia de Corman Mc Carthy, Cyndy y yo 
esperábamos exhaustos, en la estación, la hora de partir. 
(71)
El Paso no era una ciudad muy literaria. Antes 
de arribar, Camilo sabía de ella lo que había encontrado en Williams 
Carlos Williams, Jack Kerouac y Carlos Fuentes... (92)
La 
ciudad fronteriza como desierto es un referente vacío que precisa ser simbolizado 
para resistir el desarraigo y hacerse de un lugar. En general, el migrante de 
El Paso reinventa la realidad acudiendo a un imaginario multicultural, 
circunstancia de una subjetividad en pleno contexto posmoderno, que presenta entre 
sus rasgos claves -a decir de Jameson- el consumo masificado de imágenes.
Desde 
niño me gustaron las canciones folk norteamericanas: el country. 
No sé a que se debe ese raro gusto para alguien que es del sur de América; 
de hecho algunas cosas aparecen de la nada, sin que intervenga la herencia genética 
o la influencia familiar. Sospecho que ha de haber sido por algunas películas 
que veía en la tele. Y es que yo no veía mucha televisión. 
Los pocos momentos que me permitían hacerlo eran para ver el western de 
John Wayne o de la serie El Gran Chaparral (…) Yo no soy un fanático de 
nada, solo digo que me gusta el country porque viene al caso, así 
como, por otra parte, me gusta Beethoven o Pink Floyd o Chacalón (11). 
El imaginario es percibido a manera de espectro no jerarquizado 
de distintas figuras culturales ("yo no soy fanático de nada"). 
La cita plantea que la constitución del sujeto no está anclada al 
lugar de procedencia y tampoco se adscribe a la familia como institución 
educadora. La subjetividad es más bien asumida como un campo heterogéneo 
que escapa a cualquier esencialismo nacional o letrado. Por ejemplo, en "Los 
Cuatro de El Paso" y en "El quinto Beatle" el migrante y sus compañeros 
de universidad fingen ser el legendario cuarteto, con lo que se opta por un modo 
de filiación, dado aquí por la cultura pop, que sustituye a los 
lazos tradicionales de la familia y nación. En El Paso, si bien 
no hay un rechazo abierto a la familia ni a lo nacional, el migrante construye 
y se adecua a nuevos códigos de pertenencia que aseguran su inclusión 
en un espacio que intenta hacer suyo, ya que es conciente del reacomodo que sobre 
la realidad ejerce el imaginario cultural masmediático, letrado o popular. 
De este modo, transitar por la frontera es cultivar la diferencia. Al ser conciente 
de esto, la actitud del migrante es carnavalesca y performativa . Ello se ve en 
la construcción recurrente de escenarios durante la ruta ("Yo recitaba 
a Adán, a modo de ejercicio, para agarrar ritmo antes de escribir, o, como 
en aquella noche, para acompañar mis pasos" 19), así como en 
la adopción frecuente de la jerga mexicana y los encuentros sexuales transitorios.
tú 
no eres de aquí, ¿no?", me preguntó la mujer que atendía 
en la barra. No, le dije, soy de Oaxaca. Chaparro, cabezón, nalgón, 
oaxaqueño cabrón, le canté. "Mentiroso, no eres oaxaqueño". 
Ok, me agarraste, tía, soy de Sinaloa, respondí con una sonrisa 
convincente. "Pos sí, ese modo de hablar es de allá" (55).
Por 
otro lado, los espacios a los que se accede en el paso por la frontera componen 
una atmósfera marginal de bares, burdeles y calles inciertas, propia de 
una modernidad fallida que permite el afloramiento de los síntomas invisibilizados 
por la fantasía del sueño americano, que el migrante hace notar 
desde una posición determinada no por la nacionalidad específica 
que ostenta -la peruana- sino por su ser hispanoamericano. Nuevamente, lo hallamos 
lejos de cualquier constreñimiento nacional o cultural pues lo hegemónico 
en su identidad es su situación de migrante hispano en territorio norteamericano, 
lo que, dicho sea de paso, no impide que simpatice con expresiones culturales 
de ese país, pues, básicamente, su reacción es contra el 
sistema económico y político.
Todos 
ellos, mexicanos, chilenos, hispanos en fin, odiando a "este país" 
pero resignados a tratar de quedarse en él para no tener que volver a la 
jodida vida de antes. Es por eso que Camilo se aferraba a la idea de Yuknapatawpha 
de Faulkner o a la ruta 66 de Jack Kerouac o a los subterráneos de Lou 
Reed (99). 
Como es notado en la cita anterior, su posición 
termina articulando grupos de otras regiones (los white trash, negros, 
hispanos, orientales) que también viven el desarraigo y el tránsito. 
El bus, con su cargamento de razas, se 
va adentrando en silencio por el hilo eléctrico de la tierra, entre pueblos, 
vallas, cerros, desiertos, ranchos, y en todo lugar, como para no sentirnos perdidos 
hallamos siempre un Mc Donalds, un Wendy's, un Taco Bell, 
un KFC o un Burger King en los grifos. El ritual supremo de la civilización 
consiste en que todos bajemos a este gas station -nos dicen que tenemos 
quince minutos, otras veces más-, y entremos a comer hamburguesas con papas 
fritas, acompañadas con inmensos vasos de gaseosa. Este ritual norteamericano 
se hace en cualquier lugar de la gran nación; todo el país está 
construido en cualquier lugar de este ritual, para eso conquistaron el Oeste y 
juntaron a los indios en unas reducciones: la obesidad de la obediencia (39).
La 
civilización es una fantasía ideológica -uso aquí 
un término usado por Slavoj Zizek-, un producto hegemónico deconstruido 
constantemente en pleno trayecto. El viaje es planteado -una vez más- como 
modo de exploración, conocimiento y reformulación del entorno y 
de la subjetividad. Por ejemplo, en "La ventana de Greyhound", el personaje 
durante un viaje en una carretera de Texas se obliga a la abstracción para 
dosificar la pesadumbre:
en vez de hundirme 
más en mis tristes pensamientos, me sentía más leve, casi 
como si flotara: de este modo el peso de las ideas se difuminaba. Y lo mismo veía 
que sucedía con el resto de pasajeros, sus tribulaciones iban perdiendo 
gravedad, hasta que el bus parecía no tocar el suelo ... Y después, 
todo lo que se podía hacer en ese asiento de Greyhound lleno de cuerpos 
fantasmales, pasajeros que roncaban o que hablaban consigo mismos, viviendo con 
los ojos cerrados una pesadilla que era real, que por el sueño americano 
que desde chicos les habían sellado en el inconsciente ignoraban que era 
real. (14)
En la cita el narrador se asume un fantasma 
como los demás, pero a diferencia de ellos es conciente de la pesadilla 
encubierta por el american dream. Esta actitud pone en crisis la estrategia 
intentada por el migrante: a saber, la capacidad de reformulación de sí 
mismo. Aquí el migrante de Ildefonso teje su fantasía o veladura 
sin dejar por ello de tener conciencia del conflicto (o trauma) que subyace a 
ella: 
Las imágenes se rompieron 
como corresponde a las almas rotas. Por eso le fue fácil al viento llevarse 
mi nostalgia del desierto. Janeth besándome como yegua en celo (yo revolviéndole 
los cabellos rizados). Janeth jadeando (yo tapándole la boca). Janeth durmiendo 
en mis brazos (yo mirando las pocas estrellas visibles). (14) 
El 
personaje femenino en casi todos los cuentos representa un medio para contactar 
al migrante con el entorno a través del placer, además de guiarlo 
en la ruta en caso de significar un recuerdo ingrato que llama al cambio y la 
travesía. En "La ventana de Greyhound", el personaje intenta 
escapar de esa pesadilla que se torna real. Sin embargo, la veladura no funciona 
del todo. Mientras ocurre el contacto corporal las percepciones se desvian paralelamente. 
En ese vacío que se abre entre la fantasía y aquello que se resiste 
a formar parte de ella se va fundando una pulsión de muerte. Líneas 
atrás, antes del párrafo citado, el personaje asocia la línea 
recta de la carretera con el "camino de la muerte". Hacia el final del 
relato, repite la figura para referirse a sí mismo en pleno tránsito: 
"La ventana era lo único que me decía que aún estaba 
vivo; que, aunque toda mi vida había sido un camino recto tras otro, 
aunque yo también ahora era un fantasma, lo que estaba pasando allí 
era real, estaba sucediendo" (14 el subrayado es mío). El personaje 
no puede evitar ser un fantasma, dejarse seducir por una pulsión de muerte, 
la de la inclinación perpetua al cambio de quien está y no está 
al mismo tiempo en un solo lugar. "Estar vivo", en este cuento, implica 
mirar hacia fuera, lo que lleva, paradójicamente, a asumir la propia extrañeza: 
"Ya no estaba en el Paso. Ya no estaba en Lima. Ya no estaba ni aquí 
ni allá, ni arriba ni abajo: estaba en ninguna parte. Y desde ese mismo 
lugar es que ahora escribo esto" (14). Si bien la constatacion del vacío 
coincide con el fin de la escritura de este cuento, con la imposibilidad de seguir 
diciendo sin tener una posición, un lugar en el "afuera" desde 
el cual poder representar con seguridad, implicado en esto está la manera 
en como es asumida la posición subalterna, ajena a toda posible simbolización 
y como instancia no localizable, que no puede enunciar por sí mismo y más 
bien se presenta 'afantasmado'. Este es un momento en que la fantasía o 
el placer que el sujeto pueda adquirir para anclarse de manera transitoria se 
torna insuficiente.
En el relato "Vamos al Noa Noa", Dante, el 
protagonista, luego de una borrachera, pelea e incendio que destruye el lugar 
del título, confronta su soledad:
Antes 
de salir cerré la ventana para que el sol no siga entrando por las puras. 
Bajé y pedí mi documento. ¿Dante?, preguntó el de 
la recepción; sí, respondí. Y me dirigí a la salida 
con paso lento. Su chica se fue hace una hora, me dijo el portero al abrir el 
antiguo portón de madera. Afuera, otra vez el sol inmenso, apenas me dejaba 
ver el desierto. Di unos cuantos pasos, obnubilado. Y así, rápidamente, 
como si hubiera entrado al verdadero sueño, ya me encontraba en el mismo 
desierto. Con la misma velocidad aquel sueño se fue transformando en una 
pesadilla, en un llano en llamas con los huesos regados y los retazos chamuscados 
y las mujeres calcinadas y los fantasmas de Juárez implorando otra vez…¿Adónde 
voy? ¿Y ahora, dónde voy?, decía yo también al darme 
cuenta de que el destino otra vez había dejado de existir (60-61).
La 
mención al "verdadero sueño" refiere a aquella verdad 
que escapa a la fantasía, la cual había construido la realidad como 
un espacio de contacto y placer (Dante conoce a Paloma Angélica, mujer 
voluptuosa, con la que va al conocido bar). Dante -con esta denominación, 
Ildefonso juega aquí con la alusión literaria de su segundo nombre- 
afronta lo Real del infierno, aquel incendio que vuelve ceniza al Noa Noa y su 
fantasía. De allí que pase a identificarse con la pregunta nunca 
respondida acerca del destino incierto de los desaparecidos, de esos fantasmas 
sociales que son las figuras anónimas de los subalternos. Es la conciencia 
de este Real -aquella verdad perturbable que escapa a la simbolización, 
según lo plantea Lacan- lo que hace que el protagonista se dé cuenta 
de su descentramiento, de su no estar en ningún lugar. Es así que 
el imaginario se vuelve fibroso permitiendo que por él se cuelen el desconcierto 
y el extravío. 
Otro ejemplo similar es "El príncipe": 
el protagonista es un obrero explotado que regresa a El Paso con el objetivo de 
olvidar a Claudia, su ex - enamorada. Allí el personaje narrador se encuentra 
con varios personajes de telenovela, que integran una fantasía fabricada 
bajo los efectos del alcohol con que busca dosificar la ausencia de Claudia y 
su soledad:
Caminaba entre prostitutas, 
entrando y saliendo de "La Flor del Valle"; "El gallito", 
"El Vaquero", el "Club Pedregal", "Las Piscas", 
"La Capital", "El Puerto", bailando con María Félix 
una de los tigres del Norte, con Silvia Pinal otra de la Banda El Recodo, con 
Angélica María la de los Tucanes de Tijuana y, al final, con Lucía 
Mendez aquella de los Rieleros del Norte… (15-16). 
En 
"La ventana del Greyhound", "El Príncipe", "The 
Prince Machiavelli's (i)", por citar algunos cuentos, existe un goce ocasionado 
por el desarraigado, una pulsión de muerte que el sujeto trata de eludir 
a través de encuentros sexuales ocasionales. En ese sentido, son los cuerpos 
femeninos los que registran el paso de los personajes y juegan a ser metáforas 
del territorio que se penetra y que propicia el juego con la diferencia. 
En 
la segunda parte del libro, la temática migratoria se traslada al Perú, 
al mundo del migrante costeño, de los mendigos y ninguneados sociales ("Cruz 
marcada" y "Bar candela") y, de allí, al interior del país 
(Cuzco, Ucayali, Pasco). El viaje al interior es metáfora de una introspección 
donde la anécdota sigue siendo el formato predominante, así como 
los bares y las experiencias amorosas, las marcas dejadas durante la ruta. El 
relato "La luz del mundo" es el único de asunto familiar en el 
libro, que cierra la colección hablando de aquellos que no se fueron. El 
cuento empieza con una clara referencia a Pedro Páramo de Juan Rulfo: 
"Vine a Chacayán porque me dijeron que aquí vivió mi 
abuelo" (129). Es la escritura de Rulfo la que media y va moldeando la experiencia 
del viajante en la tierra de sus antepasados. Chacayán se parece a Luvina 
y, por momentos, a Comala: "Como si trataran de no confundirse con una aparición 
o un sueño, primero se quedan en silencio mirando; luego recién 
se saludan" (131), "...luego volteo a preguntarle a la anciana si es 
que había por aquí un riachuelo, pero ella ya no está. Mi 
abuela tampoco está allí donde se sentó a descansar" 
(132). El Paso cierra con una vuelta a los orígenes asociado a un 
deseo de reposo y estabilidad. La elección final es por la casa materna 
y por el paraíso perdido de la infancia: "Solo escucho el canto de 
las hojas de los eucaliptos y la voz de una niña que está jugando 
por ahí, entre otras casas abandonadas más abajo. Y aquí 
me quedo a vivir siempre" (132). Ya en "Ayahuasca", el antepenúltimo 
de esta colección, se había formulado esta inquietud: "La ayahuasca 
me había conectado con una fecha perdida de una infancia soleada, convertido 
en un pájaro exiliado del paraíso, detenido en la antena de una 
azotea en Apolo, buscando una sombra donde descansar" (125). Este "pájaro 
exiliado" es el migrante que ha ido de El Paso a Chacayán. El deseo 
tras la travesía doble (de EEUU a Perú y de la costa a la sierra) 
ha sido, en suma, intentar hacerse de un lugar para compensar la agonía 
por el "¿Adónde voy?". En ese sentido, las ciudades y, 
más claramente, los pequeños lugares (bares, burdeles) son semiprivatizados 
para que el contacto y el placer sean posibles. Así, la nación como 
un conjunto de dispositivos que dotan de identidad al individuo ha sido aquí 
desterrada por muchos lugares que, en cambio, terminan siendo afectados por una 
subjetividad movida por la incansable inquietud de "pertenecer". De 
allí que curiosamente Ildefonso prefiera mencionar siempre a Apolo, su 
barrio, en lugar de La Victoria o Lima(4), 
como el lugar de su escritura. 
 

 
Notas
 
(1) Miguel Ildefonso 
nació en 1970 en Lima. Es considerado una de las voces más importantes 
de la poesía peruana de la generación del 90. Antes de El Paso, 
con el que ganó el V Concurso Nacional de Cuento "Premio Asociación 
Peruano Japonesa" (2004), publicó los poemarios Vestigios, 
Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas, M.D.I.H, 
entre otros. Curso una maestría en Creative Writing en University of Texas 
at El Paso. Este libro está inspirado en esta experiencia. 
 (2) 
El libro contiene relatos de distinto calibre: algunos pueden ser calificados 
convencionalmente como cuentos, mientras que otros son pequenos relatos que no 
proponen necesariamente una historia. De hecho, hay una relación entre 
esta narrativa heterogénea y las experiencias múltiples y desiguales 
dadas en pleno desplazamiento. 
 (3) 
Performance en el sentido referido por Judith Butler: el 
de una imitación no exacta, en cuya diferencia se puede percibir un espacio 
de agencia de la subjetividad.
 
 (4) La Victoria 
es el distrito limeño en donde se ubica el barrio del autor, Apolo.
 
 
 
 
 
 
Bibliografía 
general:
- Ildefonso, Miguel. El 
Paso. Lima: Estruendomudo, 2005.
- Beverly, John. Subalternidad 
y representación. Debates en teoría cultural. Trad. Marlene 
Beiza y Sergio Villalobos - Ruminott. Verveuert: Iberoamericana, 2004. 
- 
Cornejo Polar, Antonio. "Condición migrante e intertextualidad multicultural: 
el caso de Arguedas". Revista de crítica literaria latinoamericana. 
Año XXI, N 42. Lima-Berkeley: 1995. pp. 101 - 109. 
- Cornejo Polar, 
Antonio. "Una heterogeneidad no dialéctica: sujeto y discurso migrantes 
en el Perú moderno". Revista Iberoamericana. Vol. LXII, julio 
-diciembre (1996). pp. 837 - 844.
 
- Zizek, Slavoj. El sublime objeto 
de la ideología. México: Siglo XXI, 1989.