A la edad de 28 años Federico Nietzsche publica su primera
obra "El nacimiento de la tragedia", con la que se manifiesta
su singular enfoque del problema esencial de la filosofía:
el ser humano y su conjunto de relaciones. Con posterioridad va entregando
el resto de su obra en la que el tema central continúa perfilándose
desde distintos ángulos. Con Nietzsche, la filosofía
vuelve o refuerza quizá su preocupación fundamental:
la problemática del ser humano
como producto resultado de su acción en la exterioridad denominada
naturaleza. Esta, se transforma en mundo mediante la acción
humana y si la praxis natural impulsada por la necesidad de subsistir
instauró la tragedia, el desciframiento posterior de ésta
llevó a la invención de los dioses y más tarde
a la filosofía, forma de una variada proyección de contestaciones
que da de sí y continúa dando una diversidad de interrogantes.
Si, en su filosofía está el esclarecimiento de las preguntas
en su origen, pero no siempre de las contestaciones, la presencia
de su pensamiento es un legado fundamental para quienes tienen la
vocación de mantener una crítica honesta del estado
de cosas a que llegó la humanidad en los últimos años
del siglo XX.
El conocimiento científico ha tenido un avance acelerado después
de la muerte de Nietzsche y muchas de las que fueron interrogaciones,
es posible que hoy, se encuentren disipadas. Y una pregunta que en
la alborada del pasado siglo era tal vez tímida aún,
se ha ido haciendo más notoria en la expresión o en
el silencio de muchos lectores lúcidos, incluyendo pensadores
europeos de innegable importancia: ¿Para qué sirve el
lenguaje de la filosofía en un mundo cada vez más adverso
para el sector mayoritario de la población mundial?
Sectores europeos de las ciencias humanas se comenzaron a plantear
esta duda, tal vez más en nombre del conocimiento concreto,
que del estado de pobreza en que vive gran parte de la humanidad,
pero es una duda que amerita realmente ser tenida en cuenta. Planteos
anticipados acerca de esta "vacilación" pueden encontrarse
involucrados y argumentados, acaso indirectamente, en la obra de este
filósofo y nos referimos a su certera revisión del sistema
de creencias denunciables en las más "racionalizantes"
postulaciones científicas y filosóficas.
En el sentido esencialmente crítico de su trabajo, se introduce
su análisis de lo que para él es una deformación
elemental: la relación del hombre con "su" mundo
y el proceso de su conocimiento. Y el hecho de que el filósofo
en la grandeza de su obra pueda haber disentido profundamente, no
invalida el carácter general de sus hipótesis que por
el contrario estarán siendo de algún modo justificadas
por el nivel actual del conocimiento expresado en las ciencias humanas.
El filósofo opina que no existe el "sujeto individual"
en tanto referido a la "cosa en sí", que sólo
hay pluralidad de formas interrelacionadas, elementos de cuya combinatoria
emergen diferencias en un espectro universalizado del existir. De
tal modo, no existirían las cosas en tanto entidades específicamente
individualizadas y opuestas tajantemente unas a otras. La variedad
no implica lo "en sí" del ser sino el movimiento
por el cual éste manifiesta la constante inestabilidad de la
relación de sus elementos. Lo dionisiaco oponiéndose
a lo apolíneo, todo está en todo, en múltiples
combinaciones energéticas y el pensamiento en tanto racionalidad
lógica es parte consecuente de este movimiento. Nietzsche opera
un replanteo fundamental de los términos de relación
desarrollados históricamente a nivel consciente.
Pensar la naturaleza, el arte, la religión, la historia en
general, los volúmenes y las formas, los conceptos que el lenguaje
ha diseñado, a partir de supuestos que se apoyan en el rigor
de una metafísica consagrada, está en el centro de su
rechazo elemental y es inútil encubrir el orden de sus planteamientos
parcializando sus argumentaciones para extraer consecuencias fuera
de contexto. El corpus global de su filosofía lleva siempre
a esta idea central que hiere profundamente el sentido de la tradición,
reflejada en cualquier temática parcial del conocimiento. Nietzsche
se aparta del camino trazado por un régimen académico
férreo y lucha contra el egiptismo, noción según
la cual, se hace de un valor cultural algo inmóvil, sólido,
momificado, punto referencial del que se parte y al que se regresa
haciendo de la variedad una trayectoria condicionada.
El ser no es, el ser es un estado en devenir, y este concepto heracliteano
no entra en él, en contradicción con su proposición
del "eterno retorno". El hombre como género es hijo
de la tierra, su producto, y ésta le impone su circularidad.
Lo universal es una noción proyectada desde el planeta. El
universo es la inmensidad dimensionada desde la tierra, calculada
en términos matemáticos, que el ser humano ha logrado
expresar y convertir en un método basado en un sistema de signos.
El devenir en el planeta es el devenir en el universo que la conciencia
humana palpa y del que sólo ella puede dar cuenta, y el eterno
retorno no es lo contrario del devenir, sino la ocasión para
su infinitud. La problemática humana se prolonga y se repite
a través del cambio. El devenir le niega al sujeto individual
su regreso, pero éste se realiza en el género a través
de sucesivas e idénticas problemáticas.
Para el pensar nietzscheano, la complicación deriva del hecho
de creer que el conocimiento es conocimiento de lo estático,
en tanto esencia primera o sustancia hecha a sí misma, por
sí misma. He allí la irrealidad de la causa encausada,
pues sólo hay o puede haber simultaneidad de efectos que son
causas y causas que son a su vez efectos, formas que se hacen y deshacen,
se reiteran confirmándose para regresar una vez más
a un origen que es siempre un estado de gestación en devenir
universal.
El concepto de causa es revisado por Nietzsche y puesto en tela de
juicio en su desciframiento tradicional que da margen a la polaridad
"causa-efecto". Si la causa es efecto y el efecto es causa,
se da una interpenetración elemental que el pensar interviene,
no de otro modo que, dialécticamente.
Así es notable, para él también, la inocencia
de la formulación kantiana de la moral. Ella no puede mayuscularse,
fluye de los actos y tiene que ver con la realización de la
vida y su necesidad de expresión: " los hombres se proponen
fines económicos que abarcan toda la tierra. Al menos deben
proponérselo. La vieja moral, la de Kant, reclama de cada individuo
acciones que desearía en todos los hombres. Tiene esto algo
de bella ingenuidad, como si cada uno supiera qué género
de acción asegura el bienestar del conjunto de la humanidad,
y, por consiguiente, cuales fueran las acciones que, de un modo general,
merecieran ser deseadas; es una teoría análoga a la
del libre cambio, al establecer en principio que la armonía
debe producirse por sí misma, conforme a las leyes innatas
del mejoramiento." (humano demasiado humano, cita 25).
Ser hombre moral significa, en lo más elemental, reconocer
el derecho integral del género a existir y subsistir y se implícita
en ello el "no matarás", ni por la violencia directa
ni por la indirecta de intronizar en la sociedad la pobreza y la miseria
que llevan a la desintegración del género humano hasta
la muerte, lo que de suyo es vulnerado básicamente a través
de la historia y estaría demostrando el fracaso de toda formulación
doctrinaria, apoyada en principios inamovibles. Nietzsche tocó
profundamente el tema al objetar la falacia de toda argumentación
metafísica.
Pensar, es una acción del hombre biológico, función
que emerge de la necesidad, hasta llegar a fundar una cultura como
dimensión de mundo unificado, lugar en que la conciencia realiza,
expone, hace notable el ejercicio de su libertad. Y si hay relación
intersubjetiva, ésta es realizable en la exterioridad en tanto
comunicación de formas de lenguaje, reflectantes de estructuras
mentales individualizadas en la abstracción. El pensamiento
es un "tráfico" de ideas y éstas constituyen
estructuras abstractas de un mundo que al hacerse en la conciencia
particulariza la representación de la exterioridad, único
lugar de residencia de lo humano y cuya comprensión es acto
realizable en ella y por ella, es movimiento, corriente indetenible
de un intercambio que llamamos vida. Y no es arriesgado decir que
esto es deducible de gran parte de las proposiciones filosóficas
de Nietzsche.
Nietzche desahucia lo metafísico, ese modo místico
de la operación mental que reacciona en el claustro de la creencia
y que se empeña en interpelar el rostro de dios, lo estático,
lo que es en sí mismo presencia no creada, causa del orden
o del caos, imagen sin tiempo y sin espacio, esencia absoluta de intuiciones,
sustancia secreta que funda la unidad, que sostiene la presencia individual
a la vez que sus variaciones. Es el nervio más sensible de
la tradición que ha mantenido y mantiene las orientaciones
en el desarrollo de la civilización y de la cultura a nivel
planetario. Todas las ideologías y doctrinas fueron inspiradas
por la creencia, la creencia adolece de sociabilidad, es comunicante
en grado superlativo y su circularidad autodefensiva pasa por grados
de luz y sombra, aún el libre pensamiento surgido en el seno
de una acción cultural altamente tolerante, lleva en sí
la carga de una sospecha: algo inaprensible se alza como un suceso
trascendente en el centro de una indeterminación, en la contingencia
de una opción de lenguaje hacia la configuración de
una certeza. Está lo que resta o el añadido que escapa
a la voluntad y entonces entre el ser y el consistir surge la duda
que elabora un pensar metafísico.
Esa invención aristotélica referida a lo no conocido,
a la intangibilidad de unas dimensiones sospechables, más allá
de la comprobación sensible, ese ser situado en sí mismo,
por sí mismo, de cuya inmovilidad emana el movimiento, lo que
provoca el temor, la esperanza y el anhelo, cumplimiento de finalidades
que la voluntad y la razón no pueden realizar por sí
mismas. Nietzsche pone sobre esta temática la fina acidez de
su crítica, si bien es posible que en la fuerza avasalladora
de su rechazo de la metafísica está una imagen de ésta
que la tradición imponía. Hoy puede aceptársela
quizá como un juego de la inteligencia destinado a formular
instancias de razones hipotéticas en un espacio determinado
en que el conocimiento abre incitaciones conjeturales.
En su apartado del "Crepúsculo de los ídolos"
"La razón en la filosofía" dice en el párrafo
2: "Pongo a un lado con gran reverencia el nombre de Heráclito.
Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba
el testimonio de los sentidos, porque estos mostraban pluralidad y
modificación, él rechazó su testimonio porque
mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También
Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no miente ni
del modo como creen los eleatas ni del modo como creía él,
no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio,
eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo la mentira de la unidad,
la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración.
La "razón" es la causa de que nosotros falseemos
el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el
cambio, los sentidos no mienten. Pero Heráclito tendrá
eternamente razón al decir que el ser es una ficción
vacía.
La filosofía es pensamiento pero también es escritura,
por lo mismo es lenguaje. La conciencia es lenguaje, comunicación
de la exterioridad consigo misma, orden que el entendimiento se impone,
así todo está en el lenguaje, el hecho y su comunicación,
la superabundancia de la escritura filosófica, hace de la filosofía
un juego para el entendimiento, gimnasia que no reedita beneficios
sociales al conjunto de la comunidad, cuando se insiste en abordar
secretos inexistentes. Su más loable función, en cambio,
pareciera estar en poner a los seres humanos frente a sus alternativas
de existencia, en promover la reflexión, abrir caminos hacia
las certezas transitorias, cuya validez de un momento puede destruir
la permanencia de valores engañosos que atan la conciencia,
que enajenan la libre disposición del pensar y acaso esto es
en el fondo lo rescatable del pensamiento de Nietzsche, esa auténtica
y sencilla promoción del pensamiento humano, hacia la pureza
del instinto vital, a no apartarse de la naturaleza y ver en ella
la orientación de un poder analógico por el cual cada
sentido es capaz de otorgar a la inteligencia la posibilidad de un
pensar que privilegie las grandes armonías universales, que
dan a la vida la posibilidad de un devenir prolongándose en
el eterno retorno de una problemática inacabable.