UNA NOVELA PARA
MAYORES
"El Quijote de La Mancha"
.................
....... o la fiesta de la modernidad
Por Mauricio Electorat
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes
21 de Enero de 2005.
Lo primero es lo primero: por favor, basta de querer hacer leer El
Quijote a niños de 14 o 15 años. ¿Por qué,
so pretexto de que se trata de un clásico de la lengua castellana,
se ha de imponer su lectura (no hablemos ya de comprensión,
ni mucho menos de asimilación) a muchachos que, de seguro,
se figuran que Amadís de Gaula o Tirante el Blanco son los
sobrenombres de los ganadores de algún video juego? No hay
mejor manera de que no vuelvan jamás al libro que imponerles
la lectura, como se hacía en mi época, de los capítulos
considerados como fundamentales: del I al III, enseguida el VI, el
VIII, etc. Más vale que lean Harry Potter, si es que
no les parece muy difícil, mientras
los padres se sumergen en El código Da Vinci (que, por
cierto, amenaza con transformarse en una saga más larga que
La comédie humaine). O sea, que quede claro desde ya:
muchachos, ¡fuera las manos del Quijote! Hecha esta salvedad,
o sea, ya entre nosotros, veamos qué tiene El Quijote
de tan especial, o en otras palabras, ¿qué tiene El
Quijote que no tengan los demás? La respuesta es compleja.
En primer lugar, no está de más recordar que Cervantes
comenzó su carrera literaria más bien tarde. Sólo
en 1585, es decir a los 38 años, publicó "La Galatea",
opera prima que pasó más bien desapercibida (y
supongo que no será necesario recordar al amable lector que
38 años en el siglo XVI equivalen a, digamos, 58 en el nuestro).
En 1605, año de la publicación en Madrid (en la imprenta
de Juan de la Cuesta, cuyos locales estaban precisamente en la Cuesta
de Atocha) de la Primera Parte de las Aventuras del Ingenioso Hidalgo
don Quijote de la Mancha, don Miguel de Cervantes y Saavedra tenía
la friolera de 58 años. Es decir, para la época, era
casi un anciano. Ahora, imagine por un momento el desocupado lector
que un escritor no muy conocido publica una novela a los, digamos,
70 años, y que el escritor más famoso de la época,
el más leído, el más influyente, se la destruye
con una frase asesina. A la sazón, ese escritor era nada menos
que Don Lope de Vega Carpió, aclamado por las multitudes (al
punto que su tercer matrimonio en Valencia fue una fiesta popular
que duró varios días). Lope de Vega, conocido como El
Fénix de los Ingenios, comentando las novedades que se avecinaban
para 1605, escribió: "de poetas muchos están en
ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como
Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote". Para pegarse
un tiro. Pero en vez de balearse en un rincón, como en el tango.
Cervantes supo resistir. No olvidemos que en la época las rencillas
literarias eran cosa seria, no como ahora, que no pasan de banales
(y a veces estúpidas) descalificaciones por vía de prensa,
un juego de niños al lado de lo que ocurría en ese entonces.
Quevedo, por ejemplo (el autor de la Política de Dios
y de algunos de los poemas místicos y metafísicos más
sobrecogedores que se hayan escrito en lengua castellana), compró
la casa que su eterno rival, Luis de Gongora, viejo, arruinado y enfermo,
ocupaba en Madrid con su hermana. Y no contento con desalojarlos,
¡la mandó a incendiar! Esas sí eran polémicas
literarias, para qué estamos con cosas.
A Cervantes, entonces, la frasecita de Lope de Vega le debe de haber
resbalado. Más aún si consideramos que en el mismo año
de su publicación, El Quijote tuvo seis, digo bien,
seis reediciones. Si 58 años en el siglo XVI equivaldrían
a 70 de ahora, para figurarse lo que podía significar el hecho
de que una obra, en 1605, se reeditara seis veces en un año
habría que imaginar hoy una novela que tuviese 60 ediciones
el mismo año de su aparición. No se olvide que estamos
hablando de una época en que no existía la famosa "industria
cultural", los escritores escribían la mayoría
de las veces para un círculo muy restringido de cortesanos
o iniciados (o ambas cosas) en todo caso, se publicaba poco y en tiradas
muy escasas y, last but not least, tampoco era imprescindible
firmar las obras, como lo es en nuestra época moderna. ¿A
quién se le ocurriría hoy dar a la imprenta una novela
o un libro de poemas, es decir, el fruto de a lo mejor varios meses
cuando no años de trabajo, con un seudónimo? Para un
hombre del Renacimiento eso era no sólo concebible, sino normal.
Así, hasta ahora el corpus de obras atribuidas sigue siendo
un terreno minado cuando no un verdadero quebradero de cabeza para
filólogos y eruditos.
Impacto sin igual
Volviendo al impacto del Quijote: hoy, por ejemplo, ni siquiera El
código Da Vinci lo iguala. Pero, hablando de "clásicos",
para comparar lo que es comparable, tampoco Cien años de
soledad, ni La casa verde, ni Pedro Páramo,
ni mucho menos los "clásicos" volúmenes de
relatos de Borges, han tenido una repercusión tan vasta e inmediata.
Además, cómo se reiría Cervantes de su colega
Lope si supiera que, después de La Biblia, su Ingenioso Hidalgo
es el libro más vendido en el ámbito de la lengua española.
Una obra del militar y literato que había perdido la mano izquierda
en la batalla de Lepanto, que había estado preso cinco años
en Argel y que, como retribución a los servicios prestados
a Carlos V y al Imperio, sobre todo en Italia, sólo encuentra
un trabajo subalterno, una "peguita" para no morirse de
hambre, que lo lleva a recorrer Andalucía como interventor,
es decir "ex-propiador" de recursos para la mítica
Armada Invencible (uno de los mayores fiascos militares de la historia).
Y nuevamente, por dos veces, a la cárcel. Primero en Castro
del Río y luego en Sevilla, en 1597. Cervantes tiene entonces
50 años y todas sus aspiraciones de reconocimiento militar
y sus sueños de gloria literaria se reducen a una mazmorra.
Ese hombre viejo, derrotado por la vida (y por España, como
escribe Borges), sin duda alguna decepcionado, si no desesperado,
este militar dado de baja y escritor sin fortuna que no tiene ya nada
que perder es quien da un vuelco a la historia de la literatura europea
cuando comienza a redactar, en su celda sevillana, las aventuras de
don Alonso Quijana o Quijada o Quesada.
Del Renacimiento
al Barroco
Digamos desde ya lo que ya ha sido tantas veces dicho: El Quijote
introduce la modernidad en literatura. O en otras palabras: marca
el paso del Renacimiento al Barroco. ¿Cómo? Los recursos
son de variada índole y algunos de ellos, de una audacia difícil
de evaluar hoy en día. En primer lugar, mediante la adopción
del realismo. Un realismo de la estirpe más prosaica posible.
Cervantes, que se había formado leyendo novelas pastoriles
y de caballerías, opone a los castillos encantados, a las batallas
de caballeros sobrehumanos contra gigantes y brujos y a las primorosas
doncellas, las andanzas de un viejo demente (o que se vuelve demente
por abusar de la lectura de las novelas de caballerías), ayudado
por Sancho Panza, un campesino, un "huaso" al que le ha
prometido una "ínsula". El viejo, además de
loco, o mejor dicho "porque" se ha vuelto loco, decide enamorarse
de Aldonza Lorenzo, que él transforma en la etérea Dulcinea
del Toboso y que Sancho describe como "una moza de pelo en pecho
(...) que tira bien una barra como el más forzudo zagal de
todo el pueblo".
Del contraste entre los polvorientos caminos de La Mancha, los albergues
sórdidos, la gente rústica y la delirante imaginación
de don Quijote, brota, como la chispa de un pedernal, el humor, un
rasgo que ya es propio de la visión barroca del mundo. Los
filólogos acostumbran a escribir que la introducción
de la Égloga Primera de Garcilaso ("el dulce lamentar
de dos pastores / Salicio juntamente y Nemoroso/ quiero cantar sus
quejas imitando") "contiene" la estética del
Renacimiento. Ese "sus quejas imitando" remitiría
a la estética de la imitación compuesta, como la han
llamado, que no es otra cosa que la reproducción, más
o menos afortunada, de los modelos heredados de la antigüedad
grecolatina. Pues bien, lo que hace Cervantes en El Quijote
es, en primer lugar, pulverizar esos modelos. En vez de gigantes descomunales,
molinos de viento; en vez de candidas doncellas, rudas campesinas
malolientes (y muchas de ellas lúbricas); en vez de castillos,
posadas de mala muerte y peor reputación. Y es que una vez
que en el centro del universo ya no está Dios, sino el hombre,
que el ordenamiento religioso del mundo ha sido reemplazado por el
orden racional, en otras palabras, que el Renacimiento (en el que
aún resuenan los ecos de la mágica Edad Media) deja
paso a la modernidad, la fiesta barroca ya puede comenzar.
El Quijote acaba definitivamente con la poética de la
imitación compuesta, o sea con la estética renacentista
y abre "las ventanas y balcones de Occidente" a la estética
racional, moderna, en la que el humor es sinónimo de pensamiento
crítico, es decir de amarga ironía, cuando no de franca
carcajada sobre la condición humana. Allí reside la
carga humanista de El Quijote de La Mancha. Pero hay más:
en el Capítulo VI de la Primera Parte, el Cura y el Barbero,
los dos cómplices de Alonso Quijana, al constatar que la lectura
de libros perniciosos lo ha hecho perder la razón, pasan en
revista su biblioteca y dan con un ejemplar de La Galatea,
de un tal Miguel de Cervantes. El Cura dice que ese Cervantes es buen
amigo suyo y que su libro "tiene algo de buena invención;
propone algo, y no concluye nada". O sea, como dice Borges, Cervantes
es un sueño de Cervantes. Y en el Capítulo IX, se interrumpe
la narración y el autor nos relata cómo se encontró,
paseando por el mercado de Toledo, con el manuscrito de El Quijote
de la Mancha, que es en realidad un libro escrito en árabe
por Cide Hamete Benengeli y cuenta enseguida que contrató a
un traductor y que "un poco más de mes y medio" lo
tuvo en su casa hasta que la obra fue vertida al castellano. La obra
dentro de la obra. Los franceses, que tienen frases para todo, como
dice Cabrera Infante, llaman a esto une mise en abisme. Lo
mismo ocurre en «Las Meninas», donde Velázquez
se introduce en la pintura y ésta, a su vez, es multiplicada
al infinito por el juego de espejos. Y lo mismo ocurre en Hamlet,
en la que en un momento se abre un segundo escenario en donde se está
representando Hamlet. Y esa "perspectiva", la de la obra
que se contiene a sí misma, la del autor que sueña o
inventa que es un autor que escribe una obra que está escrita
en otra obra, este hilo de Ariadna con que Cervantes tejió
El Quijote y que nos lleva directo a Pirandello y a Borges,
y en el cine a Godard y a Fellini, ¿no es acaso la definición
misma de la modernidad?, ¿o al menos, una de sus definiciones
posibles y acaso la más acertada? Ustedes juzgarán,
si se atreven —o se vuelven a atrever— con él. Para mí,
en todo caso, El Quijote es y seguirá siendo una lección
de invención, una lección de composición literaria
y una lección de humanismo. Y eso es lo que más puede
agradecer un lector de novelas.