He aquí la palabra, una vez más reiterando su propósito:
hacerse a sí misma en la simulación de una búsqueda.
¿Forma de extorsión?, quizá no tanto, acaso una
manera de ejercer la buena fe del descubrimiento en el discurso ya
hilvanado de los otros. Es que esta decisión es un incontinente
modo
de mostrar cómo el vacío puede intervenirse y llenarse
con el recurso de una cierta fe en el signo, en tanto sombra de la
certeza. El vacío que la hoja blanca presupone, extiende la
magia de su impolutez hacia el libro que se nos representa como un
suceso cerrado, silencioso en la materialidad superficial de sus signos,
y provoca el acto de interrogación que presupone un movimiento
de apertura. He allí una confabulación misteriosa: la
hoja blanca bajo la mirada denota una voluntad de acción, el
discurso ha de emerger como un producto destilado que emana suave
o dolorosamente de una escritura que el libro propone para ser perforada
en busca de sentido. Si el signo puede ser arbitrario, he allí
un sistema en el que insertado calculadamente otorga la posibilidad
azarosa de una fijación que haga de la lectura un descubrimiento
real, y de éste un proceso de acercamiento a la voluntad del
emisor. Y tal posibilidad nos hace recordar que el mundo se nos propone
en sí como una variada expresión de lenguajes.
Aquí está Borges, junto a nosotros, su oficio, su pasión,
su mirada en el rumor que la escritura de los demás le hacía
sentir. Él entregó -queremos creer que a " regañadientes
"- estos textos que alguien adjetiva de cautivos. Se nos propone
como una muestra de tres o cuatro años de ejercimiento del
comentario, la presentación, el acto noticioso acerca del libro
y de sus actores. Borges, el imaginativo esencial, deja una huella
de su preocupación por el libro de los otros. Lector confeso,
su vida está llena de lecturas, y éstas se prolongan
en su discurso y se hacen irreales, muestras de un poder de la palabra
que excava en la evocación y señala la luz de una lejana
forma en que el mundo- a veces una partícula de él-
adquiere un modo irreemplazable de ser nominado.
Trece ensayos, cuarenta y ocho biografías, (sintéticas)
ciento doce reseñas y quince micro-noticias sobre vida literaria,
he aquí cuantitativamente el material que se había sustraído
a la hazaña de los editores quedando en la sombría media
luz de una revista dedicada al hogar. (¿Qué escenario
es el hogar para lo literario? No parece muy claro en nuestro tiempo).
¿Era necesaria esta publicación? El bibliófilo
dirá que sí, pero quizá el lector que ve en el
texto no la posibilidad de un afán acumulativo sino la ocasión
de embarcarse en la aventura de un desciframiento, diga que ese material
tiene un valor secundario cuya exhibición podría haberse
economizado. Es posible.
Nosotros vemos esos textos no en su valor documental o histórico
ni menos emotivo. No exaltamos al carácter de hacer más
completa la obra. El problema de la escritura no consiste en la reconstitución
de áreas cuantitativas. Esos textos nos muestran que Borges,
entre
los años 1936 y 1939 asumía la responsabilidad de mostrar
a los lectores argentinos, y quizá a sectores más reducidos
de Latinoamérica, la amplia existencia de autores europeos
y norteamericanos, de los cuales da noticia muy sintética pero
precisa. Constatamos entonces una escritura adecuada al contexto de
difusión, si bien se percibe en ella esa propiedad eminentemente
borgiana de la sencillez, forma de construcción gramatical
en que el verbo y el adverbio adquieren una peculiar manera de enfatizarse.
Diríamos entonces, que allí, en esos trabajos, está
más el lector que el crítico, pero el lector atento
que cruza el centro de la superficie textual y perfora el artesonado
de las palabras, cuya verticalidad puede ser más una imagen
que un hecho escueto, para descubrir las asociaciones, digamos "
internas ", que promueven los signos y que hacen del texto un
sistema de significados explorable, lo que es decir, acaso "
creable " por cuenta del lector en porcentaje proporcional a
la apertura que el lenguaje promueve. Y no hablamos de un comentario
de situaciones que rebasan los límites de la escritura. Borges
entregó en 1936 un modelo de comentario periodístico.
Él habla del orden estructural de las obras, del uso y abuso
de ciertas imágenes, de su acertada contextura o de su rebuscada
construcción. Compara, señala reiteraciones, y, en general,
hay en él siempre más conformidad que regocijo.
Es posible que el número de los autores citados en estas reseñas
pueda puntearse morosamente como un modo de mostrar lo que Borges
enfatiza. No obstante, nosotros, no consideramos oportuno señalar,
reiterar lo que el libro resalta. Lo que nos interesa de estos trabajos
es el espacio en que se sitúa la mirada de Borges. Es entonces
su lugar frente al libro de los otros, esa perspectiva unipersonal
excluyente que le asigna la condición de ser seguramente el
primer escritor continental que hace del texto en sí mismo
el tema de sus preocupaciones críticas. Si bien, Borges, no
aparta al autor de su obra y lo constituye en referente al mismo tiempo
que el texto, responsabilizándolo de un modo directo, en cuanto
lo identifica en sus aciertos y errores, su referencia a la escritura
tiene una constante alusión a procedimientos gramaticales,
a formas de concebir la imagen y a formulaciones de ideas. El sentido
para él está implícito en la forma, el significado
es el sostén profundo del texto, y éste puede malograrse
por una ineficiente estructuración de sus elementos:
" Se de dos tipos de escritores: el hombre cuya central ansiedad
son los procedimientos verbales; y el hombre cuya central ansiedad
son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar
con el mote de " bizantino " y exaltar con el nombre de
" artista puro ". El otro, más feliz, conoce los
epítetos laudatorios " profundo ", " humano
", " profundamente humano " y el halagüeño
vituperio de " barbaro ". El primero es Swinburne o Mallarmé;
el segundo, Céline o Théodore Dreiser. Otros, excepcionales,
ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías..."
( A propósito de ¡ Abaslom Absalom! De W. Faulkner. Página
76).
Borges trabaja, trabajó siempre con la información.
Fue un erudito, en el sentido que se da en él la acumulación
de una pormenorizada y basta recopilación de conocimientos.
Pero esa erudición en el espacio de la historia literaria,
de la filosofía y de otras ramas del saber humanista no anulan
ni atemperan en él al creador. Su imaginación, su fantasía
son profundamente superiores a toda forma de especialización.
El conocimiento es entonces para él un instrumento al servicio
de su reflexiva acción creadora. Así es dable constatar
en los trabajos a que nos referimos la proyección de ese saber
como una fuente que le proporciona un distinguible nivel a la mirada.
La literatura es un acto del que él es un iniciado lúcido,
eficaz, maduro. El enfoque de un texto es en tal sentido el alumbramiento
de una red de textualidades sobre la que lo singular ha de mostrar
su justificación estética. Comentar es entonces comparar,
encontrar identidades, descubrir afinidades y contradicciones, reiteraciones
sobre la trama de los procedimientos existentes o innovaciones formales
que convierten una temática en otra de sí misma. El
libro nos pone entonces ante la necesidad de comprobar el desplazamiento
de la escritura de Borges sobre sí misma.
Su preocupación por el discurso literario de los otros es su
propia concepción del acto, es decir, si cambian los emisores,
esto es un accidente que ocurre al lenguaje, éste en sí
mismo es una acción revisora, a cuyo cumplimiento el emisor
pone su presencia instrumental. Eliot, Paul Valery, Pound, Joyce,
etc. Han descubierto en el lenguaje el sistema de variables en que
se empeña su movimiento, y ellos han servido a ese propósito.
Sus singulares discursos no habrían sido posibles sin ese descubrimiento.
La objetivación de la palabra en sí misma, esa desinfección
de la creencia en la unidad indisoluble entre contenido y forma otorga
al escritor un sentido de la libertad de creación que es un
sentido de su propia libertad individual. El lenguaje dibuja las formas
del mundo, el poeta actúa sobre esas formas, no otra cosa es
la historia de las metáforas, a la que alude tan frecuentemente
Borges en sus distintos textos. Ellas están, dice él,
independientes del hombre, residen en el universo y lo que hace el
poeta es descubrirlas. Su labor consiste en re-conocerlas, no para
reiterarlas sino para descubrirlas conscientemente, re-formarlas,
hacer que los signos muestren innovadas las significaciones. Y al
referirse a los primeros poemas de Eliot, dice : " La influencia
de Laforgue es evidente, y alguna vez fatal, en esos preludios. Su
construcción es lánguida, pero es insuperable la claridad
de ciertas imágenes ". (T.S. Eliot Biografía sintética,
pág. 142). Y al elegir una muestra transcribe el poema "
El primer coro de la roca ", donde destacamos nosotros los siguientes
versos:
" El infinito ciclo de las ideas y de los actos, Infinita invención,
experimento infinito. Trae conocimiento de la movilidad, pero no de
la quietud; Conocimiento del habla, pero no del silencio; Conocimiento
de las palabras e ignorancia de la Palabra ". (mismo trabajo,
pág. 143).
El ejercimiento de esta actividad, crítica de Borges entre
los años 1936 a 1939, le permite escoger de un modo sugestivo
los textos, materia de sus comentarios, y a través de ellos
expone una concepción definida de su pensamiento frente a la
escritura, sea ella prosa o poesía: es el "procedimiento
verbal" el que otorga dignidad al lenguaje y lo convierte en
arte, y sólo así, "las pasiones y los trabajos
de los hombres " adquieren importancia simbólica, se constituyen
en actos epopéyicos dignos de recreación. He aquí
un libro de Borges, importante como legado instrumental y paradigmático
para el ejercicio de la crítica literaria actual.
(Textos Cautivos, Marginales Tusquets Editores, Barcelona, 1986).