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Una literatura callejera

Presentación del libro Cero de Max González Sáez.

Café Librería "El bandido doblemente armado".
Junio 2006. Madrid.

por Julio Espinosa Guerra


De los aquí presentes, casi nadie -por no decir nadie- había escuchado hablar de Max González hasta ahora. Esto tiene una explicación lógica: como es natural, dentro de todos los países, existen literaturas "al margen de la ley", es decir, al margen del tipo de literatura que las empresas editoriales han decidido es "la que vende" y, por lo tanto, editan. Max González pertenece a ese universo literario que está fuera del canon, puesto que lo que a él le interesa de la literatura es tantear terrenos no nombrados aún; lo que lo lleva, de forma irremediable, a buscar maneras de decir no siempre coincidentes con lo que el propio sistema ha denominado "literatura".

Conocí a Max hace aproximadamente nueve años. Ya en ese entonces, recién publicado su primer libro, "La diversidad de los duendes" (1995), organizaba la Feria de la Literatura Emergente, que intentaba dar cuenta de esa poesía y narrativa que no estaba y no deseaba estar, necesariamente, dentro del aparato sistémico que es la "literatura oficial". Debo confesar que entonces vi dicha feria como una especie de lanzadera de los autores más jóvenes, autores que en un futuro conformarían el nuevo canon, la nueva norma. Hoy, pasado el tiempo, mi perspectiva es diferente: en realidad esas ferias intentaban congregar a autores que iban por caminos diferentes, al margen de lo que es, fue y -lo confieso con cierto tono y certeza pesimistas- será lo que de manera cada vez más global se entiende por literatura: autores que no se conforman con repetir un discurso ya probado, sino que intentan buscar una forma de integrar otros discursos al literario y así, volverlo, también, literatura, dignificándolo.

En Chile, uno de los primeros autores que dio un giro en la búsqueda de nuevos discursos narrativos fue Pedro Lemebel. Publicado aquí en España por Anagrama y participante, si mal no recuerdo, en la Primera Feria de la Literatura Emergente, su discurso gay y proletario, encarnado en una crónica travesti de la sociedad, posiciona en el canon una faceta que previa a él se daba por inexistente. Y es que una de las características fundamentales de esta literatura es su capacidad de desenterrar de las fosas comunes del aparato sistémico, aquellos discursos (y, por lo tanto, maneras de ser, de coexistir en sociedad y más profundamente, de realidad) que se dan por inexistentes. Es en este sentido que la crónica de Lemebel es y fue un desafío a los popes de la literatura nacional, esa literatura que huele decimonónica, rancia, más papista que el papa, y que, por ende, defiende los añejos preceptos del sistema. Pero Lemebel sólo mostraba uno de los discursos a revalorizar. Paralelamente a su escritura, de cierta manera si no aceptada, sí tolerada debido a la coyuntura histórica en que hizo su aparición, otra serie de creadores buscaban integrar en su obra otros discursos desplazados. Entre ellos se encuentra quien está con nosotros.

Ya en los cuentos de la citada "Diversidad de los duendes" González de pasos en búsqueda de un discurso plagado de voces de la calle. Esto lo repite, pero con más acierto en su siguiente libro, la novela "El disco duro de la ciudad", donde un travesti, intercalando vivencias, reflexiones vitales y razonamientos político-sociológicos, da cuenta de un espacio urbano casi inexistente en la literatura oficial, pero que palpita en cada calle del Gran Santiago, con su oferta-demanda marcada en la frente de los ciudadanos; realidad chata, máscara, donde el travestismo de su protagonista no es más que la metáfora del travestismo social y cultural del espacio narrado. Pero indudablemente es en "Cero" donde Max González logra, por medio de un ejercicio de despojamiento de las más clásicas definiciones de literatura y narrativa, dar el salto a la instauración ya no de un cuento o una novela urbana, sino de una neo-crónica tomada por el discurso callejero, ya no del lumpen-proletariado ni del perteneciente a una minoría, como lo es el gay, sino signando en la página en blanco un lenguaje oral hasta ahora no registrado por considerársele indigno y deseársele inexistente, inclusive aunque aquellos mismos que lo nieguen, lo usen en su cotidianidad.

Es probable que cuando ustedes escuchen los textos de esta neo-crónica queden perplejos. Es más, sería extraño que pudieran penetrar en dicho discurso debido ya no sólo a que va en contra de todo lo que hasta ahora han entendido por literatura, sino porque tanto lo que se dice y cómo se dice responden a una realidad ajena a Madrid y España. Pero es esta justamente la razón del interés de estos textos, puesto que en vez de reproducir los discursos por todos conocidos, González abre una puerta a la diversidad y, por ende, al conocimiento de la diferencia.

La frescura, la valentía de su posicionamiento hacen necesaria la lectura de este libro, pero aún más, su apuesta por una literatura que recupera la independencia y la búsqueda como claves de creación frente al modelo más anquilosado que la empresa editorial cada día nos vende. Al fondo de todo está, además de la libertad expresiva, la apertura de un nuevo frente literario, la recuperación de una de las tareas históricas de la literatura: darle voz a los que no tienen voz, pero ahora desde la propia voz de esos protagonistas anónimos: crónica que entiende que el retrato de una sociedad y una cultura no sólo es la descripción, con "palabras otras" y de otro, de esa sociedad y cultura, sino por sobre todo la propia capacidad de decirse de ese grupo por medio de su propio sistema de signos, convencional a ellos, aunque no necesariamente a toda la comunidad hispanohablante.

Si nombrar es crear el mundo al llevarlo al papel, Max González hace posible la existencia de un territorio borrado de los libros de historia, los periódicos, las revistas de sociedad y la televisión. Es por ello que a través de "Cero" lo chileno es más chileno y la literatura, más literatura.

 
 

 

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