Sin mayor pretensión puedo decir que conozco la mayoría
de los libros del escritor Máximo González Sáez.
Aunque no sé si hay por ahí algún libro inédito.
He leído una de sus tesis ("Otros papeles sobre literatura
y sociedad"), la cual considero una obra literaria en el pleno
sentido del término;
luego, su volumen de relatos "La diversidad de los duendes"
y ahora la novela "El disco duro de la ciudad".
En todos estos textos es posible rastrear ciertos tópicos
recurrentes. La ciudad y la cultura urbana (marginalidad, contracultura)
son algunos de ésos. La ciudad es concebida como ícono
postmoderno, como texto que se escribe desde los márgenes hacia
el centro, puesto que desde el centro se pretende unificar la diversidad,
la multiplicidad de aquellos márgenes, ejercer un poder que
se rechaza de plano. Esta concepción de la ciudad formulada
en la tesis aludida, produjo la escritura caótica, fragmentada,
sin solución de continuidad, impulsada por la fuerza vital,
aunque carente de sentido reflexivo, de los personajes que pueblan
"La diversidad de los duendes".
Convertida la ciudad en la imagen que no refleja rostro, sino que
evidencia sus disfraces y los ritos que sostienen esos ropajes; negación
de la cultura, pero recipiente y escenografía de los gestos
y actos de múltiples tribus que luchan por sobrevivirse unas
a las otras; la ciudad como sitio del consenso no buscado, la ciudad
como causa y fin de sujeciones y rebeldías, presente en aquella
primera publicación, reaparece aquí, en la novela que
comentamos, como protagonista/ antagonista.
Seres sin individualidad definida pueblan el libro de cuentos, seres
con nombre y apellidos, prehistorias e historias aparecen en la novela.
Parodias y alusiones, guiños para quienes desde el extratexto
quieran identificarse en el acontecer del mundo narrado, nombres e
iniciales, lugares y eventos, permiten relacionar la novela con la
crónica.
Novela y crónica no son géneros que se rechacen, por
el contrario, nacida como vehículo de mediación para
la experiencia, allá por los tiempos de la picaresca, la novela
moderna se complementa, intercambia, funde con la crónica.
Pero claro, la novela no es la crónica, discurso sustitutivo
de la realidad ésta, textualidad cuyo sentido se desprende
de su discursividad y puesta en escena lingüística aquella,
"El disco duro de la ciudad" se sostiene desde la identidad
de escritura/cuerpo/territorio/ciudad. Bajo la aparente fragmentación
de la anécdota, el placer sexual-drogo-alcohólico, la
ausencia de centro y sobrexposición de los márgenes,
el gris de la ciudad, se reconoce un sentido que devela la linealidad
de un proceso múltiple.
Porque la novela es a la vez un documento de época (fin de
siglo, Santiago de Chile) y el relato de un estadio de un proceso
cuya prehistoria imaginaria podemos situar en " La diversidad
de los duendes" (la marginalidad, la contracultura, lo maldito
y contestatario como razón de ser) y que aquí se constituye
como una ajuste de cuentas con cierta historia de cierta tribu.
El tópico tradicional en la narrativa del presente siglo del
protagonista-escritor y sus escarceos eróticos-drogos-alcohólicos,
permite a Máximo González Sáez trasvestirse en
Manuel Gómez Salas y procesar el proceso de ciertos sujetos
que asumiéndose como productores de ciertos objetos culturales
y, a la vez, cosinderándose agentes contraculturales, asisten,
con el cambio de siglo, a la evidencia del fracaso del propio proyecto:
"solo como siempre, metido en los rollos más estúpidos,
cuando lo mejor sería pasar por alto todo y vivir nada más,
vivir sentado en un banco del forestal leyendo las novelitas burguesas
de Donoso, leyendo "Mala onda", y no entender que
fue mala onda haberlo hecho." (p.99).
Sin discurso de tesis, sin teoría ni mea-culpa, mediante el
relato de su experiencia, su identificación/antagonismo con
una ciudad de cartón piedra, pero indestructible, develando
el sin sentido y absurdo de los gestos rebeldes de sus personajes
y co-agonistas, Gómez Salas se enfrenta a la cruda realidad:
"Hoy (...) sentí que nada es necesario, la ciudad sigue
aburrida porque los cambios que antes pensamos que se podían
producir nunca llegaron" (p.125), "Hace rato que ando arriba
de la pelota criticando el sistema, lo que no sé es hasta cuando
dejaré de rodar" (p.129).
El devenir del protagonista lo lleva a aceptar lo que desde el inicio
se sospechó: su radical soledad. Carente de referentes personales,
inoperante como sujeto cultural, hijo de la experiencia, a pesar del
absurdo del hacer de la tribu (del cual la muerte de Manuela Espotorno,
imagen del sujeto "contracultural" de los 80s en Chile,
es una prueba inobjetable), Gómez Salas no asiste a su caída
(aún con imprecisos meses de parranda continua), sino al ascenso
de su cuerpo, el texto, la novela, hacia un territorio que le pertenece,
a un territorio que marca mutua pertenencia entre sujeto y objeto:"Después
del encuentro iniciado en La Piojera siempre estaré convencido
que existe algo más entretenido que el Charly, que me espera...
La ciudad" (p.129).
Un final clásico para un texto que habremos de releer con
los años, ¿cómo y desde dónde?, será
el propio disco duro de la ciudad de cada cual el que lo dirá.