ONCE
la ciudad
El disco duro de la ciudad
Máximo G. Sáez
Mago Editores, 2007
Hoy al igual que varios de mis amigos sentí que nada es
necesario, la ciudad sigue aburrida porque los cambios
que antes pensamos que se podían producir nunca llegaron,
ni la crítica cultural, ni los libros top de sociología han sido
capaces de cambiar las piernas que salen por las puertas de
vidrio de los cafés. Los artesanos siguen con el cuento del
alambre, creyendo que venden su onda de hippies malditos,
cuando los Astorga viven la raja en el Cajón. No han crecido
ni las cabritas que venden flores en la Plaza de Armas, son
las mismas que salieron en un reportaje de la revista «Análisis » hace como veinte años atrás. Parece que la ciudad entera
estuviera pidiendo a gritos un cambio, pero nadie se atreve
o no existe el tiempo para hacerlo, ahora son más interesantes
las teleseries y la lectura del contrato de la cuenta corriente,
todos quieren vivir como si fueran de derecha, hasta
los que gastan la garganta enseñando marxismo, todo sigue
igual porque los nuevos mediocres se sientan en los sillones
de los antiguos, entonces la calle despoblada es el sitio de la
delincuencia, es por donde no se debe transitar, menos con la
mina porque la pueden violar. ¿Qué tiene de nuevo todo eso?
En el ascensor me encontré con la pareja que baja en
el quinto, le quise decir que no lo hicieran más, por favor no
lo repitan, los cambios parten en lo cotidiano, es ahí donde se
exponen las prácticas de la cultura conservadora. No echemos
más el polvo típico de la mañana, no miremos el caballo
de Pedro de Valdivia (a propósito lo pusieron en la otra esquina
de la plaza), olvidémonos de los partidos del campeonato
nacional, de subir y bajar siempre en el piso quinto para
entrar en el departamento, tirar las llaves en la mesa, servirse
un trago y después a la cama para penetrar la vagina de
una mujer aburrida del mismo pene. ¿Qué tiene de nuevo
todo eso?
Cuando el último tema del CD dejó de sonar me paré
a colocar otro que compré ayer en el supermercado. Todos
sabemos que ahora los supermercados colocan en un mismo
pasillo las papas con los televisores, tienen escenario y unas
banditas que tocan pura mierda. Compramos y parece que
nos felicitan por hacerlo. Al fondo del local tres promotoras
nos invitan a ingresar a un túnel construido con carpas, el
letrero de la entrada decía «sólo para compradores de veinte
mil pesos para arriba» El recuerdo de El lobo estepario fue
instantáneo, Harry Haller entrando a una zona sólo para locos.
Dos tipos me introducen al interior de una caseta y por
la ventana me indican que debía usar los fonos, lo mismo
hacen con los demás. En el centro una caseta más redonda
que las otras con el tipo que habla y nosotros escuchamos en
los fonos, fue un relato de un partido de fútbol con los nombres
de los productos que venden en el supermercado, después
las voces del público que asiste a comprar, reconocí mi
voz y la de mi familia. Desde arriba de la caseta del tipo que
habla desciende una pantalla, nosotros comenzamos a girar,
la pantalla mostraba el local repleto con gente, la voz repetía
los precios junto a la palabra ofertas, en la imagen personas
pagando con tarjetas del mismo supermercado. Una puesta
en escena del estado esquizo en que nos fuimos metiendo y
para colmo se siente placer por toda esa basura, placer por
andar con el carro repleto de mercadería y con el celular en
la mano. Toda una forma de ser de un sujeto que pertenece
al grupo abc1 y que se ofrece lúcido a este sistema
travesti. Salí del supermercado lleno de sensaciones extrañas,
antes llené varios cupones que dejé en el buzón de un
concurso de no sé qué cosa. En casa de nuevo cachando
que todo sigue igual de triste, no hay mensajes en la
contestadora, nadie quiere comunicarse con esta voz de mujer
caliente que les dice que después de la señal grabe el mensaje.
No sé por qué al día siguiente el recuerdo de la Manuela
Espotorno y la Candy Dubois se vinieron encima, en el sillón
y fumando un cigarro, imaginé a la Manuela besándome, tirando
sus manos por mi cuerpo tenso, la Candy al lado mirando
y guiando la escena, excitada como siempre, pasando
sus dedos por los pezones de la Manuela, tetitas chicas y
duras recorridas por un contingente entero de sudacas y europeos.
Mis manos se mueven y me masturbo, no puedo acabar
porque sé que la Manuela está muerta en París.
Tomo el diario desesperado por encontrar algo que
calmara tanto deseo retenido, reprimido por un sistema que
sólo quiere que trabaje y gaste lo ganado en sus tiendas.
Marco medio nervioso el número de la agencia, contesta una
voz de mujer que de inmediato comienza a ofrecer la mercadería,
chicas de 18 años, estupendas que lo hacen todo y que
en el precio está incluido el taxi, le contesté que aceptaba,
que la quería lo antes posible en mi departamento, la mujer
me ofreció matrimonios que querían tener un tercero y donde
yo no debía pagar nada, le dije que me diera los teléfonos,
pero que antes enviara a una de la chicas, me pidió la dirección
y dijo que en menos de 15 minutos la tendría. Preparé
un trago para mí y otro para ella para cuando llegara, me
sentía inquieto, quería que sonara el citófono, hacerla pasar y
esperarla con el trago en la mano y después que haga lo que
le pida, no sentía ninguna vergüenza, total todo se justificaba
al interior del mall de ofertas sexuales, además esto lo había
hecho tantas veces, con la Mariana que trabaja en el café
que queda en San Antonio con Huérfanos, fue tan sensual a
la hora de servir el café que después la invité a mi departamento,
dijo que ella no lo hacía gratis entonces le ofrecí quince
lucas. En la cama comprendió que yo no era igual a los
compadres con que suele salir. El fin de semana siguiente la
fui a esperar, ella salió con su abrigo negro y me tomó del
brazo, dijo que me llevaría a un lugar donde el sexo corre sin
pagar. Caminamos un par de cuadras hasta que la tomé para
besarla y correrle mano, supe que la dejé un poco caliente,
ella suspiró largo y siguió conduciéndome. Bajamos unas
escalas de una galería que nunca había visto, incluso jugué
con la idea que sólo ese día había sido construida para que
nosotros entráramos. Luces de múltiples colores nos azotan
en la cara, pero nada hace distraernos, los pasos son firmes
en busca del lugar donde el sexo se reparte gratis. La Mariana
tomó mi mano con más fuerza. Luego, después de bajar unos
cinco escalones, me dijo que habíamos llegado, tocó el timbre
del citófono, de adentro le preguntaron por su nombre.
A medida que fuimos ingresando, filtrándonos entre la
gente, sentí un fuerte olor a sexo, el trago y el cigarrillo consumidos
por todos los que llegan al lugar no eran suficientes
para amortiguar ese olor a sexo impregnado hasta en las
paredes. Llegamos a la barra y la Mariana de inmediato me
presentó con el tipo que atiende, pidió dos tragos pero le dijo
al hombre que los sirviera cuando volviéramos de bailar. La
música siempre era lenta en el lugar, de la década de los
setenta, onda blues clásicos, con la Mariana nos apegamos
con violencia, nuestros cuerpos querían mezclarse, me pareció
que las demás parejas repetían el gesto erótico que la
Mariana y yo realizábamos, no duró mucho el silencio, la
respiración agitada y los quejidos emergieron para no dejar
que la música continuara escuchándose, un sonido distinto se
fue creando por un coro de personajes calientes y desconocidos.
La Mariana me había bajado el cierre del pantalón y
me masturbaba completamente enloquecida, hice lo mismo
con ella, le subí la falda de cuero y le metí los dedos en el
culo, en el lugar sólo los quejidos junto a voces agitadas era
lo único que existía. Un compadre con una bandeja con cocaína
llegó hasta nosotros, en principio no entendí de qué se
trataba, la Mariana rápido me dijo que debía dejarla y elegir
dónde quisiera continuar, me pegué un toque y el tipo agarró
a la Mariana, ella siguió con la misma calentura como si estuviera
conmigo. Miré para los lados me clavé en una rubiecita
que estaba súper caliente practicando el sexo oral con
un negro, le puse la bandeja encima de la cara, el negro con
acento de colombiano me dijo que le faltaba tan poco para
llegar. La rubia se levantó y besó mi cuello con pasión, le
tomé la cara para mirarla, era más hermosa que cualquier
miss universo, metí mi mano en su sexo y dio un quejido tan
femenino, su ropa interior se formaba por hilos de telas que
introduje en su mojada vagina. La llevé para un rincón donde
otras parejas estaban haciendo el amor, la tendí en un sillón
largo de cuerina, me pidió que la golpeara, que le tire el pelo,
que le toque los senos con fuerza. Al lado nuestro una pareja
gritaba y nos invitó a compartir con ellos, los cuatro perdimos
la conciencia, nos revolcamos como serpientes hambrientas,
las manos lo recorrieron todo, formamos un solo cuerpo que
botó líquidos durante toda la noche.
La chica rubia de 18 años que llegó enviada por la
agencia quedó completamente satisfecha, no me cobró nada
más que una hora, cuando en realidad estuvimos toda la noche.
La fui a dejar al taxi, nos besamos con mucha pasión,
ella prometió que la próxima semana volvería. Claro, para
que eso ocurra tengo que volver a llamar al número de la
agencia que aparece en «El Mercurio» el día domingo y decir
que necesito a la rubiecita.
Han pasado varios domingos y no he vuelto a llamar,
recién en el baño de La Piojera volví a recordar la promesa
que le hice a la rubiecita. Total qué importaba ella debe recibir
más promesas, que los depósitos por dos mil pesos que recibe
el Banco del Estado por el asunto de la cadena, ahora lo único que espera algo de mí es el jarro de pipeño y un par de
amigos borrachos en una de las mesas sucias de esta legendaria
cantina, también se encuentra la mina que hace fotos,
la que usa abrigos negros de nylon. Cuando regreso están
todos muertos de la risa, recuerdo una frase de Lihn: «la risa
abunda en la boca de los jóvenes» y por cierto aún somos
jóvenes aunque nunca nos pesquen en el instituto nacional de
la juventud, ni antes y después de los dineros que se fueron a
los bolsillos izquierdos. En la mesa junto a los vasos con el
pipeño había revistas que se hacen para señoras con plata y
sin educación, la «Caras», «Ya», «Paula». La risa seguía la
mina de la fotos me indicó que ojeara las páginas, me encontré
que «escritores» supermarket participan con relatos escritos
especialmente para la publicación, relatos de invierno,
de verano, de temblores, truenos y tempestades, para el gusto
de todos, verdaderas recetas de cocina si sólo falta que
Mónica la de las comidas haga el comentario literario. Me
sumé a la risa, nos acompañó con su guitarra un viejo que
canta canciones del tío Roberto. Esa noche fue larga y hubo
que tener mucha fuerza para resistir, mis compañeros son
pesos pesados se han mamado toda la locura de Jodorowsky
por lo tanto en ellos no existen los límites. Aterrizamos en un
departamento de una población que queda para la zona sur
de Santiago, no pude con los vinos en caja que el Pablo sacó
de un mueble de madera rústica, sabía que no resistía más
pero no pude renunciar porque todavía algo de mi situación
de maldito de otrora era coreada a cada rato por el grupo,
entonces qué más podía hacer, sino que seguir muriendo como
muchos otros lunes, como muchos otros martes, miércoles,
jueves, en fin, toda la semana. Hace rato que ando arriba de
la pelota criticando el sistema, lo que no sé es hasta cuando
dejaré de rodar.
En una tarde de un día que no recuerdo volví a mi
departamento, debajo de la puerta estaban los recibos de agua,
luz y qué sé yo, el conserje en una escueta nota decía que
debo abandonar el departamento, parece que han pasado
varios meses en que no cancelo el arriendo, pero también
han pasado varios meses en que nadie me ha pagado ni un
solo peso, la cadena de la retribución se puso en contra mía,
es posible que no haya sabido jugar el juego, por lo tanto es
mejor volver al infierno de los túneles que cruzan a la Alameda
para practicarlo todo de nuevo, para jugar a ganador, para
escribir sobre el invierno y la primavera en esas revistas de
viejas, para que Bonvallet me cite en sus comentarios como
alguien que sí le ha ganado a la vida. Escucho a Mozart,
luego al Charly, dicen unos amigos que hacen un programa
de radio y que también lanzaron su papelito por debajo de la
puerta, que estuvo esperándome en el bar de los Lamentos.
Después del encuentro iniciado en La Piojera siempre estaré
convencido que existe algo más entretenido que el Charly,
que me espera... La ciudad.
Mayo de 1998
Julio de 2007