Presentación de la novela EL DISCO DURO DE LA CIUDAD de Máximo González Sáez
La sola ciudad incrustada en la literatura emergente
Pavella Coppola Palacios.
Octubre, 2007.
Máximo G. Saéz ha publicado su novela El Disco Duro de la Ciudad; colección Los Retornados, MAGO Editores, 2007. Es una novela extraña. Extraña porque el primer paso se da respecto a la tragedia de la página en blanco. Dura tragedia para aquellos que nos dedicamos al oficio. La perversa página deslizándose cual nebulosa, blanca y solitaria; de rostro descubierto ante el escritor sucumbiendo ante el pánico que ella desata como si se tratara de una provocación, como si su blanca perversidad fuera urgente seducción mortal. A esta virgen malévola le brillan los ojos y se ríe del pobre huérfano de palabras. Pero, el del oficio de la palabra y de la ficción le dobla la mano. La encara ante su perversidad y retorna a sí mismo desde la escritura y la fantasía desparramándose para iniciar el andamiaje de su texto. La virgen blanca ha quedado tendida, extenuada. Se ha dispuesto servilmente para la escritura, para el remezón que le depara el escritor, una vez que éste ha salido victorioso del forcejeo, del gallito de muñecas.
El personaje es honesto y declara: “Quería empezar la novela, se lo había contado a algunos amigos, a otros definitivamente les dije que estaba escribiéndola. Yo era el que menos sabía lo que pasaba, tenía tantas ganas de hacerla, o quizás se estaba escribiendo, pero ese es un cuento viejo siempre se escribe en la cabeza (…)”.
Fragmentada en once capítulos, esta reedición permite una secuencia temporal: en octubre de 1998 se publicaba su primera edición. Hoy en este octubre del 2007 aparece su segunda versión. Casi una década en donde la novela ha transmutado su andamiaje y ha posibilitado reescribir ciertos pasajes. Especulo que en este intervalo a Máximo.G. Sáez le sucedieron tantísimas cosas como a todos nosotros. Esas tantísimas esquinas vitales fueron puliendo la primera versión, fueron reestructurando los recovecos y temas de la novela. Pero, quedó intacto el latido de la ciudad, eje central de esta narración.
Para descifrar la urbe, habrá que recordar algunos guiños teóricos. En este duro disco inserto en la envidia humana, se ha olvidado realizar un reconocimiento. Permítanme esta señalética: los reconocimientos se hacen en vida, no en los funerales del silencio: Máximo G. Sáez es el que ha acuñado una categoría literaria, una categoría epistemológica. Ha sembrado la literatura emergente como definición para sintetizar un fenómeno complejo de la producción literaria en las últimas décadas en nuestro país. Este evento corresponde a los frutos de nuevas creaciones literarias, de nuevos escritores autoeditados, de nuevos textos al margen del etablishment editorial. La literatura emergente, que Máximo G. Sáez colecciona en su libro Antología de las literaturas emergentes pretende ser un avance y un desafío a la vez, para insistir que las literaturas van más allá de los territorios conocidos, propagados como estornudos, pues la cartografía literaria en Chile es amplia como nuestro desenfrenado océano; se despliega en innumerables contenidos y técnicamente va experimentando urgencias y emergencias testimoniales porque el paisaje que nos recorre y ronda como círculo es inevitablemente dialéctico. La categoría literatura emergente se instala como camino y herramienta para el análisis de una cartografía literaria chilena.
Esta síntesis necesaria permite, entonces, ubicar el lugar desde donde se propaga la obra El Disco Duro de la Ciudad. En esta novela la ciudad es depósito de sensaciones lúgubres, extralimitadas, sucias –a veces-, tiernas por compasión y pertenencia. El Yo omnisciente, el que nos cuenta, la primera voz, se sumerge en una ciudad donde todo sucede al margen; la frontera es el lugar limítrofe entre una ciudad que se expande por el éxito y el maquillaje y la otra ciudad sobreviviente, plena de antihéroes, atiborrada de sujetos deseosos de permanecer de modo, casi autodestructivo, en la plenitud de la lujuria y el desenfreno, porque total no hay que cuidarse ni brindar explicaciones a nadie. Lo fronterizo, entonces, surge como un personaje más y deviene carne y hueso. De tal modo, la aventura de nuestro personaje principal se despliega entre mujeres masturbadoras de sí mismas, serviles a las complacencias y gritos eróticos: Candy Dubois, la mujer más enigmática de la novela, se aproxima a Manuela Espotorno, reveladora viajera y hastiada paisana que emigra a París y Maruxa, la aparente debilucha y casquiliviana jovenzuela; todas ellas adoran el sexo y lo sentencian como primer pilar del presente, pues futuros no se vislumbran y la existencia es únicamente un hoy amargo, resbaladizo como la penetración de turno.
El escritor ha definido sus arquetípicas musas y ellas lo hacen escribir y enredarse en un Alter Ego recorriendo recovecos de una ciudad permisiva, pero desolada :” (...) me tomó luego la cara y con sus ojos brillosos comentó que esta otra ciudad no tiene prohibiciones como la que aparece diseñada en los medios de comunicación(…)”.
Sentenciaba lo extraño de esta novela. La extrañeza no obstante, me permite lidiar con asuntos no visibles a primera vista, tales como las obsesiones constantes del escritor de aunar géneros periodísticos y literarios, de insistir en insertar pasajes más bien ligados a la literatura del suspenso cibernético, tal como ocurre en el capítulo seis, crónicas de fin de siglo, de plegarse escrituralmente a un guión teatral, de transcribir un poema del propio Gómez Salas, leído en una tertulia amorosa en Concón para reubicarlo como poeta dentro de la novela. Lo extraño insiste: misterios sucediendo en computadores y videos, en los cuales se confunden símbolos de omnisciencia perturbadora y política a lo George Orwell con su 1984, junto a entrevistas delatando la maquinaria castradora de los efectos preguntas-respuestas para hablar de literatura. Esta extrañeza, a veces, me perturba: habría deseado que Gómez Salas se evidenciara más como personaje, que no fuese tan tímido; habría deseado saborear más la inquietante narración de Juvencio Maldonado, bautizado también como Matías Fler. Pero esto equivale a un capricho de una lectora más.
Y, continuando con lo extraño y haciendo justicia a la propia novela, me atrevo a definir esta novela como la escritura de la propia novela. En otras palabras el oficio escritural se muestra como alteración del presente, desplazándose al territorio de la ficción literaria: están aquí los miedos, los personajes, los cruces, los recuerdos, los saltos y desvíos puestos por hombres y mujeres complementarios. Se trata del andamiaje de una novela puesta en la ficción narrativa. Los tropos son reconocibles por todos nosotros: la calle Miraflores, las casas de remoliendas, los bares de acopio homosexual, los caminos que nos guían al cementerio, los finitos y siúticos pubs, no otra cosa que boliches más de cartas con precios exorbitantes y personajes mostrándose en vitrinas. Y, las luces de neón, siempre encendidas como si la ciudad se desplegara ante nosotros inevitablemente emergente.
Esta novela es una novela de la soledad. De la maldita y triste soledad. Publicada en 1998 se mueve en los artefactos de la literatura urbana y pide a sollozos saber si se ha transmutado un ápice si quiera esta derramada urbe por la cual deambulamos para ingresar una vez más como personajes a un libro. Demos la bienvenida a este texto del texto y pleguémonos a los buenos augurios.
Pavella Coppola Palacios.
Octubre, 2007.